Congregación para la Educación Católica (Santa Sede)
Introducción
1. En los umbrales del tercer milenio la educación y la escuela católicas se encuentran ante desafíos nuevos lanzados por los contextos socio-cultural, y político. Se trata en especial de la crisis de valores, que sobre todo en las sociedades ricas y desarrolladas, asume las formas, frecuentemente propaladas por los medios de comunicación social, de difuso subjetivismo, de relativismo moral y de nihilismo. El profundo pluralismo que impregna la concienca social, da lugar a diversos comportamientos, en algunos casos tan antitéticos como para minar cualquier identidad comunitaria. Los rápidos cambios estructurales, las profundas innovaciones técnicas y la globalización de la economía repercuten en la vida del hombre de cualquier parte de la tierra. Contrariamente, pues, a las perspectivas de desarrollo para todos, se asiste a la acentuación de la diferencia entre pueblos ricos y pueblos pobres, y a masivas oleadas migratorias de los países subdesarrollados hacia los desarrollados. Los fenómenos de la multiculturalidad, y de una sociedad que cada vez es más plurirracial, pluriétnica y plurirreligiosa, traen consigo enriquecimiento, pero también nuevos problemas. A esto se añade, en los países de antigua evangelización, una creciente marginación de la fe cristiana como referencia y luz para la comprensión verdadera y convencida de la existencia.
2. En el campo específico de la educación, las funciones se han ampliado, llegando a ser más complejas y especializadas. Las ciencias de la educación, anteriormente centradas en el estudio del niño y en la preparación del maestro, han sido impulsadas a abrirse a las diversas etapas de la vida, a los diferentes ambientes y situaciones allende la escuela. Nuevas necesidades han dado fuerza a la exigencia de nuevos contenidos, de nuevas competencias y de nuevas figuras educativas, además de las tradicionales. Así educar, hacer escuela en el contexto actual resulta especialmente difícil.
3. Frente a este panorama, la escuela católica está llamada a una renovación valiente. La herencia valiosa de una experiencia secular manifiesta, en efecto, la propia vitalidad sobre todo por la capacidad para adecuarse sabiamente. Es, por tanto, necesario que también hoy la escuela católica sepa definirse a sí misma de manera eficaz, convincente y actual. No se trata de simple adaptación, sino de impulso misionero: es el deber fundamental de la evangelización, del ir allí donde el hombre está para que acoja el don de la salvación.
4. Por esto, la Congregación para la Educación Católica, en estos años de preparación inmediata al gran jubileo del 2000, en la grata concurrencia de cumplirse los treinta años de la creación de la Oficina para las escuelas(1) y de los veinte años de la publicación del documento La Escuela Católica, el 19 de marzo de 1977, con el fin de « concentrar la atención sobre la naturaleza y características de una escuela que quiere definirse y presentarse como católica »,(2) se dirige, por la presente carta circular, a cuantos están comprometidos en la educación escolar, a fin de hacerles llegar una palabra de aliento y de esperanza. En particular esta carta se propone compartir tanto la satisfacción por los resultados positivos logrados por la escuela católica, como sus preocupaciones por las dificultades que encuentra. Además, respaldados por la enseñanza del Concilio Vaticano II, por las numerosas intervenciones del Santo Padre, por las Asambleas ordinarias y especiales del Sínodo de los Obispos, por las Conferencia Episcopales y por la solicitud de los Ordinarios diocesanos, así como por los Organismos internacionales católicos con fines educativos y escolares, nos parece oportuno llamar la atención sobre algunas características fundamentales de la escuela católica que consideramos importantes para la eficacia de su labor educativa en la Iglesia y en la sociedad: la escuela católica como lugar de educación integral de la persona humana a través de un claro proyecto educativo que tiene su fundamento en Cristo;(3) su identidad eclesial y cultural; su misión de caridad educativa; su servicio social; su estilo educativo que debe caracterizar a toda su comunidad educativa.
Exitos y dificultades
5. Es con satisfacción que recorremos el camino positivo que la escuela católica ha trazado en estos últimos decenios. Ante todo, se debe considerar la ayuda que ella presta a la misión evangelizadora de la Iglesia en todo el mundo, incluso en aquellas zonas en las que no es posible otra acción pastoral. Además, la escuela católica, a pesar de las dificultades, ha querido seguir siendo corresponsable del desarrollo social y cultural de las diferentes comunidades y pueblos, de los que forma parte, compartiendo los éxitos y las esperanzas, los sufrimientos, las dificultades y el esfuerzo para un auténtico progreso humano y comunitario. En tal contexto, es preciso resaltar la valiosa ayuda que ella, poniéndose al servicio de los pueblos menos favorecidos, presta a su progreso espiritual y material. Nos sentimos obligados a reconocer el impulso dado por la escuela católica a la renovación pedagógica y didáctica, y el gran esfuerzo prodigado por tantos fieles, sobre todo por cuantos, consagrados y laicos, viven su función docente como vocación y auténtico apostolado.(4) En fin, no podemos olvidar la contribución de la escuela católica a la pastoral de conjunto, y a la familiar en particular, subrayando al respecto, la prudente labor de inserción en las dinámicas educativas entre padres e hijos y, muy especialmente, el apoyo sencillo y profundo, lleno de sensibilidad y delicadeza, ofrecido a las familias « débiles » o « rotas », cada vez más numerosas, sobre todo, en los países desarrollados.
6. La escuela es, indudablemente, encrucijada sensible de las problemáticas que agitan este inquieto tramo final del milenio. La escuela católica, de este modo, se ve obligada a relacionarse con adolescentes y jóvenes que viven las dificultades de los tiempos actuales. Se encuentra con alumnos que rehuyen el esfuerzo, incapaces de sacrificio e inconstantes y carentes, comenzando a menudo por aquellos familiares, de modelos válidos a los que referirse. Hay casos, cada vez más frecuentes, en los que no sólo son indiferentes o no practicantes, sino faltos de la más mínima formación religiosa o moral. A esto se añade en muchos alumnos y en las familias, un sentimiento de apatía por la formación ética y religiosa, por lo que al fin aquello que interesa y se exige a la escuela católica es sólo un diploma o a lo más una instrucción de alto nivel y capacitación profesional. El clima descrito produce un cierto cansancio pedagógico, que se suma a la creciente dificultad, en el contexto actual, para hacer compatible ser profesor con ser educador.
7. Entre las dificultades hay que contar también las situaciones de orden político, social y cultural que impiden o dificultan la asistencia a la escuela católica. El drama de la extrema pobreza y del hambre extendido por el mundo, los conflictos y guerras civiles, el degrado urbano, la difusión de la criminalidad en las grandes áreas metropolitanas de tanta ciudades, no permiten la total realización de proyectos formativos y educativos. En algunas partes del mundo son los propios gobiernos los que obstaculizan, cuando no impiden de hecho, la acción de la escuela católica, a pesar del progreso de ideas y prácticas democráticas, y de una mayor sensibilización por los derechos humanos. Otras dificultades provienen de problemas económicos. Tal situación repercute especialmente sobre la escuela católica en aquellos países que no tienen prevista ninguna ayuda gubernativa para las escuelas no estatales. Esto hace que la carga económica de las familias que no eligen la escuela estatal, sea casi insostenible, y compromete seriamente la misma supervivencia de las escuelas. Además, las dificultades económicas, a más de incidir sobre la contratación y sobre la continuidad de la presencia de los educadores, pueden hacer que los que no tienen medios económicos suficientes, no puedan frecuentar la escuela católica, provocando, de este modo, una selección de alumnos, que hace perder a la escuela católica una de sus características fundamentales, la de ser una escuela para todos.
Mirando al futuro
8. La mirada dirigida a los éxitos y a las dificultades de la escuela católica, sin pretender tratar cabalmente su amplitud y profundidad, nos mueve a reflexionar sobre la ayuda que ella puede prestar a la formación de las nuevas generaciones en los umbrales del tercer milenio, consciente de que, como escribe Juan Pablo II, « el futuro del mundo y de la Iglesia pertenece a las nuevas generaciones que, nacidas en este siglo, alcanzarán la madurez en el próximo, el primero del nuevo milenio ».(5) La escuela católica, por tanto, debe estar en condiciones de proporcionar a los jóvenes los medios aptos para encontrar puesto en una sociedad fuertemente caracterizada por conocimientos técnicos y científicos, pero al mismo tiempo, diremos ante todo, debe poder darles una sólida formación orientada cristianamente. Por esto, estamos convencidos de que para hacer de la escuela católica un instrumento educativo en el mundo de hoy, sea preciso reforzar algunas de sus características fundamentales.
La persona y su educación
9. La escuela católica se configura como escuela para la persona y de las personas. « La persona de cada uno, en sus necesidades materiales y espirituales, es el centro del magisterio de Jesús: por esto el fin de la escuela católica es la promoción de la persona humana ».(6) Tal afirmación, poniendo en evidencia la relación del hombre con Cristo, recuerda que en su persona se encuentra la plenitud de la verdad sobre el hombre. Por esto, la escuela católica, empeñándose en promover al hombre integral, lo hace, obedeciendo a la solicitud de la Iglesia, consciente de que todos los valores humanos encuentran su plena realización y, también su unidad, en Cristo.(7) Este conocimiento manifiesta que la persona ocupa el centro en el proyecto educativo de la escuela católica, refuerza su compromiso educativo y la hace idónea para formar personalidades fuertes.
10. El contexto socio-cultural actual corre el peligro de ocultar « el valor educativo de la escuela católica, en el cual radica fundamentalmente su razón de ser y en virtud del cual ella constituye un auténtico apostolado ».(8) En efecto, si es cierto que en los últimos años se ha prestado mayor atención y ha crecido la sensibilidad por parte de la opinión pública, de los organismos internacionales y de los gobiernos hacia los problemas de la escuela y de la educación, también hay que señalar una extendida reducción de la educación a los aspectos meramente técnicos y funcionales. Las mismas ciencias pedagógicas y educativas aparecen más centradas en los espectos del reconocimiento fenomenológico y de la práctica educativa, que no en aquéllos del valor propiamente educativo, centrado sobre los valores y perspectivas de profundo significado. La fragmentación de la educación, la ambigüedad de los valores, a los que frecuentemente se alude obteniendo amplio y fácil consenso, a precio, sin embargo, de un peligroso ofuscamiento de los contenidos, tienden a encerrar la escuela en un presunto neutralismo, que debilita el potencial educativo y que repercute negativamente sobre la formación de los alumnos. Se quiere olvidar que la educación presupone y comporta siempre una determinada concepción del hombre y de la vida. La pretendida neutralidad de la escuela, conlleva, las más de las veces, la práctica desaparición, del campo de la cultura y de la educación, de la referencia religiosa. Un correcto planteamiento pedagógico está llamado, por el contrario, a situarse en el campo más decisivo de los fines, a ocuparse no sólo del « cómo », sino también del « porqué », a superar el equívoco de una educación aséptica, a devolver al proceso educativo aquella unidad que impide la dispersión por las varias ramas del saber y del aprendizaje, y que mantiene en el centro a la persona en su compleja identidad, trascendental e histórica. La escuela católica, con su proyecto educativo inspirado en el Evangelio, está llamada a recoger este desafío y a darle respuesta con la convicción de que « el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado »(9).
La escuela católica en el corazón de la Iglesia
11. La complejidad del mundo contemporáneo nos convence de cuán necesario sea dar peso a la conciencia de la identidad eclesial de la escuela católica. De la identidad católica, en efecto, nacen los rasgos peculiares de la escuela católica, que se « estructura » como sujeto eclesial, lugar de auténtica y específica acción pastoral. Ella comparte la misión evangelizadora de la Iglesia, y es lugar privilegiado en el que se realiza la educación cristiana. En este sentido, « las escuelas católicas son al mismo tiempo lugares de evangelización, de educación integral, de inculturación y de aprendizaje de un diálogo vital entre jóvenes de religiones y de ambientes sociales diferentes ».(10) La eclesialidad de la escuela católica está, pues, escrita en el corazón mismo de su identidad de institución escolar. Ella es verdadero y propio sujeto eclesial en razón de su acción escolar, « en la que se funden armónicamente fe, cultura y vida ».(11) Es preciso, por tanto, reafirmar con fuerza que la dimensión eclesial no constituye una característica yuxtapuesta, sino que es cualidad propia y específica, carácter distintivo que impregna y anima cada momento de su acción educativa, parte fundamental de su misma identidad y punto central de su misión.(12) La promoción de tal dimensión es el objetivo de cada uno de los elementos que integran la comunidad educativa.
12. En virtud, pues, de su identidad la escuela católica es lugar de experiencia eclesial, de la que la comunidad cristiana es la matriz. En este contexto se recuerda que ella realiza la propia vocación de ser experiencia verdadera de Iglesia sólo si se sitúa dentro de una pastoral orgánica de la comunidad cristiana. De modo muy particular la escuela católica permite encontrar a los jóvenes en un ambiente favorable a la formación cristiana. No obstante, es preciso señalar que, en ciertos casos, la escuela católica no es sentida como parte integrante de la realidad pastoral: a veces, se la considera extraña, o casi, a la comunidad. Es urgente, por tanto, promover una nueva sensibilidad en las comunidades parroquiales y diocesanas para que se sientan llamadas en primera persona, a responsabilizarse de la educación y de la escuela.
13. En la historia eclesial se tiene a la escuela católica sobre todo como manifestación de Institutos religiosos, los cuales, por carisma religioso o por expresa dedicación, se han entregado a ella generosamente. En los momentos actuales tampoco escasean las dificultades debidas, unas, a la preocupante disminución numérica, y otras, a la subrepticia difusión de graves incompresiones, que pueden inducir al abandono de la misión educativa. Por esto, viene separado, por una parte, el empeño escolar de la acción pastoral, mientras que por otra, la actividad concreta encuentra dificultad en compaginarse con las exigencias específicas de la vida religiosa. Las intuiciones fecundas de los santos Fundadores demuestran mejor y más radicalmente que cualquier otro razonamiento, la falta de fundamento y lo precario de tales afirmaciones. Nos parece, pues, oportuno recordar que la presencia de los consagrados en la comunidad educativa es indispensable porque ellos « están en condiciones de llevar acabo una acción educativa particularmente eficaz »,(13) y son ejemplo de cómo « darse » sin reservas y gratuitamente al servicio de los otros en el espíritu de la consagración religiosa. La presencia contemporánea de religiosas y religiosos, y también de sacerdotes y de laicos, ofrece a los alumnos « una imagen viva de la Iglesia y hace más fácil el conocimiento de sus riquezas ».(14)
Identidad cultural de la escuela católica
14. De la naturaleza de la escuela católica deriva también uno de los elementos más expresivos de la originalidad de su proyecto educativo: la síntesis entre cultura y fe. En efecto, el saber, considerado en la perspectiva de la fe, llega a ser sabiduría y visión de vida. El esfuerzo para conjugar razón y fe, llegado a ser el alma de cada una de las disciplinas, las unifica, articula y coordina, haciendo emerger en el interior mismo del saber escolar, la visión cristiana del mundo y de la vida, de la cultura y de la historia. En el proyecto educativo de la escuela católica no existe, por tanto, separación entre momentos de aprendizaje y momentos de educación, entre momentos del concepto y momentos de la sabiduría. Cada disciplina no presenta sólo un saber que adquirir, sino también valores que asimilar y verdades que descubrir.(15) Todo esto, exige un ambiente caracterizado por la búsqueda de la verdad, en el que los educadores, competentes, covencidos y coherentes, maestros de saber y de vida, sean imágenes, imperfectas desde luego, pero no desbaídas del único Maestro. En esta perspectiva, en el proyecto educativo cristiano todas las disciplinas contribuyen, con su saber específico y propio, a la formación de personalidades maduras.
« El cuidado de la instrucción es amor » (Sab 6,17)
15. En la dimensión eclesial se fundamenta también la característica de la escuela católica como escuela para todos, con especial atención hacia los más débiles. La historia ha visto surgir la mayor parte de las instituciones educativas escolares católicas como respuesta a las necesidades de los sectores menos favorecidos desde el punto de vista social y económico. No es una novedad afirmar que las escuelas católicas nacieron de una profunda caridad educativa hacia los niños y jóvenes abandonados a sí mismos y privados de cualquier forma de educación. En muchas partes del mundo, todavía hoy, es la probreza material la que impide que muchos niños y jóvenes sean instruidos y que reciban una adecuada formación humana y cristiana. En otras, son nuevas pobrezas las que interpelan a la escuela católica, la que, como en tiempos pasados, puede encontrarse con incomprensiones, recelos y carente de medios. Las pobres muchachas que en el siglo XV eran instruidas por las Ursulinas, los muchachos que Calasanz veía correr y alborotar por las calles romanas, o que La Salle encontraba en los pueblos de Francia, o que Don Bosco acogía, los podemos encontrar hoy en aquellos que han perdido el sentido auténtico de la vida y carecen de todo impulso por un ideal, a los que no se les proponen valores y desconocen totalmente la belleza de la fe, que tienen a sus espaldas familias rotas e incapaces de amor, viven a menudo situaciones de penuria material y espiritual, son esclavos de los nuevos ídolos de una sociedad, que, no raramente, les presenta un futuro de desocupación y marginación. A estos nuevos pobres dirige con espíritu de amor su atención la escuela católica. En tal sentido, ella, nacida del deseo de ofrecer a todos, en especial a los más pobres y marginados, la posibilidad de instruirse, de capacitarse profesionalmente y de formarse humana y cristianamente, puede y debe encontrar, en el contexto de las viejas y nuevas pobrezas, aquella original síntesis de pasión y de amor educativos, expresión del amor de Cristo por los pobres, los pequeños, por las multitudes en busca de la verdad.
La escuela católica al servicio de la sociedad
16. La escuela católica no debe ser considerada separadamente de las otras instituciones educativas y gestionada como cuerpo aparte, sino que debe relacionarse con el mundo de la política, de la economía, de la cultura y con la sociedad en su complejidad. Concierne, por tanto, a la escuela católica afrontar con decisión la nueva situación cultural, presentarse como instancia crítica de proyectos educativos parciales, modelo y estímulo para otras instituciones educativas, hacerse avanzadilla de la preocupación educativa de la comunidad eclesial. De este modo se pone de manifiesto claramente el rol público de la escuela católica, que no nace como iniciativa privada, sino como expresión de la realidad eclesial, por su naturaleza revestida de carácter público. Ella desarrolla un servicio de utilidad pública y, aunque siendo clara y manifiestamente configurada según la perspectiva de la fe católica, no está reservada a solo los católicos, sino abierta a todos los que demuestren apreciar y compartir una propuesta educativa cualificada. Esta dimensión de apertura, es especialmente evidente en los países de mayoría no cristiana y en vía de desarrollo, en los que desde siempre las escuelas católicas son, sin discriminación alguna, promotoras de progreso social y de promoción de la persona.(16) Las instituciones escolares católicas, además, al igual que las escuelas estatales, desarrollan una función pública, garantizando con su presencia el pluralismo cultural y educativo, y sobre todo la libertad y el derecho de la familia a ver realizada la orientación educativa que desean dar a la formación de los propios hijos.(17)
17. En esta perspectiva, la escuela católica establece un diálogo sereno y constructivo con los Estados y con la comunidad civil. El diálogo y la colaboración deben basarse en el mutuo respeto, en el reconocimiento recíproco del propio rol y en el servicio común al hombre. Para llevar a cabo esto, la escuela católica se integra de buen grado en los planes escolares y cumple la legislación de cada país, siempre que éstos sean respetuosos de los derechos fundamentales de la persona, comenzando del respeto a la vida y a la libertad religiosa. La relación correcta entre Estado y escuela, no sólo católica, se establece a partir no tanto de las relaciones institucionales, cuanto del derecho de la persona a recibir una educación adecuada, según una libre opción. Derecho al que se responde según el principio de la subsidiaridad.(18) En efecto, « el poder público, a quien corresponde amparar y defender las libertades de los ciudadanos, atendiendo a la justicia distributiva, debe procurar distribuir los subsidios públicos de modo que los padres puedan escoger con libertad absoluta, según su propia conciencia, las escuelas para sus hijos ».(19) En el marco no sólo de la proclamación formal, sino del efectivo ejercicio de este derecho fundamental del hombre se pone, en algunos países, el problema crucial del reconocimiento jurídico y financiero de la escuela no estatal. Hacemos nuestro el deseo recientemente expresado una vez más por Juan Pablo II, de que en todos los países democráticos « se ponga en práctica una verdadera igualdad para las escuelas no estatales, que al mismo tiempo respete su proyecto educativo ».(20)
Estilo educativo de la comunidad educadora
18. Terminando ya esta carta, quisiéramos pararnos brevemente en el estilo y en el rol de la comunidad educativa constituida por el encuentro y la colaboración de los diversos estamentos: alumnos, padres, docentes, entidad promotora y personal no docente.(21) A este propósito se llama justamente la atención sobre la importancia del clima y del estilo de las relaciones. A lo largo de la etapa evolutiva del alumno son necesarias relaciones personales con educadores significativos, y las mismas enseñanzas tienen mayor incidencia en la formación del estudiante si van impartidas en un contexto de compromiso personal, de reciprocidad auténtica, de coherencia en las actitudes, estilos y comportamientos diarios. En esta perspectiva se promueve, en la también necesaria salvaguardia de los respectivos roles, la figura de la escuela como comunidad, que es uno de los enriquecimientos de la institución escolar de nuestro tiempo.(22) Además, es preciso recordar, en sintonía con el Concilio Vaticano II,(23) que la dimensión comunitaria de la escuela católica no es una mera categoría sociológica, sino que tiene también un fundamento teológico. La comunidad educativa, considerada en su conjunto, está, por lo tanto, llamada a promover un tipo de escuela que sea lugar de formación integral mediante la relación interpersonal.
19. En la escuela católica « los educadores cristianos, como personas y como comunidad, son los primeros responsables en crear el peculiar estilo cristiano ».(24) La docencia es una actividad de extraordinario peso moral, una de las más altas y creativas del hombre: el docente, en efecto, no escribe sobre materia inerte, sino sobre el alma misma de los hombres. Adquiere, por esto, un valor de extrema importancia la relación personal entre educador y alumno, que no se limite a un simple dar y recibir. Además, se ha de ser cada vez más consciente de que los docentes y educadores viven una específica vocación cristiana y una otro tanto específica participación en la misión de la Iglesia y « que de ellos depende, sobre todo, el que las escuelas católicas puedan realizan sus propósitos e iniciativas ».(25)
20. En la comunidad educativa, los padres, primeros y naturales responsables de la educación de los hijos, tienen un rol de especial importancia. Por desgracia, hoy se va extendiendo la tendencia a delegar este deber primero. De ahí que se haga necesario no sólo dar impulso a las iniciativas que inciten al compromiso, sino que ofrezcan una ayuda concreta y adecuada, y comprometan a las familias en el proyecto educativo(26) de la escuela católica. Objetivo constante de la formación escolar es, por tanto, el encuentro y el diálogo con los padres y las familias, que se ven favorecidos también a través de la promoción de las asociaciones de padres, para establecer, con su insubstituible aporte, aquella personalización educativa que hace eficaz el proceso educativo.
Conclusión
21. El Santo Padre, con una sugestiva expresión, indicó cómo el hombre sea el camino de Cristo y de la Iglesia.(27) Tal camino no puede ser extraño a los pasos de los evangelizadores, que al recorrerlo sienten la urgencia del desafío educativo. El compromiso en la escuela resulta ser, de este modo, tarea insubstituible; más aún, el empleo de personas y de medios en la escuela católica llega a ser opción profética. También en los umbrales del tercer milenio sentimos fuertemente lo que la Iglesia, en aquel « Pentecostés » que fue el Concilio Vaticano II, afirmó de la escuela católica, que « siendo tan útil para cumplir la misión del pueblo de Dios y para promover el diálogo entre la Iglesia y la sociedad humana en beneficio de ambas, conserva su importancia trascendental también en los momentos actuales ».(28)
Prot. N. 29096
Roma, 28 de diciembre de 1997, fiesta de la Sagrada Familia
Pio Card. Laghi
Prefecto
Jose Saraiva Martins
Arzobispo tit. de Tubúrnica
Secretario
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(1) La Sagrada Congregación para la Educación Católica, nuevo nombre de la Sagrada Congregación de los Seminarios y de las Universidades, por la Constitución Apostólica Regimini ecclesiæ universæ, publicada el 15 de agosto de 1967, que entró en vigor el 1 de marzo de 1968 (AAS, LIX [1967] pp. 885-928), era estructurada en tres oficinas. Con tal reordenamiento fue creada la Oficina para las escuelas católicas, con el fin de « desarrollar posteriormente » los principios fundamentales de la educación, sobre todo en las escuelas (cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Decl. sobre la educación cristiana Gravissimum educationis, Introducción).
(2) S. Congregación para la Educación Católica, La escuela católica, n. 2.
(3) Cfr. S. Congregación para la Educación Católica, La escuela católica, n. 34.
(4) Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Decl. sobre la educación cristiana Gravissimum educationis, n. 8.
(5) Juan Pablo II, Carta Apost. Tertio millennio adveniente, n. 58.
(6) Cfr. Juan Pablo II, Discurso al I Convenio Nacional de la Escuela Católica en Italia, « L'Osservatore Romano », 24XI1991, p. 4.
(7) Cfr. S. Congregación para la Educación Católica, La escuela católica, n. 35.
(8) S. Congregación para la Educación Católica, La escuela católica, n. 3.
(9) Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo Gaudium et spes, n. 22.
(10) Juan Pablo II, Exh. Apost. Ecclesia in Africa, n. 102.
(11) Congregación para la Educación Católica, Dimensión religiosa de la educación en la escuela católica, n. 34.
(12) Cfr. Congregación para la Educación Católica, Dimensión religiosa de la educación en la escuela católica, n. 33.
(13) Juan Pablo II, Exh. Apost. Vita consecrata, n. 96.
(14) Juan Pablo II, Exh. Apost. Christifideles laici, n. 62.
(15) Cfr. S. Congregación para la Educación Católica, La escuela católica, n. 39.
(16) Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Decl. sobre la educación cristiana Gravissimum educationis, n. 9.
(17) Cfr. Santa Sede, Carta de los derechos de la familia, art. 5.
(18) Cfr. Juan Pablo II, Exh. Apost. Familiaris consortio, n. 40; cfr. Congregación para la Doctrina de la Fe, Inst. Libertatis conscientia, n. 94.
(19) Conc. Ecum. Vat. II, Decl. sobre la educación cristiana Gravissimun educationis, n. 6.
(20) Juan Pablo II, Carta al Prepósito General de los Escolapios, « L'Osservatore Romano », 28VI1997, p. 5.
(21) S. Congregación para la Educación Católica, El laico católico testigo de la fe en la escuela, n. 22.
(22) Cfr. Ibid.
(23) Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Decl. sobre la educación cristiana Gravissimum educationis, n. 8.
(24) Congregación para la Educación Católica, Dimensión religiosa de la educación en la escuela católica, n. 26.
(25) Conc. Ecum. Vat. II, Decl. sobre la educación cristiana Gravissimum educationis, n. 8.
(26) Cfr. Juan Pablo II, Exh. Apost. Familiaris consortio, n. 40.
(27) Cfr. Juan Pablo II, Carta Enc. Redemptor hominis, n. 14.
(28) Conc. Ecum. Vat. II, Decl. sobre la educación cristiana Gravissimum educationis, n. 8.