Sábado 15 de marzo de2003
1. Al final de esta semana de intensa oración y reflexión, siento la necesidad de dar gracias al Señor por haber podido permanecer en prolongado e íntimo coloquio con él, juntamente con vosotros, queridos cardenales y colaboradores de la Curia romana.
Una vez más el Señor nos ha dirigido su invitación: "Venite seorsum in desertum locum et requiescite pusillum" (Mc 6, 31). El lugar, en verdad, no es tan apartado y desierto, pero hemos tenido igualmente la oportunidad de una pausa de silencio y de contemplación, que ha sido una ocasión privilegiada para encontrarnos con el Señor. Le damos gracias ante todo a él, que durante estos días nos ha colmado de sus dones.
2. Mi cordial agradecimiento va, además, al amadísimo monseñor Angelo Comastri, quien, con tacto pastoral, con riqueza de indicaciones ascéticas, con sabiduría y fervor, ha guiado nuestros pasos al encuentro con el Dios del amor y de la misericordia.
En nombre de todos los presentes le digo ¡muchísimas gracias, querido hermano! Juntamente con usted hemos recorrido numerosas páginas de la Escritura, descubriendo en ellas perspectivas nuevas y fascinantes, hasta la última de esta mañana sobre el profeta Jonás, el cual lleva consigo, indirectamente, el anuncio de la Pascua. Hemos escuchado, asimismo, ejemplos y testimonios de nuestro tiempo, que nos han fortalecido en la decisión de abandonarnos con confianza en los brazos de Dios, cuya misericordia "se extiende de generación en generación".
Oportunamente, ha centrado nuestra atención en la Virgen, indicándola como la criatura más fiel, por ser la más humilde. En la Virgen de Nazaret la experiencia de Dios llegó a su cumbre: gracias a su fiat a la voluntad divina. A María santísima encomendamos los frutos de estos ejercicios espirituales.
Quisiera también dar las gracias a quienes nos han ayudado durante estos días, organizando la liturgia, los cantos y los encuentros en esta capilla Redemptoris Mater, cuyos mosaicos nos hacen sentir muy cerca de nuestros hermanos orientales en la oración.
Por último, a través de usted, venerado hermano, quisiera expresar mi gratitud a todos los que nos han acompañado durante estos días con su oración. Sepan que el Papa les está agradecido por este apoyo espiritual, y los bendice de corazón.
3. Volvemos ahora a nuestro trabajo habitual, recomenzando, como nos ha exhortado monseñor Comastri, desde la "buena nueva": Dios es amor. Sostenidos por la fuerza del Espíritu Santo, que se nos ha dado abundantemente en la predicación, en la oración y en la adoración eucarística, queremos seguir siendo testigos de Cristo en nuestro mundo, que tanto necesita la "buena nueva" del amor de Dios.
¡Gracias a todos y buen trabajo!