Jueves 16 de octubre de 2003
Señores cardenales; venerados hermanos en el episcopado:
1. Con profunda alegría firmo y entrego a toda la Iglesia e, idealmente, a cada uno de sus obispos la exhortación apostólica postsinodal Pastores gregis. La redacté recogiendo las diversas aportaciones ofrecidas por los padres de la X Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, que tuvo por tema: "El obispo, ministro del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo".
Dirijo mi saludo cordial y fraterno a los señores cardenales, con un grato y especial pensamiento para el cardenal Jan Pieter Schotte, secretario general del Sínodo de los obispos. Saludo asimismo a los patriarcas, a los presidentes de las Conferencias episcopales y a los arzobispos y obispos presentes. Que a través de vosotros, venerados hermanos, la expresión de mi afecto llegue a todo el Colegio episcopal. En él se reflejan la universalidad y la unidad del pueblo de Dios peregrino en el mundo (cf. Lumen gentium, 22). Extiendo mi saludo a los componentes de todas las Iglesias particulares: presbíteros, diáconos, personas consagradas y fieles laicos. Aseguro a cada uno mi cercanía espiritual.
2. Los padres sinodales han destacado la gran importancia del servicio episcopal para la vida del pueblo de Dios. Han considerado ampliamente la naturaleza colegial del episcopado; han subrayado cómo las funciones de enseñar, santificar y gobernar deben ejercerse en la comunión jerárquica y unión fraterna con la Cabeza y con los demás miembros del Colegio episcopal.
La figura evangélica del buen Pastor ha sido el icono al que los trabajos sinodales han hecho constante referencia. La Asamblea sinodal indicó de modo concreto cuál debe ser el espíritu con el que el obispo está llamado a desempeñar en la Iglesia su servicio: conocimiento de la grey, amor a todos y atención a cada persona, misericordia y búsqueda de la oveja perdida. Estas son algunas de las características que distinguen el ministerio del obispo. Él está llamado a ser padre, maestro, amigo y hermano de cada hombre, siguiendo el ejemplo de Cristo. Recorriendo fielmente este camino, podrá llegar a la santidad, una santidad que deberá crecer no junto al ministerio, sino a través del ministerio mismo.
3. Como heraldo de la palabra divina, maestro y doctor de la fe, el obispo tiene el deber de enseñar con sencillez apostólica la fe cristiana, volviéndola a proponer de modo auténtico.
En cuanto "administrador de la gracia del sumo sacerdocio" (Lumen gentium, 26), cuidará de que las celebraciones litúrgicas sean epifanía del misterio, es decir, expresión de la genuina naturaleza de la Iglesia, que activamente rinde culto a Dios, por Cristo, en el Espíritu Santo.
Como guía del pueblo cristiano, con una potestad pastoral y ministerial, el obispo deberá preocuparse por promover la participación de todos los fieles en la edificación de la Iglesia. Cumplirá esta obligación específica con la responsabilidad personal que deriva de su misión al servicio de toda la comunidad.
Atento a las necesidades de la Iglesia y del mundo, afrontará los desafíos del momento actual. Será profeta de justicia y paz, defensor de los derechos de los pequeños y los marginados. Proclamará a todos el evangelio de la vida, de la verdad y del amor. Tendrá una mirada de predilección hacia la multitud de pobres que puebla la tierra.
Consciente del anhelo de Cristo "ut omnes unum sint" (Jn 1, 21), sostendrá ante todo el camino ecuménico, para que la Iglesia resplandezca entre los pueblos como estandarte de unidad y concordia. En la sociedad multiétnica del inicio de este tercer milenio, será también promotor del diálogo interreligioso.
4. Señores cardenales, venerados patriarcas y hermanos en el episcopado, al entregar la exhortación apostólica postsinodal Pastores gregis, soy plenamente consciente de la multiplicidad de las tareas que el Señor nos ha encomendado. El oficio al que hemos sido llamados es difícil e importante. ¿Dónde encontraremos la fuerza para cumplirlo según la voluntad de Cristo? Sin duda, sólo en él. Ser pastores de su grey es hoy particularmente fatigoso y exigente. Pero debemos tener confianza "contra spem in spem" (Rm 4, 18). Cristo camina con nosotros y nos sostiene con su gracia.
Que nos vivifique en la esperanza María santísima, quien, junto a los Apóstoles, esperó en oración unánime y perseverante al Espíritu Santo. Que interceda ante Dios para que el rostro luminoso de Cristo resplandezca siempre en la Iglesia.
Amadísimos hermanos en el episcopado, el Papa comparte las preocupaciones, las angustias, los sufrimientos, las esperanzas y las alegrías de vuestro ministerio. Está espiritualmente junto a cada uno de vosotros, a la vez que con afecto imparte a todos su bendición.