Su Gracia reverendísima Rowan Williams, arzobispo de Canterbury:
Me complace darle la bienvenida aquí, en su primera visita a la Sede apostólica como arzobispo de Canterbury. Usted continúa una tradición que comenzó precisamente antes del concilio Vaticano II con la visita del arzobispo Geoffrey Fisher, y es el cuarto arzobispo de Canterbury que he tenido el gusto de recibir durante mi pontificado. Conservo un vivo recuerdo de mi visita a Canterbury en 1982, y la conmovedora experiencia de orar ante la tumba de santo Tomás Becket juntamente con el arzobispo Robert Runcie.
Los cuatro siglos que han seguido a la triste división entre nosotros, durante los cuales ha habido pocos contactos -o ninguno- entre nuestros predecesores, ha dado paso a una serie de encuentros, llenos de gracia, entre el Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, y el Arzobispo de Canterbury. Esos encuentros han tratado de renovar los vínculos entre la Sede de Canterbury y la Sede apostólica, que tienen sus orígenes en el envío, por parte del Papa Gregorio Magno, de san Agustín, el primer arzobispo de Canterbury, a los reinos anglosajones a finales del siglo VI. En nuestros días, esos encuentros también han dado expresión a nuestra anticipación de la comunión plena que el Espíritu Santo desea para nosotros y nos pide.
A la vez que damos gracias por los progresos logrados hasta ahora, también debemos reconocer que han surgido nuevas y serias dificultades en el camino hacia la unidad. Estas dificultades no son todas de índole meramente disciplinaria; algunas afectan a cuestiones esenciales de fe y de moral. A la luz de esto, debemos reafirmar nuestro compromiso de escuchar con atención y honradez la voz de Cristo tal como nos viene del Evangelio y de la tradición apostólica de la Iglesia. Ante el creciente secularismo del mundo actual, la Iglesia debe asegurar que el depósito de la fe se anuncie en su integridad y se preserve de interpretaciones erróneas y equivocadas.
Cuando empezó nuestro diálogo teológico, nuestros predecesores el Papa Pablo VI y el arzobispo Michael Ramsey no podían conocer la ruta exacta o la duración del camino hacia la comunión plena, pero sabían que requeriría paciencia y perseverancia, y que vendría sólo como un don del Espíritu Santo. El diálogo que iniciaron debía "fundarse en los evangelios y en las antiguas tradiciones comunes"; debía asociarse a la promoción de una colaboración que pudiera "llevar a una mayor comprensión y a una caridad más profunda"; y se expresó la esperanza de que, con el progreso hacia la unidad, pudiera haber "un fortalecimiento de la paz en el mundo, una paz que sólo puede conceder Aquel que da "la paz que supera todo conocimiento"" (Declaración común, 1966).
Debemos perseverar construyendo sobre la obra ya realizada por la Comisión internacional anglicano-católica (ARCIC) y sobre las iniciativas de la Comisión conjunta para la unidad y la misión (IARCCUM), instituida recientemente. El mundo necesita el testimonio de nuestra unidad, arraigado en nuestro amor común y en la obediencia a Cristo y a su Evangelio. La fidelidad a Cristo nos apremia a seguir buscando la plena unidad visible y a encontrar modos apropiados de comprometernos, siempre que sea posible, en el testimonio y en la misión comunes.
Me anima el hecho de que haya deseado hacerme una visita ya al inicio de su ministerio como arzobispo de Canterbury. Compartimos el deseo de profundizar en nuestra comunión. Pido al Señor una renovada efusión del Espíritu Santo sobre usted y sobre sus seres queridos, sobre las personas que lo han acompañado aquí, y sobre todos los miembros de la Comunión anglicana. Que Dios lo proteja, que vele siempre sobre usted y que lo guíe en el ejercicio de sus elevadas responsabilidades. En esta fiesta de san Francisco de Asís, apóstol de paz y reconciliación, oremos juntos para que el Señor nos haga instrumentos de su paz. Donde hay ofensa, llevemos perdón; donde hay odio, sembremos amor; y donde hay desesperación, busquemos humildemente la unidad que infunde esperanza.