La Academia Pontificia de Ciencias Sociales, fundada por Juan Pablo II el día 1 de enero de 1994 con el fin de promover el estudio y el progreso de las ciencias sociales, económicas, políticas y jurídicas, y poder ofrecer de este modo a la Iglesia los elementos que le sirvan para profundizar y desarrollar su doctrina social, celebró su segunda sesión plenaria en el Vaticano del 20 al 23 de marzo. Tuvo por tema: "El futuro del trabajo y el trabajo en el futuro". El día 22, los miembros fueron recibidos por el Vicario de Cristo en la sala del Consistorio. Al comienzo del encuentro el prof. Edmond Malinvaud, presidente de esta institución, dirigió al Papa unas palabras, en las que expuso las actividades realizadas desde la fundación y le presentó las publicaciones llevadas a cabo. Su Santidad pronunció el discurso que ofrecemos a continuación, traducido del francés.
Señor presidente; señoras y señores académicos:
1. La segunda sesión plenaria de la Academia pontificia de ciencias sociales, con la que inauguran el trabajo normal de la institución después de un primer período de organización, me brinda la oportunidad de expresarles toda mi gratitud. Mi agradecimiento se dirige, ante todo, a usted, señor presidente, por sus amables palabras. Quiero manifestarle mi estima, por su esfuerzo en aplicar un método de trabajo riguroso y una colaboración intensa entre los miembros de la Academia, para favorecer una investigación fecunda. Dirijo mi saludo cordial a todos los miembros de esta nueva institución; les doy las gracias por haber aceptado analizar, con competencia y gran disponibilidad intelectual, las realidades sociales modernas, para ayudar a la Iglesia a cumplir su misión entre nuestros contemporáneos.
El empleo, preocupación constante de la Iglesia
2. Constatando el rápido aumento de las desigualdades sociales entre el norte y el sur, entre los países industrializados y los países en vías de desarrollo, pero también dentro de las mismas naciones generalmente consideradas ricas, han elegido ustedes, como primer tema de reflexión, el del empleo. Esta opción es particularmente oportuna en la sociedad contemporánea, en la que las transformaciones políticas, económicas y sociales exigen una nueva repartición del trabajo. Aprecio esta elección, que responde a una inquietud constante de la Iglesia; como recordé en la encíclica Laborem exercens, mediante el trabajo el hombre "no sólo transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que también se realiza a sí mismo como hombre, es más, en cierto sentido 'se hace más hombre' " (n. 9). Esta preocupación fue uno de puntos clave de la encíclica Rerum novarun, en la que León XIII afirmó con fuerza que, en la vida económica, es primordial respetar la dignidad del hombre (cf. n. 32).
En su actividad, se preocupan ustedes por relacionar la doctrina social de la Iglesia con los aspectos científicos y técnicos. Manifiestan, así, la verdadera índole de la doctrina social, que no presenta propuestas concretas y no se confunde "con actitudes tácticas ni con el servicio a un sistema político" (Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 38). La Iglesia no pretende sustituir a las autoridades políticas ni a los responsables de la economía, para llevar a cabo acciones concretas que corresponden a su competencia o a su responsabilidad en la gestión del bien público. El Magisterio quiere recordar las condiciones de posibilidad, en el campo antropológico y ético, de una actividad social que debe poner en su centro al hombre y a la colectividad, para que cada persona se desarrolle plenamente. Ofrece "principios de reflexión", "criterios de juicio" y "directrices de acción", manifestando que la palabra de Dios se aplica "a la vida de los hombres y de la sociedad así como a las realidades terrenas, que con ellas se enlazan", (Sollicitudo rei socialis, 8).
Antropología cristiana
3. Así pues, se trata, ante todo, de una antropología que pertenece a la larga tradición cristiana, y que los científicos y los responsables de la sociedad han de poder acoger, porque "toda acción social implica una doctrina" (Pablo V1. Populorum progressio, 39). Esto no excluye la legítima pluralidad de las soluciones concretas, con tal que se respeten los valores fundamentales y la dignidad del hombre. El hombre de ciencia o el que tiene una responsabilidad en la vida pública no puede fundar su acción únicamente en principios tomados de las ciencias positivas, que hacen abstracción de la persona humana, pero consideran las estructuras y los mecanismos sociales. Estas ciencias no pueden dar razón del ser espiritual del hombre, de su deseo profundo de felicidad y de su devenir sobrenatural, rebasando los aspectos biológicos y sociales de la existencia. Limitarse a esta actitud, legítima como método epistemológico, significaría tratar al hombre como un instrumento de producción (Pío XI, Quadragesimo anno). Todo lo que se refiere al Bien, a los valores y a la conciencia transciende la actividad científica y atañe a la vida espiritual, la libertad y la responsabilidad de las personas que, por su misma naturaleza, tienden a buscar el bien.
Por eso, la prosperidad y el crecimiento sociales no pueden alcanzarse en detrimento de las personas y los pueblos. Si el liberalismo o cualquier otro sistema económico privilegia sólo a los que poseen capitales y hace del trabajo sólo un instrumento de producción, se transforma en fuente de graves injusticias. La competencia legítima, que estimula la vida económica, no debe ir contra el derecho fundamental de todo hombre a tener un trabajo que le permita vivir con su familia. Pues, ¿cómo puede considerarse rica una sociedad si, en su seno, numerosas personas carecen de lo necesario para vivir? Mientras la pobreza hiera y desfigure a un ser humano, en cierta manera, toda la sociedad quedará herida.
Los tres grandes valores morales del trabajo
4. Por lo que concierne al trabajo, todo sistema económico debe tener como primer principio el respeto al hombre y a su dignidad. "La finalidad del trabajó [...] es siempre el hombre mismo" (Laborem exercens, 6). A quienes, por cualquier razón, proporcionan empleo, conviene recordarles los tres grandes valores morales del trabajo. Ante todo, el trabajo es el medio principal para ejercer una actividad específicamente humana. Es una "dimensión fundamental de la existencia humana, de la que la vida del hombre está hecha cada día, de la que deriva la propia dignidad especifica" (Laborem exercens, I, 1). Es también, para toda persona, el medio normal de satisfacer sus necesidades materiales y las de sus hermanos que están bajo su responsabilidad. Pero el trabajo tiene, además, una función social. Es un testimonio de la solidaridad entre todos los hombres; cada uno está llamado a aportar su contribución a la vida común, y ningún miembro de la sociedad debería quedar excluido o marginado del mundo del trabajo. Porque la exclusión de los sistemas de producción implica, casi inevitablemente, una exclusión social más amplia, que va acompañada, en particular, de fenómenos de violencia y de fracturas familiares.
En la sociedad contemporánea, donde el individualismo es cada vez más fuerte, es importante que los hombres tomen conciencia de que su acción personal, incluso la más humilde y discreta, sobre todo en el mundo del trabajo, es un servicio a sus hermanos en la humanidad y una contribución al bienestar de la comunidad entera. Esta responsabilidad brota de un deber de justicia. En efecto, cada uno recibe mucho de la sociedad, y debe poder dar, a su vez, en función de sus talentos.
El progreso debe estar al servicio del hombre
5. La falta de trabajo, el desempleo y el subempleo llevan a muchos de nuestros contemporáneos, tanto en las sociedades industriales como en las sociedades de economía tradicional, a dudar del sentido de su existencia y a perder la esperanza en el futuro. Conviene reconocer que, para que el progreso esté verdaderamente al servicio del hombre, es necesario que todos los hombres se inserten orgánicamente en los procesos de producción o de servicio al cuerpo social, a fin de ser sus protagonistas y compartir sus frutos. Esto es particularmente importante para los jóvenes que aspiran, con razón, a ganarse la vida, insertarse en el entramado social y formar una familia. ¿Cómo pueden confiar en sí mismos y ser reconocidos por los demás, si no se les dan los medios para insertarse en los circuitos profesionales? En los períodos en los que ya no es posible el empleo a tiempo completo, el Estado y las empresas tienen el deber de realizar una repartición mejor de las tareas entre todos los trabajadores. Las instituciones profesionales y los trabajadores mismos, para el bien de todos, han de saber aceptar esta repartición y, tal vez, una pérdida relativa de las ventajas logradas. Se trata de un principio de justicia humana y de moral social, así como de caridad cristiana. Nadie puede razonar con una perspectiva puramente individualista o con un espíritu corporativo demasiado marcado; cada uno está invitado a tener en cuenta al conjunto de sus hermanos. Por lo tanto, conviene educar a nuestros contemporáneos, para que tomen conciencia del carácter limitado del crecimiento económico, a fin de no caer en la perspectiva errónea e ilusoria que parece ofrecer el mito del progreso permanente.
Repartición demográfica del trabajo
6. Han deseado ustedes ampliar su investigación a las consecuencias políticas y demográficas del trabajo. Las consideraciones sobre la situación internacional serán una contribución valiosa para poner de manifiesto los numerosos factores vinculados al desarrollo económico. Ante la universalización de los problemas, aprecio su esfuerzo por proponer un camino que tenga en cuenta. ante todo, la repartición demográfica del trabajo, y la situación de los países en vías de desarrollo, a los que no se puede ignorar en la elección de las estrategias internacionales; ante las dificultades que encuentran en sus lentas transiciones políticas y económicas, no se puede menos que ser solidarios.
Buscar un futuro más solidario y fraterno
7. Señoras y señores académicos, con ocasión de esta segunda sesión plenaria, quiero renovarles mi confianza y mi estima. La Iglesia cuenta con ustedes para que la iluminen en los campos donde se hacen sentir cada vez más la urgencia y la necesidad de decisiones que abran un futuro más solidario y fraterno en el seno de las naciones y entre todos los pueblos de la tierra. Al expresarles mis mejores deseos para sus trabajos invoco sobre ustedes la asistencia del Espíritu de verdad y las bendiciones del Señor.
L'Osservatore Romano, edición en lengua española Nº 14
5 de abril de 1996
p. 12 (200).