1. El Salmo 84 que acabamos de proclamar es un canto gozoso y lleno de esperanza en el futuro de la salvación. Refleja el momento entusiasmante del regreso de Israel del exilio de Babilonia en la tierra de los padres. La vida nacional vuelve a comenzar en aquel amado hogar, que había sido destruido en la conquista de Jerusalén por parte de los ejércitos del rey Nabucodonosor, en el año 596 a.c.
De hecho, en el original hebreo del Salmo, se siente resonar repetidamente el verbo «shûb», que indica el regreso de los deportados, pero significa también el «regreso» espiritual, es decir, la «conversión». El renacimiento, por tanto, no afecta sólo a la nación, sino también a la comunidad de los fieles, que habían sentido el exilio como un castigo por los pecados cometidos y que veían ahora la repatriación y la nueva libertad como una bendición divina por la conversión que habían experimentado.
2. Puede seguirse el salmo en su desarrollo según dos etapas fundamentales. La primera, salpicada por el tema del «regreso» con todos los significados que mencionábamos. Se celebra, ante todo, el regreso físico de Israel: «Señor..., has restaurado la suerte de Jacob» (versículo 2); «restáuranos, Dios Salvador nuestro...; ¿No vas a devolvernos la vida? (versículos 5, 7). Este es un precioso don de Dios, que se preocupa de liberar a sus hijos de la opresión y se empeña por su prosperidad. Él, de hecho, «ama a todos los seres..., Mas tú con todas las cosas eres indulgente, porque son tuyas, Señor que amas la vida» (Cf. Sabiduría 11, 24.26).
Junto a este «regreso», que concretamente unifica a los dispersos, hay otro «regreso» más interior y espiritual. El Salmista le da amplio espacio, atribuyéndole una particular importancia, que es válida no sólo para el antiguo Israel, sino también para los fieles de todos los tiempos.
3. En este «regreso» el Señor actúa eficazmente, revelando su amor a la hora de perdonar la iniquidad de su pueblo, de cancelar todos su pecados, de deponer todo su desaire y de poner fin a su ira (Cf. Salmo 84,3-4).
Precisamente la liberación del mal, el perdón de las culpas, la purificación de los pecados, crean el nuevo pueblo de Dios. Esto ha sido expresado a través de una invocación que ha entrado también en la liturgia cristiana: «Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación» (versículo 8).
Pero a este «regreso» de Dios que perdona le debe corresponder el «regreso», es decir, la conversión del hombre que se arrepiente. De hecho, el Salmo declara que la paz y la salvación son ofrecidas «a los que se convierten de corazón» (versículo 9). Quien se pone decididamente en el camino de la santidad, recibe los dones de la alegría, de la libertad y de la paz. Es sabido que con frecuencia los términos bíblicos sobre el pecado evocan un error en el camino, un fracaso a la hora de llegar a la meta, una desviación del recorrido recto. La conversión es precisamente un «regreso» al camino derecho que lleva a la casa del Padre, quien nos espera para abrazarnos, perdonarnos, y hacernos felices (Cf. Lucas 15,11-32).
4. Llegamos así a la segunda parte del Salmo (Cf. Salmo 84,10-14), tan querida por la tradición cristiana. Se describe un mundo nuevo, en el que el amor de Dios y su fidelidad, como si fueran personas, se abrazan; del mismo modo también la justicia y la paz se besan al encontrarse. La verdad germina en una nueva primavera y la justicia, que para la Biblia es también salvación y santidad, se asoma desde el cielo para comenzar su camino en medio de la humanidad. Todas las virtudes antes expulsadas de la tierra a causa del pecado vuelven a entrar ahora en la historia y, al cruzarse, dibujan el mapa de un mundo de paz. Misericordia, verdad, justicia y paz se convierten como en los cuatro puntos cardinales de esta geografía del espíritu. Isaías canta también: «Destilad, cielos, como rocío de lo alto, derramad, nubes, la victoria. Ábrase la tierra y produzca salvación, y germine juntamente la justicia. Yo, el Señor, lo he creado» (Isaías 45,8).
5. Las palabras del salmista, fueron leídas ya en el siglo II por san Ireneo de Lyón como el anunció de la «gestación de Cristo por la Virgen» («Adversus haereses», III, 5, 1). La venida de Cristo es, de hecho, el manantial de la misericordia, el retoño de la verdad, el florecimiento de la justicia, el esplendor de la paz.
Por este motivo, el salmo, sobre todo en su parte final, es releído en clave navideña por la tradición cristiana. Así lo interpreta san Agustín, en su discurso de Navidad. Dejemos que concluya él nuestra reflexión: «"La verdad ha surgido de la tierra": Cristo dice: "Yo soy la verdad" (Juan 14, 6) ha nacido de una Virgen. "Y la justicia se ha asomado desde el cielo": quien cree en Él que ha nacido no se justifica por sí mismo, sino que es justificado por Dios. "La verdad ha surgido de la tierra": porque "el Verbo se ha hecho carne" (Juan 1,14). "Y la justicia se ha asomado desde el cielo": porque "toda gracia excelente y todo don perfecto descienden de lo alto" (Santiago 1,17). "La verdad ha surgido de la tierra", es decir, ha tomado cuerpo de María. "Y la justicia se ha asomado desde el cielo": porque "el hombre no puede recibir nada si no le viene dado del cielo" Juan 3, 27)» («Discursos» --«Discorsi»--, IV/l, Roma 1984, p. 11).
Audiencia del miércoles 25 de setiembre de 2002