1. El Salmo 148, que se acaba de elevar a Dios, constituye un auténtico «cántico de las criaturas», una especie de «Tedeum» del Antiguo Testamento, un aleluya cósmico que involucra todo y a todos en la alabanza divina.
Así lo comenta un exégeta contemporáneo: «El salmista, al llamarlos por su nombre, pone en orden los seres: en lo más alto del cielo, dos astros según los tiempos, y aparte las estrellas; a un lado los árboles frutales, al otro los cedros; a otro nivel los reptiles y los pájaros; aquí los príncipes y allá los pueblos; en dos filas, quizá dándose la mano, jóvenes y muchachas Dios los ha creado dándoles un lugar y una función; el hombre los acoge, dándoles un lugar en el lenguaje; y así los presenta en la celebración litúrgica. El hombre es el "pastor del ser" o el liturgista de la creación» (Luis Alonso Schökel, «Treinta Salmos: Poesía y Oración» --«Trenta salmi: poesia e preghiera»--, Bolonia 1982, página 499).
Unámonos también nosotros a este coro universal que resuena en el ábside del cielo y que tiene por templo todo el cosmos. Dejémonos conquistar por la respiración de la alabanza que todas las criaturas elevan a su Creador.
2. En el cielo, nos encontramos con los cantores del universo estelar: los astros más lejanos, los ejércitos de los ángeles, el sol y la luna, las estrellas lucientes, los «espacios celestes» (Cf. versículo 4), las aguas superiores que el hombre de la Biblia imagina conservadas en recipientes antes de caer como lluvia sobre la tierra.
El aleluya, es decir, la invitación a «alabar al Señor», se deja oír al menos ocho veces y tiene como meta el orden y la armonía de los seres celestes: «Les dio consistencia perpetua y una ley que no pasará» (v. 6).
La mirada se dirige, después, al horizonte terrestre, donde aparece una procesión de cantores, al menos veintidós, es decir, una especie de alfabeto de alabanza, diseminado sobre nuestro planeta. Se presentan entonces los monstruos marinos y los abismos, símbolos del caos de las aguas sobre el que se cimienta la tierra (Cf. Salmo 23, 2) según la concepción cosmológica de los antiguos semitas.
El padre de la Iglesia san Basilio observaba: «Ni siquiera el abismo fue considerado como despreciable por el salmista, que lo ha colocado en el coro general de la creación, es más, con su lenguaje particular completa también de manera armoniosa el himno al Creador» («Homiliae in hexaemeron», III, 9: PG 29,75).
3. La procesión continúa con las criaturas de la atmósfera: los rayos, el granizo, la nieve, la niebla y el viento tempestuoso, considerado como un veloz mensajero de Dios (Cf. Salmo 148, 8).
Aparecen después los montes y las colinas, vistos como las criaturas más antiguas de la tierra (Cf. versículo 9a). El reino vegetal es representado por los árboles frutales y por los cedros (Cf. versículo 9b). El mundo animal, por el contrario, es personificado por las fieras, los animales domésticos, los reptiles y los pájaros (Cf. v. 10).
Por último, aparece el hombre, que preside la liturgia de la creación. Está representado según todas las edades y distinciones: niños, jóvenes y ancianos, príncipes, reyes y pueblos del orbe (Cf. versículos 11-12).
4. Dejemos ahora a san Juan Crisóstomo la tarea de echar una mirada de conjunto sobre este inmenso coro. Lo hace con palabras que hacen referencia también al Cántico de los tres jóvenes en el horno ardiente, que meditamos en la pasada catequesis.
El gran Padre de la Iglesia y Patriarca de Constantinopla afirma: «Por su gran rectitud de espíritu los santos, cuando van a dar gracias a Dios, tienen la costumbre de convocar a muchos para que participen en su alabanza, exhortándoles a participar junto a ellos en esta bella liturgia. Es lo que hicieron también los tres muchachos en el horno, cuando exhortaron a toda la creación a alabar por el beneficio recibido y a cantar himnos a Dios (Cf. Daniel 3). Este Salmo hace lo mismo al convocar a las dos partes del mundo, la que está arriba y la que está abajo, la sensible y la inteligente. Isaías hizo lo mismo, cuando dijo: "¡Aclamad, cielos, y exulta, tierra! Prorrumpan los montes en gritos de alegría, pues el Señor ha consolado a su pueblo, y de sus pobres se ha compadecido" (Isaías 49,13). El Salterio vuelve a expresarse así: «Cuando Israel salió de Egipto, la casa de Jacob de un pueblo bárbaro..., los montes brincaron igual que carneros, las colinas como corderillos» (Salmo 113, 1.4). E Isaías, en otro pasaje, afirma: «Derramad, nubes, la victoria. Ábrase la tierra y produzca salvación, y germine juntamente la justicia» (Isaías 45, 8). De hecho, los santos, considerando que no se bastan para alabar al Señor, se dirigen a todas partes involucrando a todos en un himno común» («Expositio in psalmum», CXLVIII: PG 55, 484-485).
5. De este modo, nosotros también somos invitados a asociarnos a este inmenso coro, convirtiéndonos en voz explícita de toda criatura y alabando a Dios en las dos dimensiones fundamentales de su misterio. Por un lado tenemos que adorar su grandeza trascendente, porque «sólo su nombre es sublime; su majestad resplandece sobre el cielo y la tierra», como dice nuestro Salmo (versículo 13). Por otro lado, reconocemos su bondad condescendiente, pues Dios está cerca de sus criaturas y sale especialmente en ayuda de su pueblo: «él acrece el vigor de su pueblo..., su pueblo escogido» (versículo 14), como sigue diciendo el Salmista.
Frente al Creador omnipotente y misericordioso, acojamos, entonces, la invitación de san Agustín a alabarle, ensalzarle y festejarle a través de sus obras: «Cuando observas estas criaturas, te regocijas, y te elevas al Artífice de todo y a partir de lo creado, gracias a la inteligencia, contemplas sus atributos invisibles, entonces se eleva una confesión sobre la tierra y en el cielo... Si las criaturas son bellas, ¿cuánto más bello será el Creador? » («Exposiciones sobre los Salmos», --«Esposizioni sui Salmi»--, IV, Roma 1977, pp. 887-889).
Audiencia del Miércoles 17 de julio del 2002