1. En estos días de la octava de Pascua es grande el júbilo de la Iglesia por la resurrección de Cristo. Después de sufrir la pasión y la muerte en cruz, ahora vive para siempre, y la muerte ya no tiene ningún poder sobre él.
La comunidad de los fieles, en todas las partes del mundo, eleva al cielo un cántico de alabanza y acción de gracias a Aquel que ha librado al hombre de la esclavitud del mal y del pecado mediante la redención realizada por el Verbo encarnado. Es lo que expresa el Salmo 135 que se acaba de proclamar y que constituye un espléndido himno a la bondad del Señor. El amor misericordioso de Dios se revela de forma plena y definitiva en el Misterio pascual.
2. Después de su resurrección, el Señor se apareció en repetidas ocasiones a los discípulos y se encontró muchas veces con ellos. Los evangelistas refieren varios episodios, que ponen de manifiesto el asombro y la alegría de los testigos de acontecimientos tan prodigiosos. San Juan, en particular, destaca las primeras palabras dirigidas por el Maestro resucitado a los discípulos.
«¡Paz a vosotros!», dice al entrar en el Cenáculo, y repite tres veces este saludo (cf. Jn 20, 19. 21. 26). Podemos decir que la expresión: «¡Paz a vosotros!», en hebreo «shalom», contiene y sintetiza, en cierto modo, todo el mensaje pascual. La paz es el don que el Señor resucitado ofrece a los hombres, y es el fruto de la vida nueva inaugurada por su resurrección.
Por lo tanto, la paz se identifica como «novedad» introducida en la historia por la Pascua de Cristo. Nace de una profunda renovación del corazón del hombre. Así pues, no es el resultado de esfuerzos humanos, ni se puede conseguir sólo gracias a acuerdos entre personas e instituciones. Más bien, es un don que hay que acoger con generosidad, conservar con esmero y hacer fructificar con madurez y responsabilidad. Por más complicadas que sean las situaciones y por más fuertes que sean las tensiones y los conflictos, nada puede resistir a la eficaz renovación traída por Cristo resucitado. Él es nuestra paz. Como leemos en la carta de san Pablo a los Efesios, él con su cruz derribó la enemistad «haciendo las paces, para crear, en él, un solo hombre nuevo» (Ef 2, 15).
3. La octava de Pascua, impregnada de luz y alegría, se concluirá el domingo próximo con el «domingo in Albis», llamado también «domingo de la “Misericordia divina”». La Pascua es manifestación perfecta de esta misericordia de Dios, «que se compadece de sus siervos» (Sal 135, 14).
Con la muerte en cruz, Cristo nos ha reconciliado con Dios y ha puesto en el mundo las bases de una convivencia fraterna de todos. En Cristo el ser humano frágil, y que anhela la felicidad, ha sido rescatado de la esclavitud del maligno y de la muerte, que engendra tristeza y dolor. La sangre del Redentor ha lavado nuestros pecados. Así hemos experimentado la fuerza renovadora de su perdón. La misericordia divina abre el corazón al perdón de los hermanos, y con el perdón ofrecido y recibido es como se construye la paz en las familias y en todos los demás ambientes de vida.
Renuevo de buen grado mi más cordial felicitación pascual a todos vosotros, a la vez que os encomiendo, juntamente con vuestras familias y vuestras comunidades, a la protección celestial de María, Madre de la Misericordia y Reina de la paz.
Audiencia del Miércoles 23 de abril del 2003