1. El Salmo 107, que nos acaban de recitar, forma parte de la secuencia de los Salmos de la Liturgia de los Laudes, objeto de nuestras catequesis. Presenta una característica sorprendente a primera vista. La composición está formada por la fusión de dos fragmentos de Salmos preexistentes, uno tomado del Salmo 56 (versículos 8-12) y el otro del Salmo 59 (versículos 7-14). El primer fragmento tiene el tono de un himno, el segundo tiene el carácter de una súplica pero contiene un oráculo divino que infunde en el que ora serenidad y confianza. Esta fusión da origen a una nueva oración y este hecho se convierte en un ejemplo para nosotros. En realidad, la liturgia cristiana también funde con frecuencia pasajes bíblicos diferentes transformándolos en un nuevo texto, destinado a iluminar situaciones inéditas. Permanece, sin embargo, el nexo con la base original. De hecho, el Salmo 107 (aunque no es el único, basta pensar por ejemplo en otro testimonio, el Salmo 143) muestra cómo Israel, en el Antiguo Testamento, volvía a utilizar y actualizaba la Palabra de Dios revelada.
2. El Salmo que resulta de esta combinación es, por tanto, algo más que una simple suma o yuxtaposición de dos pasajes preexistentes. En vez de comenzar con una humilde súplica, como el Salmo 56, «Misericordia, Dios mío, misericordia» (versículo 2), el nuevo Salmo comienza con un anuncio decidido de alabanza a Dios: «Dios mío, mi corazón está firme, para ti cantaré» (Salmo 107, 2). Esta alabanza toma el lugar del lamento que conformaba el inicio del otro Salmo (Cf. 59, 1-6), y se convierte así en la base del oráculo divino sucesivo (Salmo 59, 8-10 = Salmo 107,8-10) y de la súplica que lo circunda (Salmo 59,7.11-14 = Salmo 107, 7. 11-14).
Esperanza y pesadilla se funden y se convierten en materia de la nueva oración, totalmente orientada a sembrar confianza en el tiempo de la prueba vivida por toda la comunidad.
3. El Salmo se abre, por tanto, con un himno gozoso de alabanza. Es un canto matutino acompañado por el arpa y la cítara (Cf. Salmo 107,3). El mensaje es claro y está centrado en la «bondad» y en la «fidelidad» divina (Cf. versículo 5): en hebreo «hésed» y «emèt», son términos típicos para definir la fidelidad amorosa del Señor hacia la alianza con su pueblo. En virtud de esta fidelidad, el pueblo está seguro de que no será abandonado nunca por Dios en el abismo de la nada o de la desesperación.
La relectura cristiana interpreta este Salmo de manera particularmente sugerente. En el versículo 6, el Salmista celebra la gloria trascendente de Dios: «Elévate sobre el cielo (es decir, «sé exaltado»), Dios mío, y llene la tierra tu gloria». Al comentar este Salmo, Orígenes, el célebre escritor cristiano del siglo III, hace referencia a la frase de Jesús: «Cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Juan 12, 32), aludiendo a la crucifixión. Ésta tiene como resultado la afirmación del versículo sucesivo: «para que se salven tus predilectos» (Salmo 107, 7). Entonces, Orígenes concluye: «¡Qué significado tan estupendo! El motivo por el que el Señor es crucificado y exaltado consiste en que sus amados sean liberados... Lo que hemos pedido se ha cumplido: Él ha sido exaltado y nosotros hemos sido liberados» (Orígenes-Jerónimo, «74 homilías sobre el libro de los Salmos» --«74 omelie sul libro dei Salmi»--, Milán 1993, p. 367).
4. Pasemos ahora a la segunda parte del Salmo 107, cita parcial del Salmo 59, como decíamos. En la angustia de Israel, que siente que Dios está ausente y distante («tú, oh Dios, nos has rechazado», versículo 12), se eleva la voz del oráculo del Señor que resuena en el templo (Cf. versículos 8-10). En esta revelación, Dios se presenta como Árbitro y Señor de toda la tierra santa, desde la ciudad de Siquén hasta el valle transjordánico de Sucot, desde las regiones orientales de Galaad y Manasés, pasando por las centro-meridionales de Efraín y Judá, hasta llegar también a los territorios vasallos pero extranjeros de Moab, Edom y Filistea.
Con imágenes coloridas de tono militar o de carácter jurídico se proclama el señorío divino sobre la tierra prometida. Si el Señor reina, no hay que tener miedo: no nos sacuden las fuerzas oscuras del hado o del caos. En todo momento, incluso en los momentos tenebrosos, siempre hay un proyecto superior que rige la historia.
5. Esta fe enciende la llama de la esperanza. Dios indicará de todos modos una salida, es decir, una «ciudad fortificada» colocada en la región de Edom. Esto quiere decir que, a pesar de la prueba y del silencio, Dios volverá a revelarse, a sostener y guiar a su pueblo. Sólo de Él puede venir la ayuda decisiva y no de las alianzas militares externas, es decir, de la fuerza de las armas (Cf. versículo 13). Sólo con él se alcanzará la libertad y se harán «proezas» (Cf. versículo 14).
Con san Jerónimo recordamos la última lección del Salmista, interpretada en clave cristiana: «Nadie debe desesperarse por esta vida. Tienes a Cristo y, ¿tienes miedo? Él será nuestra fuerza, Él será nuestro pan, Él será nuestro guía» («Breviarium in Psalmos», Ps. CVII: PL 26,1224).
Audiencia del Miércoles 28 de mayo del 2003