Catequesis del Papa Juan Pablo II:
Cántico del Libro de Éxodo
1. Este himno de victoria (cf. Éxodo 15,1-18), propuesto por las Laudes del sábado de la primera semana, nos hace remontar a un momento clave de la historia de la salvación: el acontecimiento del Éxodo, cuando Israel fue salvado por Dios en una situación humanamente desesperada. Conocemos lo sucedido: tras la larga esclavitud en Egipto, en camino ya hacia la tierra prometida, los judíos fueron alcanzados por el ejército del faraón y en caso de que el Señor no hubiera intervenido con su mano poderosa ya nada parecía librarles de la aniquilación. El himno se detiene en la descripción de la arrogancia de los designios del enemigo armados: «Los perseguiré y alcanzaré, repartiré el botín» (Éxodo 15, 9).
Pero, ¿qué puede hacer el ejercito más grande contra la omnipotencia divina? Dios ordena al mar abrir un paso para el pueblo agredido y cerrarlo cuando pasan los agresores: «Sopló tu aliento, y los cubrió el mar, se hundieron como plomo en las aguas formidables» (Éxodo 15, 10). Son imágenes fuertes, que quieren describir la grandeza de Dios y la sorpresa de un pueblo que casi no cree a sus ojos y se une en un canto conmovido: «Mi fuerza y mi poder es el Señor, Él fue mi salvación. Él es mi Dios: yo lo alabaré; el Dios de mis padres: yo lo ensalzaré» (Éxodo 15, 2).
2. El Cántico no habla sólo de la liberación; indica también su objetivo: la entrada en la morada de Dios para vivir en comunión con Él: «guiaste con misericordia tu pueblo rescatado,
los llevaste con tu poder hasta tu santa morada» (Éxodo 15, 13). Entendido de este modo, este acontecimiento no sólo se convirtió en base de la alianza entre Dios y su pueblo, sino también en el «símbolo» de toda la historia de la salvación. En muchas otras ocasiones, Israel experimentará situaciones análogas, y el Éxodo cobrará nueva actualidad. De manera particular, aquel acontecimiento prefigura la gran liberación que realizará Cristo con su muerte y resurrección. Por este motivo, nuestro himno resuena de manera especial en la liturgia de la Vigilia pascual para ilustrar con la intensidad de sus imágenes lo que se realizó en Cristo. En él hemos sido salvados, pero no de un opresor humano, sino de la esclavitud de Satanás y del pecado, que desde los orígenes pesa sobre el destino de la humanidad. Con él la humanidad vuelve a emprender el camino por la senda que conduce a la casa del Padre.
3. Esta liberación, ya realizada en el misterio y presente en el Bautismo, como una semilla de vida destinada a crecer, alcanzará su plenitud al final de los tiempos, cuando Cristo vuelva glorioso y «entregue el Reino a Dios Padre» (1Corintios 15, 24). La Liturgia de las Horas nos invita precisamente a mirar hacia este horizonte final, escatológico, al introducir nuestro Cántico con una cita del Apocalipsis: «Los que habían vencido a la Bestia... cantaban el cántico de Moisés, siervo de Dios» (Apocalipsis 15, 2.3).
Al final de los tiempos se realizará plenamente para todos los salvados lo que el acontecimiento del Éxodo prefiguraba y que realizó la Pascua de Cristo de manera definitiva y abierta al futuro. Nuestra salvación, de hecho, es real y profunda, pero se encuentra entre el «ya» y el «no todavía» de la condición terrena, como nos recuerda el apóstol Pablo: «En la esperanza hemos sido salvados» (Romanos 8, 24).
4. «Cantaré al Señor, sublime es su victoria» (Éxodo 15, 1). Al poner en nuestros labios estas palabras del antiguo himno, la Liturgia de las Laudes nos invita a enmarcar nuestra jornada en el gran horizonte de la historia de la salvación. Esta es la manera cristiana de percibir el paso del tiempo. No hay una fatalidad que nos oprime en el transcurrir de los días, sino un designio que se va esclareciendo, y que nuestros ojos tienen que aprender a leer con detenimiento.
Los Padres de la Iglesia eran particularmente sensibles a esta perspectiva histórico-salvífica, y por eso les gustaba leer los hechos más sobresalientes del Antiguo Testamento --desde el diluvio de tiempos de Noé hasta la llamada de Abraham, desde la liberación del Éxodo hasta el regreso de los judíos tras el exilio de Babilonia-- como «prefiguraciones» de acontecimientos futuros, reconociendo en aquellos hechos el valor de un «arquetipo»: en ellos se preanunciaron las características fundamentales que se repetirían, en cierto sentido, a través de todo el curso de la historia humana.
5. De hecho, los profetas ya habían releído los acontecimientos de la historia de la salvación, mostrando su sentido siempre actual y señalando su realización plena en el futuro. De este modo, meditando en el misterio de la alianza establecida por Dios con Israel, llegan a hablar de una «nueva alianza» (Jeremías 31, 31; cf. Ezequiel 36,26-27), en la que la ley de Dios se escribiría en el corazón mismo del hombre. No es difícil ver en esta profecía la nueva alianza establecida por la sangre de Cristo y realizada a través del don del Espíritu. Al recitar este himno de victoria del antiguo Éxodo a la luz del Éxodo pascual, los fieles pueden vivir la alegría de sentirse Iglesia peregrina en el tiempo hacia le Jerusalén celeste.
6. Se trata, por tanto, de contemplar con sorpresa siempre nueva lo que Dios dispuso para su Pueblo: «Lo introduces y lo plantas en el monte de tu heredad, lugar del que hiciste tu trono, Señor; santuario que fundaron tus manos» (Éxodo 15, 17). El himno de victoria no expresa el triunfo del hombre, sino el triunfo de Dios. No es un canto de guerra, sino un canto de amor.
Al dejar que nuestras jornadas sean invadidas por este escalofrío de alabanza de los antiguos judíos, caminamos por las sendas del mundo, llenas de insidias, riesgos y sufrimientos, con la certeza de estar acariciados por la mirada misericordiosa de Dios: nadie puede resistir a la potencia de su amor.
Audiencia del Miércoles 21 de noviembre 2001