Mi corazón se regocija
por el Señor, mi poder se exalta por Dios;
mi boca se ríe de mis enemigos, porque gozo con tu
salvación.
No hay santo como el Señor, no hay roca como nuestro
Dios.
No multipliquéis discursos altivos, no echéis
por la boca arrogancias,
porque el Señor es un Dios que sabe; él es
quién pesa las acciones.
Se rompen los arcos de los valientes,
mientras los cobardes se ciñen de valor;
los hartos se contratan por el pan,
mientras los hambrientos no tienen ya que trabajar;
la mujer estéril da a luz siete hijos,
mientras que la madre de muchos se marchita.
El Señor da la muerte y la vida, hunde en el abismo
y levanta;
da la pobreza y la riqueza, humilla y enaltece.
Él levanta del polvo al desvalido, alza de la basura
al pobre,
para hacer que se siente entre príncipes
y que herede un trono de gloria;
pues del Señor son los pilares de la tierra, y sobre
ellos afirmó el orbe.
El guarda los pasos de sus amigos,
mientras los malvados perecen en las tinieblas,
porque el hombre no triunfa por su fuerza.
El Señor desbarata a sus contrarios, el altísimo
truena desde el cielo,
el Señor juzga hasta el confín de la tierra.
Él da fuerza a su Rey, exalta el poder de su Ungido.
1
Samuel 2,1-10