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"La Eucaristía: fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia".
del 2 al 23 de octubre de 2005


SÍNODO DE LOS OBISPOS
XIª ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA

LA EUCARISTÍA:
FUENTE Y CUMBRE DE LA VIDA
Y DE LA MISIÓN DE LA IGLESIA

INSTRUMENTUM LABORIS

  • INTRODUCCIÓN
    Asamblea sinodal en el Año de la Eucaristía
    Instrumentum laboris y su uso

  • Capítulo I: HAMBRE DEL PAN DE DIOS

    Pan para el hombre en el mundo
    Algunos datos estadísticos esenciales
    Eucaristía en diferentes contextos de la Iglesia
    Eucaristía y sentido cristiano de la vida

    Capítulo II: EUCARISTÍA Y COMUNIÓN ECLESIAL

    Misterio eucarístico, expresión de unidad eclesial
    Relación entre Eucaristía e Iglesia, "Esposa de Cristo"
    Relación entre Eucaristía y otros sacramentos
    Estrecha relación entre Eucaristía y Penitencia
    Relación entre Eucaristía y fieles
    Sombras en la celebración de la Eucaristía
  • Parte II:
    FE DE LA IGLESIA EN EL MISTERIO DE LA EUCARISTÍA
    Capítulo I: EUCARISTÍA, DON DE DIOS PARA SU PUEBLO
    Eucaristía, misterio de la fe
    Eucaristía, nueva y eterna alianza
    Fe y celebración de la Eucaristía
    Fe personal y eclesial
    Percepción del misterio eucarístico entre los fieles
    Sentido de lo sagrado en la Eucaristía

    Capítulo II: MISTERIO PASCUAL Y EUCARISTÍA

    Centralidad del misterio pascual
    Nombres de la Eucaristía
    Sacrificio, memorial y convivio
    Consagración
    Presencia real
  • Parte III:
    LA EUCARISTÍA EN LA VIDA DE LA IGLESIA
    Capítulo I: CELEBRAR LA EUCARISTÍA DEL SEÑOR
    "Te damos gracias porque nos haces dignos de servirte en tu presencia"
    Ritos de introducción
    Liturgia de la Palabra
    Liturgia Eucarística
    Comunión
    Ritos de conclusión
    Ars celebrandi
    Palabra y Pan de vida
    Significado de las normas
    Urgencias pastorales
    Canto litúrgico
    Decoro del lugar sagrado

    Capítulo II: ADORAR EL MISTERIO DEL SEÑOR

    De la celebración a la adoración
    Actitudes de adoración
    En la espera del Señor
    Eucaristía dominical
  • Parte IV:
    LA EUCARISTÍA EN LA MISIÓN DE LA IGLESIA
    Capítulo I: ESPIRITUALIDAD EUCARÍSTICA
    Eucaristía, fuente de la moral cristiana
    Personas y comunidades eucarísticas
    María, mujer eucarística

    Capítulo II: EUCARISTÍA Y MISIÓN DE EVANGELIZACIÓN

    Actitud eucarística
    Implicaciones sociales de la Eucaristía
    Eucaristía e inculturación
    Eucaristía y Paz
    Eucaristía y unidad
    Eucaristía y ecumenismo
    Eucaristía e intercomunión
    Ite missa est


Prefacio

La Iglesia vive de la Eucaristía desde sus orígenes. En ella encuentra la razón de su existencia, la fuente inagotable de su santidad, la fuerza de la unidad y el vínculo de la comunión, el impulso de su vitalidad evangélica, el principio de su acción evangelizadora, el manantial de la caridad y la pujanza de la promoción humana, la anticipación de su gloria en el banquete eterno de las Bodas del Cordero (cf. Ap 19,7-9).

Entre las presencias de diverso grado del Señor resucitado en la Iglesia, un puesto absolutamente particular ocupa el sacramento de la Eucaristía, en el cual, por la gracia del Espíritu Santo y las palabras de la consagración, el pan y el vino se transforman en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo para la gloria y la alabanza de Dios Padre. Este inestimable don y gran misterio tuvo lugar en la Última Cena y, por explícito mandato del Señor Jesús: "haced esto en recuerdo mío" (Lc 22,19), ha sido trasmitido a nosotros por medio de los apóstoles y de sus sucesores. A este respecto, san Pablo en el relato del pan y del cáliz de la nueva Alianza, escribió: "Porque yo recibí del Señor lo que os he trasmitido" (1 Co 11,23). Se trata de una sagrada Tradición fielmente transferida de generación en generación hasta nuestros días.

El depósito de la fe eucarística, no obstante las diversas controversias doctrinales y disciplinares, ha llegado hasta nosotros, por la gracia de la divina Providencia, en su pureza original, en virtud sobre todo, de la doctrina de dos Concilios ecuménicos, el de Trento (1545-1563) y el Vaticano II (1962-1965). Una mejor comprensión del misterio eucarístico ha sido posible gracias a la notable contribución de varios Sumos Pontífices, entre los cuales deben ser recordados Pablo VI y Juan Pablo II, de feliz memoria, ambos empeñados en la aplicación, a nivel de la Iglesia universal, de las decisiones del Concilio Vaticano II. Durante el Pontificado de Juan Pablo II la Iglesia Católica se ha enriquecido con grandes documentos sobre el sacramento de la Eucaristía. Basta recordar el Catecismo de la Iglesia Católica, la encíclica Ecclesia de Eucharistia, la carta apostólica Mane nobiscum Domine. En esta perspectiva de actuación del Concilio Vaticano II y en fiel continuidad con la bimilenaria tradición de la Iglesia, desea mantener su Pontificado también el actual Santo Padre, Benedicto XVI, el cual ha anunciado ya en su primera alocución, dirigida a través del Colegio Cardenalicio a toda la Iglesia, que la Eucaristía constituye el centro permanente y la fuente del servicio petrino que le ha sido confiado.

Los mencionados documentos contienen una densa reflexión sobre el sacramento de la Eucaristía con significativas implicancias espirituales y pastorales. Verificar al alba del Tercer milenio del cristianismo en qué modo este rico patrimonio de la fe se aplica a la realidad de la Iglesia Católica, extendida en los cinco continentes, es una cuestión de sensibilidad pastoral, de responsabilidad episcopal y de visión profética.

Por lo tanto, no ha sido motivo de sorpresa la propuesta de las Conferencias Episcopales de todo el mundo y de otros organismos eclesiales consultados por la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, con el consenso del Consejo Ordinario, de someter a la aprobación del Santo Padre el tema de la Eucaristía para la XI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. Considerando la importancia del argumento, Su Santidad ha acogido con gusto esta sugerencia, definiendo el tema: La Eucaristía: fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia, así como también, el tiempo de la asamblea: desde el 2 al 23 de octubre de 2005. En la elección del tema, resulta evidente una alusión explícita a la enseñanza del Concilio Vaticano II sobre la Eucaristía, sobre todo a la Constitución dogmática Lumen Gentium (n. 11), retomada también por Ecclesia de Eucharistia (nn. 1 y 13). No se trata de una alusión casual, sino programática en vista de una renovación del entusiasmo del Concilio Vaticano II por verificar la aplicación de la enseñanza sobre el sacramento de la Eucaristía a la luz del ulterior Magisterio de la Iglesia.

Ayudada por los Miembros del Consejo Ordinario, la Secretaría General del Sínodo de los Obispos ha comenzado la preparación de la XI Asamblea General Ordinaria, con la redacción de los Lineamenta, documento publicado al comienzo del año 2004 con la intención de suscitar una vasta reflexión eclesial sobre el misterio de la Eucaristía, celebrado y adorado en las diócesis y en las comunidades de la Iglesia Católica y anunciado al mundo entero. En efecto, el documento ha sido enviado a las Conferencias Episcopales, a las Iglesias Orientales Católicas sui iuris, a los Dicasterios de la Curia Romana y a la Unión de los Superiores Generales, con el explícito pedido de responder, después de haber reflexionado y rezado, a un Cuestionario sobre diversos argumentos relacionados con la Eucaristía. Además, el mismo documento ha sido ampliamente difundido en la Iglesia y en el mundo a través de los medios de comunicación social. El Pueblo de Dios, guiado por sus Pastores, ha respondido bien a esta consulta, ofreciendo válidas contribuciones sobre el tema, en vista de la preparación de la asamblea sinodal. En varios países fueron promovidas discusiones a nivel de las diócesis, de las parroquias y de otras comunidades eclesiales. Se ha tratado, por lo tanto, de una profunda reflexión sobre la fe y sobre la praxis eucarística a nivel de la Iglesia universal.

Las reacciones llegaron a la Secretaría General bajo forma de "respuestas", de parte de los organismos antes mencionados, con una notable dimensión colegial, y bajo la forma de "observaciones" de parte aquellos que, espontáneamente, han querido contribuir al proceso sinodal. Los frutos han sido recogidos en el presente Instrumentum laboris, que es una síntesis fiel de las contribuciones recibidas. Al reflejar el tenor de las respuestas en el documento, no se ha querido presentar nuevamente una síntesis teológica, sistemática y completa sobre el sacramento de la Eucaristía, que por otra parte, ya existe en la Iglesia, sino más bien, recordar algunas verdades doctrinales que tienen una notable influencia sobre la celebración del sublime misterio de nuestra fe, poniendo de relieve su gran riqueza pastoral. Por lo tanto, el documento se ha concentrado principalmente en los aspectos positivos de la celebración eucarística, que reúne a los fieles y hace de ellos una comunidad, no obstante las diferencias de raza, lengua, nación y cultura. En el documento son además mencionadas algunas omisiones o negligencias en la celebración de la Eucaristía que, gracias a Dios, son bastante marginales. Ellas, sin embargo, permiten tomar conciencia del respeto y de la piedad con que los miembros del clero y todos los fieles deberían acercarse a la Eucaristía para celebrar el sagrado misterio. No faltan, finalmente, algunas propuestas, provenientes de numerosas respuestas, fruto de profundas reflexiones pastorales de las Iglesias particulares y de otros organismos consultados.

Obviamente, la celebración del sacramento de la Eucaristía se manifiesta en cada país y continente con notable variedad, que resulta evidente si se considera la variedad de Tradiciones espirituales o ritos en la Iglesia Católica. La diversidad, lejos de debilitar la unidad, revela la riqueza de la Iglesia en la comunión católica, caracterizada por el intercambio de dones y experiencias. Los católicos de Tradición latina perciben tal riqueza en la insigne espiritualidad de las Iglesias Orientales Católicas, come resulta de los Lineamenta y del Instrumentum laboris. Análogamente, los cristianos de las Tradiciones orientales descubren constantemente el notable patrimonio teológico y espiritual de la Tradición latina. Esta actitud tiene también una finalidad ecuménica. En efecto, si la Iglesia Católica respira con dos pulmones, y por ello agradece a la Divina Providencia, también espera el santo día, en el cual esa riqueza espiritual podrá ser ampliada y vivificada por una plena y visible unidad con aquellas Iglesias Orientales que, aún careciendo de una plena comunión, en buena parte profesan la misma fe en el misterio de Jesucristo Eucaristía.

El Instrumentum laboris está destinado a los Padres sinodales como documento de trabajo y de ulterior reflexión sobre la Eucaristía, la cual, como corazón de la Iglesia, la congrega en la comunión y la orienta hacia la misión. No cabe ninguna duda que la reflexión será beneficiosa porque el espíritu de colegialidad, propio de las reuniones sinodales, favorecerá el consenso sobre las propuestas destinadas al Santo Padre. Además, podrán recogerse los abundantes frutos de la reforma litúrgica, de las investigaciones exegéticas y de las reflexiones teológicas que han caracterizado el período sucesivo al Concilio Vaticano II.

En las respuestas sintetizadas en el Instrumentum laboris se percibe la esperanza del Pueblo de Dios en el buen resultado de las discusiones de los Padres sinodales, reunidos en torno al Obispo de Roma, Cabeza del Colegio Episcopal y Presidente del Sínodo, junto a los otros representantes de la comunidad de la Iglesia. Se espera, en efecto, que el debate sinodal contribuya a descubrir nuevamente la belleza de la Eucaristía, sacrificio, memorial y banquete de Jesucristo, Salvador y Redentor del mundo. Los fieles esperan orientaciones apropiadas para que sea celebrado más dignamente el sacramento de la Eucaristía, Pan bajado del cielo (cf. Jn 6,58) y ofrecido por Dios Padre en su Hijo Unigénito, para que con más devoción sea adorado el Señor bajo las especies del pan y del vino, para que sean reforzados los vínculos de unidad y de comunión entre aquellos que se nutren del Cuerpo y Sangre del Señor. Esta esperanza no sorprende, pues los cristianos que participan en la Mesa del Señor, iluminados por la gracia del Espíritu Santo, son parte viva de la Iglesia, Cuerpo místico de Jesucristo. Ellos son testigos en el ambiente de la vida y del trabajo, permaneciendo atentos a las necesidades espirituales y materiales del hombre contemporáneo, activos en la construcción de un mundo más justo, en el cual a ninguno falte el pan nuestro de cada día.

Los Padres sinodales desarrollarán sus tareas sinodales siguiendo el ejemplo de la Beata Virgen María, Mujer eucarística, en la disponibilidad a cumplir la voluntad de Dios Padre y con una actitud de apertura a las inspiraciones del Espíritu Santo. En esta importante actividad serán sostenidos por los vínculos de la comunión con el clero y con los fieles, que en este Año de la Eucaristía, con renovado celo, no cesan de orar, de celebrar, de adorar, de testimoniar con la vida cristiana y con la caridad fraterna la fecundidad del misterio eucarístico, anunciando con nuevo ardor apostólico a los cercanos y a los lejanos la belleza del gran misterio de la fe encerrado en el sacramento de la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia para el Tercer Milenio del cristianismo.

Nikola Eterović
Arzobispo titular de Sisak
Secretario General


Introducción

Asamblea sinodal en el Año de la Eucaristía

1. La próxima XI0 Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que tendrá lugar del 2 al 23 de octubre de 2005 sobre el tema La Eucaristía: fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia, es precedida por una fase preparatoria que compromete a la Iglesia Católica extendida en todo el mundo, gracias también al magisterio del Papa Juan Pablo II, que ha promulgado la Encíclica Ecclesia de Eucharistia y la Carta apostólica Mane nobiscum Domine, y de los obispos y teólogos del 481 Congreso Eucarístico Internacional de Guadalajara, México.[1] En relación al tema sinodal debe considerarse también la Instrucción Redemptionis Sacramentum y el documento Año de la Eucaristía. Sugerencias y Propuestas de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, difundido éste último en ocasión de la apertura del Año de la Eucaristía que, habiendo comenzado el 17 de octubre de 2004, se concluirá precisamente con el Sínodo.

Para orientar la preparación específica fueron publicados los Lineamenta, no para ofrecer un tratado completo sobre la Eucaristía, ni para proponer nuevamente las enseñanzas doctrinales ya contenidas en los mencionados documentos, sino para delinear las cuestiones emergentes en el contexto de los puntos esenciales de la doctrina eucarística de la Iglesia, a la luz de la Sagrada Escritura y de la Tradición.

Las respuestas a los Lineamenta y al relativo Cuestionario fueron enviadas por las Conferencias Episcopales, las Iglesias Orientales Católicas sui iuris, los Dicasterios de la Curia Romana y la Unión de los Superiores Generales. Además, sobre el mismo argumento fueron recibidas varias observaciones de parte de obispos, sacerdotes, religiosos, teólogos y fieles laicos, las cuales después fueron recogidas en el Instrumentum laboris. Este documento de trabajo de la futura asamblea sirve para informar sobre la realidad de la fe, del culto y de la vida eucarística en las Iglesias particulares en todo el mundo y para comparar esa realidad con la de la Iglesia universal.

Instrumentum laboris y su uso

2. Para favorecer la reflexión y la discusión preparatoria, así como también las intervenciones y el debate en el aula, el Instrumentum laboris enuncia el dato doctrinal y el pastoral. En estos dos campos, en efecto, se empeñan continuamente los Obispos en el ejercicio del triple ministerio episcopal de enseñar, santificar y gobernar el Pueblo de Dios. Por ello, la praxis de la Iglesia en el mundo debe confrontarse continuamente con la doctrina perenne alimentada por la Sagrada Escritura y la Tradición.

Aplicando el método al tema del Sínodo, es necesario verificar si la ley de la oración corresponde a la ley de la fe, es decir, preguntarse en qué cree y cómo vive el Pueblo de Dios para que la Eucaristía pueda ser cada vez más la fuente y la cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia y de cada uno de los fieles, mediante la liturgia, la espiritualidad y la catequesis en los ámbitos culturales, sociales y políticos.

De las respuestas a los Lineamenta emerge la necesidad de comprender la Eucaristía a la luz de la doble dimensión de fons et culmen en la Iglesia. El sacrificio sacramental es fuente porque en virtud de las palabras del Señor y por obra del Espíritu Santo, contiene la eficacia de la pasión de Jesucristo y la potencia de su resurrección. La Eucaristía es, además, cumbre de la vida de la Iglesia en cuanto conduce a la comunión con el Señor por medio de la santificación y la divinización del hombre, miembro de una comunidad reunida en torno a la mesa del Señor. De esta verdad, fons et culmen, nace el empeño para la transformación de las realidades temporales. Éste es el tema general del Sínodo. Puede decirse que en la Eucaristía se encuentra el sentido del sacrificio de Jesús: Dios se da total y gratuitamente y el hombre se abandona completamente al Padre que lo ama. Se trata de una doble expresión de amor, que corresponde, de algún modo, a la Eucaristía como sacrificio y banquete.

Ha sido generalmente apreciado por las respuestas el hecho que los Lineamenta hayan propuesto no solamente una visión de la Eucaristía en la liturgia de tradición latina sino también en las liturgias de las tradiciones orientales: la ósmosis es considerada enriquecedora y benéfica, especialmente para exaltar las luces y atenuar las sombras que se registran en no pocos lugares. El texto del Instrumentum laboris intenta hacer lo mismo al abarcar toda la tradición de la Iglesia, no limitándose al rito latino, aunque no puede negarse que algunos fenómenos son propios de éste último ámbito.

El presente Instrumentum laboris es ofrecido a la reflexión de los Pastores de las Iglesias particulares para que con el pueblo de Dios se preparen al Sínodo, en el cual los Padres sinodales ofrecerán al Obispo de Roma propuestas útiles para una renovación eucarística de la vida eclesial.


PARTE I
EUCARISTÍA Y MUNDO ACTUAL

Capítulo I
HAMBRE DEL PAN DE DIOS

«"El pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo".
Entonces le dijeron:
"Señor, danos siempre de ese pan"» (Jn 6, 33-34)

Pan para el hombre en el mundo

3. En respuesta al pedido de un signo para poder creer, Jesucristo se propone Él mismo a la multitud, como Pan verdadero que sacia al hombre (cf. Jn 6,35), el Pan que desciende del cielo para dar vida al mundo. También el mundo actual tiene necesidad de ese Pan para tener la vida. En la conversación con Jesús, que se presentaba a sí mismo como el Pan para la vida del mundo, la gente espontáneamente le pidió: «Señor danos siempre de ese pan». Se trata de una súplica significativa, expresión del deseo profundo grabado en el corazón no solo de los fieles sino también de todo hombre que anhela la felicidad simbolizada en el Pan de la vida eterna. También el mundo en este año del Señor 2005, no obstante las dificultades y contradicciones de diversa índole, aspira a la felicidad y desea el Pan de la vida, del alma y del cuerpo. Para dar una respuesta a este anhelo humano el Papa ha realizado un conmovedor llamado a toda la Iglesia para que el Año de la Eucaristía sea también ocasión de empeño, serio y profundo, en la lucha contra el drama del hambre, del flagelo de las enfermedades, de la soledad de los ancianos, de las desventuras de los desocupados y de las travesías de los inmigrantes. Los frutos de este empeño serán una prueba de la autenticidad de las celebraciones eucarísticas.[2]

No solo el hombre sino también la entera creación espera los nuevos cielos y la nueva tierra (cf. 2 P 3,13) y la recapitulación de todas las cosas, también las de la tierra, en Cristo (cf. Ef 1,10). Por ello, la Eucaristía, siendo la cumbre a la cual tiende toda la creación, es también la respuesta a la preocupación del mundo contemporáneo por el equilibrio ecológico. En efecto, a través del pan y del vino, materia que Jesucristo ha elegido para cada Santa Misa, la celebración eucarística entra en relación con la realidad del mundo creado y confiado al dominio del hombre (cf. Gn 1,28), en el respeto de las leyes que el Creador ha puesto en las obras de sus manos. El pan, que se transforma en Cuerpo de Cristo, sea el fruto de una tierra fértil, pura e incontaminada. El vino, que pasa a ser la Sangre del Señor Jesús, sea el signo de un trabajo de transformación de la creación según las necesidades de los hombres, siempre preocupados por salvaguardar los recursos indispensables para las generaciones futuras. El agua, que unida al vino simboliza la unión de la naturaleza humana con la divina, en el Señor Jesús, conserve sus propiedades saludables para los hombres sedientos de Dios «fuente de agua que brota para vida eterna» (Jn 4,14).

Algunos datos estadísticos esenciales

4. El tema del Sínodo, La Eucaristía: fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia, exige también una mirada sobre algunos datos significativos del mundo, en el cual Iglesia vive y actúa. Ante la imposibilidad de ofrecer un cuadro completo y exhaustivo, es siempre posible hacer observaciones y consideraciones de índole general.

Algunos datos ponen de manifiesto la relación estadística entre la población en general y los fieles que profesan la fe católica. En este sentido se debe observar que el número de los católicos en el 2003 era igual a 1.086.000.000, con un aumento de 15.000.000 de personas respecto del año anterior, así repartido en los diversos continentes: África + 4,5 %; América +1,2 %; Asia +2,2 %; Oceanía + 1,3 %. Una situación de estabilidad se registra en Europa. La lectura de los datos sobre la distribución de los católicos en las diversas áreas geográficas demuestra que América cuenta con el 49,8 % de los católicos del mundo entero, mientras Europa tiene el 25,8 %, África el 13,2%, Asia el 10,4 % y Oceanía el 0,8 %.[3] En lo que se refiere, al número de habitantes, el porcentaje de fieles católicos en cada uno de los continentes es el siguiente: 62,46 % en América, 39,59 % en Europa, 26,39 % en Oceanía, 16,89 % en África y 2,93 % en Asia.[4]

Desde el punto de vista de la distribución geográfica de la Iglesia, debe observarse que en el 2003 las circunscripciones eclesiásticas eran 2.893, es decir 10 más respecto al 2002, con un aumento en todos los continentes.[5] Aumentó un 27,68 % el número de los obispos en todo el mundo, pasando de 3.714 en 1978 a 4.742 en 2003, mientras el número total de los sacerdotes en 2003 (405.450: 268.041 diocesanos y 137.409 religiosos) respecto al de 1978 (420.971: 262.485 diocesanos y 158.486 religiosos) ha sufrido una flexión del 3,69 %, debida a una disminución del 13,30 % de los sacerdotes religiosos y a un aumento del 2,12 % de los sacerdotes diocesanos. Además, ha disminuido de un 27,94 % el número de los religiosos profesos no sacerdotes (de 75.802 en 1978 a 54.620 en 2003). Se verifica también una flexión del 21,65 % en el número de las religiosas profesas (de 990.768 en 1978 a 776.269 en 2003).[6]

Dado que la celebración del sacramento de la Eucaristía se relaciona estrechamente con el sacramento del Orden, vale la pena recordar que, en el período 1978-2003, se ha registrado un aumento del número de católicos por sacerdote. Éste, en efecto, ha pasado de 1.797 católicos por sacerdote al comienzo del período a 2.677 al final del mismo. Tal proporción varía de continente a continente. Por ejemplo, mientras en Europa hay 1.386 católicos por sacerdote, en África se cuentan alrededor de 4.723, en América 4.453, en Asia 2.407 y en Oceanía 1.746.[7] Además, debe tenerse presente que en este período los diáconos permanentes constituyen un grupo en fuerte aumento: el número total en todos los continentes se ha más que quintuplicado, con un incremento relativo del 466,7 %. No carece de interés recordar que esta figura religiosa es muy difundida en América (especialmente en el norte del continente) con el 65,7 % de todos los diáconos del mundo, y también en Europa con el 32 %. Igualmente importante es la actividad desarrollada en la evangelización en todo el mundo por los misioneros laicos (172.331) y por los catequistas (2.847.673).[8]

5. El Sínodo tiene lugar en un período caracterizado por fuertes contrastes en la familia humana. La globalización permite una percepción de la unidad del género humano, gracias a los mass-media que informan sobre la realidad en todos los ángulos de la tierra. Se trata de un importante aspecto del progreso técnico, que se ha desarrollado en modo excepcional en los últimos decenios. Lamentablemente, la globalización y el progreso técnico no han favorecido la paz y una mayor justicia entre las naciones ricas y las pobres del 31 y 41 mundo. Todo hace pensar que, lastimosamente, mientras los padres sinodales estarán reunidos, en varias partes del mundo continuarán los actos de violencia, el terrorismo y las guerras. Al mismo tiempo hermanos y hermanas serán víctimas de enfermedades, como por ejemplo el Sida, que producen desolación en vastos estratos de la población, sobre todo en los países pobres.

Permanecerá, tristemente, el escándalo del hambre, fenómeno que se ha agravado en los últimos años, dado que más de mil millones de hombres viven en la miseria. En este sentido, es necesario prestar atención a algunos fenómenos referidos a la situación social, en particular el hambre, que no pueden ser descuidados cuando se piensa en la relación entre la Iglesia y el mundo en términos de evangelización. En efecto, la Iglesia desde siempre ha acompañado el anuncio del Evangelio y la transmisión de la salvación a través de los sacramentos con las obras de la promoción humana, en tantos campos de la vida social, como la salud, la asistencia humanitaria y la educación. Por ello, no debe olvidarse, entre otras cosas, que en el período 1999-2001, hubo 842 millones de personas desnutridas en todo el mundo y 798 millones de ellas vivían en países en vía de desarrollo, especialmente en África Sub-Sahariana, en Asia y en el Pacífico.[9] Esta dramática realidad no puede permanecer ausente en la reflexión de los padres sinodales, los cuales, con todos los cristianos, varias veces al día suplican al Señor: «danos hoy nuestro pan cotidiano».

Eucaristía en diferentes contextos de la Iglesia

6. De las respuestas a los Lineamenta se deduce que la frecuencia a la Santa Misa en el domingo es más bien alta en diversas Iglesias particulares de naciones africanas y en algunas asiáticas. Se verifica, en cambio, el fenómeno contrario en la mayor parte de los países europeos y americanos y en algunos de Oceanía, llegando a extremos negativos del 5%. Los fieles que descuidan el precepto dominical, en la mayor parte de los casos, no dan particular importancia a la participación en la Misa. En el fondo, ellos no saben en qué consiste el Sacrificio y el banquete eucarístico, que reúne a los fieles entorno al altar del Señor.

La Misa pre-festiva permite a muchos cumplir el precepto, aún cuando en algunos casos se aprovecha de la ocasión para desarrollar actividades laborales durante el domingo. En muchos lugares la Misa durante los días feriales es frecuentada por pocas personas, que asisten a la misma, algunas en modo habitual, otras ocasionalmente y otras a causa de compromisos en la vida eclesial.

Debería ser promovida una catequesis más continua e intensa en relación a la importancia y a la obligación de participar en la Santa Misa del domingo y de los días de precepto. A veces se desvaloriza la importancia del precepto sosteniendo que es suficiente cumplirlo cuando el estado de ánimo lo sugiere.

7. Entre las Iglesias particulares se pueden detectar algunos fenómenos principales. Se asiste a un declino de la práctica de la fe, de la participación en la Misa, principalmente entre los jóvenes. Esto debe hacer reflexionar acerca de cuánto tiempo se dedica de parte de los Pastores y catequistas a la educación en la fe de los jóvenes y niños y cuánto tiempo, en cambio, de destina a otras actividades, como las de carácter social.

Se percibe un debilitamiento del sentido del misterio en las sociedades secularizadas. Ello puede atribuirse, entre otras cosas, a interpretaciones y acciones que deforman el sentido de la reforma litúrgica del Concilio y que terminan en ritos banales y pobres de sentido espiritual. En otras partes las comunidades cristianas han conservado un profundo sentido del misterio, de modo que la liturgia mantiene en ellas un intenso significado.

Se manifiesta satisfacción por una liturgia inculturada que permite una mayor participación activa. Esto conduce a un aumento de la participación en la Misa. Muchos jóvenes y adultos participan así en la vida y en la misión de la Iglesia. Si a causa de la escasez de clero se celebra la Misa en las áreas rurales solo algunas veces al mes o incluso al año, es inevitable que el servicio dominical sea confiado a los laicos.

8. Debe aclararse que el acceso al misterio depende de una celebración de la liturgia hecha con dignidad, así como también de una preparación adecuada, pero sobre todo depende de la fe en el misterio en sí mismo. A este respecto, es de gran ayuda la encíclica Redemptoris missio, que ha puesto en evidencia los dos aspectos de la falta de fe que están incidiendo negativamente en el impulso misionero: la secularización de la salvación y el relativismo religioso. La primera lleva a comprometerse en favor del hombre, pero se trata de un hombre reducido unilateralmente a la dimensión horizontal.[10] A veces parecería que algunos vinculan la vocación de ministro de los misterios de Dios a la de organizador de la justicia social. El segundo aspecto lleva a abolir la verdad del cristianismo, pues se retiene que una religión vale cuanto otra.[11] Lejos de dejarnos llevar por el pesimismo, el Papa Juan Pablo II en la Carta Apostólica Novo Millennio ineunte exhorta a reforzar la actividad misionera de la Iglesia.[12]

El tema del Sínodo se puede desarrollar correctamente teniendo en cuenta este contexto, sin olvidar que para los Apóstoles y para los Padres ―basta pensar en S. Justino[13]― la Eucaristía es la acción más santa de la Iglesia, la cual cree firmemente que en Ella se encuentra verdaderamente presente el Señor Jesús Resucitado. Esta presencia constituye el fundamento del sacramento.

Este mismo evento, que nace de la transformación de las especies del pan y del vino, hace che la Iglesia se acerque siempre con temor y temblor, pero al mismo tiempo con confianza, al misterio que constituye la esencia de la liturgia. Hoy es necesario reafirmar el respeto hacia el misterio de la Eucaristía y la conciencia de su intangibilidad. Por esta razón, es necesario también llevar adelante un programa articulado de formación. Pero mucho dependerá de la existencia de ambientes ejemplares, en los cuales la Eucaristía sea verdaderamente aceptada con fe y celebrada correctamente, lugares en los cuales pueda vivirse personalmente lo que la Eucaristía es: la única respuesta verdadera a la búsqueda del sentido de la vida, que caracteriza al hombre de todas las latitudes.

Eucaristía y sentido cristiano de la vida

9. El ser humano se interroga sobre el sentido de la vida: ¿qué será de mi vida? ¿qué es la libertad? ¿porqué existen el sufrimiento y la muerte? ¿existe algo más allá de la muerte? En un palabra: la vida del hombre, ¿tiene o no un sentido?[14] La pregunta subsiste, no obstante el hombre se ilusione, pensando que ha alcanzado la autosuficiencia, o bien caiga prisionero del miedo y de la inseguridad. La religión es la respuesta definitiva a la pregunta sobre el sentido de la vida, porque conduce al hombre a la verdad acerca de sí mismo en relación con el Dios verdadero.

La Eucaristía, que «revela el sentido cristiano de la vida»,[15] responde a esa pregunta anunciando la resurrección y la presencia verdadera, plena y duradera del Señor, como prenda de la gloria futura. Esto supone que el hombre establezca su relación con Dios como la base de todo, porque tal relación es fuente de libertad que lo habilita a entrar en lo más profundo de su ser para entregarse gratuitamente. Esto se realiza en el misterio pascual, en el cual la verdad y el amor se encuentran mostrándose como las características de la verdadera religión. Así, la Eucaristía manifiesta la verdad de la Palabra de Dios: nihil hoc verbo veritatis verius, como canta el himno Adoro Te devote.

El sentido de la Eucaristía es integralmente explicado por las palabras de Jesús: «Haced esto en recuerdo mío» (Lc 22,19). Esta expresión anuncia en primer lugar, que Jesucristo ha introducido la eternidad en el tiempo, dando a éste una orientación definitiva y eliminando su poder de aniquilamiento. En segundo lugar, a través de esas palabras se pone en evidencia que en Jesús se encuentran la libertad de Dios y la del hombre, dando origen a la comunión que permite vencer al Maligno. Finalmente, estas palabras significan que Jesucristo es fuente inagotable de renovación del hombre y del mundo, no obstante los límites y el pecado de los hombres.

10. Las respuestas a los Lineamenta denuncian un cierto alejamiento de la vida pastoral respecto a la Eucaristía; por lo tanto se espera que el Sínodo estimule y refuerce la relación entre la vida y la misión. La Eucaristía es la respuesta a los signos de los tiempos de la cultura contemporánea. A la cultura de la muerte, la Eucaristía responde con la cultura de la vida. Contra el egoísmo individual y social la Eucaristía afirma la entrega total. Al odio y al terrorismo, la Eucaristía contrapone el amor. Ante el positivismo científico, la Eucaristía proclama el misterio. Oponiéndose a la desesperación, la Eucaristía enseña la esperanza cierta en la eternidad beata.

La Eucaristía indica que la Iglesia y el porvenir del género humano está vinculados a Jesucristo, la única roca que verdaderamente permanece para siempre, y no a cualquier otra realidad. Por ello, la victoria de Cristo es el pueblo cristiano que cree, celebra y vive el misterio eucarístico.

Capítulo II
EUCARISTÍA Y COMUNIÓN ECLESIAL

«Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos,
pues todos participamos de un solo pan» (1 Co 10,17)

Misterio eucarístico, expresión de unidad eclesial

11. Al exhortar a los fieles a huir de la idolatría, evitando comer carne inmolada a los ídolos, San Pablo demuestra el estrecho vínculo existente entre la comunión de los cristianos y la Sangre y el Cuerpo de Cristo, que tienen la capacidad de formar, de la multitud de los fieles, una sola comunidad, una sola Iglesia (cf. 1 Co 8, 1-10).

El tema de la comunión eclesial ha merecido una atención particular de parte del Concilio Ecuménico Vaticano II.[16] Tanto es así, que el argumento ha sido especialmente puesto en evidencia en la relación final de la II Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos, celebrada en conmemoración del XXV aniversario del mencionado Concilio,[17] así como también en un documento de la Congregación para la Doctrina de la fe, dirigido a los Obispos de la Iglesia Católica.[18] Además, el tema ha sido ampliamente tratado en el capítulo VI de la Exhortación Apostólica postsinodal Pastores gregis, promulgada por el Papa Juan Pablo II luego de la X Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. En este documento pontificio, que recoge la reflexión sinodal sobre el argumento, se explica cómo la comunión de los Obispos con el Sucesor de Pedro, signo de la unidad entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares, tiene un punto culminante en la celebración eucarística de los Obispos con el Papa durante las visitas ad limina.
La Eucaristía presidida por el Santo Padre y concelebrada por los Pastores de las Iglesias particulares expresa en modo excelso la unidad de la Iglesia. Tal concelebración permite ver más claramente que A... cada Eucaristía se celebra en comunión con el propio Obispo, con el Romano Pontífice y con el Colegio Episcopal y, a través de ellos, con los fieles de cada Iglesia particular y de toda la Iglesia, de modo que la Iglesia universal está presente en la particular y ésta se inserta, junto con las demás Iglesias particulares, en la comunión de la Iglesia universal».[19]

En relación a la temática de la Eucaristía como expresión de la comunión eclesial, aparecen, en varias respuestas a los Lineamenta, los siguientes temas, que merecen una atención particular: relación entre Eucaristía e Iglesia; relación entre Eucaristía y otros sacramentos, especialmente la Penitencia; relación entre Eucaristía y fieles; sombras en la celebración de la Eucaristía.

Relación entre Eucaristía e Iglesia, «Esposa de Cristo»

12. La Eucaristía es el corazón de la comunión eclesial. El Concilio ha preferido, entre las diversas imágenes de la Iglesia, una que expresa toda su realidad: misterio. Antes que nada, la Iglesia es misterio de encuentro entre Dios y la humanidad; por este motivo ella es Esposa y Cuerpo de Cristo, Pueblo de Dios y Madre. La mutua relación entre la Eucaristía y la Iglesia permite aplicar a ambas las notas del Credo: una, santa, católica y apostólica, que la encíclica Ecclesia de Eucharistia ha ulteriormente ilustrado.[20]

La Eucaristía construye la Iglesia y la Iglesia es el lugar donde se realiza la comunión con Dios y entre los hombres. La Iglesia es consciente que la Eucaristía es el sacramento de la unidad y de la santidad, de la apostolicidad y de la catolicidad, sacramento esencial para la Iglesia, Esposa de Cristo y su Cuerpo. Las notas de la Iglesia son al mismo tiempo los vínculos de la comunión católica que permiten la legítima celebración de la Eucaristía.

El Papa Juan Pablo II recordaba que «la Iglesia es el cuerpo de Cristo: se camina "con Cristo" en la medida en que se está en relación "con su cuerpo"».[21] Es aquí que encuentra su verdadero sentido la observancia de las normas y el decoro de la celebración: se trata de la obediencia a Cristo de parte de la Iglesia, su Esposa.

13. La Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace la Iglesia. Si bien ambas han sido instituidas por Cristo, una en vista de la otra, los dos términos del conocido aforismo no son equivalentes. Si la Eucaristía hace crecer la Iglesia porque en el sacramento está Jesucristo vivo, aún antes, Él ha querido que exista la Iglesia para que ella celebre la Eucaristía. Los cristianos de Oriente subrayan especialmente que, desde la creación, la Iglesia preexiste a su realización terrena. La pertenencia a la Iglesia es prioritaria para poder acceder a los sacramentos: no se puede acceder a la Eucaristía sin haber antes recibido el Bautismo o no se puede retornar a la Eucaristía sin haber recibido la Penitencia, que es el «bautismo laborioso» para los pecados graves. Desde los orígenes la Iglesia, para expresar tal urgencia propedéutica, instituyó respectivamente el catecumenado para la iniciación y el itinerario penitencial para la reconciliación. Además, no existe Eucaristía válida y legítima sin el sacramento del Orden.

Por estas razones la encíclica Ecclesia de Eucharistia habla de Aun influjo causal de la Eucaristía en los orígenes mismos de la Iglesia»,[22] y de estrecha conexión entre una y otra.[23] Con estas premisas se comprende mejor la afirmación que Ala celebración de la Eucaristía, no obstante, no puede ser el punto de partida de la comunión, que la presupone previamente, para consolidarla y llevarla a perfección. El Sacramento expresa este vínculo de comunión, sea en la dimensión invisible ... sea en la dimensión visible ... La íntima relación entre los elementos invisibles y visibles de la comunión eclesial, es constitutiva de la Iglesia como sacramento de salvación. Sólo en este contexto tiene lugar la celebración legítima de la Eucaristía y la verdadera participación en la misma ...».[24] Hablar de eclesiología eucarística no significa que en la Iglesia todo pueda ser deducido de la Eucaristía, la cual, sin embargo, es siempre fuente y cumbre de la vida eclesial. En efecto, como afirma el Concilio Vaticano II: «La sagrada liturgia no agota toda la actividad de la Iglesia, pues para que los hombres puedan llegar a la liturgia es necesario que antes sean llamados a la fe y a la conversión».[25]

Ahora bien, el espacio donde naturalmente se desarrolla la vida eclesial es la parroquia. Ella, debidamente renovada y animada, debería ser el lugar idóneo para la formación y para el culto eucarístico, dado que, como enseñaba el Papa Juan Pablo II, la parroquia es «una comunidad de bautizados que expresan y confirman su identidad principalmente por la celebración del Sacrificio eucarístico».[26] La parroquia debería aprovechar la experiencia y la cooperación de los movimientos y de las nuevas comunidades que, bajo el impulso del Espíritu Santo han sabido valorizar, según los propios carismas, los elementos de la iniciación cristiana. Así podrán ayudar a muchos fieles a volver a descubrir la belleza de la vocación cristiana, cuyo centro es el sacramento de la Eucaristía para todos en la comunidad parroquial.

14. La expresión litúrgica de la eclesiología católica se encuentra en la anáfora mediante los llamados dípticos, que recuerdan la dimensión eucarística del primado del Papa, Obispo de Roma, como elemento interno de la Iglesia universal, análogamente a la del Obispo en la Iglesia particular.[27] Es la única Eucaristía que convoca en la unidad la Iglesia contra cualquier fragmentación. La única Iglesia querida por Cristo remite siempre a una Eucaristía que se realiza en comunión con el colegio apostólico, del cual, el Sucesor de Pedro es la Cabeza. Es éste el vínculo que hace legítima la Eucaristía. No es conforme a la unidad eucarística querida por Cristo solo una comunión transversal entre las llamadas iglesias hermanas. Es un elemento interior al sacramento la comunión con el Sucesor de Pedro, principio de unidad en la Iglesia, depositario del carisma de unidad y universalidad, que es el carisma petrino. Por lo tanto, la unidad eclesial se manifiesta en la unidad sacramental y eucarística de los cristianos.

Relación entre Eucaristía y otros sacramentos

15. Existe una relación específica entre la Eucaristía y todos los otros sacramentos. En este sentido, es necesario tener presente, por una parte, que según el Concilio de Trento los sacramentos «contienen la gracia que significan» y la confieren en virtud de su misma celebración.[28] Por otra parte, todos los sacramentos, como también todos los ministerios eclesiásticos y las obras de apostolado, están estrechamente unidos a la sagrada Eucaristía y a ella se ordenan.[29] Por lo tanto, el sacramento de la Eucaristía es Ala perfección de las perfecciones».[30]

La relación con la Eucaristía no se refiere solo a la celebración litúrgica, sino más bien a la esencia de cada sacramento. El sacramento del Bautismo es indispensable para entrar en la comunión eclesial, que es reforzada por los otros sacramentos, ofreciendo al creyente Agracia sobre gracia» (Jn 1,16). Es conocida la relación fundamental que existe entre el Bautismo y la Eucaristía en cuanto fuente de la vida cristiana. En las Iglesias de Tradición oriental con el Bautismo se recibe también la Santa Comunión, mientras en las Iglesias de Tradición latina se accede a la Eucaristía en edad de razón y sólo después de haber recibido el Bautismo.

Las respuestas a los Lineamenta recomiendan hacer explícita la relación teológica entre Bautismo y Eucaristía como cumbre de la iniciación, aún cuando esto no debe llevar necesariamente a celebrar siempre el Bautismo en la Misa. A este respecto se manifiesta preocupación acerca de la calidad de una catequesis apropiada.

16. Existe un nexo teológico entre la Confirmación y la Eucaristía, porque el Espíritu Santo conduce al hombre a creer en Jesucristo Señor. Con la finalidad de hacer más evidente esta relación, en algunas Iglesias particulares ha sido restablecida la praxis de administrar la Confirmación antes de la Comunión.

La Eucaristía es la cumbre de un auténtico itinerario de iniciación cristiana. Vivir como cristiano significa hacer actual el don del Bautismo, revivido por la Confirmación, alimentándolo con la participación frecuente en la Santa Misa los domingos y días de precepto.

Se observa que la administración de la Confirmación es a menudo delegada a sacerdotes, con el consiguiente riesgo de poner en segundo plano el hecho que el Obispo es el ministro originario de ese sacramento. Así, se pierde una ocasión para que los nuevos confirmados puedan encontrar al padre y cabeza visible de la Iglesia particular.

17. Algunas respuestas suscitan la cuestión acerca de la edad más oportuna para admitir al sacramento en la Iglesia de Tradición latina, vistos los buenos resultados espirituales y pastorales obtenidos con la administración de la Santa Comunión en la primera infancia. Vale la pena tener presente la constatación del Papa Juan Pablo II en su libro ¡Levantaos! ¡Vamos![31], el cual más recientemente recordaba que Alos niños son el presente y el futuro de la Iglesia. Desempeñan un papel activo en la evangelización del mundo, y con sus oraciones contribuyen a salvarlo y a mejorarlo».[32]

En el pasado, en relación con este mismo argumento, el Decreto Quam singulari admitía los niños a la Eucaristía desde los siete años, edad considerada del uso de la razón, cuando ellos pueden distinguir el pan eucarístico del pan común, previa confesión sacramental.[33] Esta orientación aparece hoy más que nunca necesaria, puesto que el uso de razón, como también los peligros y las tentaciones, llegan más precozmente. Se profesa con esta praxis el primado de la gracia, que ha dado a la Iglesia grandes beneficios, favoreciendo también las vocaciones sacerdotales.

18. La relación entre el Orden sagrado y la Eucaristía se percibe claramente en la Misa, presidida por el obispo o por el sacerdote en la persona de Cristo cabeza. La doctrina de la Iglesia hace del Orden la condición imprescindible para la celebración válida de la Eucaristía.

Por este motivo ha sido vivamente recomendado que se ponga en evidencia «la función del sacerdocio ministerial en la celebración eucarística, el cual difiere en la esencia y no sólo en el grado del sacerdocio común de los fieles».[34] También por la misma razón es justo sugerir que los presbíteros intervengan en la Eucaristía como celebrantes, cumpliendo la función que a ellos compete según el sacramento del orden.[35]

19. Es sabido que el Matrimonio se celebra frecuentemente durante la celebración de la Eucaristía en las Iglesias de Tradición latina, a diferencia de lo que ocurre en las Iglesias orientales.

Es conveniente que, cuando el Matrimonio es celebrado en la Misa, este sacramento sirva para indicar, como paradigma del amor cristiano, el amor de Jesucristo, que en la Eucaristía ama a la Iglesia come su esposa hasta dar la vida por ella. Este amor matrimonial debe ser señalado aun en los casos en que el sacramento del matrimonio se celebre fuera de la Misa.[36] La Eucaristía, por lo tanto, sigue siendo la fuente inagotable de la unidad y del amor indisoluble del matrimonio y constituye el alimento de toda la familia en la edificación de un hogar cristiano.

20. La relación entre la Eucaristía y la Unción de los enfermos tiene su origen institucional, como todos los sacramentos, en la persona de Cristo: él demostraba en su solicitud por todos los enfermos el sentido de su misión de curar y salvar al ser humano.

Además, en las respuestas a los Lineamenta se sugiere que la relación entre la Unción y la Eucaristía sea presentada como consolación y esperanza en la enfermedad, antes que como último Viático. Se invita a los ministros extraordinarios de la Comunión a ser solícitos con respecto a los enfermos graves y a las personas ancianas que no pueden participar físicamente en la celebración eucarística en la iglesia. En favor de ellos sería muy oportuno, como lo sugieren algunas respuestas, potenciar el uso de los medios de comunicación social en la transmisión de la Santa Misa y otras celebraciones litúrgicas. Al usar esta moderna tecnología, conviene que aquellos que en ella están empeñados posean una adecuada formación teológica, pedagógica y cultural.

21. En lo que ser refiere a la inserción de los sacramentos en la Misa, las normas litúrgicas de las Iglesias orientales no la contemplan, aun cuando existen algunas excepciones para el Bautismo y el Matrimonio. Con respecto a esta praxis corresponde a cada una de las iglesias emanar las normas oportunas. Para las Iglesias particulares de rito latino, las respuestas demuestran que la inserción tiene lugar en modo diversificado, según costumbres que varían de país en país. En algunas diócesis existen normas para reglamentar la celebración de los sacramentos y de los sacramentales durante la Misa, especialmente para matrimonios mixtos y funerales de personas no practicantes.

Los rituales distinguen normalmente, como en el Bautismo y la Penitencia, el rito individual del comunitario. Si bien pastoralmente se prefiere éste último, no debe caerse en una especie de comunitarismo, ya sea porque el sacramento es siempre un don que se refiere individualmente a cada persona, ya sea porque todo fiel tiene derecho, en determinadas condiciones, a la administración individual del sacramento.

Estrecha relación entre Eucaristía y Penitencia

22. El sacramento de la Reconciliación restablece los vínculos de comunión interrumpidos por el pecado mortal.[37] Por lo tanto, merece una particular atención la relación entre la Eucaristía y el sacramento de la Reconciliación. Las respuestas indican la necesidad de proponer nuevamente esa relación en el contexto de la relación entre Eucaristía e Iglesia, y como condición para encontrar y adorar al Señor, que es el Santísimo, en espíritu de santidad y con corazón puro. Él ha lavado los pies a los Apóstoles, para indicar la santidad del misterio. El pecado, como afirma San Pablo, provoca una profanación análoga a la prostitución, porque nuestros cuerpos son miembros de Cristo (cf. 1 Co 6,15-17). Dice, por ejemplo, San Cesáreo de Arles: «Todas las veces que entramos en la iglesia, reordenamos nuestras almas, así como quisiéramos encontrar el templo de Dios. ¿Quieres encontrar una basílica reluciente? No manches tu alma con la inmundicia del pecado».[38]

La relación entre Eucaristía y Penitencia en la sociedad actual depende mucho del sentido de pecado y del sentido de Dios. La distinción entre bien y mal frecuentemente se transforma en una distinción subjetiva. El hombre moderno, insistiendo unilateralmente sobre el juicio de la propia conciencia, puede llegar a trastrocar el sentido del pecado.

23. Son muchas las respuestas que se refieren a la relación entre Eucaristía y Reconciliación. En muchos países se ha perdido la conciencia de la necesidad de la conversión antes de recibir la Eucaristía. El vínculo con la Penitencia no siempre es percibido como una necesidad de estar en estado de gracia antes de recibir la Comunión, y por lo tanto se descuida la obligación de confesar los pecados mortales.[39]

También la idea de comunión como «alimento para el viaje», ha llevado a infravalorar la necesidad del estado de gracia. Al contrario, así como el nutrimento presupone un organismo vivo y sano, así también la Eucaristía exige el estado de gracia para reforzar el compromiso bautismal: no se puede estar en estado de pecado para recibir a Aquel que es «remedio» de inmortalidad y «antídoto» para no morir.[40]

Muchos fieles saben que no se puede recibir la comunión en pecado mortal, pero no tienen una idea clara acerca del pecado mortal. Otros no se interrogan sobre este aspecto. Se crea frecuentemente un círculo vicioso: Ano comulgo porque no me confesé, no me confieso porque no cometí pecados». Las causas pueden ser diversas, pero una de las principales es la falta de una adecuada catequesis sobre este tema.

Otro fenómeno muy difundido consiste en no facilitar, con oportunos horarios, el acceso al sacramento de la Reconciliación. En ciertos países la Penitencia individual no es administrada; en el mejor de los casos se celebra dos veces al año una liturgia comunitaria, creando una fórmula intermedia entre el II y el III rito previsto por el Ritual.

Ciertamente es necesario constatar la gran desproporción entre los muchos que comulgan y los pocos que se confiesan. Es bastante frecuente que los fieles reciban la Comunión sin pensar en el estado de pecado grave en que pueden encontrarse. Por este motivo, la admisión a la Comunión de divorciados y vueltos a casar civilmente es un fenómeno no raro en diversos países. En las Misas exequiales o de matrimonios o en otras celebraciones, muchos se acercan a recibir la Eucaristía, justificándose en la difundida convicción que la Misa no es válida sin la Comunión.

24. Ante estas realidades pastorales, en cambio, muchas respuestas tienen un tono más alentador. En ellas se propone ayudar a las personas a ser conscientes de las condiciones para recibir la Comunión y de la necesidad de la Penitencia que, precedida del examen de conciencia, prepara el corazón purificándolo del pecado. Con esta finalidad se retiene oportuno que el celebrante hable con frecuencia, también en la homilía, sobre la relación entre estos dos sacramentos.

Ha sido expresado el deseo de restituir en todos los lugares al ayuno eucarístico aquella rigurosa atención que todavía está en uso en las iglesias orientales.[41] En efecto, el ayuno, como dominio de sí, exige el concurso de la voluntad y lleva a purificar la mente y el corazón. San Atanasio dice: «¿Quieres saber cuáles son los efectos del ayuno?... expulsa los demonios y libra de los malos pensamientos, alegra la mente y purifica el corazón».[42] En la liturgia cuaresmal se invita a menudo a la purificación del corazón mediante el ayuno y el silencio, como recomienda San Basilio.[43] En alguna respuesta a los Lineamenta se pregunta acerca de la oportunidad de reconsiderar la obligación de las tres horas de ayuno eucarístico.

Se invita a esforzarse para aumentar las oportunidades de la reconciliación individual recurriendo a la colaboración interparroquial durante el sábado y el domingo y más intensamente en Adviento y Cuaresma. Mucho se podría hacer todavía en la predicación y en la catequesis para explicar el sentido del pecado y la práctica penitencial, superando las dificultades debidas a la mentalidad secularizada.

Se retiene necesario ofrecer la posibilidad de confesarse antes de la Misa, adecuando los horarios a la situación real de los penitentes, y también durante la celebración eucarística, como recomienda la Carta Apostólica Misericordia Dei.[44]

Es necesario estimular a los sacerdotes a la administración del sacramento de la Penitencia, como una ocasión privilegiada para ser signos e instrumentos de la misericordia de Dios. De todos modos, la Iglesia agradece profundamente a los sacerdotes que con celo escuchan las confesiones para preparar a los fieles a encontrar y recibir a Cristo en la Eucaristía. Los fieles se sienten atraídos a confesarse, especialmente cuando ven al sacerdote en el ejercicio de su ministerio en el confesionario, como lo han testimoniado hasta nuestros días San Leopoldo Mandic, San Pío de Pietrelcina y tantos otros santos pastores.

Relación entre Eucaristía y fieles

25. Los fieles laicos, parte esencial de la Iglesia comunión, jerárquicamente estructurada, como enseñan el Concilio Vaticano II y otros documentos del Magisterio,[45] son convocados a la santa asamblea para participar en la celebración eucarística.

La encarnación del Verbo, en el cual Dios Padre se ha hecho visible, ha inaugurado el culto espiritual, conforme a la razón, que se cumple en el Espíritu Santo; el culto ya no puede ser una serie de «preceptos enseñados por los hombres» (Is 29,13). El culto cristiano tiene una implicancia cristológica y antropológica: por ello, la participación de los fieles en la liturgia, sobre todo en la celebración eucarística, consiste esencialmente en entrar en este culto, en el cual Dios desciende hacia el hombre y éste asciende hacia Dios. La Eucaristía misma, memorial del Hijo, es el culto de adoración que en el Espíritu se eleva al Padre: este es el fundamento de la renovación litúrgica propiciada por el Concilio Vaticano II.

Muchos observan que la participación ha sido reducida frecuentemente a aspectos exteriores. No todos comprenden su verdadero sentido, que nace de la fe en Jesús, Hijo de Dios. La participación en la Eucaristía es justamente vista como el acto principal de la vida de la Iglesia, comunión con la vida trinitaria, con el Padre que es fuente de todo don, con el Hijo encarnado y resucitado, con el Espíritu Santo que realiza la transformación y divinización de la vida humana.

Las respuestas a los Lineamenta convergen en constatar la necesidad de ayudar a los fieles a comprender la naturaleza de la Eucaristía y el nexo con la encarnación del Verbo, para participar en el misterio eucarístico con el corazón y la mente, antes que con actos externos, sobre todo ofreciéndose a sí mismos. Al respecto, se sugiere explicitar la relación esponsal de la Eucaristía y de la Nueva Alianza, como modelo de las vocaciones del cristiano: matrimonio, virginidad, sacerdocio. Todo esto tiene como objetivo formar personas y comunidades eucarísticas, que aman y sirven, como Jesús en la Eucaristía.

26. Además, sería oportuno potenciar los medios de comunicación ya existentes, especialmente para facilitar la participación de los fieles que, por diversos motivos, se encuentran impedidos de asistir personalmente a la iglesia en las celebraciones eucarísticas, como recomienda el Concilio Vaticano II.[46] Hay propuestas relacionadas con los mass-media de la Santa Sede, los cuales, con la mejor sinergia posible pueden ofrecer con rapidez y profesionalidad adecuados servicios a la Iglesia universal, reaccionando también inmediatamente contra la difusión de principios anticristianos. En esta obra deberían ocupar un lugar importante todos los medios de comunicación de inspiración católica. El aumento de la capacidad de acción de los mismos se hace urgente para proponer en modo equilibrado y positivo el mensaje cristiano, para iluminar las conciencias de los hombres de buena voluntad sobre temas éticos y morales de gran importancia para la vida de la Iglesia y de la sociedad.

Sombras en la celebración de la Eucaristía

27. La comunión eclesial es gravemente turbada y herida por las sombras en la celebración eucarística, que son señaladas también por la respuestas a los Lineamenta. El tema, ya tratado por el Papa Juan Pablo II en la Encíclica Ecclesia de Eucharistia,[47] y más particularmente abordado en la instrucción de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Redemptionis Sacramentum,[48] es una invitación a dirigir una mirada atenta y serena, pero no menos crítica, al modo en el cual la Iglesia celebra este Sacramento, que es la fuente y cumbre de su vida y su misión. Precisamente el hecho que tal llamado de atención haya sido hecho en este momento histórico, mientras la Iglesia se encuentra cada vez más empeñada en el diálogo con las religiones y con el mundo, es una providencial inspiración del Sucesor de Pedro, que da a entender cómo la Iglesia tiene siempre necesidad de mirarse a sí misma para relacionarse mejor con sus interlocutores, sin perder la propia identidad de sacramento universal de salvación.

En el presente texto se señalan diversas sombras que emergen del análisis de las respuestas a los Lineamenta. Dichas observaciones no deberían ser consideradas solamente como meras trasgresiones a las rúbricas y a la praxis litúrgicas, sino más bien como expresiones de actitudes más profundas.

Se nota una disminución de la participación en la celebración del Dies Domini, en los domingos y en los días de precepto, a raíz de una falta de conciencia del contenido y del significado del misterio eucarístico, y también a causa del indiferentismo, en particular en los países con relevante proceso de secularización, donde a menudo el domingo se transforma también en un día de trabajo.

Se difunde la idea que es la comunidad quien produce la presencia de Cristo, en vez de ser Cristo la fuente y el centro de nuestra comunión, y la Cabeza de su cuerpo que es la Iglesia.

Se está alterando el sentido de lo sagrado en relación a este grande Sacramento, como efecto de un debilitamiento de la oración, de la contemplación y de la adoración del Misterio eucarístico.

Se corre el riesgo de comprometer la verdad del dogma católico de la transformación del pan y del vino en el Cuerpo y Sangre de Jesucristo, tradicionalmente denominada transubstanciación y, consiguientemente, de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, en un contexto de ideas que tratan de explicar el misterio eucarístico no tanto en sí mismo, sino más bien desde el punto de vista del sujeto con el cual dicho misterio entra en relación, por ejemplo, con términos como transfinalización y transignificación. Se releva una incoherencia entre la fe profesada en el Sacramento y la dimensión moral, ya sea en la esfera personal, ya sea en aquella más amplia de la cultura y de la vida social.

Son escasamente conocidos los documentos de la Iglesia y, en particular, del Concilio Vaticano II, las grandes encíclicas sobre la Eucaristía, inclusa la Ecclesia de Eucharistia, la Carta Apostólica Mane nobiscum Domine, y otros. Falta un justo equilibrio en la celebración: se va desde un ritualismo pasivo a una creatividad excesiva, que algunas veces alcanza expresiones de protagonismo del celebrante de la Eucaristía, caracterizado frecuentemente de locuacidad, de muchos y largos comentarios, sin permitir que hable el misterio a través del rito y de las fórmulas de la liturgia.


PARTE II
FE DE LA IGLESIA EN EL MISTERIO DE LA EUCARISTÍA

Capítulo I
EUCARISTÍA, DON DE DIOS PARA SU PUEBLO

«Misterio de la fe»

Eucaristía, misterio de la fe

28. Con esta expresión el sacerdote que preside la Eucaristía proclama con admiración la fe de la Iglesia en el Señor resucitado, realmente presente bajo las especies del pan y del vino, transformados por la gracia del Espíritu Santo en el Cuerpo y en la Sangre del Señor Jesús.

Es conocida la insistencia del Magisterio conciliar sobre la Eucaristía como centro y corazón de la vida de la Iglesia y sobre todo como misterio de la fe, designio de Dios revelado en Jesucristo. Dios que se ofrece a nosotros, Dios que está con nosotros, es misterio de inefable riqueza, don y misterio que debe ser continuamente redescubierto. El Mysterium fidei es Dios que se entrega a nosotros, el Primero, el Último y el Viviente entrado en el tiempo. El Señor Jesús es verdaderamente hombre y verdaderamente Dios en medio a nosotros. Él es el Hijo de Dios y el Hijo del hombre.

Un conocido texto del Concilio Vaticano II responde a la pregunta sobre la fe en el misterio: «En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. [...] Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación».[49] El término misterio aparece tres veces, condensando la verdad sobre Cristo y sobre el hombre. El misterio del Verbo, el misterio del Padre y el misterio del hombre no son un enigma insoluble, sino que encuentran la respuesta en Jesucristo, que es verdadero Dios y verdadero hombre. Él, haciéndose «verdaderamente uno de los nuestros» y permaneciendo «unido en cierto modo con todo hombre»,[50] ha permitido a quienquiera que lo desee encontrar el camino que conduce al sentido pleno de la existencia. Él no ha permanecido ajeno a lo humano, sino que ha dado cumplimiento a la verdad de la creación porque: «Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, amó con corazón de hombre».[51] El Papa Juan Pablo II había citado este texto en su primera encíclica Redemptor hominis,[52] como proponiendo un programa para la Iglesia, llamada a deducir de la verdad sobre Cristo la verdad sobre el hombre, que se encuentra en el mismo Evangelio.

29. El hecho y el misterio de la encarnación y de la muerte y resurrección de Jesucristo el Señor, que permite al hombre participar en la vida divina, está presente en la Eucaristía, pan de vida eterna, porque contiene en sí misma la fuerza para vencer la muerte. «El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día» (Jn 6,54). Es la resurrección, por lo tanto, la fuente perenne de sentido, que se ofrece a la humanidad.

La Eucaristía, en efecto, es el centro del anuncio que los cristianos en el mundo hacen desde hace dos mil años: Jesús, el crucificado, ha retornado de la muerte a la vida y nosotros somos los testigos (cf. 1 Co 15,3-5).

La Eucaristía anuncia la muerte de Cristo que, en su carácter dramático, todos pueden entender. Pero proclama también su resurrección, que requiere la fe y la apertura a aceptar a Dios en nuestra existencia. La fe es el nuevo estilo de vida que nace de la Eucaristía, y lleva en sí misma el sentido último y definitivo de la espera del retorno del Señor.

Sin la fe la Eucaristía no puede ser celebrada ni vivida, como recuerda el trinomio: fe, liturgia, vida, tan difundido en los programas pastorales. Sin la fe no se puede ni siquiera pensar en el tema de la participación activa en la liturgia.

Eucaristía, nueva y eterna alianza

30. Como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, citando San Ireneo, «La Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe: "Nuestra manera de pensar armoniza con la Eucaristía, y a su vez la Eucaristía confirma nuestra manera de pensar"».[53] ¿Cómo no ver aquí en acto aquella alianza con Dios, de la cual el hombre tiene necesidad para vivir, la alianza de la fe? «Si no os afirmáis en mí, no seréis firmes» (Is 7,9b), dice el Señor. La Eucaristía es la Alianza nueva y eterna, pacto y testamento que Jesús ha dejado en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre.

En efecto, en este Sacramento la Iglesia entera expresa su fe: después de haber escuchado la Palabra se profesa la fe en el misterio eucarístico, revelación y don de Dios mismo en Jesús, que impulsa a los cristianos a la donación plena y perfecta de sí mismos. Sobre todo en la Eucaristía la fe significa reconocer y aceptar a Jesucristo como en un encuentro en el cual la persona del fiel se compromete totalmente, a ejemplo de María, modelo de fe plenamente realizada.

Fe y celebración de la Eucaristía

31. Las respuestas a los Lineamenta no dejan de señalar las características de la fe como condiciones necesarias para celebrar la Eucaristía. En ella se manifiesta el primado de la gracia de Dios, que se encuentra siempre en el origen de todo, y que con el don del Espíritu Santo nos ayuda a recibir su acción misteriosa en el Sacramento para la transformación del pan y del vino en Cuerpo y Sangre de Jesús y para nuestra santificación. Si se asiste a la liturgia eucarística sin creer en la gracia y sin al menos el deseo de estar en estado de gracia, no hay participación adorante en espíritu y verdad.

En la Eucaristía se proclama la verdad de la Palabra de Dios que se ha revelado en Jesús, Verbo hecho carne que contiene ya en sí mismo la realización última de la historia humana. Si se asiste a la liturgia de la Eucaristía con las dudas en vez de con el asentimiento a la verdad, no hay verdadera participación. El don de la libertad que el Creador ha dado a la creatura hace que la fe sea un acto libre de adhesión a la persona de Jesús, camino, verdad y vida (cf. Jn 14,6). En la liturgia de la Eucaristía Él se deja reconocer, pero al mismo tiempo permanece escondido para estimular la razón y la inteligencia del creyente a buscarlo constantemente, para encontrarlo presente en la vida. Esta es la acción del misterio al cual la liturgia conduce siempre más profundamente. Los Padres de la Iglesia la llaman mistagogia.

El amor actúa y completa la fe, como dicen los apóstoles Santiago y Pablo (cf. St 2,14 ss; Rm 13,10; Ga 5,6). La fe cambia el corazón del creyente, lo convierte y lo abre al amor. La fe y el amor unidos a la esperanza constituyen el fundamento del ser cristiano. La Eucaristía es el sacramento del amor que abre el hombre al amor y le hace descubrir su origen y su razón de ser. Sin ágape no hay vida en el Espíritu.

Todas estas características hacen que la participación se exprese principalmente en el hacer la voluntad de Dios, como se pide en la oración del Padre nuestro, en vista de la plenitud de la Comunión. Ciertamente, es posible participar en la Misa aún sin encontrarse en las condiciones requeridas para acercarse a la Comunión, pero es necesario alimentar siempre el deseo y la voluntad de cumplir tales condiciones cuanto antes.

Fe personal y eclesial

32. La comunión con Cristo y con la Iglesia manifiesta que la dimensión personal de la fe tiende continuamente a la dimensión eclesial, precisamente como hace la liturgia desde la profesión de fe bautismal. Por este motivo, sin el Bautismo no es posible el acceso a la Eucaristía, que presupone la fe. De este modo, si con el pecado se pierde la gracia bautismal, entonces se hace necesario el «bautismo laborioso», la Penitencia, para volver a la Eucaristía.

Antes de la Eucaristía se renueva la profesión de fe, vínculo imprescindible que demuestra la comunión de cada iglesia particular con todas las iglesias locales esparcidas en el mundo y en primer lugar con la Iglesia de Roma y con su Obispo, principio necesario de la unidad. Lo mismo se hace en la anáfora, cuando se proclaman los dípticos. En la Eucaristía manifestamos la fe personal y eclesial.

La participación en la Eucaristía agudiza la inteligencia del misterio, que involucra al hombre y a su vida y permite al cristiano defender la propia fe frente a interpretaciones parciales o erróneas. No es una casualidad que la liturgia sea parte integrante del camino de fe que dura toda la vida.

El sentido global de la fe se percibe sobre todo en el testimonio de los mártires, che han aceptado libremente la muerte a ellos infligida en odio a la fe, frecuentemente durante o inmediatamente después de la celebración eucarística. Ellos estaban seguros de poseer la verdad y la vida, siguiendo a Cristo, que se ofreció libremente mientras dejaba en la Eucaristía el memorial de su sacrificio. Verdaderamente, en el martirio la Eucaristía se manifiesta en sumo grado como fons et culmen de la vida y de la misión de la Iglesia, como sucede en tantas Iglesias que sufren, abierta o implícitamente, persecuciones.

Percepción del misterio eucarístico entre los fieles

33. De las respuestas a los Lineamenta se releva, en general, una cierta disminución de la percepción de misterio celebrado. No siempre se percibe plenamente el don y el misterio de la Eucaristía. De todos modos, se verifican algunos matices según los diversos contextos culturales. Por ejemplo, en los países donde reina un clima general de paz y prosperidad, en gran parte occidentales, el misterio eucarístico es considerado por muchos como un modo de cumplir con el precepto festivo y es vivido como un convivio fraterno. En cambio, en los países torturados por la guerra y por diversas dificultades existenciales, se nota una más profunda comprensión del misterio eucarístico en su totalidad, es decir, también en la dimensión sacrificial. El misterio pascual celebrado incruentamente sobre el altar da un profundo sentido espiritual a los sufrimientos de los cristianos católicos en aquellas tierras, ayudándolos a aceptar tales dificultades a través de la participación en el misterio de la muerte y resurrección del Jesucristo, el Señor.

En algunas respuestas provenientes de la Iglesia que vive en África se alude al hecho que la idea de sacrificio forma parte de las culturas de ese continente y por lo tanto, esa concepción, adecuadamente elevada, después de haber sido purificada de elementos extraños al Evangelio, es a menudo utilizada pastoralmente en la catequesis para hacer comprender la dimensión sacrificial de la Eucaristía. En la catequesis se manifiesta una dificultad en mantener juntos el carácter de sacrificio y de convivio, cayendo muy frecuentemente el acento sobre este último aspecto.

Para enfrentar estas situaciones pastorales, muchas respuestas a los Lineamenta expresan el deseo de una eficaz y fiel aplicación de la reforma litúrgica que restablezca el equilibrio entre las diversas dimensiones de la Eucaristía. Si fuera necesario se podría pensar en algún retoque de las normas litúrgicas. Paralelamente se sugiere promover una adecuada catequesis a todos los niveles, para hacer comprender mejor que en la Eucaristía se renueva el misterio pascual y que ella es sacrificio de adoración y de comunión que hace crecer la comunidad.

Sentido de lo sagrado en la Eucaristía

34. No se duda acerca de los grandes efectos de la reforma litúrgica, llevada adelante según el espíritu del Concilio Vaticano II. En efecto, la liturgia post-conciliar ha favorecido mucho la participación activa, consciente y fructuosa de los fieles en el Santo Sacrificio del altar.[54]

Sin embargo, según las respuestas recibidas de no pocas naciones se notan, tanto de parte del clero como de parte de los fieles, errores y sombras en la praxis de la celebración eucarística, que parecen tener su origen en un debilitamiento del sentido de lo sagrado en relación al Sacramento. La salvaguardia de este sentido depende fundamentalmente de la comprensión que la Eucaristía es un misterio y un don, cuyo memorial exige signos y palabras que correspondan a la naturaleza sacramental.

Muy a menudo son indicados en las respuestas a los Lineamenta ciertos actos que atentan contra el sentido de lo sagrado. Por ejemplo: la falta de cuidado en el uso de los ornamentos litúrgicos propios de parte del celebrante y de los ministros, así como también la falta de decencia en el modo de vestir de los que participan en la Misa; la semejanza de ciertos cantos usados en la iglesia con respecto a los cantos profanos; el tácito consenso de eliminar algunos gestos litúrgicos porque son considerados demasiado tradicionales, como la genuflexión delante del Santísimo Sacramento; una distribución impropia de la Comunión en la mano, sin una adecuada catequesis; las actitudes poco reverentes antes, durante y después de la celebración de la Santa Misa, no solo de parte de los laicos, sino también de parte del mismo celebrante; la decadente calidad arquitectónica y artística de los edificios sagrados y de los objetos destinados al servicio litúrgico; los casos de sincretismo debidos a una inculturación desconsiderada de las formas litúrgicas, mezcladas con elementos de otras religiones.

Todas estas realidades negativas, más frecuentes en la liturgia latina que en aquellas orientales, no deben causar falsos alarmismos, porque están circunscriptas. No obstante, deben provocar una sincera y profunda reflexión con el objetivo de eliminarlas y hacer que las liturgias eucarísticas sean verdaderos momentos de alabanza, de oración, de comunión, de escucha, de silencio y de adoración, en el respeto del misterio de Dios que se revela en Cristo, bajo el pan y el vino, y en la respetuosa alegría de sentirse miembros de una comunidad de fieles reconciliados con Dios Padre en la gracia del Espíritu Santo. La Eucaristía es el punto más sagrado y alto de la oración. Es la gran oración.

Capítulo II
MISTERIO PASCUAL Y EUCARISTÍA

«Cada vez que coméis este pan y bebéis este cáliz,
anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga» (1 Co 11,26)

Centralidad del misterio pascual

35. En cada celebración eucarística se renueva el misterio pascual de la muerte y resurrección del Jesucristo, el Señor, pan partido Para la vida del mundo y Sangre derramada para la redención de los hombres y la liberación del cosmos (cf. Rm 8,19-23).

El tema sinodal debe ayudar a descubrir nuevamente el misterio pascual de Jesús como misterio de la salvación, del cual nace la vida y la misión de la Iglesia. La Eucaristía se revela como el Don: el Señor se ofrece a sí mismo, es el Dios con nosotros. La Eucaristía es su Persona y su vida para nosotros. Con la Eucaristía el Señor ejercita la misión sacerdotal, profética y real.

«¡Es verdad! (El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» (Lc 24,34) decían los apóstoles y los discípulos. San Pablo exhorta a Timoteo: «Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos» (2 Tm 2,8). Precisamente, respecto al testimonio apostólico, San Juan Crisóstomo observa: «Por lo tanto, es evidente que si no lo hubieran visto resucitado y no hubieran tenido una prueba innegable de su poder, no se habrían expuesto a tan alto riesgo».[55]

En cierto sentido el hombre tiene la capacidad de desear todo, pero en su poder tiene sólo aquello que logra realizar en concreto. La muerte y sus anticipaciones, como la enfermedad y el sufrimiento, indican el límite intrínseco de la libertad de elección del hombre. Con la resurrección Jesús introduce en la historia de la humanidad el germen de la esperanza definitiva: la victoria sobre la muerte. Esto, finalmente, es la cumbre de la revelación que Él cumple. La muerte ha sido vencida, ya sea porque el pecado ha sido destruido y el hombre ha sido reconciliado con Dios, ya sea porque la vida ha sido restaurada y es ofrecida eternamente a quien cree en Cristo. El signo concreto de esta esperanza lo ofrece el Señor Jesús al querer la Iglesia como su Cuerpo místico. Los creyentes, en efecto, han muerto y resucitado con Cristo (cf. Rm 6,1-11).

Nombres de la Eucaristía

36. Es necesario explicar el nombre de la Eucaristía y profundizar su contenido para comprender el culto cristiano. El Catecismo de la Iglesia Católica cita los nombres con los cuales ha sido llamado este Sacramento: en primer lugar, Eucaristía;[56] después Cena del Señor, ya sea como conmemoración de la Cena pascual por Él celebrada ya sea como anticipación de la Cena de las Bodas del Cordero en la Jerusalén celestial; Fracción del Pan, rito que subraya el compartir de la comunión en un solo Cuerpo y que fundamenta la sinaxis o asamblea eucarística, expresión visible de la Iglesia; Memorial de la pasión y resurrección; Santo Sacrificio, porque actualiza el único sacrificio de Cristo Redentor; Santa y Divina Liturgia, Santos Misterios, Santísimo Sacramento, Comunión, Cosas Santas, Remedio de inmortalidad, Santa Misa, que subraya la dimensión misionera.

Hacer comprender el significado de estos términos, sin excluir ninguno de ellos, es importante para una catequesis completa, condición de una participación verdaderamente consciente en la liturgia.

Sacrificio, memorial y convivio

37. Se descubre en las respuestas y observaciones a los Lineamenta una exigencia general de conocer más profundamente la naturaleza sacrificial de la Eucaristía y se pide que esta verdad de nuestra fe sea expuesta siempre con mayor claridad, siguiendo el reciente Magisterio de la Iglesia.

El Concilio Vaticano II promovía la reflexión teológica sobre el sentido del sacrificio de Jesús, como ofrenda plena, libre y gratuita a Dios Padre por la salvación del mundo. Entre tantos textos que se refieren a este aspecto merece una especial atención el que alude al ejercicio del sacerdocio ministerial en la Constitución dogmática Lumen Gentium: «Los presbíteros ... su oficio sagrado lo ejercen, sobre todo, en el culto o asamblea eucarística, donde obrando en nombre de Cristo y proclamando su misterio, unen las oraciones de los fieles al sacrificio de su Cabeza y representan y aplican en el sacrificio de la Misa, hasta la venida del Señor (cf. 1 Co 11,26), el único sacrificio del Nuevo Testamento: a saber: el de Cristo, que se ofrece a sí mismo al Padre, una vez por todas, como hostia inmaculada (cf. Hb 9,11-28)».[57]

Sobre este mismo argumento el Catecismo de la Iglesia Católica[58] presenta un título: El Sacrificio Sacramental: acción de gracias, memorial, presencia, del cual se deduce que el nombre que prevale y que incluye a los otros, es sacrificio sacramental: es decir, el hecho de la muerte de Cristo para salvarnos de los pecados con su sacrificio, cuya eficacia se encuentra a disposición de todos los hombres en el Sacramento. Por lo tanto, la acción de gracias es ofrecida por su sacrificio, el memorial de su sacrificio, la presencia de su sacrificio en el cuerpo ofrecido y en la sangre derramada. La acción de gracias se dirige a Dios por la creación y por la salvación del mundo.

Considerar en este modo la Eucaristía ayuda a superar la dialéctica entre sacrificio y convivio. En efecto, si se entiende este segundo término como sinónimo de cena, el convivio incluye el sacrificio, en cuanto se trata de la cena del Cordero inmolado; si se lo entiende como sinónimo de comunión, el convivio expresa la finalidad o la cumbre de la Eucaristía.

La encíclica Ecclesia de Eucharistia, tratando del sacrificio eucarístico,[59] enseña que la Iglesia presenta continuamente el sacrificio de Cristo también en forma de intercesión, en cuanto el mismo Hijo se ha ofrecido en su carne y en ese sentido es mediador entre el hombre y el Padre. La Iglesia de Cristo se une a ese ofrecimiento en la anáfora o plegaria eucarística. Dicha ofrenda, si bien en forma incruenta, no es nueva, sino que se trata de la misma que ha tenido lugar en la Cruz. En este sentido deben interpretarse las palabras de la encíclica: «La Misa hace presente el sacrificio de la Cruz, no se le añade y no lo multiplica».[60] El hecho de afirmar que esto sucede a causa del amor sacrificial del Señor sirve para repetir cuanto ha sido dicho en la encíclica.

Consagración

38. La Encarnación, la Muerte y la Resurrección, la Ascensión y Pentecostés son eventos que han tenido lugar realmente y llevan a comprender que la presencia permanente y substancial del Señor en el Sacramento no es tipológica o metafórica. Por el contrario, si el Sacramento es presentado solo como un símbolo de la presencia de Cristo, es porque se duda que Dios pueda intervenir sobre realidades materiales. Ahora bien, poniéndose en el contexto de los otros modos de presencia, el misterio pascual ayuda a comprender la naturaleza de aquella Eucaristía que es dada por la transformación de las especies, es decir por la transubstanciación. El pan se transforma en Cuerpo ofrecido, partido para nuestra salvación: Corpus Christi, salva me; el vino se transforma en Sangre derramada, sobreabundante de la delicia divina: Sanguis Christi, inebria me.[61] La superación de la distancia entre la pobreza de las especies sacramentales y Jesucristo que se da real y substancialmente, permite a la Eucaristía poner en el mundo el germen de la nueva historia.[62] El misterio pascual confirma la condescendencia de Dios y la kénosis del Hijo, permaneciendo la trascendencia absoluta de la Trinidad.

Por ello, las palabras de Jesús «Tomad y comed» sobre todo indican el don de sí mismo a nosotros. En segundo lugar, aluden a la fraternidad de la mesa, a la unidad de la comunidad de la Iglesia y al compromiso de compartir el pan con quien padece hambre. De todo esto nace la adoración, es decir el reconocimiento permanente del Señor que acompaña el camino del Pueblo de Dios.

La transubstanciación tiene lugar en la consagración del pan y del vino. A este respecto, en las respuestas se recomienda una explicación de la teología de la consagración a la luz de las tradiciones eclesiales de oriente y de occidente, que se refieren, en particular, a la consagración, como imitación del Señor en lo que Él ha hecho y ordenado en la Cena, y a la invocación del Espíritu Santo en la epíclesis. Una mayor claridad en la teología de la consagración podría ser de gran utilidad, no sólo para el diálogo ecuménico con las Iglesias Orientales con las cuales no existe todavía una plena comunión, sino también para la eliminación de algunas sombras señaladas por las mismas respuestas a los Lineamenta, como por ejemplo: el uso de hostias confeccionadas con levadura y otros ingredientes; la celebración con pan común; la improvisación de la plegaria eucarística; la recitación de ésta o de una parte de la misma por el pueblo a insistencia del celebrante; la fractio panis en el momento de la consagración.

Presencia real

39. La presencia del Señor en el Sacramento ha sido querida por Él mismo para permanecer junto al hombre y alimentarlo con su Cuerpo y Sangre, para quedarse dentro de la comunidad eclesial. La respuesta del hombre es la fe en la presencia real y substancial, como se insinúa en algunas respuestas en base a las encíclicas Ecclesia de Eucharistia y Mysterium fidei. Junto con la fe en la presencia de Cristo en el Sacramento deben recordarse otros aspectos: el sentido del misterio y las actitudes que lo demuestran, la posición del tabernáculo, la dignidad de la celebración, la dimensión escatológica, es decir, el Sacramento como prenda de la gloria futura. La Eucaristía, en efecto, es también anticipación de la realidad última y eterna durante la peregrinación hacia la Casa del Padre Celestial, como lo manifiesta, por ejemplo, la actitud de espera esponsal propia de las personas consagradas.

Juan Pablo II en la Carta Apostólica Mane nobiscum Domine para el Año de la Eucaristía proponía esta síntesis de la doctrina de la presencia de Cristo viviente en su Iglesia: «Todos los aspectos de la Eucaristía confluyen en lo que más pone a prueba nuestra fe: el misterio de la presencia "real". Junto con toda la tradición de la Iglesia, nosotros creemos que bajo las especies eucarísticas está realmente presente Jesús. Una presencia ―como explicó muy claramente el Papa Pablo VI― que se llama "real" no por exclusión, como si las otras formas de presencia no fueran reales, sino por antonomasia, porque por medio de ella Cristo se hace sustancialmente presente en la realidad de su Cuerpo y de su Sangre. Por esto la fe nos pide que, ante la Eucaristía seamos conscientes de que estamos ante Cristo mismo. Precisamente su presencia da a los diversos aspectos ―banquete, memorial de la Pascua, anticipación escatológica― un alcance que va mucho más allá del puro simbolismo. La Eucaristía es misterio de presencia, a través del que se realiza de modo supremo la promesa de Jesús de estar con nosotros hasta el final del mundo».[63]

Esta citación afirma el dato doctrinal referido por diversas respuestas a los Lineamenta: Aquel que está oculto en el Sacramento es el Mediador pleno de majestad entre Dios y el hombre, es el eterno y sumo Sacerdote, el Maestro divino, el Juez de vivos y muertos, el Dios-Hombre, la Palabra hecha carne, es Aquel que abraza en modo misterioso a todos los fieles en la gran comunidad de la Iglesia. Así Él se presenta en la Misa.

40. De algunas respuestas a los Lineamenta, sin embargo, se deduce que a veces se difunden declaraciones contrarias a la transubstanciación y a la presencia real, la cual se entiende en un sentido sólo simbólico, y se observan comportamientos que manifiestan implícitamente tal convicción. Como muchos indican en sus respuestas, algunas veces parece que en la liturgia hay quienes obran como animadores que deben atraer la atención del público sobre la propia persona, en vez de actuar como servidores de Cristo llamados a conducir a los fieles a la unión con Él.[64] Todo esto, obviamente, repercute negativamente sobre el pueblo, que corre el riesgo de caer en la confusión en lo que se refiere a la comprensión y a la fe en la presencia real de Cristo en el Sacramento.

En la tradición de la Iglesia se ha creado un verdadero lenguaje de gestos litúrgicos orientados a expresar la recta fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, como por ejemplo, la cuidadosa purificación de cálices y copones después de la comunión y también cuando accidentalmente caen las especies eucarísticas en el piso, la genuflexión delante del tabernáculo, el uso de la bandeja para la comunión, la renovación periódica de las Hostias conservadas en el sagrario, la custodia de la llave del tabernáculo en un lugar seguro, la compostura y el recogimiento del celebrante en sintonía con el carácter trascendental y divino del Sacramento. Omitir o descuidar estos signos sagrados, que encierran un significado más profundo y amplio que su aspecto externo, ciertamente no contribuye a consolidar la fe en la presencia real de Cristo en el Sacramento. Por ello, en las respuestas se recomienda que los signos y símbolos que expresan la fe en la presencia real sean objeto de una adecuada mistagogia y catequesis litúrgica.

41. Además, no debe olvidarse que la expresión de la fe en la presencia real del Señor muerto y resucitado en el Santísimo Sacramento tiene un punto culminante en la adoración eucarística, tradición que en la Iglesia latina tiene profundas raíces. Esta práctica, como justamente subrayan muchas respuestas a los Lineamenta, no debería ser presentada en discontinuidad con la celebración eucarística, sino como su natural prolongación. Las mismas respuestas indican que en algunas iglesias particulares se verifica un despertar de la adoración eucarística, aunque se señala que tal acción debe siempre cumplirse con dignidad y solemnidad.

La posición del tabernáculo en un lugar fácilmente visible es también otro modo de poner en evidencia la fe en la presencia de Cristo en el Santísimo Sacramento. A este respecto, en las respuestas a los Lineamenta se pide reflexionar sobre la adecuada colocación del tabernáculo en las iglesias, teniendo en cuenta las disposiciones canónicas.[65] Debería verificarse si la remoción del tabernáculo del centro del área presbiteral, para colocarlo en un ángulo no muy evidente y digno o en una capilla apartada, o bien la ubicación de la sede del celebrante en posición central o delante del sagrario, como ha sucedido en muchas adaptaciones de iglesias antiguas o en nuevas construcciones, no haya contribuido de algún modo a la disminución de la fe en la presencia real.

De las mismas respuestas emerge que, allí donde han sido dadas instrucciones sobre la construcción y la reestructuración de iglesias, insistiendo especialmente sobre la colocación del tabernáculo, de tal modo que se demuestre la conciencia de la presencia real, han sido obtenidos resultados positivos, como el aumento de la fe y de la adoración. Las iglesias deben siempre ser lugares de oración y de adoración y no deben transformarse en museos. Esto vale también para las catedrales y las basílicas de gran valor histórico y artístico.


PARTE III
LA EUCARISTÍA EN LA VIDA DE LA IGLESIA

Capítulo I
CELEBRAR LA EUCARISTÍA DEL SEÑOR

«Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20)

«Te damos gracias porque nos haces dignos de servirte en tu presencia»[66]

42. La celebración de la Santa Misa comienza reconociendo que Dios está presente donde dos o más se reúnen en su nombre y que nosotros estamos ante Él. Cuando participamos en la Misa debemos tomar conciencia de estar junto a la fuente de la gracia: «Pues aunque no necesitas nuestra alabanza, ni nuestras bendiciones te enriquecen, tú inspiras y haces tuya nuestra acción de gracias, para que nos sirva de salvación».[67] En la liturgia el hombre no dirige su mirada a sí mismo sino a Dios.

No es nuestra alabanza, sino su acción que hace la Eucaristía. La Eucaristía está en el centro de la liturgia cósmica en la cual se encuentra la Trinidad, eternamente adorada por María y por los ángeles que sirven a Dios, ofreciéndonos un modelo de servicio. El Dios uno y Trino es adorado además por los santos y por los justos que gozan de su visión beatífica e interceden por nosotros, así como también por las almas de los fieles que se purifican mientras esperan ver a Dios. Es aquí que la Iglesia se manifiesta como familia de Dios, según enseña el Concilio Vaticano II y recientemente la Exhortación Apostólica postsinodal Ecclesia in Africa.[68]

El culto tributado al Señor y a los santos tiene como centro el misterio pascual: Aporque, al celebrar el tránsito de los santos de este mundo al cielo, la Iglesia proclama el misterio pascual cumplido en ellos, que sufrieron y fueron glorificados con Cristo».[69] Esta liturgia de comunión, que une el cielo y la tierra, es celebrada para la salvación de todos, también de aquellos que no creen. Evocar la liturgia celestial no significa ignorar la liturgia terrena, sino más bien querer descubrir en ésta la dimensión peregrinante y escatológica.

43. La celebración de la Eucaristía tiene una estructura propia y cuenta con específicos elementos expuestos en la Ordenación General del Misal Romano y en la Instrucción para la aplicación de las prescripciones litúrgicas del Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, especialmente en la tradición bizantina, la más difundida entre las Iglesias Orientales católicas, pero también en las otras tradiciones. No debe olvidarse que la celebración de la Eucaristía exige la humilde obediencia del sacerdote y de los ministros a estas normas canónicas.

Para favorecer el debido respeto y la veneración a la Eucaristía, es deseable que, sobre todo los ministros sagrados, se preparen con la oración a la celebración del Sacrificio eucarístico ―en el cual el Señor se hace presente en sus manos― y que, después, den gracias a Dios.[70]

Lamentablemente, como indican algunas respuestas, no siempre se observan estos tiempos dedicados a la preparación y a la acción de gracias. Sin embargo, debe reconocerse que muchos obispos, sacerdotes, diáconos y laicos cumplen esta acción de alabanza y agradecimiento con notable provecho espiritual. A este respecto, no debe descuidarse el fuerte llamado de muchas respuestas, a prepararse a la celebración con el silencio y la oración, nutriéndose de las venerables tradiciones del culto.

44. Para crear este espíritu de oración ayudará no sólo el tener conocimiento de parte del celebrante del gran misterio que él va a cumplir, sino también la realización de ciertos signos, como el incienso, que es símbolo de la oración que se eleva a Dios, según las palabras del salmo: «Valga ante ti mi oración como incienso, el alzar de mis manos como oblación de la tarde» (Sal 140,2).

Además, un mínimo de asistencia y colaboración de parte de algunos laicos para celebrar dignamente los santos misterios contribuye a crear un clima de serenidad adecuado a la liturgia eucarística. A veces, los celebrantes actúan también cubriendo la parte de los ceremonieros, instruyen a la gente, dan órdenes, se preocupan por todo, habiendo aún preparado anteriormente la celebración eucarística. En cambio, el sacerdote tendría necesidad de la asistencia de lectores, acólitos, monaguillos y laicos, de modo que él pueda concentrarse en los sagrados misterios que está celebrando y trasmita así un clima de paz y recogimiento a toda la asamblea reunida en torno a la mesa del Señor. Por ello, en muchas respuestas se propone promover la colaboración de los laicos adecuadamente preparados y restablecer el servicio de los ostiarios, laicos bien predispuestos sobre todo a recibir a las personas en la iglesia, para mantener el orden en la celebración litúrgica y para vigilar de modo que la comunión no sea distribuida a personas extrañas.

Ritos de introducción

45. El canto de ingreso, el signo de la cruz, el saludo, el himno del Gloria cuando está previsto, en el rito romano; las antífonas, las letanías, el himno Unigénito, en el rito bizantino y en otros ritos como el ambrosiano, el mozárabe y los antiguos ritos orientales, sirven para disponer a los fieles a tomar conciencia de estar en la presencia de Dios, antes de escuchar su Palabra y de darle gracias con la Eucaristía. Especialmente el acto penitencial invita a la actitud necesaria para celebrar los santos misterios: la del publicano que reconoce humildemente que es un pecador. Aun no teniendo el valor de un sacramento, recuerda la unión indisoluble entre la Penitencia y la Eucaristía; este vínculo es particularmente observado en las Iglesias orientales católicas. Además, cuando el acto penitencial es substituido por la aspersión con el agua bendita, evoca el bautismo, principio de la vida nueva, en el cual hemos renunciado a las obras del Maligno. Por lo tanto, desde el inicio se nos recuerda que para acercarnos a la Eucaristía es necesario ser purificados a través de la penitencia, liberados de aquellas discordias y separaciones que se oponen al signo de la unidad, que es la Eucaristía. En la catequesis es importante ilustrar estos aspectos, y en particular, aclarar que el acto penitencial no perdona los pecados graves, para los cuales es necesario acceder al sacramento de la Reconciliación.

Liturgia de la Palabra

46. Las lecturas bíblicas, el salmo responsorial, la aclamación antes del Evangelio, la homilía y la profesión de fe constituyen la Liturgia de la Palabra. Dios nos ha hablado por medio de su Hijo, su Palabra hecha carne. La Palabra divina es una sola y, puesto que cumple lo que dice, ella al mismo tiempo se transforma en Pan de vida, signo que Jesucristo ha cumplido. El Papa Juan Pablo II, citando el relato de Emaús (cf. Lc 24), mostraba la relación indisoluble entre la mesa de la Palabra y la de la Eucaristía.[71] Por ello, la liturgia de la Palabra, en unidad con la liturgia de la Eucaristía, cualifica la celebración como un único acto de culto, que no admite fracturas.

La liturgia de la Palabra nos pone en contacto con la revelación que Dios hizo en el Antiguo Testamento. La gran riqueza de la omnipotente presencia de Dios, que fue la gloria del Pueblo elegido de Israel, es parte de la liturgia católica, iluminada con la luz del Verbo hecho carne, muerto y resucitado por todos.

Además, como recuerda el Concilio Vaticano II, la revelación de Jesús va más allá de la codificación del texto de la Escritura, que no la expresa totalmente.[72] Su Palabra permanece viva en la vida de la Iglesia. Ésta la trasmite en el curso de los siglos, haciéndola accesible en el signo sacramental. El anuncio que Jesús realiza no está separado de su presencia en el Sacramento, creando una unidad jamás existida anteriormente, jamás posible de repetir sucesivamente.

Su encarnación, pasión, muerte y resurrección son palabra y evento para ver y contemplar. La palabra alude al evento. El misterio eucarístico acompañará siempre la vida de la Iglesia como síntesis de palabra y evento, estimulando la contemplación. En el rito romano y en el Breve ingreso bizantino todo esto es evocado por la veneración y el honor del que es objeto el evangeliario, como mística entrada del Verbo encarnado y como signo de su presencia en medio a la asamblea de los creyentes.

47. En este sentido, ha sido relevado que no siempre se cuida adecuadamente el modo de proclamar la Palabra de Dios. Sería necesario mejorar el servicio de los lectores para transmitir a los fieles la belleza del contenido y de la forma de la Palabra que Dios dirige a su pueblo. En algunos lugares, donde prevalece la costumbre de leer solamente dos lecturas durante los domingos y las fiestas de precepto, se lamenta la falta de conocimiento de las Cartas y de los Hechos de los Apóstoles. Por lo tanto, es oportuno recordar que no conviene excluir esas lecturas, que se refieren a la acción de Dios en la comunidad primitiva.

Una parte importante de la liturgia de la Palabra es la homilía, pronunciada por el ministro sagrado con la finalidad de ayudar a los fieles a adherir con la mente y con el corazón a la Palabra de Dios. Para alcanzar tal objetivo, muchos aconsejan homilías mistagógicas, que permitan introducir a los fieles en los misterios sagrados que se están celebrando. Así, según las lecturas proclamadas, es posible iluminar con la luz de Jesucristo la vida de cada uno, evitando siempre alusiones y referencias impropias o profanas.

Teniendo bien presente los pasajes de las Sagradas Escrituras, sería necesario pensar en homilías temáticas, que durante el curso de un año litúrgico puedan presentar los grandes temas de la fe cristiana: el Credo; el Padre Nuestro; la estructura de la Santa Misa; los diez Mandamientos, y otros. A este respecto, sería de gran utilidad contar con material elaborado por las competentes comisiones de las Conferencias Episcopales o de los Sínodos de Obispos de las Iglesias Orientales Católicas sui iuris o de otros entes especializados en la pastoral. En las Iglesias Orientales Católicas algunos se lamentan acerca de homilías que no guardan relación con las lecturas de la liturgia, dado que todos los años se repiten las mismas lecturas en los mismos días.

Liturgia Eucarística

48. Las respuestas a los Lineamenta recomiendan que la Presentación de los Dones sirva sobre todo para llamar la atención sobre el pan y el vino, que se transformarán en el Cuerpo y Sangre del Señor. Es a estos dones que se debe dar relieve, antes que a otros dones para el culto y la caridad, en cuanto que es a través de ellos que tiene lugar la preparación y la presentación en el altar. Además, estos Dones aluden al gran Don del amor, la Eucaristía, que da impulso a la caridad hacia los más pobres y necesitados.

En relación a este argumento, es necesario explicar a través de una adecuada catequesis la importancia de la limosna durante las celebraciones eucarísticas, destinada a los pobres y a las necesidades de la Iglesia. Así se crearía y se desarrollaría la conciencia de la dimensión social de la Eucaristía. Sería necesario potenciar la conciencia sobre todo donde la Iglesia no puede desarrollar libremente actividades caritativas. Los fieles deben ser exhortados a ayudar a aquellos que padecen necesidades.

49. A la presentación de los Dones sigue la Plegaria eucarística, que en las diversas formas existentes en oriente y occidente considera la Iglesia a la luz del misterio de la Trinidad, con su inicio en la creación, su cumbre en el misterio pascual, su fin en la recapitulación de todo en Cristo en la consumación de los tiempos. Por ello, comienza con la invitación del celebrante a levantar los corazones al Señor. El mismo término anáfora significa levantar en alto los Dones junto con nosotros mismos al Padre, significa dirigirse al Señor del cual viene la salvación.

La Iglesia con la epíclesis suplica al Padre que mande el Espíritu Santo, para que descienda sobre los Dones con su potencia. En la liturgia oriental, en la epíclesis post-consagratoria, se alude al vínculo entre la Eucaristía y el misterio de Pentecostés, efusión del Espíritu sobre la comunidad reunida: «Te pedimos Señor que, así como has enviado tu Espíritu Santo para que santifique a tus apóstoles, puros y santos, así también mandes a nosotros tu Santo Espíritu, para que santifique nuestra alma, nuestro cuerpo y nuestro espíritu».[73] La invocación al Espíritu se refiere a aquellos que comulgan para que puedan tener la fuerza de entregarse los unos a los otros y de vivir según el sacramento que celebran.

En la plegaria eucarística ocupa un puesto central el relato de la institución con las palabras de Jesús sobre el pan y el vino: es la consagración, momento solemne en el cual se cumple la presencia real del Señor resucitado bajo las especies del pan y del vino. Esta presencia real asegura la continuidad perenne de la Eucaristía, desde Cristo a los apóstoles y desde ellos a sus sucesores y colaboradores, los obispos y los presbíteros, los cuales con el ministerio jerárquico obran en nombre del Señor a favor de la Iglesia.

Esta continuidad se expresa particularmente en la intercesión: «Acuérdate, Señor, de tu Iglesia extendida por toda la tierra».[74] Aquí la celebración de la Eucaristía demuestra que es íntimamente un acto de la Iglesia en su universalidad, anterior a cualquier distinción particular o local.

La asamblea eucarística, consciente de ser peregrina en el mundo, entra con las intercesiones en la comunión de los santos, se proyecta hacia el Reino, pero sabe que vive aquí en la tierra. Por ello, en la oración no olvida las dificultades que encuentra, las persecuciones que soporta, las calamidades temporales, las guerras, invocando sobre todo los dones de la unidad y de la paz.

El Espíritu Santo imprime a la gran plegaria la orientación interior hacia el Señor Jesús para que la ofrenda Asea llevada a tu presencia, hasta el altar del cielo»[75] y la alabanza trinitaria tenga lugar «per Ipsum, cum Ipso et in Ipso» con la adhesión del pueblo de Dios que proclama Amén.

Comunión

50. La Ordenación General del Misal Romano recomienda que la Comunión sea recibida por «los fieles debidamente dispuestos».[76] Las buenas disposiciones nacen del discernimiento según el cual el Cuerpo del Señor no es un pan común, sino un Pan de vida, que se ofrece a quienes están reconciliados con el Padre. Así como el compartir la mesa entre los hombres supone la concordia, así la Eucaristía es el sacramento de los reconciliados, en el sentido que es la cumbre del itinerario de reconciliación con Dios y con la Iglesia a través del sacramento de la Penitencia. De este modo se manifiesta la compasión de Cristo por la salvación de las almas, que es también la ley suprema de la Iglesia. Cumplida la reconciliación con la penitencia, y restablecido el estado de gracia, los ritos de la comunión constituyen la preparación inmediata. Sería conveniente subrayar más aun la importancia de la gracia de los sacramentos, como un bien que no debe ser negado a ninguno cuando se dan las condiciones requeridas,[77] que se encuentran perfectamente determinadas en las normas canónicas y litúrgicas, sin necesidad de agregar otras.

La preparación a la comunión es exigida por la pureza necesaria para acercarse al Señor, y por ello incumbe a cada uno de nosotros examinar si nos encontramos en tales disposiciones. A este respecto, puede ser muy oportuna una adecuada catequesis sobre el poder de la Eucaristía para cancelar los pecados veniales. En verdad, recibirla con un corazón arrepentido obtiene la gracia del Espíritu Santo para no caer en las tentaciones, sino para dar testimonio de vida cristiana, no obstante las condiciones frecuentemente poco favorables del ambiente. También la oración del Pater noster nos ayuda para que con ella pidamos la purificación de los pecados y la liberación del Maligno, así como, el saludo de la paz permite a los fieles manifestar el deseo de comunión eclesial y el amor recíproco, [78] mientras induce a una reflexión sobre la disposición al perdón, actitud interior que no debe considerarse secundaria para acercarse a la Comunión. En las liturgias orientales y en la ambrosiana, con el saludo de la paz en el momento del ofertorio, se acentúa precisamente este aspecto, es decir, la extinción de toda enemistad (cf. Mt 5,23-24). Se observa, además, que el gesto de la paz es facultativo y no debería sobreponerse al gesto siguiente de la fractio panis, que es central, y que indica el Cuerpo partido para nosotros.

En el momento de distribuir la santa Comunión, según algunas respuestas, el sacerdote da la bendición a los niños o a los catecúmenos, oportunamente señalados, que se acercan y no han recibido aún la primera Comunión. En algunas iglesias la bendición es impartida también a los no católicos que se acercan al altar en el momento de la Comunión. En la misma línea, desde Asia llegan sugerencias orientadas considerar la posibilidad de ofrecer algún signo en favor de los no cristianos en el momento de la Comunión, para que no se sientan excluidos de la comunidad litúrgica.

Ritos de conclusión

51. Recibida la Comunión es necesario orar para obtener los frutos del misterio celebrado. Uno de los primeros es el antídoto contra las caídas cotidianas y contra los pecados mortales.[79] Se debe rezar, sobre todo, para que nuestra fe y comunión con Cristo nos lleven a anunciar su Evangelio en misión por el mundo, en todos los ambientes donde vivimos, con el testimonio de las obras, para que los hombres crean y den gloria al Padre.

El saludo final de la Misa incluye un llamado a la misión, que la Iglesia, sostenida por la Eucaristía, precedida y acompañada por el ejemplo y la intercesión de María, cumple al evangelizar el mundo contemporáneo. La Eucaristía tiene como finalidad hacernos crecer en el amor a Cristo y en el deseo de llevar el Evangelio a todos.

Ars celebrandi

52. Es necesario prestar atención al ars celebrandi, para conducir a los fieles al culto verdadero, a la reverencia y a la adoración. Las manos levantadas en alto del sacerdote indican la súplica del pobre y del humilde: «Te pedimos humildemente», se dice en la plegaria eucarística.[80] La humildad del gesto y de la palabra aluden al mismo Cristo manso y humilde de corazón. Él debe crecer y nosotros disminuir. Para que la celebración de la Eucaristía exprese la fe católica se recomienda que sea presidida por el sacerdote con humildad; solo así podrá ser verdaderamente mistagógica y contribuir a la evangelización. En las plegarias litúrgicas normalmente no se dice «yo» sino «nosotros»; cuando en las fórmulas sacramentales se usa la primera persona, el ministro habla «en persona de Cristo», no en nombre propio.

Algunas respuestas a los Lineamenta tocan el tema de la mistatogia y la entienden como introducción al misterio de la presencia del Señor, haciendo hincapié en que hoy es necesario conducir el hombre a acercarse más profundamente a Dios, porque él vive en ambientes donde parece que la existencia del misterio sea negada. La línea maestra nos la ofrece el mismo Señor, al decir: A... a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15,15). El Señor quiere que nos acerquemos a Él para revelarnos el misterio de la vida divina.

Pasa a primer plano la responsabilidad del Obispo en relación a la Eucaristía, en cuanto él es el primer mistagogo. El empeño en función de una «plena, consciente y activa»[81] participación de los fieles en la celebración eucarística está estrechamente vinculado a la particular responsabilidad del Obispo en relación al Santísimo Sacramento, que nace del hecho que el Señor ha confiado la Eucaristía a los Apóstoles y la Iglesia con la misma fe la trasmite. Cada celebración eucarística en una diócesis tiene lugar en comunión con el Obispo y en dependencia de su autoridad.[82]Él vigila para que los fieles puedan participar en la Misa y para que el Sacramento sea celebrado digna y decorosamente, eliminando eventuales abusos. Es el sensus ecclesiae en la celebración litúrgica, que trasciende las situaciones particulares, los grupos y las culturas. En cuanto primus mysteriorum Dei dispensator el Obispo celebra con frecuencia la Santa Misa en la catedral, iglesia madre y corazón de la diócesis, cuya liturgia deber ser ejemplar para toda la diócesis.

53. Permanece la obligación de la Misa pro populo de parte del obispo diocesano y del párroco con la aplicación por los vivos y por los difuntos.[83] Además, se recomienda, por motivos teológicos y espirituales, que los sacerdotes celebren todos los días la Santa Eucaristía. Es particularmente importante celebrar por los difuntos cuyas almas se encuentran en el Purgatorio, esperando el feliz día en el cual podrán ver a Dios cara a cara. Rezar por los difuntos, es una obligación de caridad en favor de ellos.

En relación a las intenciones, diversas respuestas aluden a abusos, entre los cuales el más común es la acumulación de las llamadas Misas pluri-intencionales. Sobre este tema se sugiere aclarar cuál debe ser la actitud en relación a las intenciones de Misa. Además se constata que en algunos países esta práctica ha disminuido notablemente, casi ha desaparecido, mientras en numerosos países las intenciones de Misa representan el modo tradicional, a veces único, de sustento del clero. Hay también naciones, en las cuales se registra una falta de intenciones de Misa, que desde hace ya varios años provenían de otros países, como válida contribución a la comunión eclesial y a la participación concreta en la actividad misionera.

No menos importante, desde el punto de vista pastoral, es la formación de los fieles sobre el significado de la aplicación de las Misas en sufragio de los difuntos, los cuales, a través de los méritos de la redención de Cristo y de la oración de toda la Iglesia, podrán ser rápidamente admitidos en al banquete de la vida eterna. Así, las intenciones de Misa por los difuntos se transforman también en una expresión de la fe en la resurrección de los muertos, verdad solemnemente profesada en el Credo.

Palabra y Pan de vida

54. A propósito de la relación entre la Santa Misa y las celebraciones de la Palabra, en muchas respuestas a los Lineamenta se observa que en ciertas circunstancias los fieles corren en riesgo de perder, poco a poco, el sentido de la diferencia entre celebración Eucarística y otras celebraciones. Este problema pastoral se presenta, por ejemplo, donde son frecuentes las liturgias de Comunión presididas por diáconos o por ministros extraordinarios. El mismo riesgo corren los fieles, en algunos lugares, cuando son invitados a participar en la liturgia de la Palabra en vez de ir a Misa en una parroquia vecina.

Sin embargo, no faltan respuestas que trasmiten el testimonio del valioso servicio desarrollado por laicos, debidamente preparados, en las celebraciones de la Palabra, con o sin distribución de la Eucaristía, allí donde hay comunidades que, mientras esperan tener un sacerdote establemente, no pueden por el momento contar con él para las celebraciones dominicales. En estos casos, bajo la guía del obispo diocesano y de los sacerdotes es posible, con la colaboración de los laicos, satisfacer las necesidades pastorales de tantas comunidades sedientas de la Palabra de vida y del Pan de vida. Cuando esta actividad se desarrolla de acuerdo a las orientaciones del Magisterio en esta materia,[84] los resultados son alentadores y pueden nacer incluso vocaciones sacerdotales entre las familias de los laicos comprometidos en estos servicios, como también en las respectivas comunidades que saben apreciar el valioso servicio del sacerdote, ministro ordinario de la Eucaristía.

55. En este contexto emerge la cuestión de los excesos en la celebración de la Palabra, propuesta en lugar de la Santa Misa. Tales excesos podrían hacer retroceder el culto cristiano ad un simple servicio de asamblea. Tendría sentido, en cambio, como en las estaciones misioneras, la catequesis desarrollada mientras se espera la llegada del sacerdote, que pueda celebrar la Eucaristía. En efecto, sería mejor, en este sentido, hablar de celebraciones litúrgicas «en espera» del sacerdote, más que «en ausencia» del mismo. Para indicar esta realidad, en algunas regiones se coloca una estola sobre el altar o sobre la sede. La oración por las vocaciones mantiene vivo el deseo de contar establemente con un celebrante de la Eucaristía. La falta de sacerdotes, que en algunas zonas asume dimensiones preocupantes, debería ser un válido estímulo para despertar la actividad misionera y el intercambio de dones entre las iglesias particulares.

Diversas respuestas a los Lineamenta sugieren que los fieles designados como ministros extraordinarios de la Eucaristía participen en sesiones de estudio especiales para crecer en el conocimiento de la doctrina eucarística y de las normas litúrgicas. Este programa debería ser incluido también en la formación permanente de los catequistas.

Además, de las mismas respuestas surge la necesidad de explicar claramente la triple dimensión: sacerdotal, profética y real, en la distinción entre ministerio ordenado y no ordenado. En tal modo, resaltará la identidad del sacerdote, ministro de los divinos misterios, de los cuales él es interprete, mistagogo y testigo. Finalmente, para superar una cierta confusión sobre el ministerio ordenado en la Iglesia, se recomienda, entre otras cosas, promover el conocimiento de los apropiados documentos del Magisterio, como la Exhortación Apostólica post-sinodal Pastores dabo Vobis, sobre el sacerdote, signo de Cristo cabeza, esposo y pastor.

56. Se debe reconocer con gratitud la actividad de los fieles laicos, sobre todo de los catequistas, que son responsables de la formación en la vida de oración y de la preparación para la comunión, especialmente en los casos en que la escasez de clero hace imposible a los fieles participar en la Eucaristía. Sin embargo, en no pocas respuestas a los Lineamenta se indican ciertas prácticas que tienden a oscurecer en los fieles la distinción esencial entre el sacerdocio ministerial y el común de los fieles. Por ejemplo: la actitud de algunos asistentes pastorales que asumen la efectiva dirección de ciertas parroquias y ejercen, de hecho, casi una presidencia de la Eucaristía, dejando al sacerdote solamente el mínimo para asegurar la validez de la celebración; la homilía en la Santa Misa pronunciada por los laicos; la costumbre de dar precedencia a los ministros extraordinarios de la Eucaristía en la distribución del Sacramento, mientras los ministros ordinarios, sobre todo el sacerdote celebrante y los concelebrantes, permanecen sentados; la costumbre de algunos ministros extraordinarios de conservar el Santísimo Sacramento en sus casas antes de llevarlo a los enfermos, o bien la autorización dada por el párroco a algún familiar del enfermo para llevarle el Viático. Las disposiciones de la Instrucción Ecclesia de mysterio, junto con las normas canónicas sobre este tema,[85] deberían ser tenidas en consideración para instruir adecuadamente a los responsables y para asegurar una celebración eclesial de la Eucaristía.

Significado de las normas

57. Con la cuestión de la instauratio de la liturgia se relacionan las respuestas a los Lineamenta que se refieren al nuevo Ordo Missae y a la Ordenación General del Misal Romano, que presentan las características de la liturgia de la Iglesia universal.

Las normas litúrgicas pueden ser entendidas como una guía hacia el misterio. Los Padres sub-apostólicos fueron los primeros en establecer las normas y los cánones, con las célebres Constitutiones y Didascaliae. Entonces, ellos debían, por una parte, anunciar el misterio revelado en Jesús, y por otra parte, debían contrastar las concepciones mistéricas, alegóricas y esotéricas de los paganos.

Si por una parte las normas evocan la apostolicidad de la Eucaristía, por otra parte, es sobre todo la santidad del misterio celebrado que las exige: el Santísimo debe ser tratado con la máxima reverencia. Puede decirse que para esto los presbíteros son consagrados, como recuerdan las palabras del Obispo antes de la ordenación: «Por medio de tu ministerio, alcanzará su plenitud el sacrificio espiritual de los fieles, que por tus manos, junto con ellos, será ofrecido sobre el altar, unido al sacrificio de Cristo, en celebración incruenta. Date cuenta de lo que haces e imita lo que conmemoras, de tal manera que al celebrar el misterio de la muerte y resurrección del Señor, te esfuerces por hacer morir en ti el mal y procures caminar en una vida nueva».[86] Algunas respuestas indican que la norma fundamental que debe ser observada por un obispo y por un sacerdote consiste en ayudar a los fieles a entrar en el misterio de la presencia del Señor.

58. Varias respuestas a los Lineamenta trasmiten algunos de los motivos que llevan a descuidar las normas: el escaso conocimiento de la historia y del significado teológico de los ritos, el deseo de novedad y la falta de confianza en la capacidad del rito de interpelar al hombre con el lenguaje de los signos. Algunas respuestas consideran que la inobservancia de las normas es causada por presumibles defectos internos de la Ordenación General del Misal Romano, y mencionan, por ejemplo, las traducciones inadecuadas de los textos litúrgicos y la falta de precisión en las rúbricas, que dejan al celebrante la libertad de improvisar ciertas partes. En particular, se indica la necesidad de cuidar con gran atención la traducción de los textos litúrgicos, confiando el trabajo a especialistas bajo la supervisión de los obispos y con la aprobación de la competente Congregación de la Santa Sede.

Cuando se dan orientaciones doctrinales o normas es necesario tener presente un principio fundamental: así como una excesiva valoración de la madurez de los fieles puede haber contribuido a crear dificultades prácticas en la introducción de la reforma, así también es necesario no infravalorar la psicología popular o la capacidad de los fieles de aceptar la alusión a las verdades fundamentales.

Urgencias pastorales

59. Del conjunto de las respuestas a los Lineamenta se puede deducir el siguiente cuadro, en relación a las sombras en la celebración de la Eucaristía.

Mientras se observa una actitud de falta de confianza respecto de las rúbricas litúrgicas, se inventan otras rúbricas con la finalidad de promover cambios inspirados en ideologías o en desviaciones teológicas. A este respecto, no pocas iniciativas de este tipo provienen de movimientos y grupos que intentan renovar la liturgia.

A menudo se piensa que el respeto de las normas universales, frecuentemente sostenidas por la Iglesia como expresión de la catolicidad, se contrapone a las celebraciones litúrgicas particulares de algunos movimientos eclesiales. En relación a esta cuestión se pide una mayor claridad de parte de las competentes autoridades de la Iglesia, para evitar confusiones. Después de la introducción de las lenguas vernáculas, es necesario respetar la estructura del rito, único modo para subrayar en modo visible la unidad de la Iglesia católica de tradición occidental. Los fieles son bastante sensibles a eventuales cambios arbitrarios del rito.

Se nota en ciertos casos que un exceso de intervenciones conduce a una manipulación de la Misa, como cuando se sustituyen textos litúrgicos con otros textos extraños. Actitudes de este tipo crean frecuentemente conflicto entre el clero y los laicos y también dentro del mismo presbiterio.

60. Con el objetivo de disipar estas sombras, en las mismas respuestas a los Lineamenta se hacen algunas sugerencias. Es necesario promover un renovado espíritu de oración conjuntamente con una más profunda formación permanente del clero, con la finalidad de reforzar la actitud de humilde adhesión al espíritu de las normas litúrgicas, para poder ofrecer un verdadero servicio al Pueblo de Dios, llamado a dar gracias y a elevar súplicas a su Señor en el Espíritu Santo a través de la divina liturgia.

Es también necesario estudiar a fondo los ya conocidos principios sobre el modo de integrar en las celebraciones litúrgicas elementos de las culturas locales y eventualmente emitir nuevas instrucciones, más claras y precisas, a la luz de la reciente revisión de la Ordenación General del Misal Romano y de las Instrucciones Redemptionis Sacramentum y Varietates legitimae de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.

Se hace necesario explicar a los fieles la verdadera dimensión de la fe eucarística. En la Eucaristía los fieles se nutren con el Cuerpo de Cristo resucitado. El Señor resucitado, vencedor del pecado y de la muerte, supera las dimensiones del espacio y del tiempo y está realmente presente bajo las especies del pan y del vino en cada celebración eucarística en todo el mundo. Se trata, por lo tanto, del Cuerpo del Señor glorificado, transformado, Pan de los ángeles y de todos los hombres llamados a compartir la visión beatífica, en la comunión de los santos, en la adoración eterna de Dios, Uno y Trino.

Con una apropiada catequesis se deben eliminar posibles concepciones mágicas, supersticiosas o espiritualísticas de la Eucaristía. Esta catequesis puede ser muy oportuna en las Misas de curación, que se hacen en algunos países. Urge precaverse contra los sacrilegios de las hostias consagradas, que se usan en los ritos satánicos y en las llamadas misas negras.

Canto litúrgico

61. El Pueblo de Dios, reunido en la casa del Señor manifiesta la acción de gracias y la alabanza con las palabras, con la escucha, con el silencio y con el canto. Diversas respuestas a los Lineamenta expresan el deseo que el canto en la Misa y en la adoración sea verdaderamente digno. Se nota la necesidad de asegurar que lo esencial del repertorio del canto gregoriano sea conocido por el pueblo. Dicho tipo de canto fue compuesto a medida del hombre de todos los tiempos y de todos los lugares, en virtud de su transparencia, de su discreción, de la agilidad de sus formas y de sus ritmos. Por ello, es necesario reconsiderar los cantos actualmente en uso.[87] La música instrumental y vocal, si no posee contemporáneamente el sentido de la oración, de la dignidad y de la belleza, se excluye a sí misma del ámbito sacro y religioso. Dicho ámbito exige la bondad de las formas, como expresión del verdadero arte, la correspondencia con los diversos ritos y la capacidad de adaptación a las legítimas exigencias, tanto de la inculturación como de la universalidad. El canto gregoriano responde a estas exigencias y por ello es el modelo que debe ser tomado como inspiración, como ha dicho el Papa Juan Pablo II.[88] Es necesario, por lo tanto, favorecer, entre los músicos y los poetas, la composición de nuevos cantos, elaborados según los criterios litúrgicos, con un verdadero contenido catequístico sobre el misterio pascual, sobre el domingo y sobre la Eucaristía.

62. El uso de los instrumentos musicales ha sido también objeto de particular atención en diversas respuestas, con referencias a las orientaciones de la Constitución Sacrosanctum Concilium sobre esta materia.[89] En este sentido, en varias oportunidades se alude, con respecto a la tradición latina, al valor del órgano, cuyo sonido tiene la capacidad de conferir solemnidad al culto y ayudar a la contemplación. La experiencia de la admisión de otros instrumentos musicales es también mencionada en varias respuestas, con resultados positivos, cuando, con el consentimiento de la autoridad eclesiástica competente, tales instrumentos son juzgados adecuados para el uso sagrado, en armonía con la dignidad del templo, y eficaces para la edificación de los fieles.

En otras respuestas, en cambio, se lamenta la pobreza de las traducciones en lengua corriente de los textos litúrgicos y de muchos textos musicales, que carecen de belleza y muchas veces son teológicamente ambiguos y capaces, por lo tanto, de debilitar la doctrina y la comprensión del sentido de la oración. Particular atención se dedica, en alguna respuesta, a la música y al canto en las Misas para los jóvenes. Sobre este tema, se señala la importancia de evitar aquellas formas musicales que no invitan a la oración, porque están sujetas a las reglas del uso profano. Algunos muestran demasiada ansiedad por componer nuevos cantos, como sucumbiendo a la mentalidad de la sociedad de consumo, sin preocuparse por la calidad de la música y del texto, descuidando fácilmente un insigne patrimonio artístico, que ha demostrado validez teológica y musical en la liturgia de la Iglesia.

Se recomienda igualmente que en los encuentros internacionales al menos la plegaria eucarística sea proclamada en latín, para facilitar una adecuada participación de los concelebrantes y de cuantos no conocieran la lengua local, como oportunamente es sugerido en la Constitución sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium.[90]

Es motivo de satisfacción, de todos modos, constatar que en algunas naciones existe una sólida tradición de cantos religiosos para cada período del año litúrgico: Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua. Dichos cantos, conocidos y cantados por el pueblo, favorecen el recogimiento y ayudan a vivir con notable participación espiritual las celebraciones del misterio de la fe en cada uno de los períodos litúrgicos. Es de desear que esta positiva experiencia se difunda también en otros países y contribuya a hacer crecer la devoción de los fieles en los tiempos fuertes del año litúrgico, ayudándoles a percibir el mensaje a través de la música y de las palabras.

Decoro del lugar sagrado

63. En los Lineamenta es mencionada también la función del arte. El decoro de todo lo que se refiere a la celebración de la Eucaristía manifiesta la fe en el misterio y contribuye eficazmente a mantenerla viva, tanto en los ministros sagrados como en los fieles. Esta actitud puede ser expresada tanto en la adecuada ordenación del espacio sacro, como en una apropiada colocación del tabernáculo y de la sede, así como también en la atención dispensada a ciertos particulares, como la limpieza, los objetos usados en la decoración y las flores frescas. En efecto, para la formación de los fieles en la doctrina eucarística, es importante no sólo lo que ellos escuchan, sino también lo que ven. Por el contrario, el descuido demuestra que la fe es débil.

La tradición de la Iglesia ha tomado de la Biblia la distinción del área reservada a los ministros sagrados: ésta es signo elocuente que es el Señor a admitir a su servicio, a elegir a sus ministros. Las iglesias orientales, con la delimitación del santuario, y las occidentales, con el área presbiteral, han conservado la distinción. Tal distinción atestigua que en la liturgia se manifiesta el pueblo de Dios jerárquicamente ordenado, bien dispuesto para la participación activa. El altar es la parte más santa del templo y se encuentra elevado para indicar la obra de Dios, que es superior a todas las obras del hombre. La tela de lino que lo reviste indica la pureza necesaria para recibir a Dios. El altar es dedicado solamente a Dios, como el mismo templo, y no puede ser usado para otras finalidades.

64. En las respuestas se nota una preocupación acerca del hecho que bastante frecuentemente las iglesias son utilizadas para usos profanos, como conciertos y actividades teatrales, no siempre de índole religiosa. La liturgia de la dedicación de la Iglesia recuerda que la comunidad ofrece el templo totalmente al Señor, y por consiguiente no puede destinarlo a un uso diverso de aquel al cual está consagrado.

Han sido señalados otros fenómenos opuestos a la mencionada tradición de la Iglesia, que oscurecen el sentido de lo sagrado y la trascendencia del misterio. Por ejemplo, muchas iglesias nuevas y también algunas antiguas, después de intervenciones de reestructuración, muestran como criterio fundamental del proyecto arquitectónico la cercanía de los fieles respecto del altar, con la finalidad de asegurar una buena visual y una mayor comunicación entre celebrante y asamblea. También la tendencia a cambiar de lugar el altar, acercándolo al espacio destinado a los fieles, elimina en la práctica el área presbiteral y deriva de la misma concepción. De este modo se obtiene una mejor comunicación, pero no siempre se salvaguarda suficientemente el sentido de lo sagrado, que es también parte esencial de la celebración litúrgica.

Otras respuestas muestran algunos signos alentadores. Siguiendo las líneas de la Ordenación General del Misal Romano han sido tomadas diversas iniciativas para que el espacio sagrado de las iglesias ya existentes o de aquellas en vías de construcción sea un verdadero lugar de oración y adoración, donde el arte y la iconografía sean instrumentos al servicio de la liturgia. Así por ejemplo, se han vuelto a colocar en algunas iglesias los reclinatorios y así ha sido retomada entre los fieles la práctica de arrodillarse durante la plegaria eucarística; donde no era claramente visible, el tabernáculo ha sido colocado nuevamente en el santuario o en un lugar preeminente; los nuevos proyectos de iglesias ponen más atención al arte, a la decoración, a los objetos y a los ornamentos sagrados. De este modo, se trata de armonizar la cercanía del celebrante al pueblo y la sacralidad del misterio de Dios, al mismo tiempo presente y trascendente.

Capítulo II
ADORAR EL MISTERIO DEL SEÑOR

«Dad culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones,
siempre dispuestos a dar respuesta
a todo el que os pida razón de vuestra esperanza» (1 P 3,15)

De la celebración a la adoración

65. La adoración es la actitud adecuada del celebrante y de la asamblea litúrgica frente a Dios omnipotente, que se hace realmente presente en el Sacramento de la Eucaristía. Frecuentemente, esa actitud se prolonga también después de la Santa Misa, en varios modos propios de la Iglesia Católica.

Dios busca al hombre y éste desea verlo. «Dice de ti mi corazón: "Busca su rostro". Sí, Yahvéh, tu rostro busco: no me ocultes tu rostro» (Sal 26,8-9). El cristianismo no es solo la religión del escuchar sino también del ver. Viendo a Jesús se ve a Dios Padre (cf. Jn 14.9). Dios asume la naturaleza humana para compartir nuestra vida. La carta de San Pablo a los Filipenses abre una visión particular sobre este misterio que nosotros indicamos con el término kénosis, es decir, el Hijo se vacía de la gloria que le es debida, para participar de la naturaleza humana: «El cual (Cristo), siendo de condición divina no retuvo ávidamente el ser igual a Dios...» (Flp 2,6). Esta kénosis en cierto sentido continúa en la Eucaristía, si bien en ella esta presente el cuerpo resucitado y glorioso del Señor. Pero lo paradójico consiste en que Jesús de Nazaret revela a Dios en la plenitud de su humanidad: «el que me ve a mi, ve a aquel que me ha enviado» (Jn 12,45), como dijo a los judíos, sintetizando en una frase la profunda verdad de la fe cristiana. El Dios que se hace hombre suscita reacciones en la esfera del conocimiento, como el ver , el tocar, el escuchar, el contemplar (cf. 1 Jn 1,1-2). En una palabra, la revelación de Jesús pone en acción una relación que compromete los sentidos como facultad de mediación del conocimiento. Ver y escuchar constituyen un binomio esencial para la religión cristiana. Jesús de Nazaret no puede ser solo escuchado, debe ser también visto.

Jesús es imagen del Dios invisible (cf. Col 1,15). El término eikon está cargado de sentido histórico, porque no reduce a puro símbolo lo que él representa. Para la cultura griega en general, eikon indicaba el retrato. Un retrato es creíble, sin embargo, sólo cuando representa un rostro real, concreto e histórico, sin dejar espacio a la fantasía.

Se vuelve al tema del rostro, es decir, a la expresión personal, que mejor que cualquier otra expresa la identidad. El rostro de Jesús, que deja ver a Dios en transparencia, es al mismo tiempo imagen de toda la humanidad redimida y salvada, habiendo sido Él mismo Aprobado en todo igual que nosotros» (Hb 4,15). Esto ya hace comprender porqué el cristianismo no puede ser contado solamente entre las religiones del libro.

La Eucaristía genera un culto completo, siendo contemporáneamente sacrificio, memorial y convivio, e invita a la contemplación. Debe, por lo tanto, quedar superada la dificultad psicológica que lleva a interpretar erróneamente la adoración y la reverencia como una forma anómala de la liturgia, y consiguientemente a restar valor a las acciones de culto a la Eucaristía, como la exposición del Santísimo Sacramento y la bendición eucarística.

Actitudes de adoración

66. Entre los problemas más graves y difundidos en los países occidentales, y en los otros continentes donde a veces han sido importadas ciertas costumbres por algunos agentes pastorales, es la crisis de la oración y la reducción de la celebración de la Eucaristía a un precepto o a un simple evento con carácter de asamblea.

Las respuestas a los Lineamenta piden que se promueva la oración en sentido pleno y completo, como don, alianza y comunión,[91] con sus formas de bendición, adoración, alabanza, acción de gracias, súplica, expiación, intercesión. Sin una oportuna catequesis sobre el tema, los fieles no podrán beneficiarse de la linfa que brota de la liturgia, regula fidei a través de los signos sagrados.

El pedido de promover la dedicación de un tiempo y de un espacio a la adoración y a la meditación es muy frecuente en las respuestas. En efecto, el hombre de hoy, sometido al ritmo frenético de la vida moderna, tiene necesidad de detenerse, de pensar y de rezar. Varias religiones, sobre todo en Oriente, proponen la meditación según las características de la propia tradición religiosa local. También frente a este desafío, los cristianos son llamados a redescubrir la belleza de la adoración, de la oración personal y comunitaria, del silencio y de la meditación, que en el cristianismo es un encuentro personal del hombre con Dios, Trinidad Santísima, con Jesucristo resucitado presente en la Eucaristía, a través de la potencia del Espíritu Santo, para alabanza de Dios Padre.

Hay pedidos de una nueva presentación de los motivos teológicos y espirituales de la adoración, entendida como preparación a la Santa Misa, como la actitud adecuada para celebrar los santos misterios y como acción de gracias por el don de la Eucaristía. A este respecto, ha sido propuesto favorecer el resurgimiento de las cofradías del Santísimo Sacramento, adaptándolas a las exigencias y necesidades del hombre contemporáneo en su continua búsqueda de Dios. Además, se sugiere fomentar la adoración eucarística entre los sacerdotes. Cada parroquia, por otra parte, podría organizar un día solemne de exposición del Santísimo Sacramento, de modo tal que en las diócesis, sobre todo en aquellas de una cierta grandeza, cada semana el Pueblo de Dios pudiera adorar al Señor-Eucaristía en una de las parroquias. Una renovación de la práctica de la Bendición con el Santísimo, allí donde esta costumbre haya sido abandonada, sobre todo el domingo por la tarde, podría ayudar a hacer crecer la devoción eucarística. También se pueden cantar las Vísperas, o las Laudes, ante el Santísimo expuesto. Donde se celebran varias Misas, por ejemplo durante la tarde en algunas parroquias de la ciudad, se podría introducir una hora de adoración entre una y otra Misa.

Además, es necesario sostener otras formas de devoción eucarística, como la adoración del Jueves Santo, las procesiones con el Santísimo, sobre todo en la solemnidad del Corpus Domini, la visita eucarística, las Cuarenta Horas, la oración comunitaria con el Santísimo expuesto. Estos actos, según las indicaciones del Magisterio, introducen a los fieles en la oración de reparación por las ofensas, sobre todo, al Santísimo Sacramento.[92] Y todavía sería oportuno valorizar en la justa medida las expresiones de la piedad popular, relacionadas con la Eucaristía, como los cantos, la composiciones floreales, las decoraciones.

67. La oración comienza con el silencio, que ayuda a tomar conciencia de estar en la presencia del Señor, que habla e interpela en la grande plegaria de la liturgia o en la adoración eucarística fuera de la Misa. En este diálogo, se cumplen acciones externas que son gestos religiosos: el signo de la cruz, los movimientos de las manos, las genuflexiones, las reverencias, la posición del cuerpo (en pie o sentado), las procesiones y otros gestos.[93] No pocas de las respuestas a los Lineamenta exhortan a una catequesis sobre estos gestos externos, que adquieren autenticidad en la medida en que se realizan con mayor conciencia.

Los sacerdotes y los fieles manifiestan la fe y la adoración a través de los gestos del cuerpo según las indicaciones de los libros litúrgicos o según la tradición. Es posible adaptar tales gestos en base a la cultura, con tal que sean expresivos de la veneración y del amor hacia el misterio de la Eucaristía.

En la espera del Señor

68. Jesús resucitado es «el Primogénito de entre los muertos» (Col 1,18). Estas palabras del apóstol Pablo expresan la verdad revelada, según la cual la muerte no es para el cristiano el fin de todo, sino, por el contrario, la puerta de entrada en una vida nueva y misteriosa, caracterizada por una íntima y directa relación con el Señor y, consiguientemente, por una felicidad que supera radicalmente toda expectativa.

No puede olvidarse, sin embargo, que ciertos factores culturales tienden a eliminar toda perspectiva más allá de la muerte, mientras la reivindicación de la total autonomía ética del hombre hace no aceptable, o en todo caso irrelevante, la idea del premio o de la pena por comportamientos morales, que corresponderían después de la muerte.

En varias respuestas se retiene inadecuada la catequesis que hoy en día se desarrolla sobre la verdad escatológica de la Eucaristía. El Catecismo de la Iglesia Católica dedica a este argumento un título: «La Eucaristía, pignus futuræ gloriæ»,[94] pregustación del banquete del reino de Dios y manifestación de la comunión de los santos. Naturalmente, esta anticipación no proviene de la vida en el mundo, según lo expresado en esta oración: «Lleva a su término en nosotros, Señor, lo que significan estos sacramentos, para que un día poseamos plenamente cuanto celebramos ahora en estos ritos sagrados».[95]

69. La tensión escatológica puede ser explicada como la irrupción en el hoy litúrgico de Aquel que es, que era y que viene. Él, el Resucitado y el Viviente, está siempre presente. Por ello la Eucaristía es el Sacramento de la presencia de Aquel que ha dicho: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Algunas respuestas a los Lineamenta reconocen que este aspecto no es suficientemente abordado, excepto en la liturgia de la Misa de exequias y en las Misas del primero y del dos de noviembre o en alguna otra oración por los difuntos en los textos de la Misa.

Muchos son conscientes que la Eucaristía es fuente de comunión con los difuntos y los santos, pero no como pregustación del convivio celeste. Por ello, puede ser oportuno tener presente que si bien la comunión con los santos es celebrada a lo largo de todo el año litúrgico, todo el mes de noviembre sería una óptima ocasión para celebrarla con la intercesión por los fieles difuntos.

Acerca del nombre de los difuntos, que se mencionan durante la Santa Misa, a pesar de las normas específicas al respecto, no pocas respuestas indican abusos, que van desde el rechazo a cualquier tipo de mención del nombre hasta la repetición excesiva del mismo.

Sin embargo, son las mismas respuestas que proponen algunas orientaciones para dar más resalto a la dimensión escatológica del misterio eucarístico: la oración hacia el Este, cuando es posible; una adecuada presentación del vínculo que une la presencia real de Cristo en la Eucaristía y la adoración eucarística, a través de la cual pedimos alcanzar la plenitud de su presencia cuando Él nos introducirá en el banquete escatológico a final de los tiempos, como se recuerda en las anáforas: «mientras esperamos su gloriosa venida».[96] La Eucaristía es la medicina de la inmortalidad porque previene como antídoto el pecado y, liberando de los pecados veniales, introduce en el alma la fuerza de la gracia que santifica y prepara a la vida eterna, con la invocación dirigida al Señor que viene: «Marana tha» (1 Co 16,22; cf. Ap 22,20).

Eucaristía dominical

70. Las respuestas invitan a tratar con más atención la celebración de la Eucaristía en el Dies Domini, día sagrado para la vida de la Iglesia, para la comunidad de fe y para todos y cada uno de los creyentes. Es en este contexto que debe enfatizarse la importancia de la comunidad que se reúne para la celebración, porque el Señor se hace presente en medio de ella. Sin la fe no podríamos ni hablar del Día del Señor ni vivirlo. El domingo ayuda a ver el mundo a la luz de la Eucaristía. La Misa es el sacrificio de Cristo que cambia el mundo y pide a la Iglesia que también ella se transforme en ofrenda, abriéndose a todos.

La Eucaristía es también fuente de una cultura del perdón, hoy tan difícil. Durante la celebración eucarística se repite varias veces el pedido de perdón para renovar la vida. El Papa Juan Pablo II, además, invitaba a ver como «una consecuencia significativa de la tensión escatológica propia de la Eucaristía»[97] el hecho de sembrar una semilla de viva esperanza en el compromiso cotidiano, de crear nuevos signos en el mundo, para poder decir que se vive de la Eucaristía.

El Día del Señor es también el día de la solidaridad y del compartir con los pobres, en cuanto la Eucaristía es vínculo de fraternidad y fuente de comunión. En efecto, «desde la misa dominical surge una ola de caridad destinada a extenderse a toda la vida de los fieles, comenzando por animar el modo mismo de vivir el resto del domingo».[98]

71. Sin la Misa dominical no se alimenta la fe mediante el encuentro con el Señor y no se escucha la Palabra de Dios, ni se vive la realidad comunitaria de la Iglesia. Para muchos el único contacto con la Iglesia es el de la Misa dominical, razón por la cual la fe de los creyentes se encuentra vinculada a este momento. Si el cristiano falta a la Misa dominical, gradualmente se distancia de Cristo. En la promoción del respeto del Día del Señor deben comprometerse todos los miembros del Pueblo de Dios, especialmente el clero, las personas consagradas, los catequistas y los miembros de los movimientos eclesiales. La asamblea sinodal debería ayudar a descubrir nuevamente el profundo sentido teológico y espiritual del domingo como Día del Señor, favoreciendo su celebración, la cual, a su vez, tendrá consecuencias muy positivas para los fieles, para sus familias y para toda la comunidad.

En efecto, dedicando tiempo al Señor, cada domingo y en los días de precepto, el hombre, como persona y como miembro de una familia, descubre la jerarquía de los valores a los cuales adaptar su existencia, usufructuando, en unión con Dios, su Creador y Redentor, del tiempo libre para dedicarse al ejercicio de sus capacidades humanas y cristianas para el bien de toda la sociedad. Por ello, es importante salvaguardar el domingo como día no laborable, sobre todo en los países con raíces cristianas.

Diversas respuestas a los Lineamenta expresan el deseo que sean dadas orientaciones pastorales para motivar a los fieles a participar en la Eucaristía, sobre todo el domingo. En la celebración del Día del Señor, los fieles, a menudo turbados por varios problemas personales, familiares y sociales, inseridos en una asamblea acogedora, podrán obtener de la Eucaristía, fuente de luz, de paz y de consolación espiritual, la fuerza necesaria para transformar sus vidas y el mundo según los designios de Dios Padre en Cristo Jesús.

Contemporáneamente, se percibe la necesidad de garantizar la celebración de la Santa Misa al máximo número posible de fieles, de afirmar las disposiciones esenciales para recibir dignamente la Eucaristía, es decir, estar en estado de gracia y cumplir con el ayuno, así como también de seguir pastoralmente a aquellos que viven en condiciones morales que no les permiten recibir la Comunión sacramental.

En este último contexto, se sugiere la presentación sintética de la doctrina sobre la comunión espiritual o de deseo, que se fundamenta sobre los privilegios concedidos por el Bautismo y es la única forma de comunión a la que muchos pueden acceder, a causa de la falta objetiva o subjetiva de las condiciones para la comunión sacramental. La comunión espiritual, por ejemplo, está siempre al alcance de las personas ancianas o enfermas que manifiesten el amor hacia la Eucaristía, participando en la comunión de los santos con gran beneficio espiritual para ellos mismos y para la Iglesia, que se enriquece de este modo con los sufrimientos ofrecidos a Dios. Así se agrega lo que falta a la pasión de Jesucristo por su Cuerpo, la Iglesia (cf. Col 1,24) y se proclama el «Evangelio del sufrimiento»,[99] que el Maestro ha entregado a los discípulos con su sacrificio, del cual la Eucaristía es el memorial.

Ayudar a descubrir nuevamente el sentido gozoso de la celebración eucarística dominical es una de los tantos desafíos pastorales para la Iglesia en el mundo de hoy, siempre llevado a concebir la fiesta solo como un momento de diversión superficial y no como un momento de comunión y de celebración. Otro desafío igualmente exigente es el de provocar el interés por la participación de las familias en la Santa Misa. De este modo, la familia, iglesia doméstica, alarga sus horizontes cristianos y, en la comunión con otras familias, descubre que es parte viva de la gran familia de Dios, la Iglesia católica.

Finalmente, la celebración dominical de los católicos se transforma en un signo distintivo para ellos, en particular en los Países en los cuales ellos representan una minoría. Orando juntos y reflejando luego ese espíritu a través de las obras de caridad, se ofrece un válido aporte al mejoramiento de la sociedad, sobre todo en las Naciones donde prevalece tradicionalmente una concepción individualista de la relación entre el hombre y la divinidad.


PARTE IV
LA EUCARISTÍA EN LA MISIÓN DE LA IGLESIA

Capítulo I
ESPIRITUALIDAD EUCARÍSTICA

«Permaneced en mí como yo en vosotros.
Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid,
así tampoco vosotros si no permanecéis en mí» (Jn 15,4)

Eucaristía, fuente de la moral cristiana

72. La metáfora del Evangelio de San Juan, incluida en el discurso de la Última Cena, adquiere un significado no solo eclesial, sino también moral, puesto que la vida de la gracia, recibida a través de la Eucaristía, es garantía de la verdadera comunión eclesial y también de una vida moral caracterizada por la buenas obras y por la rectitud en el obrar, propia de quien está vitalmente unido a Cristo.

No pocas respuestas a los Lineamenta insisten en el sentido personal y eclesial de la Eucaristía en relación a la vida moral, a la santidad y a la misión en el mundo. La permanente presencia y acción del Espíritu Santo, don del Señor resucitado, recibido mediante la Comunión, es la fuente del dinamismo de la vida espiritual, de la santidad y del testimonio de los fieles.

Por lo tanto, la Eucaristía y la vida moral son inseparables, ya sea porque nutriéndose del santo Sacramento se obtiene la transformación interior, ya sea porque a Jesús-Eucaristía tiende el hombre renacido en el bautismo a la vida según el Espíritu, nueva vida moral, que no es según la carne. La Eucaristía refuerza verdaderamente el sentido cristiano de la vida, en cuanto su celebración es un servicio a Dios y a los hermanos e impulsa a dar testimonio de los valores evangélicos en el mundo. Así, las tres dimensiones de la vida cristiana, liturgia - martyria - diakonia, manifiestan la continuidad entre el Sacramento celebrado y adorado, el compromiso a ser testigos de Cristo en medio a las realidades temporales y la comunión construida a través del servicio de la caridad, sobre todo en favor de los pobres.

73. Diversas respuestas han insistido en la relación entre Eucaristía y vida moral evidenciando una notable conciencia de la importancia del compromiso moral derivado de la comunión eucarística. No faltan alusiones al hecho que muchos se acercan al Sacramento sin haber reflexionado suficientemente sobre la moralidad de la propia vida.[100] Algunos reciben la Comunión aún negando las enseñanzas de la Iglesia o sosteniendo públicamente opciones inmorales, como el aborto, sin pensar que están cometiendo un acto de grave deshonestidad personal y causando escándalo. Además, existen católicos que no comprenden porqué es pecado sostener políticamente un candidato abiertamente favorable al aborto o a otros actos graves contra la vida, la justicia y la paz. De esta actitud resulta evidente, entre otros aspectos, que está en crisis el sentido de pertenencia a la Iglesia y que no es clara la distinción entre pecado venial y mortal.

En muchas respuestas se observa que ciertos católicos no se distinguen mucho de otras personas en cuanto, también ellos, ceden a la tentación de la corrupción, en sus diversas expresiones y niveles.

A menudo se separan las exigencias específicas de la vida moral de la misión de la Iglesia como maestra de vida, de modo que se considera necesario filtrar sus enseñanzas a través de la conciencia individual. En otros ámbitos, los Pastores se han empeñado en clarificar porqué es contradictorio invocar la libertad de conciencia o la libertad religiosa como criterio para no prestar atención a las enseñanzas de la Iglesia. Se insiste sobre el deber de los fieles de buscar la verdad y de tener una conciencia recta.

Muchos, sin embargo, tratan de inserir la Eucaristía en la propia vida y de considerarla como fuente de gracia vencer el pecado. Esto tiene lugar especialmente en las parroquias, donde hay un fuerte presencia de varios ministerios, de organizaciones caritativas, de grupos de oración y de asociaciones laicales.

74. De las respuestas a los Lineamenta emergen también algunas sugerencias para superar la dicotomía entre la enseñanza de la Iglesia y la actitud moral de los fieles. En primer lugar, se señala la conveniencia de dar siempre más relieve a la necesidad de la santificación y de la conversión personales y de enfatizar aún más la unidad entre la enseñanza de la Iglesia y la vida moral. Además, los fieles deben ser continuamente estimulados a tomar conciencia que la Eucaristía es fuente de la fuerza moral, de la santidad y de todo progreso espiritual. Finalmente, se considera de fundamental importancia poner de manifiesto en la catequesis el vínculo entre la Eucaristía y la construcción de una sociedad justa, a través de la responsabilidad personal de cada uno en la participación activa de la misión de la Iglesia en el mundo. En este sentido, una especial responsabilidad corresponde a los católicos que ocupan cargos relevantes en política y en varias actividades sociales.

La Iglesia tiene grande esperanza en sus jóvenes, siempre atentos a la Eucaristía, valioso tesoro, fuente inagotable para la renovación de la vida de la Iglesia y para la esperanza del mundo. Por lo tanto, no sorprende que el tema elegido para la Jornada Mundial de los Jóvenes, en Colonia del 16 al 21 de agosto de 2005, «Hemos venido a adorarle» (Mt 2,2), tenga también un profundo significado eucarístico. Merece especial atención el válido aporte que este importante evento ofrece a la reflexión sinodal. A este respecto, el Papa Juan Pablo II había dicho: «La Eucaristía es el centro vital en torno al cual deseo que se reúnan los jóvenes para alimentar su fe y su entusiasmo».[101] Por ello, justamente se sugiere que también en las escuelas católicas se dé más importancia a la educación de las jóvenes generaciones en la fe y, particularmente, a la espiritualidad eucarística.

La Eucaristía, que es Presencia del Cuerpo y Sangre de Jesucristo resucitado, conduce a la perfección y a la santidad en la vida cristiana. Para alcanzar tal ideal es necesaria la gracia de Dios, la buena disposición de los creyentes y una permanente catequesis para cada categoría de personas.

Personas y comunidades eucarísticas

75. La Eucaristía demuestra su eficacia a través de los frutos de vida nueva en esta tierra, frutos de santificación y divinización, es decir de vida eterna. En este sentido la Eucaristía se revela come Sacramento de alta espiritualidad.

Muchas respuestas registran un positivo desarrollo de la espiritualidad eucarística. En efecto, en muchos lugares se está registrando en estos últimos tiempos una renovación de la adoración del Santísimo Sacramento. Al respecto, se alude a un acrecentamiento de la devoción eucarística en las iglesias parroquiales y en las rectorías, como lo demuestran el tiempo dedicado a la adoración eucarística y la institución de capillas especiales con tal finalidad. Sigue siendo siempre muy participada la procesión del Corpus Domini, así como también es muy promovida la Liturgia de las Horas ante el Sacramento expuesto. No menos importante es en este sentido la devoción inculcada por los nuevos movimientos. Allí donde existe una real formación catequística y litúrgica, los fieles perciben claramente la diferencia entre la Santa Misa y las otras celebraciones litúrgicas o prácticas devocionales; participando piamente a todas las iniciativas eucarísticas propuestas por sus pastores. En general, se puede decir que de todas estas prácticas recibe alimento la devoción, que puede percibirse como la propia donación, en espíritu, alma y cuerpo, al Señor.

Sin embargo, hay respuestas que indican algunos aspectos menos alentadores: el abandono de la práctica de la bendición eucarística; la clausura de las iglesias, a veces, por temor a los robos, durante gran parte de la jornada, impidiendo la adoración eucarística privada de los fieles; la colocación del tabernáculo en lugares poco importantes o apartados, difíciles de descubrir, por lo cual la mayoría de los fieles entrando en la iglesia no se dan cuenta de la presencia del Santísimo Sacramento y abandonan la intención de rezar; el debilitamiento de la costumbre de visitar al Santísimo para la oración personal y la meditación; la carencia de una catequesis que enseñe la distinción entre la Santa Misa y las otras celebraciones litúrgicas o prácticas devocionales; una visione demasiado individualista de la Misa que impide apreciar en la justa medida la dimensión comunitaria del sacrificio eucarístico.

76. Son varias las respuestas a los Lineamenta que proponen la difusión de una mayor conciencia de la dimensión eclesial de la Eucaristía, que supere todo tipo de individualismo; y también una renovación de la espiritualidad eucarística, que presente el Sacramento como comienzo de la redención del mundo, integrando también la devoción a Cristo resucitado.

Se pone de manifiesto la necesidad de promover adecuadamente el conocimiento de la vida de los santos y beatos que han sido modelos de espiritualidad y de vida eucarísticas, haciéndose eco de la sugerencia contenida en la encíclica Ecclesia de Eucharistia.[102] Ellos nos enseñan a poner la Eucaristía en el centro de la vida cristiana, a adorar la presencia del Señor en el Santísimo Sacramento, a nutrirnos del Pan de Vida, que nos sostiene en nuestro camino hacia la Patria celeste. Para todos los santos la Eucaristía es el centro y la cumbre de la vida espiritual, pero son también numerosos los santos que han desarrollado una espiritualidad propiamente eucarística: de San Ignacio de Antioquía a San Tarcisio, de San Juan Crisóstomo a San Agustín, de San Antonio Abad a San Benito, de San Francisco de Asís a Santo Tomás de Aquino, de Santa Catalina de Siena a Santa Clara de Asís, de San Pascual Bailón a San Piere Julien Eymard, de San Alfonso María de Liguori al Venerable Carlos de Foucauld, de San Juan María Vianney al Beato Józef Bilczewski, del Beato Iván Mertz a la Beata Teresa de Calcuta, para citar solo algunos ejemplos de un nutrido elenco.[103]

María, mujer eucarística

77. Entre todos los santos sobresale la Santísima Virgen María, modelo de santidad y de espiritualidad eucarística. Según la viva tradición eclesial, su nombre es recordado con veneración en todos los cánones de la Santa Misa y con particular énfasis en las Iglesias orientales católicas. En varias respuestas ha sido sugerido que se especifique mejor la posición de la Beata Virgen María dentro de la liturgia eucarística.

María está tan unida al misterio eucarístico que ha merecido ser justamente denominada «Mujer eucarística» en la Encíclica Ecclesia de Eucharistia.[104] En la existencia de María de Nazaret se manifiesta en modo sublime no solo la exclusiva relación entre la Madre y el Hijo de Dios, el cual ha tomado Cuerpo y Sangre de su cuerpo y de su sangre, sino también la íntima relación que vincula la Iglesia a la Eucaristía, puesto que la Santísima Virgen es modelo y figura de la Iglesia, cuya vida y misión tienen la fuente y la cumbre en el Cuerpo y Sangre del Señor Jesucristo.

La orientación eucarística de María deriva de una actitud interna que determina toda su vida, más que de la participación activa al momento de la institución del sacramento. Su existencia, que tiene un profundo sentido eclesial, asume también esta nota eucarística. María ha vivido con espíritu eucarístico aún antes que este sacramento fuera instituido, por el hecho de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios. Durante nueve meses ella ha sido el tabernáculo viviente de Dios. Después ella realizó un gesto eucarístico, y al mismo tiempo eclesial, cuando presentó al Niño Jesús a los pastores, a los Magos y al Sumo Sacerdote en el templo, en cuanto ofreció el Fruto bendito de su seno al Pueblo de Dios y también a los gentiles para que lo adoraran y lo reconocieran como el Mesías. Análogo acto fue su presencia y su solícita intercesión en Caná, en la hora del primer signo que el Hijo realizó ofreciéndose a través de un milagro. Otro gesto similar cumplió la Virgen Madre a los pies de la cruz, participando en los sufrimientos de su Hijo y acogiendo entre sus brazos el cuerpo y deponiéndolo en la tumba como una semilla escondida de resurrección y de vida nueva para la salvación del mundo. Fue aún un ofrecimiento de índole eucarística y eclesial su presencia durante la efusión del Espíritu Santo, primer don del Señor resucitado a la Iglesia naciente.

La Virgen María tuvo conciencia de haber concebido el Cristo para la salvación de todos los hombres. Tal conciencia se hace más evidente en su participación en el misterio pascual, cuando su Hijo, con las palabras «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19,26) le confió a través del apóstol Juan a todos los fieles. Como la Virgen María, también la Iglesia hace presente al Señor Jesús a través de la celebración de la Eucaristía y lo ofrece a todos para que tengan vida en abundancia (cf. Jn 10,10).

Capítulo II
EUCARISTÍA Y MISIÓN DE EVANGELIZACIÓN

«Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt 28, 19,20)

Actitud eucarística

78. El envío misionero a evangelizar todos los pueblos, confiado por Jesús a los discípulos, tiene su fundamento en el Bautismo, sacramento que abre el camino a una nueva vida signada por el carácter indeleble de hijos de Dios. Tal envío comprende la formación de las conciencias según un estilo de vida evangélico centrado en el anuncio de la Buena Noticia y en el mandamiento nuevo del amor, del cual la Eucaristía es la cumbre y la fuente inagotable.

Las respuestas a los Lineamenta ponen de manifiesto que en todas partes se espera un renovado impulso de evangelización porque el tiempo lo exige. El número de los bautismos de adultos y de adhesiones a la Iglesia crece. Pero todavía hay muchos que deben conocer a Cristo y su Evangelio, así como también hay muchos otros que, aún conociéndolo, tienen necesidad de crecer en la fe que profesan. A todos ellos está orientado hoy el empeño de la nueva evangelización. Fue el Papa Juan Pablo II, a usar por primera vez esta expresión, explicando al mismo tiempo su significado. Él, en efecto, quería decir que la evangelización debía ser «nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión».[105] Así, mientras con esta definición se aludía a una novedad de gozoso testimonio en la actitud de los evangelizadores, se afirmaba, al mismo tiempo, el perenne e inmutable contenido de la Buena Noticia, que es el mismo Jesucristo, presentado nuevamente en modo adecuado al hombre contemporáneo. Este nuevo impulso de la evangelización, que se puede aplicar también al primer anuncio del Evangelio, se alimenta de la Eucaristía, la cual en medio a los mutables avatares de la historia, permanece perennemente como fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia.

La Eucaristía ha siempre dado fuerza a las opciones y a los comportamientos éticos y morales de los creyentes, encontrando buena recepción en la filosofía, en el arte, en la literatura y aún en las instituciones civiles y las leyes, contribuyendo a modelar el rostro de toda una civilización, en la vida personal y familiar, en la vida cultural, política y social. La Eucaristía mueve a los cristianos a empeñarse en favor de la justicia en el mundo de hoy: «La Eucaristía no sólo proporciona la fuerza interior para dicha misión, sino también, en cierto sentido, su proyecto. En efecto, la Eucaristía es un modo de ser que pasa de Jesús al cristiano y, por su testimonio, tiende a irradiarse en la sociedad y en la cultura... Encarnar el proyecto eucarístico en la vida cotidiana, donde se trabaja y se vide ―en la familia, la escuela, la fábrica y en las diversas condiciones de vida―, significa, además, testimoniar que la realidad humana no se justifica sin referirla al Creador. "Sin el Creador la criatura se diluye"».[106] Todo esto es definido «actitud eucarística», que debe llevar a los cristianos a testimoniar con más fuerza la presencia de Dios en el mundo, a no tener miedo de hablar de Dios y de mostrar con la frente alta los signos de la fe, en el testimonio y en el diálogo con todos. Por ello, la «cultura de la Eucaristía», que debe ser promovida y difundida, es la especial consigna del Año Eucarístico.[107]

Implicaciones sociales de la Eucaristía

79. Un efecto esencial de la Comunión eucarística es la caridad, que debe penetrar la vida social. El Concilio Vaticano II y el Papa Pablo VI han hablado de la diversificada presencia de Cristo:[108] es necesario ayudar a los cristianos a percibir lo que significa, desde la fe, la conexión que existe entre Cristo y la Eucaristía, así como también comprender lo que significa la presencia de Cristo presente en los hermanos y hermanas, especialmente en los pobres y en los marginados de la sociedad.

El amor a los pobres y a los marginados no ha sido solo objeto de la predicación de Jesús, sino que ha dado sentido a toda su vida. La solución de los problemas, grandes y pequeños, de la humanidad está en el amor, no en el amor débil y retórico, sino en aquel amor que Cristo en la Eucaristía nos enseña, amor que se ofrece, se difunde, se sacrifica. Es necesario rezar para que Cristo venza nuestras resistencias humanas y haga de cada uno de nosotros un testigo creíble de su amor.

El tema del 48º Congreso Eucarístico Internacional: La Eucaristía, Luz y Vida del nuevo Milenio, ha querido confirmar que Cristo, siendo la luz del mundo, debe iluminarlo en el nuevo milenio con la fuerza de una vida renovada según la lógica del Evangelio. En el mundo contemporáneo, globalizado ―como se dice― poco solidario y condicionado por una tecnología cada vez más sofisticada, marcado por el terrorismo internacional y por otras formas de violencia y de explotación, la Eucaristía mantiene su mensaje actual, necesario para construir una sociedad donde prevalgan la comunión, la solidaridad, la libertad, el respeto por las personas, la esperanza y la confianza en Dios.

Eucaristía e inculturación

80. La fe se transforma en cultura y hace la cultura. Todos conocemos el rico tesoro de cultura acumulado a través de los siglos en la liturgia de oriente y occidente: los textos de las oraciones, la riqueza de los ritos, las obras de arquitectura, de las artes plásticas y de la música sacra. Todo esto demuestra cómo la religión se relaciona con la cultura, conjunto de todo aquello que de bueno y significativo la humanidad crea. La cultura ofrece a la fe los instrumentos idóneos para expresar la verdad revelada por Dios y proclamada en la liturgia.

La inculturación es el proceso que desde el comienzo ha acompañado a la Iglesia. Existen numerosos y excelentes ejemplos de inculturación. Lo atestiguan, por ejemplo, las Iglesias Orientales Católicas. A este respecto, merece ser mencionada la obra de los Santos Cirilo y Metodio, Apóstoles de los eslavos.[109] El proceso de inculturación permanece vivo también en las actuales comunidades eclesiales. Para poder ponerlo en práctica en modo apropiado, es necesario tener presente la naturaleza puramente gratuita del acto redentor de Dios y su adecuada comprensión y acogida de parte del hombre, en su plena responsabilidad y en su realidad, al mismo tiempo personal y comunitaria, reflejadas en su vida y en la cultura.

Los principios generales de la inculturación se encuentran claramente expresados en el decreto conciliar Ad gentes,[110] en la instrucción Varietates legitimae sobre la liturgia romana y la inculturación,[111] y en otras numerosas intervenciones del Magisterio sobre la materia.[112] El tema de la inculturación ha sido tratado también en las diversas Asambleas Especiales continentales y en las relativas Exhortaciones Apostólicas postsinodales.[113]

Sin embargo, las dificultades no faltan cuando se trata de llevar a la práctica tales principios. Los riesgos son principalmente dos: el de caer en un arcaísmo o bien el de una búsqueda de la modernidad a toda costa. Es necesario no olvidar jamás el fin de la misión de la Iglesia: la evangelización de todos los hombres en el corazón de sus culturas. La inculturación, por lo tanto, no es una simple adaptación, sino el resultado vivo de un encuentro vivido entre la cultura de un cierto ambiente y la cultura generada por el Evangelio. Por este motivo, antes de decidir la incorporación de ciertos elementos de una cultura a la liturgia, es oportuno que el Evangelio sea anunciado y que sea realizado un gran esfuerzo de educación en la fe, es decir, de catequesis y de formación a todos los niveles, para hacer nacer una nueva cultura evangelizada. Es entonces que las Conferencias Episcopales y los otros organismos competentes deberán juzgar si la introducción en la liturgia de elementos propios de las costumbres de los pueblos, aún siendo parte viva de la respectiva cultura, pueden enriquecer la acción litúrgica sin provocar desfavorables repercusiones para la fe y la piedad de los fieles.

81. De las respuestas a los Lineamenta se deduce que en las diversas partes del mundo occidental la inculturación ordinariamente se refiere a grupos de inmigrantes y a las parroquias étnicas, realizándose en estos casos no pocos esfuerzos. En otras regiones geográficas la cuestión está adquiriendo cada vez más prioridad pastoral.

De todos modos, sobre el tema de la inculturación litúrgica es necesario respetar las normas de los documentos oficiales de la Iglesia, que ofrecen oportunos criterios pastorales, teniendo siempre presente que es necesaria una gran fidelidad al Espíritu Santo para «conservar inmutable el depósito de la fe en medio de tanta variedad de ritos y oraciones».[114] Precisamente por este motivo es necesario mantener un gran equilibrio entre la tradición, que manifiesta una fe inmutada en la Eucaristía, y la adaptación a las nuevas condiciones.

Algunas respuestas aluden a ciertos problemas derivados de tentativos de inculturación litúrgica que, no obstante haber sido hechos en buena fe, pueden proyectar sombras sobre la Eucaristía. A este respecto, se indica que no siempre los elementos locales, como cantos, gestos, danzas, vestidos, son adecuadamente sometidos a una purificación para después incorporar a la celebración litúrgica sólo aquello que conviene al culto eucarístico. No han faltado casos de adaptaciones litúrgicas promovidas con buenas intenciones pero sin un adecuado conocimiento de la cultura local, provocando escándalo para los fieles. Ellos quedan perplejos al ver atribuidos a la Eucaristía significados impropios, típicos de algunos de sus ritos.

De otras respuestas a los Lineamenta, en cambio, emergen aspectos positivos en materia de inculturación, sobre todo en el campo de la música sacra. De todos modos, se recomienda que la inculturación se cumpla bajo la responsabilidad del Ordinario diocesano, con la supervisión de la Conferencia Episcopal y la recognitio de la Santa Sede. Al mismo tiempo se pide la fidelidad en la aplicación de las normas comunes en el campo de la inculturación y de las innovaciones, para evitar que en el nombre de la inculturación se realicen cambios inadecuados.

Se expresa también el deseo de conservar el uso del latín, sobre todo en las celebraciones de carácter internacional, para poner de manifiesto la unidad y la universalidad de la Iglesia en relación al rito de la Iglesia madre de Roma. En este sentido, sería deseable que los cristianos de todos los países supieran rezar y cantar en latín algunos textos fundamentales de la liturgia, como el Gloria, el Credo y el Padre Nuestro.

Eucaristía y Paz

82. Antes de distribuir la Santa Comunión, el obispo o el presbítero eleva su oración al Señor Jesucristo resucitado, el cual ha dicho a sus discípulos «Os dejo la paz, os doy mi paz» (Jn 14,27). El celebrante suplica al Señor Jesús que conceda a la Iglesia la unidad y la paz según su voluntad.[115]

La Eucaristía es el sacramento de la paz, llevada a su cumplimiento como consecuencia de la reconciliación con Dios y con el prójimo en el sacramento de la Penitencia. Ella hace actual la gracia que el Señor resucitado ha expresado con las palabras «La paz con vosotros» (Jn 20,19). El sacramento de la Eucaristía, además, ofrece a los creyentes la gracia para poner en práctica el espíritu de las Bienaventuranzas y, en particular, la proclamación de Jesucristo: «Bienaventurados los que buscan la paz» (Mt 5,9). Con el sacrificio de la cruz, Él ha alcanzado la victoria sobre el pecado, sobre la muerte, sobre toda división y odio. Resucitado, Él ofrece su paz a los que están cerca y también a los que se encuentran lejos (cf. Ef 2,17).

La paz de los corazones, de las familias, de las comunidades, de la Iglesia, es el don del Señor resucitado, presente en el sacramento de la Eucaristía. Quien se acerca a este sacramento debe poseer ya en sí mismo la paz de Dios, que es obstaculizada por el pecado. Mientras el acto penitencial al comienzo de la Santa Misa purifica de los pecados veniales, para los pecados mortales es necesaria la absolución sacramental. La Eucaristía refuerza en sí ese don de la paz y ofrece a todos aquellos que la reciben la gracia de ser ellos mismos constructores de la paz en los lugares donde viven y desarrollan sus actividades.

83. Los fieles deben descubrir nuevamente la Eucaristía como fuerza de reconciliación y de paz con Dios y con los hermanos. En el mundo actual, en el cual no faltan motivos de división y de diversificación, incluso legítima, es oportuno que los cristianos, reunidos para la cena del Señor descubran sus raíces comunes, que se encuentran en Él. En la oración, en la meditación y en la adoración, ayudados por la Palabra de Dios y por la homilía del celebrante, los fieles serán fortalecidos en la propia fe, en la caridad y en la esperanza, para poder empeñarse cada vez más y mejor en el exigente deber de edificar un mundo más justo y pacífico. Ellos respetarán las diversas opciones políticas y sociales, siempre que no estén en contradicción con las normas fundamentales del Evangelio, que han inspirado la Doctrina Social de la Iglesia.

No siempre, sin embargo, es percibida esta dimensión de la Eucaristía, y consiguientemente resultan motivo de contradicción y de escándalo las actitudes prolongadas de conflicto entre las personas y las comunidades. Pacificada en sus fieles, la Iglesia celebra y adora la Eucaristía como sacramento de piedad, signo de unidad y vínculo de caridad.[116]

84. Confiando en la inagotable fuente de gracia, que es la Eucaristía, la Iglesia promueve la causa de la paz en un mundo turbado por conflictos, violencias, terrorismo, guerras, que hieren la dignidad de los hombres y de los pueblos y obstaculizan todo tipo de desarrollo. La Iglesia Católica no se cansa de proclamar el Evangelio de la paz (cf. Ef 6,15) y de promover diversas iniciativas, con la finalidad de hacer cesar todas las guerras y de alentar a través del diálogo y la colaboración la construcción de la paz en el mundo.

La Eucaristía, memorial del sacrificio de Jesucristo que es «nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad» (Ef 2,14), guía a la Iglesia en esta urgente y difícil misión, abriéndola a la colaboración con los hombres de buena voluntad. La Eucaristía, sacramento de los reconciliados con Dios y con los hermanos (cf. Col 1,22), estimula además el ejercicio del «ministerio de la reconciliación» (2 Co 5,18). Sabiendo, a través de la Palabra de Dios, que todos han pecado (cf. Rm 3,23) y que, por lo tanto, todos tienen necesidad del perdón, la Iglesia propone a los hombres salir del círculo vicioso de la violencia y del odio encontrando la fuerza para pedir perdón y para perdonar.

En nombre de la Iglesia, el Santo Padre y la Santa Sede se hacen presentes activamente en los foros internacionales, sosteniendo con coraje la causa de la paz, promoviendo el diálogo y la colaboración en el respeto del derecho internacional y, además, preocupándose por la reducción de los armamentos y por la proscripción de las armas de destrucción de masas. En esta obra de oración, de persuasión y de educación, tienen un importante lugar los mensajes del Papa en ocasión de la Jornada Mundial de la paz.

Consciente que la verdadera paz puede solamente venir de lo alto (cf. St 1,17; Lc 2,14), la Iglesia continúa implorando ese grande don y actuando para que la paz pueda difundirse lo más posible sobre esta tierra, antes de brillar plenamente en la eternidad, donde el Dios de la vida asegura la paz, la bendición, la luz y la alegría a los que trabajan por la paz (cf. Mt 5,9).

Eucaristía y unidad

85. En la plegaria eucarística, la Iglesia pide a Dios omnipotente el don de la unidad. Dicho don se relaciona con la naturaleza misma de la Iglesia, según la voluntad de Jesucristo que, precisamente, se define en sus atributos esenciales como una, santa, católica y apostólica.

El Señor Jesús, antes de aceptar el sacrificio de la cruz, ha rezado por la unidad de sus discípulos: «Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros» (Jn 17,11). En esta «oración sacerdotal» están presentes los cristianos de todos los tiempos. En efecto, Jesucristo ha orado tanto por la unidad de los apóstoles, como por la unidad de aquellos que por la palabra de ellos habrían creído en Él (cf. Jn 17,20). La unidad de los discípulos del Señor Jesucristo nace de la misma naturaleza de la Iglesia. La unidad es, además, uno de los motivos de su credibilidad: «Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,21).

Lamentablemente, los pecados contra la unidad han acompañado la vida terrestre de la Iglesia. Además del hijo de la perdición (cf. Jn 17,12), la comunidad primitiva ha debido confrontarse con falsos profetas (cf. 1 Jn 4,4) y con aquellos que salieron de la comunidad porque, en realidad, no le pertenecían sinceramente (cf. 1 Jn 2,19). San Pablo ha debido alertar contra Alos que suscitan divisiones y escándalos contra la doctrina» (Rm 16,17). Él mismo ha debido intervenir claramente en la comunidad de Corinto, para sanear en ella las divisiones (cf. 1 Co 1,12), provocadas por gente materialista, que no tenían el Espíritu (cf. Judas 19).

Desgraciadamente, también en la Iglesia actual no falta el escándalo de las divisiones a diversos niveles. La Eucaristía debería representar para todos un fuerte llamado a custodiar la unidad dentro de las familias, de las comunidades parroquiales, de los movimientos eclesiales, de las Ordenes religiosas, de las Diócesis. La Eucaristía, además, ofrece la gracia para restablecer la unidad de los cristianos, miembros de cuerpo de Cristo: «Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan» (1 Co 10,17).

La «oración sacerdotal» de Jesucristo se extiende a todos aquellos que creen en Él (cf. Jn 17,20). Lamentablemente, a través de la historia, el cristianismo ha conocido dolorosas divisiones en varias iglesias y comunidades eclesiales. Ante ese pecado, que es fuente de escándalo para el mundo, es necesario rezar y actuar para que sea reconstituida la única túnica sin costuras de Jesús (cf. Jn 19, 23-24) y sea mantenida íntegra la red de los pescadores de hombres (Cf. Mt 4,19; Jn 21,11) . Se trata de la obra de Dios, a cuya realización están llamados todos los cristianos, según la propia vocación y responsabilidad. Todos, sin embargo, tienen el deber de rezar para que se cumpla la palabra de Jesucristo: «Tengo otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor» (Jn 10,16). A esta Palabra del Señor se une la oración de toda la Iglesia, que por boca de su Pastor Universal eleva la súplica: «Señor, acuérdate de lo que prometiste. (Haz que seamos un solo pastor y un solo rebaño! (No permitas que se rompa tu red y ayúdanos a ser servidores de la unidad!».[117]

Eucaristía y ecumenismo

86. El ecumenismo es ciertamente un don del Espíritu Santo y un camino inevitable para la Iglesia. Después del Concilio Ecuménico Vaticano II y del decreto sobre el ecumenismo Unitatis redintegratio, ha sido hecho un largo y fructuoso camino en las relaciones con las Iglesias y comunidades eclesiales, fomentando los vínculos de unidad que, en varios niveles, ya existen, buscando la plena unión, en vista de la común celebración de la Eucaristía. En esta urgente e irrenunciable obra, existen particulares relaciones con aquellas Iglesias Orientales a las cuales, aún en ausencia de una plena comunión, la Iglesia católica reconoce la validez del sacramento de la Eucaristía. Por lo tanto, si se dan ciertas condiciones, es permitida la comunión de los católicos en las mencionadas Iglesias, así como también los miembros de esas mismas iglesias son acogidos al Altar del Señor en la Iglesia Católica, cuando ellos carecen de un sacerdote válidamente ordenado.

Se han desarrollado además favorablemente las relaciones con las comunidades eclesiales nacidas de la Reforma. A este respecto, la experiencia de un delicado y prometedor camino está marcada, en buena parte, por la relación con el sacramento de la Eucaristía, como oportunamente es indicado en la normativa canónica[118] y en el Directorio sobre el Ecumenismo.[119]

En las respuestas a los Lineamenta se subraya que la liturgia debe ser respetada como manifestación cultual de la Iglesia y no debe confundirse con una iniciativa social cualquiera. El Papa Juan Pablo II, en la misma línea del Concilio Vaticano II, declaró lo siguiente en su primer encíclica: «Y aunque es verdad que la Eucaristía fue siempre y debe ser ahora la más profunda revelación y celebración de la fraternidad humana de los discípulos y confesores de Cristo, no puede ser tratada sólo como una "ocasión" para manifestar esta fraternidad. Al celebrar el sacramento del Cuerpo y de la Sangre del Señor, es necesario respetar la plena dimensión del misterio divino».[120] A la luz de esta enseñanza se comprende la afirmación que la Eucaristía presupone la comunión eclesial.[121] Ahora bien, decir que la Eucaristía es el signo de la unidad de la Iglesia, su Cuerpo, no se refiere a la naturaleza del sacramento, sino a su efecto propio.[122]

Los encuentros ecuménicos son una ocasión privilegiada para dar a conocer mejor la doctrina de la Iglesia sobre la Eucaristía y la unidad de los cristianos. Aun aceptando con dolor las divisiones, que impiden la común participación en la mesa del Señor, la Iglesia no deja de promover la oración para que retornen los días de la plena unidad de los creyentes en Cristo.[123] Sin embargo, en algunas respuestas a los Lineamenta se alude al hecho que en esos encuentros algunas veces falta claridad en la exposición de la doctrina sobre la Eucaristía de parte de los católicos. Además, mientras en ciertos casos se excluye deliberadamente este sacramento durante las respectivas celebraciones, en otras circunstancias se lo incluye y todos son invitados, sin alguna distinción, a recibir la Comunión. Crean preocupación también ciertos problemas surgidos en lugares donde algunas comunidades eclesiales nacidas de la Reforma realizan proselitismo entre los inmigrantes, especialmente en ambientes de lengua española, invitando al propio servicio religioso, que a menudo es llamado «Misa».

De todos modos, es muy positivo el espíritu con el cual muchos pastores, en adhesión a la doctrina de la Iglesia sobre esta materia, se esfuerzan con solicitud y caridad por contribuir a la deseada unidad eclesial, sin olvidar que la Eucaristía representa la meta última del empeño ecuménico, orientado a la búsqueda de la unidad en la fe. En cuanto a la meta de la unidad, resulta bien claro que la celebración no puede ser un instrumento de unificación. Hasta que no sea alcanzada la unidad en la fe tal unificación no puede ser anticipada. Solo a la luz de la unidad, que la Eucaristía presupone y confirma, se puede comprender el sentido de la «intercomunión».

Eucaristía e intercomunión

87. La división entre los cristianos es motivo de gran sufrimiento. Trabajar por restablecer la comunión con los hermanos separados, que no tienen la misma comprensión de fe en la presencia de Cristo en la Eucaristía, es una urgencia imprescindible. Sobre este punto, existen normas canónicas precisas, además de una clara enseñanza del Magisterio de la Iglesia, que estimula a continuar en la búsqueda de la unidad, manifestando siempre explícitamente los motivos que impiden la plena comunión y regulando la comunión in sacris.[124] Muchos católicos conocen y aprecian esta disciplina, porque ven en ella un camino seguro que lleva a orar por los hermanos separados mientras se espera alcanzar la unidad.

Sin embargo, como señalan algunas respuestas a los Lineamenta, se dan casos de malentendido igualitarismo, que han conducido a algunos errores. En efecto, muchos pretenden comulgar in sacris sin una comunión más alta a nivel doctrinal y eclesial. Esta actitud sorprende, en cuanto sería errado no pertenecer a la comunidad eclesial y querer recibir la comunión eucarística, que es signo de pertenencia a la Iglesia; no aceptar a los Pastores y la doctrina y querer tomar parte en los sacramentos por ellos celebrados. Este modo de pensar deriva tal vez de una falta de claridad acerca de la diferencia que hay entre la unidad de la Iglesia y la unidad del género humano: la primera es signo e instrumento de la segunda, que todavía debe ser alcanzada.

Además, en las respuestas se observa que en algunos casos el que preside la celebración Eucarística en una iglesia católica, cuando participan personas no católicas, a veces las invita a acercarse al altar para recibir una bendición y no la Comunión. Éste es un gesto análogo a la distribución del antidoron en el rito bizantino. En estas ocasiones la doctrina católica sobre la Comunión debe ser presentada sin compromisos y observada. Además, en varias Naciones los encuentros ecuménicos se desarrollan en el contexto de las celebraciones de la Palabra, evitando malentendidos acerca del sacramento de la Eucaristía. De todos modos, si los no católicos o los no cristianos debieran participar en la Santa Misa, sería muy útil ofrecerles un pequeño libro con las explicaciones esenciales de la celebración, para que pudieran seguir el desarrollo de la misma.

Finalmente, muchas respuestas a los Lineamenta expresan la firme convicción que una fiel observancia de las orientaciones de la Iglesia en materia de intercomunión eucarística es una verdadera demostración de amor a Jesucristo en el Santísimo Sacramento y a los hermanos de otras confesiones cristianas, además de un auténtico testimonio de la verdad.[125] Mientras parece bastante amplio el consenso sobre el hecho que la unidad en la profesión de la fe precede a la comunión en la celebración eucarística, todavía queda por aclarar el modo en el cual debería ser presentado el misterio Eucarístico en el contexto del diálogo ecuménico, para evitar dos riesgos opuestos: el prejuicio de la estrechez de miras y el relativismo. Encontrar la justa medida es condición esencial para mantener una sana apertura y al mismo tiempo preservar la verdad y la propia identidad católica.

Ite missa est

88. Las palabras con las cuales termina la celebración de la Eucaristía, Ite missa est, recuerdan el mandato misionero del Señor resucitado a los discípulos antes de su Ascensión al cielo: «Id, pues, y haced discípulos a todas la gentes» (Mt 28,19). En efecto, la conclusión de cada Santa Misa se relaciona inmediatamente con el envío a la misión. En ésta están comprometidos todos los bautizados, cada uno según su propia vocación dentro del Pueblo de Dios: los obispos, los sacerdotes, los diáconos, los miembros de la vida consagrada y de los movimientos eclesiales, los laicos. Para cumplir esta misión es fundamental el testimonio, primer deber de cada cristiano enviado al mundo. Efectivamente, Ano se da testimonio sin testigos, como no existe misión sin misioneros»[126] Esta característica de la actividad misionera nace de las mismas palabras de Jesús: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros» (Jn 13,35). La misión exige un gran empeño de las capacidades humanas. Por ello, ¿de dónde tomar la fuerza necesaria si no de la Eucaristía, inagotable manantial de la misión, verdadera fuente de la comunión y la solidaridad, de la reconciliación y la paz?

El objetivo último de la obra de la evangelización es el encuentro personal de cada ser humano con Jesucristo, vivo y presente en el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, que la Iglesia ofrece como Pan para la vida del mundo. También esta finalidad eucarística de la misión tiene su fundamento en las enseñanzas de Jesucristo, que invita a su mesa a todos los hombres de buena voluntad, sin distinciones ni prejuicios (cf. Mt 22,1-13; Lc 14,16-24) y ofrece su sacrificio por la salvación de todos (cf. Mt 26,26-29; Lc 22,15-20; Mc 14,22-25; 1 Co 11, 23-25). La Eucaristía, por lo tanto, es la cumbre a la cual tiende naturalmente toda la actividad misionera de la Iglesia, también aquella específicamente ad gentes. En efecto, ¿qué sentido podría tener anunciar el Evangelio si no llevar a cada uno a la comunión con Cristo y con los hermanos, de la cual la Santa Misa, anticipación del Banquete eterno, es la expresión litúrgico-sacramental más alta?

La Eucaristía es, consiguientemente, el corazón pulsante de la misión, es su auténtica fuente y su único fin. El legítimo pedido, que viene de muchas respuestas a los Lineamenta, de promover con renovado espíritu el impulso misionero, connatural a la celebración eucarística, nace de una mirada apostólica y celante hacia el mundo al comienzo del tercer milenio, necesitado más que nunca, de paz, de amor y de comunión fraterna, que solamente Jesucristo puede ofrecer.

89. Por lo tanto, los cristianos deben afirmar la dimensión misionera de la Eucaristía. Para ellos es espontáneo anunciar a los hombres y al mundo las maravillas de Dios encarnado y presente bajo las especies del pan y del vino, que a través de la comunión entra en sus vidas para transformarlas. Esto vale para los cristianos que viven en un mundo secularizado, donde la mayoría de los que se encuentran alejados de la fe realizan un continuo esfuerzo espiritual para encontrar a Dios, el cual de todos modos permanece siempre cerca de ellos. Este celo pastoral acompaña a los misioneros que, llevados por el amor a Dios, proponen el primer anuncio de la Buena Noticia a las personas que hasta ahora no conocen el Evangelio de Jesucristo, o no lo conocen en modo adecuado y profundo.

El diálogo y el respeto debido a los valores presentes en las realidades que encuentran no pueden impedir a los cristianos hacer la propuesta misionera a los hombres de buena voluntad en obediencia al mandamiento del Señor: «Id por el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16,15).

Se trata de una tarea, al mismo tiempo excitante y difícil, que requiere la dedicación plena, incluso hasta el martirio. En esta obra esencial para la Iglesia, los discípulos del Señor encuentran sostén en la Eucaristía, cuya celebración en todos los lugares del mundo confirma la promesa: AY he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).


CONCLUSIÓN

90. Con la celebración de la XI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos se concluye el Año de la Eucaristía, durante el cual toda la Iglesia ha sido llamada a dirigir su mirada al gran Misterio, que esconde la razón más profunda de su ser y de su vida. En efecto, «la Iglesia vive de la Eucaristía»,[127] en ella «se compendia todo el misterio de nuestra salvación».[128] «Gracias a la Eucaristía, la Iglesia renace siempre de nuevo.»[129] No podía, por lo tanto, concluirse el año eucarístico sin un encuentro colegial del Sucesor de Pedro con los Obispos, de la Cabeza con los miembros del Orden Episcopal, para celebrar el gran don de la Eucaristía, para nutrirse del Pan de Vida, para adorar la presencia del Señor en el Santísimo Sacramento y para reflexionar sobre el valioso tesoro que Cristo ha confiado a su Iglesia. Así, será posible llevar adelante la misión de la evangelización con renovado fervor apostólico y con orientaciones pastorales concretas y adaptadas a las esperanzas de la comunidad cristiana y a los anhelos más profundos del hombre contemporáneo.

En la Carta Apostólica Mane nobiscum Domine el Papa exhortaba a los Pastores a empeñarse para que la Eucaristía sea celebrada con mayor vitalidad y fervor, pero sobre todo con «una mayor interioridad».[130] El amor al culto eucarístico pasa a través de un redescubrimiento de la belleza de la celebración del sacrificio eucarístico en la oración de adoración y de acción de gracias. Pero la devota acogida del Sacramento se abre a la esperanza hacia las realidades prometidas, más allá de los horizontes limitados de la cotidianidad, fuertemente reducidos por una cultura sumergida en el materialismo y en el consumismo. Así, la Eucaristía es una fuerza de transformación de las culturas porque ella es epifanía de comunión, lugar de encuentro del Pueblo de Dios con Jesucristo, muerto y resucitado, fuente de vida y de esperanza. La Eucaristía es germen de un mundo nuevo y verdadera escuela de diálogo, de reconciliación, de amor, de solidaridad y de paz.

91. Las sombras en la celebración de la Eucaristía, a las cuales se ha querido hacer referencia para presentar realísticamente los datos provenientes de las respuestas a los Lineamenta, desaparecerán en la medida en que la discusión sinodal, y por lo tanto eclesial, descubra una vez más la belleza y la grandeza del don del Misterio eucarístico, sin dejar de prestar atención a la finalidad principal del Sínodo: profundizar a través de la experiencia de la colegialidad episcopal cuáles son los caminos que el Espíritu Santo suscita en la Iglesia hoy para que la Eucaristía sea verdaderamente fuente y cumbre de su vida y de su misión, es decir, de la nueva evangelización, de la cual el mundo tiene urgente necesidad.

En efecto, toda la vida de la Iglesia encuentra en el Misterio eucarístico ―sacrificio, memorial, banquete― su fuente inagotable de gracia para celebrar la re-presentación sacramental de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, para vivir la experiencia del encuentro personal con el Señor, para construir la comunión eclesial sobre el sólido fundamento del amor y para pregustar la gloria futura de las bodas del Cordero. En la vida de la Iglesia todo culmina en el Misterio eucarístico, meta final de todas las actividades: de la catequesis a la recepción de los otros sacramentos, de la devoción popular a la celebración de la divina liturgia, de la meditación de la Palabra de Dios a la oración personal y comunitaria. La Eucaristía es el corazón de la comunión eclesial.

Si la Iglesia es en Cristo como un sacramento, es decir, un signo y un instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano,[131] entonces, la Eucaristía, presencia viva del Señor, se transforma, también ella, en la fuente de la misión universal de la Iglesia. De ella reciben la gracia los obispos, los sacerdotes y los diáconos para anunciar con solicitud pastoral el Evangelio en el mundo de hoy; de ella toman coraje los misioneros para llevar el gozoso anuncio del Reino hasta los confines de la tierra; de ella obtienen fuerza los miembros de la vida consagrada para vivir el ideal de la vida cristiana en pobreza, obediencia y castidad; de ella reciben luz y vigor los laicos para transformar las realidades temporales según el mandamiento nuevo del amor a Dios y al prójimo; de ella surge la audacia de muchos cristianos perseguidos para ser testigos de Cristo en el mundo. La misión de evangelización de la Iglesia tiene como último objetivo que todos los hombres se encuentren ya aquí en esta tierra con Cristo, presente en el Misterio eucarístico, en vista del encuentro definitivo en el convivio eterno. Por lo tanto, la Eucaristía es también el punto culminante de cada proyecto pastoral, de cada actividad misionera, y es el núcleo de la evangelización y de la promoción humana. En efecto, aquellos que comulgan con el Pan de la vida y anuncian ese misterio al mundo, deben también defender la vida en todas sus manifestaciones, preocupándose además por el respeto debido a la creación. Los fieles que se nutren del Pan bajado del cielo sienten la obligación de contribuir a construir un mundo más justo en el cual se cumpla la voluntad de Dios y a cada persona sea asegurado «el pan nuestro cotidiano».

Durante sus reflexiones los Padres sinodales contarán con la oración de toda la Iglesia, pero además contarán con la intercesión de los santos, cualificados interpretes de la verdadera piedad y teología eucarística, que nos alientan y nos sostienen en nuestro peregrinaje entre los gozos y los dolores del mundo presente.

Entre los santos resplandece la Madre de Dios, que, desde que ha dado su carne inmaculada al Hijo de Dios ―Ave verum corpus, natum de Maria Virgine― ha sellado para siempre un vínculo exclusivo con el Misterio eucarístico. En María, la mujer eucarística por excelencia, la Iglesia contempla no solo su modelo más perfecto, sino también la realización anticipada del «cielo nuevo» y de la «tierra nueva», que toda la creación espera con ferviente anhelo. Invocando con confianza y devoción su protección, la Iglesia encontrará nueva fuerza para que la Eucaristía sea la fuente y la cumbre de toda su vida y de su misión, para la gloria de Dios y para la salvación de los hombres y del mundo.[132]

Fuente : www.vatican.va


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