"La epidemia del VIH-SIDA representa sin duda una de
las mayores catástrofes de nuestra época, particularmente
para África. No se trata sólo de un problema
de salud, ya que la infección tiene consecuencias dramáticas
en la vida social, económica y política de los
pueblos.
Aplaudo los esfuerzos que se están realizando a nivel nacional, regional e internacional para afrontar este desafío, gracias a la puesta en marcha de un programa de acción destinado a la prevención y al tratamiento de la enfermedad. El anuncio que habéis hecho de la próxima creación del Fondo mundial "SIDA y salud" es un motivo de esperanza para todos. Deseo de todo corazón que las primeras conclusiones positivas se concreten rápidamente en un apoyo efectivo.
La terrible difusión del SIDA tiene lugar en un universo social caracterizado por una seria crisis de valores. En este campo, como en los otros, la comunidad internacional no puede eludir su responsabilidad moral; al contrario, en la lucha contra la epidemia debe inspirarse en una visión constructiva de la dignidad del hombre y trabajar en favor de la juventud, ayudándola a crecer hacia una madurez afectiva responsable.
La Iglesia católica sigue afirmando, a través de su magisterio y su compromiso en favor de los enfermos de SIDA, el valor sagrado de la vida. Los esfuerzos que realiza, tanto en la prevención como en la asistencia a las personas afectadas, a menudo en colaboración con las instituciones de las Naciones Unidas, se sitúan en el marco del amor y del servicio a la vida de todos, desde la concepción hasta el fin natural.
Dos problemas me preocupan particularmente,
y estoy seguro de que serán tratados con especial atención
en los debates de la sesión especial.
La transmisión del VIH-SIDA de la madre al hijo es
una cuestión sumamente dolorosa. Mientras que en los
países desarrollados, gracias a terapias adecuadas,
se ha logrado reducir notablemente el número de niños
que nacen con el virus, en los países en vías
de desarrollo, particularmente en África, son muy numerosos
los que nacen infectados, y esto constituye un gran sufrimiento
para las familias y la comunidad. Añadiendo a este
cuadro sombrío el desamparo de los huérfanos
de padres muertos a causa del SIDA, nos encontramos ante una
situación que no puede dejar impasible a la comunidad
internacional.
El segundo problema es el del acceso de los enfermos de SIDA a los cuidados médicos y, dentro de lo posible, a las terapias antirretrovirales. Sabemos que los precios de estos medicamentos son excesivos, a veces incluso exorbitantes, comparados con las posibilidades de los ciudadanos de los países más pobres. La cuestión abarca diversos aspectos económicos y jurídicos, entre los cuales algunas interpretaciones del derecho a la propiedad intelectual.
A este propósito, me parece oportuno recordar lo que subrayó el concilio Vaticano II y que mencioné en la encíclica Centesimus annus sobre el tema del destino universal de los bienes de la tierra: "La propiedad privada, por su misma naturaleza, tiene también una índole social, cuyo fundamento reside en el destino común de los bienes" (Gaudium et spes, 71; Centesimus annus, 30). En virtud de esta hipoteca social, traducida en el derecho internacional, entre otras, por la afirmación del derecho de toda persona a la salud, pido a los países ricos que respondan con todos los medios disponibles a las necesidades de los enfermos de SIDA de los países pobres, a fin de que estos hombres y mujeres probados en el cuerpo y en el alma tengan acceso a los medicamentos que necesitan para curarse.
Vaticano, 21 de junio de 2001