Inocencio, nació el 19 de marzo de 1844 en Brescia, Italia. Fue bautizado con el nombre de Juan. Sólo tenía tres meses cuando quedó huérfano de padre.
Manifestando desde niño su deseo de ser sacerdote, su madre apoyó la vocación de su hijo y llegado el momento lo alentó a entrar al seminario.
Fue ordenado sacerdote el 2 de junio de 1867.
Nombrado como coadjutor parroquial en una parroquia rural, se distinguió por su desprendimiento de las cosas, por la constancia en el confesionario, su caridad para con los pobres, la asistencia a los enfermos y la predicación humilde.
Conocedor de las virtudes del Padre Juan, fue nombrado por su obispo Vicerrector del Seminario. Un año después fue nuevamente destinado al trabajo pastoral parroquial en Berzo, donde desarrolló una intensa actividad apostólica, a base de oración, buen ejemplo y una predicación sencilla y paternal. Frecuenta en este lugar un convento capuchino y por el contacto con estos frailes va descubriendo que el Señor lo llamaba a una vida más austera.
Después de una mayor preparación espiritual, superadas no pocas dificultades, pidió ser admitido entre los Hermanos Menores Capuchinos, donde ingresó en 1874, con el nombre de Fray Inocencio.
Sus superiores lo destinaron a distintos conventos de la Orden en Italia, llevando a todos los lugares donde iba la irradiación de su santidad. En el convento de la Santísima Anunciata, encontró lo que su espíritu anhelaba: ser santo a toda costa. Allí se sumergía en la oración y realizaba una vida llena de sacrificio, de penitencia y de ocultamiento.
Además de pedir limosa, predicó ejercicios espirituales a sus cohermanos, en los cuales derramó la abundancia de su espíritu franciscano. En este ministerio de la predicación de ejercicios espirituales debió hacerse violencia, pues se consideraba poco capaz para ello.
Murió a los cuarenta y seis años, el 3 de marzo de 1890, en la enfermería del convento de Bérgamo. El Señor llamó a sí al siervo bueno y fiel que había vivido en la humildad y en la pobreza. Sus paisanos de Berzo pidieron el cuerpo de este auténtico hijo de San Francisco y allí descansan sus restos.
Los documentos más preciosos de su vida son sus escritos, especialmente los “Diarios”, que son una colección de dichos de santos, de los cuales mayormente se alimentaba su espíritu. Fue beatificado por Juan XXIII el 12 de noviembre de 1961.