Nació el 19 de septiembre de 1886 en Agualele, población cercana a Zapopan, Jalisco. Sus padres fueron Cristóbal Sánchez y Julia Delgadillo, de condición humilde y cristianos observantes, que en el pueblo gozaban de estima por ser personas muy buenas.
Jenaro llegó a Tamazulita en el año de 1923, acompañado de sus padres. En este lugar ejerció su ministerio hasta su martirio, en enero de 1927.
Ante la persecución desatada por el gobierno de Calles, especialmente contra los sacerdotes, el Padre Jenaro sintió en su corazón la imposibilidad de desempeñar convenientemente su ministerio, y lloró cuando se dio orden de cerrar los templos.
Desde antes de llegar a Tamazulita había sentido ya el primer impacto de la persecución cuando fue encarcelado por leer en el templo parroquial de Zacoalco, Jalisco, la carta pastoral de su obispo, Monseñor Francisco Orozco y Jiménez.
La carta era una protesta del prelado por los artículos persecutorios que contra la Iglesia y sus ministros contenía la Constitución de 1917.
Al suspenderse el culto público el P. Jenaro tuvo que ejercer su ministerio sacerdotal a escondidas. En varias ocasiones comentó con algunos de ellos: "En esta persecución van a morir muchos sacerdotes y tal vez yo sea uno de los primeros". Y así fue.
El 17 de enero de 1927 el P. Jenaro andaba en el campo con un grupo de vecinos. Al regresar al rancho, el Padre y sus acompañantes se dieron cuenta que unos soldados los andaban buscando. Al llegar al rancho el sacerdote fue apresado y llevado a Tecolotlán.
El jefe de los soldados, mandó soltar a todos menos al sacerdote, a quien le pusieron una reata al cuello. El P. Jenaro dijo: "Bueno, paisanos, me van a colgar; yo los perdono y que mi Padre Dios también los perdone, y siempre ¡Qué viva Cristo Rey!".
Luego los soldados jalaron de la reata con violencia de manera que la cabeza del Padre Jenaro pegó contra la rama del mezquite donde habían colgado la soga. Así duró el cuerpo hasta la madrugada y antes de que amaneciera volvieron los soldados, le dieron un balazo en el hombro izquierdo, lo bajaron y ya estando en el suelo el cadáver, un soldado le dio un bayonetazo que casi lo traspasó.
Cerca de las once de la mañana dieron aviso a la madre del sacerdote y doña Julia llegó y abrazó el cadáver de su hijo y, colocándolo sobre sus rodillas, lloró amargamente.
La noticia de la muerte movió a los habitantes de los alrededores a trasladarse en masa a Tecolotlán. Al ver tal cantidad de gente las autoridades temieron una reacción violenta de la muchedumbre, por lo que ordenaron la inmediata sepultura del P. Jenaro.
Su recuerdo y testimonio quedó grabado en la memoria de la Iglesia de México y los fieles no dejaron de invocar su intercesión. Fue canonizado por Juan Pablo II en el Jubileo del año 2000, el 21 de mayo.