15 MAYO
San Isidro Labrador (Tomado del libro "Semblanzas" de Tomás Morales S.J.)
Una vida oculta con Cristo en Dios que nos arrastra. Una vida humilde y sencilla
que pone la santidad al alcance de todos. Labrador incansable hasta la ancianidad,
riega con sudores heredades ajenas. Un santo con paño burdo y capa parda,
abarcas rotas o escarpines. Polvorientos unas veces, o entorchados de barro
otras. Aguijada en mano, guía la yunta arando la tierra. "Espera paciente
-así nos lo presenta la liturgia al abrir la Misa- el fruto valioso de la
tierra, mientras recibe la lluvia temprana y tardía".
Bautizado de a pie Críticas y calumnias de envidiosos descreídos, le cercan
siempre, pero con fortaleza humilde las convierte en plegaria. En sus largas
horas de oración, mientras abre surcos o siega espigas, otea el futuro y se
ofrece por un mundo mejor. Un mundo que eleve al cielo el canto del amor y
libe ración revestido de firmeza y coraje. Un canto fraterno que se levante
desde aldeas y ciudades, fábricas y minas, parlamentos y tribunales, familias
y escuelas. Coetáneo del Cid, es como él, nobleza de alma y reciedumbre castellana.
La tenacidad excepcional del propósito le adorna también. Esposo y padre,
santifica la vida del hogar Bautizado de a pie, ni sacerdote ni religioso,
se ofrece casi noventa años por la santidad del trabajo y de la familia. Nos
enseña a hacer del "trabajo de cada día plegaria de alabanza que humanice
nuestro mundo" (orac. col.).
Niñez trabajosa
Una aldea, Mayoritum, era el Madrid de hoy. A finales del siglo XI, le ve
nacer en el reinado de Alfonso VI de Castilla. Se asienta en una colina que
se eleva sobre el Manzanares cara a la meseta que la circunda. Una fortaleza,
Mayrit -Magerit en latín-, la defendía desde hacía dos siglos. Unos tres años
tiene cuando Alfonso VI el Bravo le arrebata al yugo sarraceno. Recibe el
Bautismo probablemente en la Parroquia de S. Andrés, una de las más viejas
de la futura capital. Le llaman Isidro, síncope de Isidoro, en recuerdo quizá
del insigne arzobispo de Sevilla. Padres muy pobres, pero ricos en fe, son
los suyos. En su corazón infantil cultivan el amor a Dios. Auténticos educadores,
le enseñan a triunfar del egoísmo y a ayudar a niños más necesitados. La precaria
situación económica familiar le obliga a dedicarse a los pocos años a las
rudas faenas del campo. Gregorio XV afirma al canonizarlo, que "nunca salió
a su trabajo sin oír muy de madrugada la Santa Misa y encomendarse a Dios
y a su Madre Santísima". Añade que, a pesar de su jornada agotadora, jamás
deja de hacer ayunos y abstinencias.
"Pone amor donde hay
odio"
Huérfano a los pocos años, se ve abandonado. La soledad es la patria de los
fuertes, y el silencio su plegaria. Dios le habla en ella y lo troquela en
el amor. Isidro se empieza a engolfar como marinero en alta mar. Boga solitario
entre dos abismos. Cielo y océano, su propia nada y la insondable grandeza
de Dios. Niño aún, tiene que ganarse la vida. Trabaja como labriego de varios
señores. Vera es uno de ellos, y como bracero labra sus tierras conquistando
su admiración. Es fiel e incansable. La envidia se ceba siempre en la virtud
ajena. Es como las moscas que se pegan a la miel. Sus compañeros le acusan
ante Vera de que descuida el trabajo por estor embebida en la oración. La
maledicencia que le acechará a lo largo de su vida se empieza a desatar. No
podía ser excepción a la ley de S. Pablo: "Todos los que quieren vivir con
amor en Cristo Jesús, serán perseguidos" (2 Tim 3,12). No se altera, y con
elegancia evangélica perdona y olvida. Supera con viril y cristiana entereza
los asaltos de la crítica, "pone amor donde hay odio, perdón donde hay ofensa,
unión donde hay discordia" (Benedicto XV). Sigue a la letra el consejo de
otro santo castellano: "Donde no hay amor, ponga amar y sacará amor" Juan
de la Cruz, c. 6-7-1591).
"Yo me quedaré con la paja"
Yüsuf ben Tasüfin, nuevo emir del imperio almorávide al norte de África, desembarca
en Algeciras en 1086. Acaudilla formidable ejército, y cuatro meses después
Alfonso VI sufre una terrible derrota en Zalacá. En 1090, desembarca por tercera
vez. Fracasa en la conquista de Toledo y devasta tierras y castillos. Al de
Majerit también le llegó su turno y la aldea fue saqueada. El miedo obliga
a sus pacíficos y laboriosos campesinos a abandonar la villa. Isidro emprende
ruta hacia el Norte. Se detiene en Torrelaguna, donde tiene algunos lejanos
parientes. Un rico labrador le encarga de cultivar sus fincas. La vulgaridad
de los mediocres nunca está ociosa, y como el envidioso, adelgaza con la gordura
ajena. Los compañeros de labor no tardan en hacerle blanco de falsas acusaciones.
El amo crédulo y superficial, ignora la fidelidad laboriosa de Isidro. Cree
las patrañas de sus colegas. Le somete a la prueba y le exige mayor rendimiento.
El santo con paciente humildad soporta la calumnia y la prueba, pero defiende
su dignidad con entereza. Encarna las virtudes propias del castellano viejo.
Laboriosidad, honradez, discreción. Aprecia al hombre por lo que es, no por
lo que tiene. Era costumbre en Castilla que el señor entregase como salario
a sus criados unas parcelas de tierra, el pegujal. Trabaja su pegujal y logra
cuantioso grano. La avaricia del amo coloca al santo en trance difícil. Calma
las iras del dueño. Le dice: "Tomad, señor, todo el grano. Yo me quedaré con
la paja". Dios se encarga siempre de confundir la envidia y codicia. El poco
trigo que entre la paja había quedado, se multiplica milagrosamente con pasmo
de todos.
Boda de santos
En Torrelaguna conoce a María, con la que contrae un esponsalicio santo. Ella,
según los biógrafos, es cristiana recia, amante del trabajo y asidua en la
oración. La Historia la conoce con el nombre de Sta. María de la Cabeza. Al
morir, su cabeza fue trasladada a una ermita no lejos de Torrelaguna. Los
esposos desean consagrarse más a Dios, y deciden vivir separados. María se
retira a una ermita y el santo permanece solo. Volverían a unirse en los últimos
años de su vida y tienen un hijo único.
Añoranza que se cumple
Nostalgia de su villa natal siente en este destierro, cara a las lejanas cumbres
de Somosierra. Añora su querida Magerit. Alfonso I el Batallador toma Zaragoza,
expulsando a los almorávides. La hora de partir para Isidro y María había
sonado. Las risueñas y fértiles riberas del Manzanares vuelven a alegrar sus
ojos, y entran gozosos en la villa que ya no abandonará el santo hasta su
muerte. Juan de Vargas, encandilado por sus cualidades, le pone al frente
de sus dilatadas y riquísimas posesiones que se abren hacia la anchurosa meseta.
"Señor amo, ¿a dónde hay que ir mañana?"
Lustros y lustros de trabajo sencillo, oculto y gozoso. Se parece al canto
de los pájaros que revolaban bulliciosos en torno a sus mansos bueyes. Muere
Alfonso VI y: le sucede Alfonso VII, Alfonso VIII, pero Isidro tiene su corazón
puesto donde están los verdaderos gozos. Sabe que esta vida es buena pero
miserable, y que la eterna es mejor y además feliz. El santo es tan pobre
que no podía serlo más. No cultiva su prado, viña o pegujal, y trabaja los
campos de Juan. Al anochecer, se descubre siempre respetuoso ante su señor
y le dice: "Señor amo, ¿a dónde hay que ir mañana?" Vargas le señala la tarea
de la jornada. Sembrar, arar, barbechar, limpiar y podar vides o levantar
la cosecha. Al día siguiente a la Virgen de la Almudena o a Sta. María de
Atocha, guiaba sus bueyes hacia las colinas onduladas de Carabanchel. Las
tierras de Getafe y Móstoles, las umbrías y acogedoras orillas del Jarama,
las riberas del Manzanares recogían agradecidas sus sudores ardientes.
Ama la misma fatiga Horas y horas de labor bajo sol calcinante o lluvia pertinaz.
Trabaja sin prisas ni pausas, esperando con paciencia la venida del Señor
que "está cerca", como recuerda la primera lectura de la Misa (Sant 5,7-8).
Un trabajo ennoblecido por las claridades de la fe. La frente bañada en el
oro del cielo, y el alma envuelta en las caricias ásperas o suaves de la madre
tierra. Cielo, terruño son los únicos libros de aquel labrador incansable
que no sabe leer. Rebosa felicidad mirando a Dios en la naturaleza, y adorándole
presente en su alma. ¡Cuántas veces, entre ventiscas y tempestades o en los
días serenos y luminosos, le cantaría: "Eres tan grande que no cabes en el
firmamento... y tan pequeño que te encierras en mi corazón"! Nunca se fatiga,
y si se fatiga ama la misma fatiga, pues el amor le hace encontrar descanso
en el trabajo.
Ora et labora
Calderón de la Barca, el maestro Espinel, Lope de Vega y Guillén de Castro,
entre otros, le cantan en versos inmortales. Las mesetas de Castilla quedarán
siempre iluminadas y fecundadas con su sencillez y paciencia. No hizo nada
extra, pero fue un héroe que sembraba en la tierra una cosecha de eternidad.
En su zamarra de labriego podría bordarse una cruz y un arado. Con letras
de oro, ora et labora.
Dos ángeles empuñaban la mancera... Estas dos palabras sintetizan
su vida audaz. Oraba mientras hundía la vertedera del arado en los surcos.
Rezaba su tarea, como aconsejaba Teresa de Calcula a sus hijas. Era contemplativo
en la acción. Labrando la tierra se encendía en amor. Gotas ardientes de sudor
surcaban su noble frente, y se confundían con lágrimas del corazón que adoraba
a Dios. Golpes de azada, chirriar de carreta, áureo llover del trigo en la
era, le acompañaban siempre. Murmullo de plegaria que se abismaba en Dios
en la soledad acogedora del cosmos. Sus émulos, llenos de envidia que carcome
al que la tiene y no mella la virtud ajena, no cejan en la persecución. Le
calumnian ante Juan de no rendir en el trabajo, embebido en la oración. Vargas
se cerciora de la inocencia de su mayoral, al ver que mientras Isidro labra,
dos ángeles empuñaban la mancera y conducían la yunta de bueyes con que araba.
Intuición profética Absorto en Dios-Eternidad que ignora siglos y geografías
que pasan, Isidro, arrebatado en éxtasis intuye una realidad futura al contemplar
la Sabiduría divina. Veía que la tierra que labraba se convertiría un día
en calles y plazas de una populosa capital. En alabanza reparadora consolaría
con sus trabajos y agonías al Corazón de Cristo, herido por tantos pecados
con que Le crucificarían millones de bautizados descreídos. Adalid y protector
de Madrid, se ofrecería pidiendo coraje y valentía para los primeros cristianos.
Durante centurias evangelizarían Madrid cristinizándolo como fermento en la
masa. Su corazón saltaría de gozo al ver surgir en la capital multitud de
familias consagradas religiosas y laicas, que como grano de mostaza cubrirían
el mundo con sus ramas. Sudores, persecuciones y calumnias, gozos y alegrías,
las ofrendaba bajo la bóveda del cielo azul oteando en la lejanía las nevadas
cimas de Guadarrama, mientras S. Bernardo ardiendo en amor a Dios fundaba
en 1115 la abadía de Claraval, y finalizaba en Worms la lucha de las investiduras.
Hogar acogedor
El día se le hacía corto, y el trabajo ligero. Sin darse cuenta, el crepúsculo
le envuelve y las sombras de la noche empiezan a arroparle. Baja de las colinas,
cuelga su arado en el ubio, se atenaza el capote en la noche helada. Cruza
"el arroyo aprendiz de río" (Quevedo) y penetra de nuevo en la villa. Sigue
la marcha cachazuda de la pareja de bueyes. Empezaba para él entonces la vida
de familia. En el umbral antes de retirarse a la ermita, le aguarda María.
Sonrisa a flor de labios, tierna y sobre todo santa. Un rapazuelo de pocos
años, el primer hijo, dando brincos, se acerca para ayudar a su padre a desuncir
los animales. Isidro trastea en el establo de Juan de Vargas. Cuelga la aguijada,
ata los bueyes, los acaricia y llama por sus nombres. Llena de pienso el pesebre.
En el corazón del Madrid viejo se venera aún en el bajo de una casa situada
en la calle Pretil Santiesteban, el establo convertido en capilla acogedora,
y se sigue celebrando la Santa Misa el 15 de Mayo. María impaciente y restregándose
las manos con el delantal, se acerca y le dice con cariño: "¿Pero qué haces?
Se diría que alguien te da de comer en los barbechos". En la mesa humea la
olla de hortalizas con tropezones de vaca. Allí se sienta con los pobres mendigos
que le gustaba acoger todos los días en su frugal mesa. Este gesto lo recuerda
la liturgia al pedir para nosotros que sepamos "compartir nuestro pan de cada
día con nuestros hermanos" (orac. com.)
"Humildísima confesión"
En los últimos años de su vida, cuando Isidro está aquejado por grave enfermedad
-tiene unos noventa años-, María vuelve de la ermita para cuidarle. Próximo
a expirar, "hizo humildísima confesión de sus faltas, recibió el Viático y
exhortó a los suyos al amor a Dios y al prójimo ' (Gregorio XV) Su cuerpo
lo entierran en el cementerio de S. Andrés. Se conservó allí incorrupto cuarenta
años a pesar de las inclemencias del tiempo. Un amigo suyo lo trasladó a la
Parroquia de S. Andrés. En 1563, delegados de la Santa Sede abren el sepulcro,
y encuentran el cuerpo intacto. Felipe III se libra de una enfermedad por
su intercesión, y solicita su beatificación. Paulo V la decreta en 24 de junio
de 1619. Tres años más tarde Gregorio XV lo canoniza en 13 de mayo de 1622,
a una con Felipe Neri y tres españoles más. Arado, esteva y aguijada de Isidro
son inmortales como la tizona del Cid, el báculo de S. Isidoro y la corona
de S. Fernando. La pluma de Sta. Teresa, el genio organizador de Ignacio,
el ardor misionero de Javier, subieron el mismo día a los altares. El arte
de Goya nos legó un delicioso grabado del santo "S. Isidro de rodillas". Se
conserva en la Biblioteca Nacional, y el gremio de plateros de Madrid costeó
la rica urna de plata que guarda sus restos en la catedral vieja de Madrid.