Hace 20 años, San Juan Pablo II celebró su cumpleaños canonizando a una especial madre de familia y protectora de las mujeres. Años antes el santo visitó sus reliquias, tal vez sin saber que entre ambos se trazaría una coincidencia importante de vida y muerte.
El 18 de mayo de 2003 Juan Pablo II cumplió 83 años, y ante la Plaza de San Pedro del Vaticano celebró una multitudinaria Misa en la que canonizó a cuatro beatos, entre ellos a Santa Virginia Centurione (1587-1651).
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En su homilía resaltó que el "ejemplo de valiente fidelidad evangélica" de esta santa "sigue ejerciendo una fuerte fascinación también sobre las personas de nuestro tiempo. Solía decir: cuando se tiene sólo a Dios como fin, 'se allanan todos los obstáculos, se superan todas las dificultades'".
¿Pero quién es Santa Virginia? Según recoge el Vaticano, es una italiana descendiente de familia noble. Se casó obligada por su padre con un adinerado que no la respetaba. El esposo enfermó gravemente y la santa lo cuidó hasta su muerte.
De esa forma, Santa Virginia quedó viuda con dos hijas a sus 20 años.
Hizo voto de castidad perpetua y, luego de que sus hijas se casaron, emprendió con más fuerza su servicio a los necesitados, especialmente de las jovencitas pobres y abandonadas, impulsando la fundación de una obra caritativa que derivó en dos congregaciones religiosas. Tuvo varios dones místicos, como éxtasis y visiones.
San Juan Pablo II la beatificó en 1985 durante su viaje a Génova (Italia). De acuerdo al sitio web del Albergue de los Pobres en Génova, el Pontífice visitó el ataúd de la santa, donde pudo ver su cuerpo casi incorrupto.
No sabía entonces San Juan Pablo II que una gran coincidencia lo uniría con la santa que él mismo canonizó: Santa Virginia nació un 2 de abril de 1587. Exactamente 418 años después, el 2 de abril de 2005, falleció el santo polaco, que gobernó pastoralmente la Iglesia Católica durante más de dos décadas.