En el bullicioso corazón del catolicismo que es Roma, el Arzobispo Georg Gänswein fue en su día un estrecho colaborador del Papa Benedicto XVI. El martes, el antiguo prefecto de la Casa Pontificia se vio buscando consuelo en una pequeña aldea bávara llamada Maria Vesperbild, que normalmente cuenta con una muy modesta población.
Sin embargo, en la Solemnidad de la Asunción de María, este tranquilo pueblo del distrito de Suabia de Baviera se transformó, atrayendo a varios cientos de peregrinos, todos deseosos de presenciar el regreso del Prelado alemán a la escena pública.
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El contraste era marcado: de la grandeza de los pasillos del Vaticano a la serena sencillez de un santuario rural dedicado a Nuestra Señora. Pero fue aquí, entre las ondulantes colinas boscosas y los devotos peregrinos, donde la voz de Mons. Gänswein resonó con conmovedora claridad, llamando la atención sobre la importancia del día.
Los fieles en la Misa con Mons. Gänswein. Crédito: Bernhard Weizenegger / Maria Vesperbild
"Sólo podemos agradecer a la Madre Iglesia que se haya abstenido de domesticar o atontar la fe, prefiriendo exponerse al ridículo y a la incomprensión antes que acabar siendo una cosa resbaladiza e indiferente con la que nadie estará en desacuerdo, pero que ya nadie celebrará", señaló.
"La Asunción de María promete la aceptación que toda persona anhela", agregó.
Hablando en su primera Misa pública, desde que dejó Roma tras la muerte de Benedicto XVI, Gänswein dejó claro que no es ajeno a la confusión emocional y a la desolación.
"Toda persona anhela ser aceptada", reflexionó el Arzobispo de 67 años durante su sermón, un sentimiento que parecía hacerse eco de su viaje personal. El Prelado aludió a las muchas puertas que le habían cerrado en las narices, a las "calumnias desde las sombras" y a los profundos sentimientos de soledad con los que uno puede luchar.
Sus palabras calaron hondo, no sólo por su profundidad teológica, sino porque revelaban a un hombre que se reconciliaba con su pasado y buscaba un camino a seguir.
La procesión con velas tras la Misa con Mons. Gänswein. Crédito: Bernhard Weizenegger / Maria Vesperbild
El director del santuario mariano, Mons. Erwin Reichart, hablando de la visita de Mons. Gänswein, comentó: "En Maria Vesperbild se le ve ante todo como un arzobispo, un sucesor de los Apóstoles. Pero más allá de títulos y papeles, es un hombre que ha encontrado aquí una especie de 'hogar'".
La salida de Mons. Georg Gänswein del Vaticano tras la muerte de Benedicto XVI y su posterior destitución por el Papa Francisco habían dejado a muchos especulando sobre su futuro. Su traslado a su diócesis natal de Friburgo, lejos del epicentro del poder católico, fue visto por algunos como una caída en desgracia. Sin embargo, en su reciente aparición se percibió una sensación de rejuvenecimiento.
Su comentario jocoso durante la presentación de un libro -"Estoy aquí, buscando trabajo, por así decirlo"- puso de manifiesto un espíritu resistente mezclado con un toque de humildad.
Como señaló el Tagespost, hace casi una década Gänswein celebró la Misa pontifical en la Solemnidad de la Asunción en la gruta local de Fátima. Este año ha vuelto a Maria Vesperbild, no sólo como celebrante, sino como un faro de fe para muchos, y como un punto de conexión personal con el difunto Pontífice bávaro Benedicto XVI.
La Misa al aire libre en Maria Vesperbild, seguida de una procesión con velas por el bosque, es un acontecimiento anual que atrae a miles de personas. Pero este año, con Mons. Gänswein al frente, tuvo un significado especial. Su vinculación con el lugar de peregrinación quedó patente en la calidez con la que fue recibido.
Aunque el futuro sigue siendo incierto para el Arzobispo, su aparición sugiere a un hombre en un camino de redención y aceptación, dispuesto a abrazar lo que le depare el futuro.
Traducido y adaptado por el equipo de ACI Prensa. Publicado originalmente en CNA.