El Cardenal Oswald Gracias afirmó que la Iglesia debe "admitir con humildad los errores" cometidos en la gestión de los abusos de miembros de la Iglesia contra menores y personas vulnerables.
Admitir "y aprender de nuestros errores para ver cómo podemos hacerlo mejor la próxima vez, cómo afrontar estos casos la próxima vez".
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El Cardenal hizo esta valoración durante la exposición de su relación, titulada "La obligación de rendir cuentas en una Iglesia colegial y sinodal", en la que destacó que únicamente desde el método sinodal la Iglesia podrá poner fin a esta crisis.
Ante los Presidentes de Conferencias Episcopales y demás líderes de la Iglesia participantes en el Encuentro sobre la Protección de Menores, que se está desarrollando en el Vaticano hasta el próximo domingo 24 de febrero, subrayó la necesidad de la colegialidad y la sinodalidad para poder afrontar el problema de los abusos.
Subrayó que el Papa Francisco, "al invitar a los Presidentes de las Conferencias Episcopales Nacionales, está señalando cómo la Iglesia debe abordar esta crisis. Para él y para los que nos reunimos con él, será el camino de la colegialidad y de la sinodalidad".
"Al abordar juntos el flagelo del abuso sexual, es decir, de manera colegiada, debemos hacerlo con una visión singular y unificada, así como con la flexibilidad y la capacidad de adaptación que se derivan de la diversidad de las personas y las situaciones bajo nuestra atención universal".
En su exposición, abordó las causas que subyacen tras estos crímenes cometidos por pastores que, precisamente, deberían proteger a los fieles, y no agredirlos.
Señaló que "el abuso sexual de menores y adultos vulnerables en la Iglesia revela una compleja red de factores interconectados que incluyen: psicopatología, decisiones morales pecaminosas, ambientes sociales que permiten que ocurra el abuso, y a menudo respuestas institucionales y pastorales inadecuadas o claramente dañinas, o una falta de respuesta".
"Los abusos cometidos por clérigos (obispos, sacerdotes, diáconos) y otras personas que sirven en la Iglesia (por ejemplo, maestros, catequistas, entrenadores) derivan en daños incalculables, tanto directos como indirectos. Lo más importante es que el abuso inflige daño a los sobrevivientes".
Afirmó el Cardenal Oswald Gracias que "este daño directo puede ser físico. Inevitablemente, es psicológico con todas las consecuencias a largo plazo de cualquier trauma emocional grave relacionado con una profunda traición a la confianza. Muy a menudo, es una forma de daño espiritual directo que remece la fe y perturba severamente el itinerario espiritual de aquellos que sufren abuso, a veces llevándolos a la desesperación".
Detalló que el daño a las víctimas también puede ser indirecto, como resultado "de una respuesta institucional fallida o inadecuada".
Incluye esa respuesta errónea "no escuchar a las víctimas ni tomar en serio sus reclamaciones, no ampliar la atención y el apoyo a las víctimas y sus familias, dar prioridad a la protección de los asuntos institucionales y financieras (por ejemplo, ocultando los abusos y a los abusadores) por encima de la atención a las víctimas, no retirar a los abusadores de situaciones que les permitirían abusar de otras víctimas, y no ofrecer programas de formación y detección para los que trabajan con niños y adultos vulnerables".
"Por muy grave que sea el abuso directo de niños y adultos vulnerables, el daño indirecto infligido por aquellos con responsabilidad directiva dentro de la Iglesia puede ser peor al revictimizar a aquellos que ya han sufrido abuso".
Como consecuencia, destacó que hacer justicia a las víctimas es "una tarea fundamental que nos incumbe a todos, individual y colegialmente".
Ese restablecimiento de la justicia a las personas que han sufrido abusos tiene un doble nivel: la justicia eclesiástica y la justicia civil.
"Por supuesto, debemos defender y promover la justicia de Dios e implementar las normas de justicia que pertenecen a nuestra comunidad eclesial". Sin embargo, "el abuso sexual de menores y otras personas vulnerables no solo viola la ley divina y eclesiástica, sino que también es un comportamiento criminal público. Aquellos que son culpables de un comportamiento criminal, en justicia tienen la obligación de rendir cuentas ante las autoridades civiles por dicho comportamiento".
Además, se refirió a la sanación de las víctimas como una obligación central de la Iglesia, lo que implica "un acercamiento respetuoso y un reconocimiento honesto de su dolor y sufrimiento. Ignorar o minimizar lo que las víctimas han experimentado solo exacerba su dolor y retrasa su sanación".
"Hay muchos caminos hacia la sanación, desde el asesoramiento profesional hasta los grupos de apoyo y otros medios".
En este sentido, destacó la importancia de "identificar y aplicar medidas para proteger a los jóvenes y a las personas vulnerables de futuros abusos".