El Papa Benedicto XVI explicó en la audiencia general de esta mañana que la contemplación de Cristo, especialmente en la oración, no aleja de la realidad sino que permite a la persona ser más partícipes de las vicisitudes humanas.
Según señala Radio Vaticana, así lo indicó el Santo Padre en su catequesis de hoy ante miles de personas provenientes de distintas partes del mundo reunidas en el Aula Pablo VI. Ante ellos el Papa reflexionó sobre la oración de contemplación del Apóstol San Pablo de la que habla en la Segunda Carta a los Corintios.
Recibe las principales noticias de ACI Prensa por WhatsApp y Telegram
Cada vez es más difícil ver noticias católicas en las redes sociales. Suscríbete a nuestros canales gratuitos hoy:
El Papa dijo que "la contemplación de Cristo en nuestra vida no nos hace extraños, como ya dicho, de la realidad, más bien nos hace aun más participes de las vicisitudes humanas, porque el Señor, atrayéndonos a sí en su oración, nos permite hacernos presentes y cercanos a cada hermano en su amor".
Benedicto XVI también señaló que "el encuentro diario con el Señor y la frecuencia en los sacramentos puede abrir nuestras mentes y nuestros corazones a su presencia, a sus palabras, a su acción. La oración no es sólo el respiro del alma, sino que –para usar una imagen– también es un oasis de paz, en el que podemos encontrar el agua que alimenta nuestra vida espiritual y transforma nuestra existencia".
"Y Dios nos atrae hacia sí, nos hace subir la montaña de la santidad, para que nos acerquemos cada vez más a Él, ofreciéndonos a lo largo del camino sus luces y consuelos", añadió.
Reflexionando sobre la profundidad de la oración de San Pablo, que hacen que se pueda hablar de él como un místico, el Papa indicó que "la mística de San Pablo no se funda sólo en los eventos excepcionales por él vividos, sino también en la cotidiana e intensa relación con el Señor que lo ha sostenido siempre con su Gracia. La mística no lo ha alejado de la realidad, al contrario, le ha dado la fuerza para vivir cada día por Cristo y de construir la Iglesia hasta el fin del mundo de aquel tiempo".
"La unión con Dios no aleja del mundo, sino que nos da la fuerza de estar realmente, de hacer cuánto se debe hacer en el mundo. También en nuestra vida de oración podemos tener quizás momentos de particular intensidad, en los que sentimos más viva la presencia del Señor, pero es importante la constancia, la fidelidad de la relación con Dios, sobre todo en las situaciones de aridez, de dificultad, de sufrimiento, de aparente ausencia de Dios".
Solamente, continuó, "si somos aferrados por el amor de Cristo, estaremos en condiciones de enfrentar toda adversidad como Pablo, convencidos que todo podemos en Aquel que nos da fuerza".
"Por lo tanto cuanto más espacio damos a la oración, veremos que nuestra vida se transformará más y será animada por la fuerza concreta del amor de Dios. Así ocurrió por ejemplo, con la bienaventurada Madre Teresa de Calcuta, que en la contemplación de Jesús y justamente también en tiempos de larga aridez encontraba la razón última y la fuerza increíble para reconocerlo en los pobres y en los abandonados, no obstante su frágil figura".
El Papa explicó además que así como con el Apóstol, "el Señor no libera de los males, pero nos ayuda a madurar en los sufrimientos, en las dificultades, en las persecuciones. La fe, por lo tanto, nos dice que, si permanecemos en Dios ‘aunque nuestro hombre exterior se vaya destruyendo, nuestro hombre interior se va renovando día a día, precisamente en las pruebas’".
"El Apóstol comunica a los cristianos de Corinto –y también a nosotros– que ‘nuestra angustia, que es leve y pasajera, nos prepara una gloria eterna, que supera toda medida’. En realidad, humanamente hablando, no era un peso ligero el de las dificultades, era gravísimo. Sin embargo, en comparación con el amor de Dios, con la grandeza de ser amados por Dios, se vuelve ligero, sabiendo que la cantidad de la gloria será inconmensurable".
Así que, continuó el Papa, "en la medida en que crecemos en nuestra unión con el Señor y en que nuestra oración se vuelve intensa, también nosotros vamos a lo esencial y comprendemos que no es el poder de nuestros medios, de nuestras virtudes, nuestras capacidades, el que realiza el Reino de Dios, sino que es Dios el que obra maravillas, justo a través de nuestra propia debilidad, de nuestro no estar a la altura del cargo".
"Por lo tanto, debemos tener la humildad de no confiar simplemente en nosotros mismos, sino de trabajar con la ayuda del Señor en la viña del Señor, encomendándonos a Él como ‘frágiles recipientes de barro’".
El Santo Padre afirmó luego que "solo la fe, el confiar en la acción de Dios, en la bondad de Dios que no nos abandona es la garantía de no trabajar en vano. Así la Gracia del Señor ha sido la fuerza que ha acompañado a San Pablo en las tremendas fatigas para difundir el Evangelio y su corazón ha entrado en el corazón de Cristo, volviéndose capaz de conducir a los otros hacia Aquel que murió y resucitó por nosotros".
"En la oración abrimos por tanto nuestro ánimo al Señor para que Él venga a habitar nuestra debilidad, transformándola en fuerza para el Evangelio. Y es rico de significado también el verbo griego con el que Pablo describe este morar del Resucitado Señor en su frágil humanidad; usa episkenoo, que podremos interpretar con ‘poner la propia tienda’".
El Señor, dijo el Papa, "continúa poniendo su tienda en nosotros, en medio a nosotros: es el Misterio de la Encarnación. El mismo Verbo divino, que ha venido a morar en nuestra humanidad, quiere habitar en nosotros, plantar en nosotros su tienda, para iluminar y trasformar nuestra vida y el mundo".
El Santo Padre resaltó asimismo que "contemplar al Señor es, al mismo tiempo, fascinante y tremendo: fascinante porque Él nos atrae a si y rapta nuestro corazón hacia lo alto, llevándolo a su altura donde experimentamos la paz, la belleza de su amor; tremendo porque desnuda nuestra debilidad humana, nuestra inadecuación, la fatiga de vencer al Maligno que insidia nuestra vida, aquella espina clavada también en nuestra carne".
"En la oración, en la contemplación cotidiana del Señor, recibimos la fuerza del amor de Dios y sentimos que son verdaderas las palabras de San Pablo a los cristianos de Roma cuando ha escrito: ‘porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor’".
El Papa Benedicto XVI afirmó también que "de una manera en la que arriesgamos de confiar solamente en la eficiencia y la potencia de los medios humanos, en este mundo, estamos llamados a redescubrir y a testimoniar la potencia de Dios que se transmite, se comunica en la oración, con la cual crecemos cada día en el conformar nuestra vida a aquella de Cristo".