En la Audiencia General de este miércoles celebrada en la Plaza de San Pedro, el Papa Benedicto XVI explicó que la oración es la expresión del deseo que tiene toda persona de Dios, y es al mismo tiempo un desafío “pues en ella el hombre toma conciencia de sí mismo y de su situación ante Dios”.
A continuación ACI Prensa ofrece una traducción del texto íntegro de la catequesis (original en italiano) de esta mañana:
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Queridos hermanos y hermanas:
Hoy quisiera seguir reflexionando sobre cómo la oración y el sentido religioso hacen parte del hombre a lo largo de toda su historia.
Vivimos en una época en la que son evidentes los signos del secularismo. Dios parece haber desaparecido de varios o parece haberse convertido en una realidad hacia la cual se permanece indiferente. Sin embargo, vemos al mismo tiempo, muchos signos que nos indican un despertar del sentido religioso, un redescubrimiento de la importancia de Dios para la vida del hombre, una exigencia de espiritualidad, de superar una visión puramente horizontal, una visión material de la vida humana.
Mirando la historia reciente, se aprecia que ha fracasado la previsión de quien, desde la época del Iluminismo, anticipó la desaparición de las religiones y exaltó una razón absoluta, separada de la fe, una razón que habría desaparecido las tinieblas de los dogmatismos religiosos y habría disuelto el ‘mundo de lo sacro’ restituyendo al hombre su libertad, su dignidad y su autonomía de Dios.
La experiencia del último siglo, con las dos trágicas Guerras mundiales ha puesto en crisis aquel progreso que la razón autónoma, el hombre sin Dios, parecía poder garantizar.
El Catecismo de la Iglesia Católica afirma: "Mediante la creación Dios llama a cada ser de la nada a la existencia… Incluso luego de haber perdido la semejanza con Dios a causa del pecado, el hombre permanece a imagen de su Creador. Él conserva el deseo de aquel que lo llama a la existencia. Todas las religiones testimonian esta esencial búsqueda de parte de los hombres" (n 2566).
Podemos decir –como he mostrado en la última catequesis– que no ha habido ninguna gran civilización, desde los tiempos más lejanos hasta nuestros días, que no haya sido religiosa.
El ser humano es religioso por naturaleza, es homo religiosus como es homo sapiens y homo faber: "el deseo de Dios –afirma también el Catecismo– está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios" (n. 27).
La imagen del Creador está impresa en su ser y siente la necesidad de encontrar una luz para dar una respuesta a los interrogantes sobre el sentido profundo de la realidad; una respuesta que no puede encontrar en sí mismo, en el progreso, en la ciencia empírica.
El homo religiosus no emerge solo de los mundos antiguos, él atraviesa toda la historia de la humanidad. Por este motivo, el rico terreno de la experiencia humana ha visto surgir variadas formas de religiosidad, en el intento de responder al deseo de plenitud y de felicidad, a la necesidad de salvación, a la búsqueda de sentido.
El hombre "digital" como el de las cavernas, busca en la experiencia religiosa el camino para superar su finitud y para asegurar su precaria aventura terrena. Del resto, la vida sin un horizonte trascendente no tendría un sentido definido y la felicidad, a la que todos tendemos, es proyectada espontáneamente hacia el futuro, en un mañana todavía por cumplirse.
El Concilio Vaticano II, en la declaración Nostra aetate, lo ha subrayado sintéticamente: "los hombres esperan de las varias religiones la respuestas a los recónditos enigmas de la condición humana, que ayer como hoy turban profundamente el corazón del hombre: la naturaleza del hombre (¿quién soy yo?), el sentido y el fin de nuestra vida, el bien y el pecado, el origen y el ámbito del dolor, el camino para alcanzar la verdadera felicidad, la muerte, el juicio y la sanción tras la muerte, en fin el último e inefable misterio que circunda nuestra existencia, de donde venimos y hacia dónde vamos" (n.1).
El hombre sabe que no puede responder por sí mismo a la necesidad fundamental de entender. Incluso si es iluso y se ilusiona con ser autosuficiente, tiene la experiencia de no bastarse a sí mismo. Tiene necesidad de abrirse al otro, a alguna cosa o alguno, que pueda darle lo que le falta, debe salir de sí mismo hacia Aquel que está en capacidad de colmar la amplitud y profundidad de su deseo.
El hombre porta en sí una sed de infinito, una nostalgia de eternidad, una búsqueda de belleza, un deseo de amor, una necesidad de luz y de verdad, que lo dirigen hacia lo Absoluto, el hombre porta en sí el deseo de Dios. Y el hombre sabe, de cualquier forma, que puede dirigirse a Dios, sabe que puede rezarle.
Santo Tomás de Aquino, uno de los más grandes teólogos de la historia, define la oración como la "expresión del deseo que el hombre tiene de Dios". Esta atracción hacia Dios, que Dios mismo ha puesto en el hombre, es el alma de la oración, que se reviste luego de muchas formas y modalidades según la historia, el tiempo, el momento, la gracia y pese al pecado de cada orante.
La historia del hombre ha conocido, en efecto, variadas formas de oración, porque él ha desarrollado diversas modalidades de apertura hacia el Otro, tanto que podemos reconocer la oración como una experiencia presente en toda religión y cultura.
De hecho, queridos hermanos y hermanas, como vimos el miércoles pasado, la oración no está vinculada a un contexto particular, sino que está inscrita en el corazón de toda persona y de toda civilización. Naturalmente, cuando hablamos de la oración como experiencia del hombre en cuanto tal, del homo orans, es necesario tener presente que esta es una actitud interior, antes que una serie de prácticas y fórmulas, es un modo de ser ante Dios antes que el cumplimiento de actos de culto o pronunciar palabras.
La oración tiene su centro y se funda en las raíces de lo más profundo de la persona, por ello no es fácilmente descifrable y, por el mismo motivo, puede estar sujeta a malos entendidos y mistificaciones.
También en este sentido podemos entender la expresión: rezar es difícil. De hecho, la oración es el lugar por excelencia de la gratuidad, de la tensión hacia el Invisible, el Inesperado y el Inefable. Por ello, la experiencia de la oración es para todos un desafío, una "gracia" que invocar, un don de Aquel al que nos dirigimos.
En la oración, en toda época de la historia, el hombre se considera a sí mismo y su situación ante Dios, a partir de Dios y en orden a Dios, y experimenta ser una criatura necesidad de ayuda, incapaz de procurarse por sí misma el cumplimiento de la propia existencia y de la propia esperanza.
El filósofo Ludwig Wittgenstein recordaba que "rezar significa sentir que el sentido del mundo está fuera del mundo". En la dinámica de esta relación que quien da sentido a la existencia, con Dios, la oración tiene una de sus típicas expresiones en el gesto de arrodillarse. Es un gesto que porta consigo una radical ambivalencia: de hecho, puedo ser obligado a arrodillarme –condición de indigencia y esclavitud– pero puedo también arrodillarme espontáneamente, declarando mi límite y así, mi tener necesidad de un Otro. A él le declaro ser débil, necesitado, "pecador".
En la experiencia de la oración la criatura humana expresa toda su consciencia de sí, todo lo que logra captar de la propia existencia y, al mismo tiempo, se dirige toda ella hacia el Ser ante el cual está, orienta la propia alma a aquel Misterio del que se espera el cumplimiento de los deseos más profundos y la ayuda para superar la indigencia de la propia vida. En este mirar a un Otro, en este dirigirse "además" está la esencia de la oración, como experiencia de una realidad que superar lo sensible y lo contingente.
Sin embargo solo en el Dios que se revela encuentra pleno cumplimiento la búsqueda del hombre. La oración que es apertura y elevación del corazón a Dios, se convierte así en relación personal con Él.
Y también si el hombre se olvida de su Creador, el Dios vivo y verdadero no deja de llamarlo primero al misterioso encuentro de la oración. Como afirma el Catecismo: "Esta iniciativa de amor del Dios fiel es siempre lo primero en la oración, la actitud del hombre es siempre una respuesta. A medida que Dios se revela, y revela al hombre a sí mismo, la oración aparece como un llamamiento recíproco, un hondo acontecimiento de Alianza. A través de palabras y de actos, tiene lugar un trance que compromete el corazón humano. Este se revela a través de toda la historia de la salvación". (n. 2567).
Queridos hermanos y hermanas, aprendamos a pasar más tiempo ante Dios, ante Dios que se ha revelado en Jesucristo, aprendamos a reconocer en el silencio, dentro de nosotros mismos, su voz que nos llama y nos reconduce a la profundidad de nuestra existencia, a la fuente de la vida y la salvación, para superar el límite de nuestra vida y abrirnos a la medida de Dios, a la relación con Él, que es Infinito Amor. Gracias".