Al director: Las reacciones a la entrevista del Papa Francisco han sido variadas y diversas, del entusiasmo al malestar, incluso entre personas que comparten las mismas batallas en los temas del aborto, las leyes inspiradas por la ideología de género y la crítica de la “dictadura del relativismo” contemporánea: una expresión de Benedicto XVI que también el Papa Francisco ha usado en su discurso al Cuerpo diplomático del 22 de marzo.
El modo de expresarse en una entrevista no es el mismo de una encíclica: es muy fácil encontrarnos con frases susceptibles de ser sacadas del contexto y colocadas con malicia en primera plana. Y el contexto es de aquellos que no es obligatorio apreciar. Pero es siempre útil buscar comprender, para transformar también el malestar en reflexión cultural y política, en vez de tenerlo dentro y escupirlo luego como veneno, como sucede con tantos comentarios airados que proliferan en Internet.
La primera fuente del malestar se manifiesta en el Vaticano II, que Francisco no pone como tema, no en el sentido de que no lo aprecie sino que lo da por descontado, y sobre la Misa tradicional, cuya liberalización por parte de Benedicto XVI parece reducida en la entrevista al intento de salir al encuentro de los grupos marginales, mientras que el Papa Ratzinger quería que las riquezas del viejo rito se hicieran conocer a toda la Iglesia. Pero es también cierto que la celebración de la Misa con el rito antiguo y la justa denuncia de los daños provocados por quien interpreta el Concilio como liquidación de todo el Magisterio precedente, no pueden ser ocasión para rechazar los documentos y las reformas del Vaticano II ni para poner en discusión la legitimidad como instrumento de santificación de los fieles, no solo la validez, de la Misa nueva que resulta de la reforma de Pablo VI, la Misa siempre celebrada por el mismo Benedicto XVI. Quien promueve la Misa antigua en polémica con la Misa nueva –o se sirve de ella para difundir lo que Benedicto XVI llamaba ‘anticonciliarismo’, es decir el rechazo de todos los textos del Concilio que introducen elementos de reforma – en realidad usa el viejo rito de modo “ideológico”. Que esto no fuese lícito lo había dicho ya, varias veces, el Papa Ratzinger.
El segundo malestar se manifiesta cuando Francisco anuncia que no pretende hablar mucho “de los asuntos relacionados al aborto, el matrimonio homosexual y el uso de métodos anticonceptivos”. No afirma que no hablará nunca, y de hecho, de pronto, el 20 de septiembre ha hablado del aborto, con claridad, a los médicos católicos. Pero que hablará poco de esto, que dejará estos temas a los episcopados nacionales –en Italia el Cardenal Bagnasco se está expresando con particular claridad– y que le parece incluso que alguno en la Iglesia habla de ellos demasiado. ¿Por qué esta opción, que ciertamente genera malestar en quien milita en primera línea por la vida y la familia? En un mundo muy lejano de la fe Francisco piensa que al Papa debe partir nuevamente desde el primer anuncio.
El anuncio de las cosas elementales: que Jesucristo es Dios y ha venido por nuestra salvación, que ofrece a todos su misericordia, que convertirse es posible, que la conversión no es un esfuerzo individual sino que pasa siempre por la Iglesia. Benedicto XVI lo había dicho desde Lisboa el 11 de mayo de 2010: “con frecuencia nos preocupamos afanosamente por las consecuencias sociales, culturales y políticas de la fe, dando por descontado que esta fe es, lo que por desgracia es siempre menos realista”. Francisco se preocupa en primer lugar de lo que “esta fe es” y la anuncia a través del rostro misericordioso del Señor que ofrece su perdón a todos, también los homosexuales, las mujeres que han abortado y los divorciados vueltos a casar. No es que el anuncio moral no haga parte del mensaje cristiano, ni que Francisco piense cambiar la doctrina. Sino que la enseñanza moral para el Papa viene después del anuncio de la salvación a través de la misericordia de Dios.
Todas las estrategias pastorales tienen méritos y defectos, abren posibilidades de misión y conllevan riesgos. No es ninguna falta de respeto al Papa si se subraya también los riesgos, graves, en un momento en el que, en diversos países –incluida Italia– para poner a la Iglesia al margen de la sociedad se la ataca por la parte moral.
La dictadura del relativismo ataca la moral para destruir la fe. El Papa Francisco piensa que no debe aceptar esta opción del terreno de combate hecha para otros. Invierte la lógica del mundo y habla de otra cosa: anuncia la compasión y la misericordia, al mundo le muestra a Jesús misericordioso y crucificado, invita a todos a ponerse primero a sus pies. Lo confirman tantos estudios sociológicos: son tantos, en todo el mundo, los que se dejan conmover por este llamado del Papa Francisco. Otros, que pueden estar fastidiados con sus estrategias y prioridades, podrán dejarse entusiasmar en el corazón por el magisterio del Papa Bergoglio: la invitación a “salir” y anunciar la fe a quien no va a la Iglesia. Que el mundo necesite tantas cosas, pero que sin la fe no pueda sobrevivir, era – después de todo – también la más grande enseñanza de Benedicto XVI.