Mensaje póstumo de Juan Pablo II para el Regina Coeli del Domingo de la Divina Misericordia
¡Queridos hermanos y hermanas!
1. Resuena también hoy el gozoso Aleluya de Pascua. La pagina del Evangelio de hoy de Juan subraya que el Resucitado, la noche de ese día, se apareció a los apóstoles y «les mostró las manos y el costado» (Juan 20, 20), es decir, los signos de la dolorosa pasión impresos de manera indeleble en su cuerpo también después de la resurrección. Aquellas llagas gloriosas, que ocho días después hizo tocar al incrédulo Tomás, revelan la misericordia de Dios que «tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único» (Juan 3, 16).
Este misterio de amor está en el corazón de la liturgia de hoy, domingo «in Albis», dedicado al culto de la Divina Misericordia.
2. A la humanidad, que en ocasiones parece como perdida y dominada por el poder del mal, del egoísmo y del miedo, el Señor resucitado le ofrece como don su amor que perdona, reconcilia y vuelve abril el espíritu a la esperanza. El amor convierte los corazones y da la paz. ¡Cuánta necesidad tiene el mundo de comprender y acoger la Divina Misericordia!
Señor, que con la muerte y la resurrección revelas el amor del Padre, nosotros creemos en ti y con confianza te repetimos hoy: Jesús, confío en ti, ten misericordia de nosotros y del mundo entero.
3. La solemnidad litúrgica de la Anunciación, que celebraremos mañana, nos lleva a contemplar con los ojos de María el inmenso misterio de este amor misericordioso que surge del Corazón de Cristo. Con su ayuda, podemos comprender el auténtico sentido de la alegría pascual, que se funda en esta certeza: Aquel a quien la Virgen llevó en su seno, que sufrió y murió por nosotros, ha resucitado verdaderamente. ¡Aleluya!