Autor: Sergio Ciotti, colaborador sobre temas de vida y familia de “Valores para mi país” de la diputada Cynthia Hotton en Argentina
Publicado por la agencia AICA el 28 de mayo de 2010
Cada vez que escuchamos a algunas personas hablar a favor de la legalización de las bodas homosexuales, sean éstas políticos, activistas gay o cualquier particular, se esgrimen argumentos básicamente relacionados con la igualdad de derechos y la no discriminación. Por ejemplo, la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales está haciendo su campaña bajo el lema: ‘los mismos derechos, con los mismos nombres’. El presidente del Instituto Nacional Contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI), Claudio Morgado, ha expresado que la no legalización del matrimonio homosexual resultaría ser un hecho discriminatorio, ya que viola algunos derechos civiles.
Prácticamente se ha abandonado la discusión sobre los aspectos psicológicos de la homosexualidad. Es decir, ya no se debate sobre si la homosexualidad es una sexualidad completamente equiparable a la heterosexualidad. Menos aún se lo hace sobre si los menores adoptados por parejas de igual sexo tienen las mismas posibilidades de desarrollo y crecimiento que sus contrapartes criados por parejas de distinto sexo. En otras palabras, el debate se ha centrado en el Derecho Civil, en la igualdad de oportunidades y en las libertades individuales.
Cuando por unos instantes nos detenemos a analizar y racionalizar los enunciados esgrimidos a favor de la legalización de las bodas gay, no podemos evitar caer en algunos cuestionamientos sobre su veracidad, que ponen en jaque la lógica y la racionalidad.
Falsa homofobia: “Lo importante a tener en cuenta es que cuando entramos en la evaluación de estos argumentos, no estamos haciendo un juicio de valor sobre la homosexualidad ni tampoco sobre las personas homosexuales. Sólo estamos examinando argumentos, por lo cual no tiene validez aquí aplicar el término ‘homofobia’ o ‘rechazo a los homosexuales’. Tomar partido en un sentido u otro sobre el matrimonio homosexual es hacerlo sobre una idea, sobre un hecho o situación, pero no sobre las personas de una orientación sexual determinada.
De este modo no resulta contradictorio que una persona pueda amar y respetar a los homosexuales como a cualquier otra persona, pero no estar de acuerdo con la legalización de las bodas gay. Una cosa no quita a la otra. Podemos amar y hasta incluso respetar el estilo de vida de un individuo que fuma Cannabis, pero no estar de acuerdo con la legalización del consumo de marihuana no significa tener odio a estas personas. Una cosa es rechazar un hecho, una conducta, un hábito y otra cosa muy distinta es rechazar a un ser humano.
Falsa desigualdad de derechos
Cuando analizamos el argumento de “igualdad de derechos para todos” debe de antemano existir una situación de desigualdad, de lo contrario esto sería falso. La supuesta desigualdad planteada aquí es la imposibilidad de contraer matrimonio con quien uno ama. Si tomamos a esta premisa como verdadera, se deduce que el amor es el requisito fundamental para contraer matrimonio. Entonces la simple lógica nos indica que el matrimonio debe extenderse a todas las uniones donde esté presente el amor.
Por ejemplo, es bastante común encontrar primos enamorados, un adolescente menor de edad enamorado de una mujer mayor, grupos de más de dos personas (polígamos), un hombre que ama a una mujer que ya está casada, etc.
El amor también está presente en aquellas parejas que no son sexuales. Todos conocemos algún caso de dos ancianos conviviendo juntos, dos amigos que por las vueltas de la vida, terminan en soledad y deciden convivir juntos para ser un poco más felices. Conocemos familias de tío y sobrino, de abuela y nieto y así muchas otras que tienen como común denominador el amor y la responsabilidad en la convivencia. Numéricamente, todas estas situaciones son muchísimo más usuales que las parejas de homosexuales.
Por tanto, si tomamos como verdadero el argumento de ‘tengo derecho a casarme con quien yo amo, con quien yo elijo compartir mi vida’, deberíamos extender la institución del matrimonio para todas y absolutamente todas las relaciones de convivencia donde exista el componente del amor. De lo contrario, si sólo lo hacemos con alguna de estas realidades, estaríamos haciendo uso de la discriminación injusta, ya que consideraríamos que una forma de amar es mejor frente a otras.
A su vez, si el matrimonio fuese una institución legal que debe adaptarse a la orientación sexual de cada individuo, deberían tenerse en cuenta todas las orientaciones sexuales existentes, sin importar cuán buenas o malas son éstas. Por ejemplo, asumiendo como correcto este argumento, la prohibición de que un bisexual pueda casarse con una persona de igual sexo y con otra de distinto sexo al mismo tiempo, es discriminatorio, ya que no se está respetando la orientación del bisexual y no tiene derecho a desarrollar su sexualidad en el marco de una figura legal que le permita su plena expresión.
Frecuentemente escuchamos expresiones del tipo: ‘tengo amigos homosexuales y son muy buenas personas’, ‘las parejas de homosexuales son una realidad’. Sí, esto es cierto, nadie lo niega, pero estas expresiones apuntan a que reflexionemos sobre juicios valorativos de la homosexualidad y de las personas con esta inclinación sexual. Nada tienen que ver con la legalización de las bodas gay.
Es así que el sentido común y la simple lógica nos permite teorizar que ni el amor ni la orientación sexual son fundamento del matrimonio. Tampoco esta institución está dirigida hacia buenas o malas personas o a individuos con una orientación sexual dada, como tampoco a formas de apareamiento que ‘son una realidad’, sino que lo está a dos personas de distinto sexo y nada más.
No son tantos como dicen
Formas de amar hay muchas, pueden o no ser aceptadas en un contexto social dado, pero no son elemento necesario para contraer matrimonio.
El hecho de que sean una realidad, de que existan parejas de homosexuales no significa que sean miles y miles como a veces se escucha. Por citar algunos ejemplos, en los Estados Unidos las parejas homosexuales constituyen, aproximadamente, el 0,2% del número de matrimonios. En Suecia, entre los años 1993 y 2001 la tasa de incidencia fue del 0,67%. En Noruega, entre los años 1993 y 2001 se registró una tasa de incidencia del 0,54%. En España, según el censo del Instituto Nacional de Estadística, representan el 0,11% de todas las uniones.
Si tomamos como cierto el argumento de que los países más civilizados tienen aprobado el matrimonio entre dos personas del mismo sexo, entonces estamos obligados a considerar que el 97% del planeta Tierra es arcaico, retrógrado y homofóbico, ya que solo muy pocos países y Estados han sancionado esta ley. Por el contrario ni los Estados Unidos, ni Francia, ni Suiza, ni Italia por citar tan sólo unos ejemplos, tienen legalizado el matrimonio entre homosexuales.
Es falso que estén privados de derechos
Otro argumento utilizado a menudo es que a los homosexuales les ‘faltan derechos’, como por ejemplo el de contraer matrimonio. Sin embargo, hasta el día de la fecha, los únicos derechos de que carecen son el de donar sangre y el de formar parte de las Fuerzas Armadas. Luego, ya gozan de los demás derechos: educación, salud, trabajo, acceso a puestos políticos y cargos públicos, por citar algunos ejemplos. Incluso pueden contraer matrimonio en las mismas condiciones en las que un heterosexual puede hacerlo.
Cabe aquí una aclaración obvia: la prohibición de que dos personas de igual sexo puedan contraer matrimonio rige tanto para los homosexuales como para los heterosexuales. Supongamos que dos amigos viudos heterosexuales de igual sexo desean convivir juntos y compartir sus bienes, sus obras sociales y sus jubilaciones de modo recíproco. Para ello, necesitan contraer matrimonio. Evidentemente no podrán hacerlo, simplemente porque son dos personas de igual sexo. De aquí se deduce que el matrimonio no está dirigido a homosexuales o a heterosexuales, sino a dos personas de distinto sexo.
En un debate televisivo un jurista especialista en el tema argumentó que una de las diferencias principales entre una pareja de heterosexuales y otra de homosexuales es que la primera tiene la posibilidad de engendrar hijos, mientras que la segunda no. A esto un activista gay contestó ‘entonces habría que prohibir que una pareja de heterosexuales estériles contraigan matrimonio’. Sin embargo, este argumento vuelve a ser falso y hasta incluso vergonzante. Primero porque una pareja de heterosexuales estéril puede por medio de la adopción brindar completamente la figura de padre y madre funcional, lo cual una pareja de homosexuales jamás podrá cumplir. En segundo lugar dos gays podrán ser dos excelentes padres, pero nunca una buena madre. Tercero es lamentable que tengan que recurrir a compararse con una pareja de heterosexuales estériles, siendo la esterilidad un hecho patológico y tan doloroso para quien lo sufre.
Otras veces he escuchado que prohibir el matrimonio entre homosexuales es equiparable a hacerlo entre dos personas de distinta raza (matrimonio interracial). Pero nada tiene que ver una cosa con la otra. Evidentemente es discriminar injustamente no permitir que dos personas de distinto sexo contraigan matrimonio por ser de distinta nacionalidad o color de piel, ya que éstas son condiciones que pertenecen a la naturaleza intrínseca de la persona, son condiciones innatas, inmutables, no adquiridas. Del mismo modo sería injusto no permitir que un hombre de baja estatura pueda casarse con una mujer alta. Pero nótese que estos ejemplos siempre involucran a un hombre y a una mujer con condiciones innatas e inmodificables. El matrimonio entre dos personas de igual sexo no tiene nada que ver con esto. Por un lado porque cuando expresamos ‘matrimonio interracial’ sin aclararlo, estamos haciendo referencia al contraído por un hombre y una mujer de distinta nacionalidad y, por otro lado, porque la homosexualidad no es una condición ni innata ni inmutable. Y esto es porque el gen gay no existe, ni tampoco la ciencia ha logrado aislarlo como en el caso del color de piel o de la estatura, ni tampoco es una condición inmodificable, ya que es adquirida.
Falacia de la orientación sexual
Tampoco la orientación sexual puede ser un derecho humano. Por un lado porque la ‘orientación sexual’ es un término no bien definido y que está causando problemas tanto en el derecho como en la práctica médica, y por otro lado porque si éste fuese un derecho humano, todas las orientaciones sexuales (sean estas buenas o malas) deberían serlo.
Objetivamente, si la orientación sexual queda definida sobre la base del objeto hacia el cual un individuo se siente atraído sexualmente, las parafilias también serían orientaciones sexuales.
Entidades indeseables
Bajo el argumento del amor y la no discriminación, se están camuflando otras realidades no tan buenas y beneficiosas para la sociedad. Para esquematizar esto, nótese que en los Estados Unidos existe desde hace más de diez años una organización llamada N.A.M.B.L.A.(2), (North American Men and Boy Love Association) en castellano Asociación Norteamericana del Amor entre Niños y Hombres, la cual reclama el reconocimiento legal de sus uniones y la no discriminación por diferencia de edad. Cualquiera puede comprobar fácilmente que durante una década ha formado parte de las plataformas de la I.L.G.A. (International Lesbian and Gay Association), en español Asociación Internacional de Gays y Lesbianas y que por ello fue, en la década del noventa, expulsada como miembro consultivo de la O.N.U. (Organización de las Naciones Unidas).
Falsa justificación de la adopción
Otro argumento que utilizan los activistas homosexuales con el tema de la adopción de menores es que los homosexuales se desarrollan a partir de familias de heterosexuales.
Nadie niega esta afirmación, aunque de modo parcial, ya que no es que sólo se necesitan un padre y una madre como figuras estáticas, sino que es preciso que ellos sean funcionales, que cada uno ejerza su papel de padre y madre. La homosexualidad suele desarrollarse cuando la pareja de heterosexuales no logra brindar a su hijo una figura de hombre y mujer para el correcto desarrollo de su personalidad. Entonces, para que la afirmación sea verdadera, la frase debería ser “Los homosexuales se desarrollan a partir de una pareja de padres heterosexuales disfuncionales que no ejercen su papel de padre y madre.
Actualmente se entiende que la homosexualidad está condicionada por factores del entorno y que no está determinada genéticamente (3). Coincidiendo con este postulado, varios estudios indican que los niños criados por parejas de homosexuales son de 4 a 10 veces más proclives a desarrollarse como homosexuales (4), por lo cual, nuevamente, confirmamos que el entorno es un factor de elevada importancia en el desarrollo psicosexual.
En ocasiones se difunde que según algunos estudios, los niños criados por parejas de homosexuales no presentan diferencias significativas con respecto a sus contrapartes criados por heterosexuales. Pero nótese que incluso la frase ‘no presentan diferencias significativas’ nos está indicando que existe algo diferente, aunque aparentemente ‘poco significativo’ ¿Pero qué es ‘poco significativo’? Lo que para algunos puede ser trivial, para otros puede ser contundente y significativo. Esto, nuevamente parece ser una valoración subjetiva y por tanto cuestionable. Estamos frente a una frase engañosa.
Sin embargo, objetivamente, se sabe que estos estudios carecen de rigor científico porque no son longitudinales (no estudian al sujeto a lo largo del tiempo. Lo hacen con niños, los cuales por su edad no tienen definida su personalidad), son poco representativos (toman muestras muy pequeñas) y no aleatorios (las muestras son tomadas de modo selectivo, por ejemplo se estudian niños criados por los propios activistas homosexuales).
La expresión ‘los niños sólo necesitan amor’ es otro caballito de batalla de quienes defienden la adopción de menores por parte de homosexuales. Nuevamente, estamos ante otra frase incompleta. Lo correcto sería decir que ‘los niños sólo necesitan amor diferenciado de padre y madre’, ya que si tomamos como verdadera la primera expresión, estaríamos poniendo al mismo nivel al ser humano y a los animales inferiores, los cuales no necesitan amor diferenciado para su crecimiento.
No encajan en el concepto de “minoría”
La noción de que los homosexuales son una minoría es a veces cuestionable. Los homosexuales no cumplen con los tres criterios que caracterizan a los grupos minoritarios a quienes se les ha otorgado protección legal especial. Estos criterios son:
-Privación económica
Como grupo, los homosexuales son uno de los mejor posicionados económicamente. Distintos estudios muestran que obtienen ingresos iguales o mayores que el resto de la sociedad.
-Debilidad política
Se conocen decenas de homosexuales que ocupan cargos políticos de elevado nivel.
-Características inmodificables
Los grupos minoritarios comparten características inmutables, no conductuales, como son la raza, la discapacidad o el origen nativo. Los homosexuales son el primer grupo en reclamar el status de minoría debido a su comportamiento. No existe ningún estudio científico que demuestre que la homosexualidad es un fenómeno biológico. Más que una minoría, los homosexuales estarían mejor ubicados dentro de un grupo de interés especial, por lo cual no es justo que se les otorguen derechos específicos como a las minorías reales.
Tampoco es equiparable la situación de discriminación y estigmatización que sufren los homosexuales como la que han sufrido otros grupos sociales. Para ser más claros, citemos el ejemplo de los individuos de piel negra de los Estados Unidos, que sí cumplen con los tres criterios enunciados anteriormente y que no podían siquiera trabajar dignamente y ganar un salario digno. Eran esclavos de los blancos. Mucho menos tenían derecho a votar y a participar activamente en la sociedad.
Discriminaciones justas e injustas
Cabe aclarar que, simplemente, hay discriminaciones justas e injustas. Un niño de seis años, no se puede casar, no puede conducir un automóvil ni ser admitido en la Universidad. Un inglés no puede votar en las elecciones argentinas, a menos que esté nacionalizado. Un epiléptico no puede graduarse como piloto aeronáutico, y una persona corta de vista difícilmente sería aceptada en un concurso de tiro al blanco. Un analfabeto jamás será contratado como ‘corrector’ en un diario. Y nada de ello constituye una discriminación injusta: son discriminaciones justas, pues justicia no es ‘dar a todos por igual’, sino ‘dar a cada uno lo suyo’. De lo que se deduce que no es lo mismo trato igualitario que trato justo. Por eso, el hecho de que un homosexual no debe ser discriminado, no radica en su condición de homosexual, sino en su condición de persona.
La vieja balanza de la justicia se desequilibra cada vez que se pretende ‘agregar’ a los derechos inherentes a la naturaleza humana, ‘derechos’ inventados, meramente positivos y sin fundamento en la realidad.
Tres grupos distintos de homosexuales
Finalmente, existe una profunda división tripartita en la comunidad gay. La primera es la de aquellas personas que sienten atracciones hacia personas del mismo sexo pero rechazan esa orientación y sufren por ello (homosexualidad egodistónica).
En segundo lugar, existe otro grupo de homosexuales que han decidido vivir un estilo de vida homosexual y lo hacen sin considerar que ello les confiere privilegios (Sra. Rito, cofundadora de la C.H.A y Carlos Perciavale).
En último lugar tenemos el tercer y último grupo, ínfimo, de homosexuales. Éste es el activista gay y es el que hace de su elección sexual una bandería política.
Nótese la palabra ínfimo. Esto es así ya que siendo de antemano un grupo social que ronda como media el 2% de la población mundial (5), sólo una pequeña parte de este 2% pertenece al tercer grupo de homosexuales activistas.
Cuando los políticos en su discurso admiten que la legalización de las uniones homosexuales tiene como fin la inclusión de este grupo social en democracia, estarán entonces refiriéndose a esta tercera subdivisión, ya que aquellos homosexuales que sufren por su condición de homosexual se sienten fuertemente damnificados e incluso discriminados por estos hechos.
El político que se declara a favor de la legalización de las uniones homosexuales debería reformular su discurso, ya que no está hablando en representación de todos los homosexuales, sino de la tercera subdivisión que acabamos de mencionar.
No hace falta ser muy avezado para darse cuenta de esta realidad. Examínese por un momento cuáles son los gestores principales del reclamo por el matrimonio homosexual y se verá que siempre son los mismos. Siempre son los presidentes o secretarios de asociaciones en pos de los derechos civiles de la comunidad LGBT u otros vinculados con estas asociaciones.
Conclusión
No permitir el matrimonio entre dos personas de igual sexo no resulta ser homofóbico, ni discriminatorio, ni retrógrado, ni implica violar derechos humanos. Los argumentos esgrimidos a favor tienen una base completamente subjetiva y poco racional. Para ello se utilizan frases y palabras sensibilizantes y confusas que engañan al político y al público común, y se contradicen con la lógica y el sentido común.