Psicosíntesis terapéutica
Bertrand de Margerie S.J.
Se podría objetar a las consideraciones precedentes algunos pensamientos queridos a muchos liturgistas ante de Vaticano II: una piedad objetiva que pone en relieve la divina acción sacramental bastaría para la santificación, e indirectamente para la curación espiritual. Esta piedad objetiva haría largamente inútil la piedad subjetiva de las devociones, entre ellas el culto privado hacia el Corazón de Jesús.
Pío XII respondió con firmeza: sí, “Cristo nos salva cada día en los sacramentos, a través de ellos purifica sin cesar y consagra a Dios a toda la humanidad; es cierto que los sacramentos y el sacrificio de la Misa son actos de Cristo mismo que comunica la gracia divina a los miembros de su Cuerpo, pero éstos son cuerpos vivos, dotados de razón y de voluntad personal; aproximando sus labios a la fuente, deben apoderarse vitalmente del alimento, asimilarlo y apartar todo aquello que pudiera impedir su eficacia.(1)
Si alguien tiene sed, que venga a mí y que beba, decía Jesús prometiendo ríos de agua viva brotando de su Costado traspasado, al pedido de los Apóstoles y de sus sucesores, en el cáliz presentado por la Iglesia, siempre al final de la Cruz. Para beber, hay que tener sed e ir activamente, personalmente a Jesús. Nadie beberá si no comprende por qué debe beber y acercarse a Cristo crucificado, en la fe. Los actos de la piedad subjetiva, la mediación de las realidades sobrenaturales, el ejercicio de la inteligencia iluminada por la fe, se imponen con una “absoluta necesidad”(2) a aquel que quiere crecer en las virtudes recibidas (inconscientemente) luego de su Bautismo(3). No hay curación rápida sobrenatural sin participación personal del enfermo en la terapia sacramental y “objetiva” llevada a cabo por Cristo.
Todo esto ya era cierto en el pasado, pero los es más todavía en el contexto de una civilización urbana, post-industrial. Cuando se presentan los momentos inevitables de crisis y de fuertes tentaciones, el cristiano, que busca oración litúrgica bella, no siempre la encuentra a su disposición en el momento de su elección.
Pero, siempre y en todas partes puede elevar una oración personal, reconocer , con la ayuda del Via Crucis o de los misterios del Rosario, el amor personal, divino y humano, espiritual y sensible, del Corazón de Jesús por él. Puede, de esta manera ejercer la indispensable perseverancia en la oración para volver a pasar de la “desolación” y de las tinieblas a las consoladoras luces de la fe, de la esperanza y de la caridad. En el misterio del Corazón de Cristo, su discípulo y adorador redescubre sin cesar que no es sólo objeto del amor del Salvador, sino también sujeto con Él, bajo Él de su acción salvífica. El culto al Corazón del Salvador ayuda, pues, a la persona humana a participar en la Providencia de ese Salvador sobre ella misma. Precisemos, una vez más, de qué manera.
Más que ningún otro símbolo, pero también en conjunto con muchos otros, que consolida y fortifica en su significación, el Corazón de Jesús, reconocido, amado, adorado, libera, canaliza, y domestica la energía psíquica, la energía de las pulsiones inferiores ofreciendo a la zona conciente de la persona y a la inconciente, un objeto digno de su atención, revelado supraconciente, que lo colma y lo eleva por encima de ella misma.
A través del culto a su Corazón, Jesús nos pone en contacto con una serie de símbolos secundarios y elementales que algunos aspectos de una civilización industria y post industrial, tienden, por momentos a hacernos olvidar en su contexto original y rural: viento, agua, fuego, soplo y sangre(4). Los unifica y les da, así, un sentido más rico, más completo y más complejo. Porque ese culto enraíza toda la vida afectiva y espiritual en la unidad suprema del Ser absoluto.
El símbolo del Corazón de Jesús carga y libera una forma de explosión más formidable que todas las otras; la explosión del amor, que pone a su servicio los sentimientos y las pasiones que colman a l corazón de todo hombre, la caridad sobrenatural que viene a curar y divinizar la pasión natural del amor, la primera de todas las pasiones, la pasión que gobierna a las otras.(5)
Este símbolo “cristocordial” estimula, provoca, canaliza y concentra la energía afectiva, tan difícil de controlar. A la inversa de esta desintegración de la personalidad tan frecuente en nuestro mundo, en una época en que, a menudo, no alcanza a incluir en su pedagogía una formación afectiva e interpersonal, el culto hacia el Corazón real, corporal y simbólico de Jesús, manifiesta y actualiza la voluntad personal de integración, restaura el equilibrio psicológico unificando la personalidad en la adoración del Uno que es Único.
Por qué no decir, entonces, con Charles Bernard que la simbolización mística puede operar el mismo efecto que un psicoanálisis(6). Jung hablaba ya de un avasallamiento del ego y de su libración por medio de la actividad simbólica. Incluso se podría agregar que en nuestros “últimos tiempos” para los que el Señor previó, según Margarita María, como un supremo remedio, la devoción a su Corazón podría tener por fin y por efectos apartarnos de los males agravados resultantes de un psicoanálisis aislado de psicosíntesis. La primera, en ausencia de la segunda, puede ser la ocasión, si no la causa de una desintegración renovada de la personalidad.
Acabamos de pronunciar la palabra pronunciar la palabra decisiva “psicosíntesis”. En el culto al Corazón de Jesús se ejerce la más perfecta y la más completa psicosíntesis. Unifica las tendencias horizontales y verticales de la persona humana, su psiquismo superior (inteligencia y voluntad) e inferior (imaginación, sensibilidad, pasiones), sus dimensiones sociales y aun (a través de los símbolos secundarios asociados al símbolo primordial de corazón) cósmico. Los unifica en el impulso hacia el Uno que es Comunión trinitaria, principio y fin último de todo ser humano.
Mientras que el peligro de ciertos psicoanálisis sería reducir los superior a lo interior, la tendencia hacia Dios, por medio de las condiciones materiales de su ejercicio concreto, y terminar así en un verdadero retroceso de lo que hay de más noble en el ser humano, destruyendo la conciencia de su unidad, la psicosíntesis siempre progresiva que se opera por medio del culto doctrinal y sensible del Corazón de Jesús constituye una maravillosa terapia particularmente adaptada a la situación religiosa de la mayoría de los hombres de hoy, especialmente en el seno de la Iglesia católica.
En las sociedades desarrolladas, es decir, en el hemisferio norte, asistimos desde la Revolución francesa, a un proceso siempre creciente de secularización. Se ha vuelto menos fácil afirmar los valores cristianos en la vida social. A menudo, son rechazados en la esfera personal. De ahí una división profunda entre las tendencias personales del ser humano y su expresión social, deficiente. ¡Situación patológica!
El culto al corazón de Jesús “pone el acento sobre la vida interior, sobre la fe en el amor de Dios, presente a pesar de su aparente ausencia(7)” y sobre la reparación sacramental, socialmente visible y eficaz.
En las sociedades en vía de desarrollo, grosso modo en el hemisferio sur, el culto del Corazón de Jesús corresponde a las tendencias religiosas espontáneas de muchos, preservándolas siempre de desviaciones sectarias muy amenazantes para ellas. Ayuda a luchar contra los peligros de la irracionalidad en materia religiosa. Contribuye a poner el psiquismo inferior al servicio del psiquismo superior y su conjunto al servicio del prójimo y Dios.
Por todos lados, el culto al Corazón de Jesús satisface a la vez las necesidades afectivas y racionales de la persona humana. Por una parte, ejerce las pasiones y las afecciones orientándolas hacia el fin último y sobrenatural en la caridad. Por otro lado, si la pastoral consiente a tener en cuenta la doctrina propuesta por Haurietis Aguas, da el más alto objeto posible al ejercicio de la razón, de la inteligencia y de la libertad: el Amor divino, el Amor creador, redentor y glorificador de las Tres Personas divinas para el género humano.
Inversamente, conviene destacar los dos peligros, inseparablemente pastorales y doctrinales, a los que está expuesta la presentación del misterio del Corazón de Jesús.
- el de seel de señalar y subrayar exclusivamente el simbolismo del Corazón relativo al amor sensible de Cristo, arriesgándose, así, a favorecer un culto superficial y sin profundidad con relación a él, y dejando olvidar que este amor sensible, y ese Corazón son los de una persona divina y, por tanto, son mables, pero también adorables; y tambié
- el peligro (ciertamente menos frecuente) de poner en tal relieve al amor divino increado, puramente espiritual que se calle el amor sensible, orientando hacia una religión que finalmente haría la abstracción de la Encarnación: delante de las masas inclinadas a pensar espontáneamente que “las abstracciones no tienen necesidad de corazón” siguiendo la célebre expresión de Rahner, se transformaría esta devoción en un culto elitista
En ambos casos, desaparecería el valor terapéutico de nuestro culto porque habría desparecido la psicosíntesis que le es esencial. En el segundo caso, se habría obligado que es irracional para el ser humano no ejercer su afectividad, y en el primer caso, que es todavía más irracional, pretender ejercerlo solo y sin asociarlo a un ejercicio de la inteligencia y la libertad.
Por el contrario, insistiendo en la naturaleza y en los efectos de la psicosíntesis inherente al culto implicadas en su ejercicio, se prepara mejor el terreno al despliegue de las gracias sacramentales de la Eucaristía, sacramento de la vía unitiva, en la que se recibe a Cristo indivisible y único, Persona divina, alma humana inmortal y beatificada, Sangre derramada y glorificada, Cuerpo resucitado para no morir jamás: “el remedio de la inmortalidad(8)”, cuya gracia eleva cura y diviniza la naturaleza humana. ¿La Eucaristía no es síntesis objetiva operante – y de manera suprema en el contexto del culto al Corazón de Jesús – la psicosíntesis subjetiva, la psicoterapia directamente espiritual e indirectamente psicológica y corporal(9) del comulgante?
Finalmente, la persona humana, herida por el demonio en el pecado original originante y originado, herido por ella misma por medio de sus propios pecados actuales, herida por los pecados ajenos, encuentra en las Llagas – por siempre glorificadas – de nuestro dios encarnado, y particularmente en la llaga de su Corazón traspasado y amante, la posibilidad de hacer la experiencia eucarística(10) de la herida unificante e incurable del amor divino y de comenzar el camino hacia la curación definitiva de su Resurrección.
1 Pío XII, encíclica Mediator Dei, Doc, Cath.
2 Ibid., 205.
3 Tratándose del bautismo conferido a un niño que no haya alcanzado la edad de la razón.
4 Cf. Eloi Leclerc, Le Manrique des créatures ou les symboles de l’union: analyse de Saint François d’Assise, París, 1970.
5 Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I, II, 28, 6 y 29, 2,
6 C. Bernard, op. Cit n. 34, p. 1130.
7 Citado por el T.R.P.H.Kolvenbach S.J., en su conferencia del 2 de julio de 1988 en Paray-le-Monial respecto de “una misión agradable” (edición de Prior et Servir, Apostolado de la Oración, Roma), p. 28.
8 San Ignacio de Antioquia, A los Efesios 20, 2; Rj 43.
9 Citemos aquí a Juan XXIII (AAS 52, 1960, 402): “La Eucaristía es misterio de vida física: directamente, de vida física eterna, porque, como Jesús nos asegura, aquellos que lo reciben con las disposiciones debidas tienen la certeza de la Resurrección gloriosa en el último día; indirectamente, de vida física temporal, porque, desarrollando la vida cristiana y las buenas maneras, preserva de múltiples enfermedades que vician el organismo atormentando la existencia pecadora”. Juan XXIII retomaba un texto de Pío XII. Prolonguemos su pensamiento: al igual que la Eucaristía, estimulando el ejercicio de las virtudes, preserva de muchas enfermedades que entrañan los vicios. Igualmente, cura las depresiones preservando de las tristezas irracionales y favoreciendo la alegría, fruto de la caridad, cuyo crecimiento es el efecto propio de la Eucaristía
10 Para san Buenaventura, la Eucaristía es el sacramento de la experiencia mística: cf. E. Longpré, Eucaristie et expérience mystique, DSAM, IV, 2 (1961), 1568-1621; B. de Margerie, Christ pour le Monde, París, 1971, pp. 384-385.
Traducido del francés por José Gálvez Krüger para ACI Prensa