La necesidad espiritual y religiosa por excelencia de nuestro tiempo es la de una amplia visión sintética del misterio cristiano elaborada en un contexto existencial, a la irremplazable luz que emana del amor y a partir de un foco central promotor de la inteligibilidad de todos los rayos que irradia coordinados
A diferencia de muchos teólogos cristianos no-católicos, entre los teólogos más conocidos de la Iglesia universal y romana no existe ninguno en nuestro siglo que haya intentado realizar dicha síntesis. La hipersensibilización explica en parte, sin justificarla, la marcha atrás que se da ante todo se parezca a una suma de Teología. El esbozo, parcialmente contestable y contestado, intentando por este teólogo no profesional que fue Theillard de Chardin, obtuvo el éxito que sabemos por su poder de síntesis.
Consideramos urgente la indicación de unos senderos que otros sabrán recorrer y hacer que se recorran mejor que nosotros; contribuir, aunque sea de lejos, a satisfacer ese anhelo fundamental de toda la inteligencia bautizada en la sangre del Cordero; acoger, abrazar, reconstruir, unificar, recapitular, tanto las realidades como todas las verdades reveladas en el corazón traspasado de Cristo crucificado a fin culminar el misterio de la redención universal. Porque el espíritu creado no quiere interpretar el universo más que para transformarlo y consumarlo, y no aspira a interiorizar en sí mismo el ser por medio de la intelección más para exteriorizarse después en un mundo pasivo de su acción, y llegar así a la contemplación facial del ser absoluto, del amor absoluto, del obrar absoluto, que se transparenta en su propia translucidez al igual que en toda la realidad creada.
Por eso querríamos demostrar aquí sucesivamente cómo el corazón eucarístico del Cordero de Dios ofrece a la teología católica el mejor punto de partida y culminación de su sistematización, bien en lo que se refiere al sacramento de la encarnación y los sacramentos de la salvación y de la gracia, bien en relación con la consumación de la redención y del universo, bien, finalmente, con respecto al Verbo hijo e inspirador, predestinador y creador, creado y predestinado.
Bertrand de Margerie (Cristo para el Mundo, BAC)
Transcrito por José Gálvez Krüger para Aci Prensa