1. Jesucristo verdadero Dios y verdadero hombre: es el misterio central de nuestra fe y es también la verdad) clave de nuestras catequesis cristológicas. Esta mañana nos proponemos buscar el testimonio de esta verdad en la Sagrada Escritura, especialmente en los Evangelios y en la tradición cristiana.
Hemos visto ya que en los Evangelio Jesucristo se presenta y se da a conocer como Dios-Hijo, especialmente cuando declara: 'Yo y el Padre somos una sola cosa' (Jn 10, 30), cuando se atribuye a Sí mismo el nombre de Dios 'Yo soy' (Cfr. Jn 8, 58), y los atributos divinos; cuando afirma que le 'ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra' (Mt 28, 18): el poder del juicio final sobre todos los hombres y el poder sobre la ley (Mt 5, 22. 28. 32. 34. 39. 44) que tiene su origen y su fuerza en Dios, V por último el poder de perdonar los pecados (Cfr. Jn 20, 22)23), porque aun habiendo recibido del Padre el poder de pronunciar el 'juicio' final sobre el mundo (Cfr. Jn 5, 22), El viene al mundo 'a buscar y salvar lo que estaba perdido' (Lc 19, 10).
Para confirmar su poder divino sobre la creación, Jesús realiza 'milagros', es decir, 'signos' que testimonian que junto con El ha venido al mundo el reino de Dios.
2. Pero este Jesús que, a través de todo lo que 'hace y enseña', da testimonio de Sí como Hijo de Dios, a la vez se presenta a Sí mismo y se da a conocer como verdadero hombre. Todo el Nuevo Testamento y en especial los Evangelios atestiguan de modo inequívoco esta verdad, de la cual Jesús tiene un conocimiento clarísimo y que los Apóstoles y Evangelistas conocen, reconocen y transmiten sin ningún género de duda. Por tanto, debemos dedicar la catequesis de hoy a recoger y a comentar al menos en un breve bosquejo los datos evangélicos sobre esta verdad, siempre en conexión con cuanto hemos dicho anteriormente sobre Cristo como verdadero Dios.
Este modo de aclarar la verdadera humanidad del Hijo de Dios es hoy indispensable, dada la tendencia tan difundida a ver y a presentar a Jesús sólo como hombre: un hombre insólito y extraordinario, pero siempre y sólo un hombre. Esta tendencia característica de los tiempos modernos es en cierto modo antitética a la que se manifestó bajo formas diversas en los primeros siglos del cristianismo y que tomó el nombre de 'docetismo'. Según los 'docetas', Jesucristo era un hombre 'aparente', es decir, tenia a apariencia de un hombre, pero en realidad era solamente Dios.
Frente a estas tendencias opuestas, la Iglesia profesa y proclama firmemente la verdad sobre Cristo como Dios-hombre, verdadero Dios y verdadero Hombre; una sola Persona (la divina del Verbo) subsistente en dos naturalezas, la divina y la humana, como enseña el catecismo. Es un profundo misterio de nuestra fe, pero encierra en sí muchas luces.
3. Los testimonios bíblicos sobre la verdadera humanidad de Jesucristo son numerosos y claros. Queremos reagruparlos ahora para explicarlos después en las próximas catequesis.
El punto de arranque es aquí la verdad de la Encarnación: 'Et incarnatus est', profesamos en el Credo. Más distintamente se expresa esta verdad en e el prólogo del Evangelio de Juan: 'Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros' (Jn 1, 14). Carne (en griego 'sarx') significa el hombre en concreto, que comprende la corporeidad y, por tanto, !a precariedad, la debilidad, en cierto sentido la caducidad ('Toda carne es hierba', leemos en el libro de Isaías 40, 6). Jesucristo es hombre en este significado de la palabra 'carne.'
Esta carne (y por tanto la naturaleza humana) la ha recibido Jesús de su Madre, María, la Virgen de Nazaret. Si San Ignacio de Antioquía llama a Jesús 'sarcóforos' (Ad Smirn., 5), con esta palabra indica claramente su nacimiento humano de una mujer, que le ha dado la 'carne humana'. San Pablo había dicho ya que 'envió Dios a su Hijo, nacido de mujer' (Gal 4, 4).
4. El Evangelista Lucas habla de este nacimiento de una mujer cuando describe los acontecimientos de la noche de Belén: 'Estando allí se cumplieron los días de su parto y dio a luz a su hijo primogénito y le envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre' (Lc 2, 6-7). El mismo Evangelista nos da a conocer que el octavo día después del nacimiento, el Niño fue sometido a la circuncisión ritual y 'le dieron el nombre de Jesús (Lc 2, 21). El día cuadragésimo fue ofrecido como 'primogénito' en el templo jerosolimitano según la ley de Moisés (Cfr. Lc 2, 22-24)
Y, como cualquier otro niño, también este 'Niño crecía y se fortalecía lleno de sabiduría' (Lc 2, 40). 'Jesús crecía en sabiduría y edad y gracia ante Dios y ante los hombres' (Lc 2, 52).
5. Veámoslo de adulto, como nos lo presentan más frecuentemente los Evangelios. Como verdadero hombre, hombre de carne (sarx), Jesús experimentó el casancio, el hambre y la sed. Leemos: 'Y habiendo ayunado cuarenta días y cuarenta noches, al fin tuvo hambre' (Mt 4, 2). Y en otro lugar: 'Jesús, fatigado del camino, se sentó sin más junto a la fuente... Llega una mujer de Samaria a sacar agua y Jesús le dice: dame de beber' (Jn 4, 6).
Jesús tiene, pues, un cuerpo sometido al cansancio, al sufrimiento, un cuerpo mortal. Un cuerpo que al final sufre las torturas del martirio mediante la flagelación, la coronación de espinas y, por último, la crucifixión. Durante la terrible agonía, mientras moría en el madero de la cruz, Jesús pronuncia aquel su 'Tengo sed' (Jn 19, 28), en el cual está contenida una última, dolorosa y conmovedora expresión de la verdad de su humanidad.
6. Sólo un verdadero hombre ha podido sufrir como sufrió Jesús en el Gólgota, sólo un verdadero hombre ha podido morir como murió verdaderamente Jesús. Esta muerte la constataron muchos testigos oculares, no sólo amigos y discípulos, sino, como leemos en el Evangelio de San Juan, los mismos soldados que 'llegando, a Jesús, como le vieron ya muerto, no le rompieron las piernas sino que uno de los soldados le atravesó con su lanza el costado, y al instante salió sangre y agua' (Jn 19, 33-34).
'Nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado': con estas palabras del Símbolo de los Apóstoles la Iglesia profesa la verdad del nacimiento y de la muerte de Jesús. La verdad de la Resurrección se atestigua inmediatamente después con las palabras: 'al tercer día resucitó de entre los muertos'.
7. La resurrección confirma de un modo nuevo que Jesús es verdadero hombre: si el Verbo para nacer en él tiempo 'se hizo carne', cuando, resucito volvió a tomar el propio cuerpo de hombre. Sólo un verdadero hombre ha podido sufrir y morir en la cruz, sólo un verdadero hombre ha podido resucitar. Resucitar quiere decir volver a la vida en el cuerpo. Este cuerpo puede ser transformado, dotado de nuevas cualidades y potencias, y al final incluso glorificado (como en a ascensión de Cristo y en la futura resurrección de los muertos), pero es cuerpo verdaderamente humano. En efecto, Cristo resucitado se pone en contacto con los Apóstoles, ellos lo ven, lo miran, tocan a las cicatrices que quedaron después de la crucifixión y El no sólo habla y se entretiene con ellos, sino que incluso acepta su comida: 'Le dieron un trozo de pez asado y tomándolo comió delante de ellos' (Lc 24, 42-43). Al final Cristo con este cuerpo resucitado y ya glorificado pero siempre cuerpo de verdadero hombre asciende al cielo para sentarse 'a la derecha del Padre'.
8. Por tanto verdadero Dios y verdadero hombre. No un hombre aparente, no un 'fantasma' (homo phantasticus), sino hombre real. Así lo conocieron los Apóstoles y el grupo de creyentes que constituyó la Iglesia de los comienzos. Así nos hablaron en su testimonio.
Notamos desde ahora que así las cosas no existe en Cristo una antinomia entre lo que es 'divino' y lo que es 'humano'. Si el hombre desde el comienzo ha sido creado a imagen y semejanza de Dios (Cfr. Gen 1, 27; 5, 1), y por tanto lo que es 'humano puede manifestar también lo que es 'divino', mucho más ha podido ocurrir esto en Cristo. El reveló su divinidad mediante la humanidad, mediante una vida auténticamente humana. Su 'humanidad' sirvió para revelar su 'divinidad': su Persona de Verbo-Hijo.
Al mismo tiempo El como Dios)Hijo no era, por ello, menos hombre. Para revelarse como Dios no estaba obligado a ser 'menos' hombre. Más aún: por este hecho El era 'plenamente' hombre, o sea en a asunción de la naturaleza humana en unidad con la Persona divina del Verbo, El realizaba en plenitud la perfección humana. Es una dimensión antropológica de la cristología sobre la que volveremos a hablar.
Jesucristo, plenamente hombre (3.II.88)
1. Jesucristo es verdadero hombre. Continuamos la catequesis anterior dedicada a este tema. Se trata de una verdad fundamental de nuestra fe. Fe basada en la palabra de Cristo mismo, confirmada por el testimonio de los Apóstoles y discípulos, trasmitida de generación en generación en la enseñanza de la Iglesia: 'Credimus... Deum verum et hominem verum non phantasticum, sed unum et unicum Filium Dei' (Concilio Lugdunense II: DS, 852) .
Más recientemente, el Concilio Vaticano II ha recordado la misma doctrina al subrayar la relación nueva que el Verbo, encarnándose y haciéndose hombre como nosotros, ha inaugurado con todos y cada uno: 'El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María se hizo verdaderamente uno de los nosotros. semejante en todo, a nosotros, excepto en el pecado' (Gaudium et Spes, 22)
2. Ya en el marco de la catequesis precedente hemos intentado hacer ver esta 'semejanza' de Cristo con ' nosotros', que se deriva del hecho de que El era verdadero hombre: 'El Verbo se hizo carne', y 'carne' ('sarx') indica precisamente el hombre en cuanto ser corpóreo (sarkikos), que viene a la luz mediante el nacimiento 'de una mujer' (Cfr. Gal. 4, 4). En su corporeidad, Jesús de Nazaret, como cualquier hombre, ha experimentado el casancio, el hambre y la sed. Su cuerpo era pasible, vulnerable, sensible al dolor físico. Y precisamente en esta carne ('sarx'), fue sometido El a torturas terribles, para ser finalmente, crucificado: 'Fue crucificado, murió y fue sepultado'.
El texto conciliar citado más arriba, completa todavía esta imagen cuando dice 'Trabajó con manos de, hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre' (Gaudium et Spes, 22).
3. Prestemos hoy un atención particular a esta última afirmación, que nos hace entrar en el mundo interior de la vida psicológica de Jesús. El experimentaba verdaderamente los sentimientos humanos: a alegría, la, tristeza, la indignación, a admiración, el amor. Leemos, por ejemplo, que Jesús 'se sintió inundado de gozo en el Espíritu Santo' (Lc 10, 21); que lloró sobre Jerusalén: 'Al ver la ciudad, lloró sobre ella, diciendo: ¡Si al menos en este día conocieras lo que hace a la paz tuya!' (Lc 9, 41-42), lloró también después de la muerte de su amigo Lázaro: 'Viéndola llorar Jesús (a María), y que lloraban también los judíos que venían con ella, se conmovió hondamente y se turbó, y dijo ¿Dónde le habéis puesto? Dijéronle Señor, ven y ve. Lloró Jesús' (Jn 11, 33-35).
4. Los sentimientos de tristeza alcanzan en Jesús una intensidad particular en el momento de Getsemaní. Leemos: 'Tomando consigo a Pedro, a Santiago y a Juan comenzó a sentir temor y angustia, y les decía: Triste está mi alma hasta la muerte' (Mc 14, 33-34; cfr. también Mt 26, 37). En Lucas leemos: 'Lleno de angustia, oraba con más insistencia; y sudó como gruesas gotas de sangre, que corrían hasta la tierra' (Lc 22, 44). Un hecho de orden psico-físico que atestigua, a su vez, la realidad humana de Jesús.
5. Leemos, asimismo, episodios de indignación de Jesús. Así, cuando se presenta a El, para que lo cure, un hombre con la mano seca, en día de sábado, Jesús. en primer lugar, hace a los presentes esta pregunta: '¿Es, lícito en sábado hacer bien o mal, salvar una vida o matarla?, y ellos callaban. Y dirigiéndoles una mirada airada, entristecido por la dureza de su corazón, dice al hombre: Extiende tu mano. La extendió y fuele restituida la mano' (Mc 3,5).
La misma indignación vemos en el episodio de los vendedores arrojados del templo. Escribe Mateo que 'arrojo de allí a cuantos vendían y compraban n él, y derribó las mesas de los cambistas y los asientos de los vendedores de palomas, diciéndoles: escrito está: !Mi casa será llamada Casa de oración pero vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones (Mt 21, 12-13; cfr. Mc 11,15).
6. En otros lugares leemos que Jesús 'se admira': 'Se admiraba de su incredulidad' (Mc 6, 6). Muestra también admiración cuando dice: 'Mirad los lirios como crecen... ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos' (Lc 12, 27). Admira también la fe de la mujer cananea: 'Mujer, ¡qué grande es tu fe!' (Mt 15, 28).
7. Pero en los Evangelios resulta, sobre todo, que Jesús ha amado. Leemos que durante el coloquio con el joven que vino a preguntarle qué tenía que hacer para entrar en el reino de los cielos, 'Jesús poniendo en él los ojos, lo amó' (Mc 10, 21 ) . El Evangelista Juan escribe que 'Jesús amaba a Marta y a su hermana y a Lázaro' (Jn 11, 5), y se llama a sí mismo 'el discípulo a quien Jesús amaba' (Jn 13, 23).
Jesús amaba a los niños: 'Presentáronle unos niños para que los tocase...y abrazándolos, los bendijo imponiéndoles las manos' (Mc 10, 13-16). Y cuando proclamó el mandamiento del amor, se refiere al amor con el que El mismo ha amado: 'Este es mi precepto: que os améis unos a otros como yo os he amado' (Jn 15, 12).
8. La hora de la pasión, especialmente a agonía en la cruz, constituye, puede decirse, el zenit del amor con que Jesús, 'habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin' (Jn 13, 1). 'Nadie tiene amor mayor que éste de dar uno la vida por sus amigos' (Jn 15, 13).Contemporáneamente, éste es también el zenit de la tristeza y del abandono que El ha experimentado en su vida terrena. Una expresión penetrante de este abandono, permanecerán por siempre aquellas palabras: 'Eloí, Eloí, lama sabachtani?... Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?' (Mc 15, 34).Son palabras que Jesús toma del Salmo 22 (22, 2) y con ellas expresaba el desgarro supremo de su alma y de su cuerpo, incluso la sensación misteriosa de un abandono momentáneo por parte de Dios. ¡El clavo más dramático y lacerante de toda la pasión!
9. Así, pues, Jesús se ha hecho verdaderamente semejante a los hombres, asumiendo la condición de siervo, como proclama la Carta a los Filipenses(Cfr. 2, 7). Pero la Epístola a los Hebreos, al hablar de El como 'Pontífice de los bienes futuros' (Heb 9, 11), confirma v precisa que 'no es nuestro Pontífice tal que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, antes fue tentado en todo a semejanza nuestra, fuera del pecado' (Heb 4, 15). Verdaderamente 'no había conocido el pecado', aunque San Pablo dirá que Dios, 'a quien no conoció el pecado, le hizo pecado por nosotros para que en El fuéramos justicia de Dios' (2 Cor 5, 21 ).
El mismo Jesús pudo lanzar el desafío: '¿Quién de vosotros me argüirá de pecado?' (Jn 8, 46). Y he aquí la fe de la Iglesia: 'Sine peccato conceptus, natus et mortuus'. Lo proclama en armonía con toda la Tradición el Concilio de Florencia (Decreto pro Iacob.: DS 1347): Jesús 'fue concebido, nació y murió sin mancha de pecado'. El es el hombre verdaderamente justo y santo.
10. Repetimos con el Nuevo Testamento, con el Símbolo y con el Concilio: 'Jesucristo se ha hecho verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado' (Cfr Heb 4, 15). Y precisamente, gracias a una semejanza tal: 'Cristo, el nuevo Adán..., manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación' (Gaudium et Spes 22).
Se puede decir que, mediante esta constatación, el Concilio Vaticano II da respuesta, una vez más, a la pregunta fundamental que lleva por titulo el celebre tratado de San Anselmo: Cur Deus homo? Es una pregunta del intelecto que ahonda en el misterio del Dios)Hijo, el cual se hace verdadero hombre 'por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación', como profesamos en el Símbolo de fe niceno-constantinopolitano.
Cristo manifiesta 'plenamente' el hombre al propio hombre por el hecho de que El 'no había conocido el pecado'. Puesto que el pecado no es de ninguna manera un enriquecimiento del hombre. Todo lo contrario: lo deprecia, lo disminuye, lo priva de la plenitud que le es propia (Cfr. Gaudium et Spes, 13). La recuperación, la salvación del hombre caído es la respuesta fundamental a la pregunta sobre el porqué de la Encarnación.
La Encarnación del Verbo, revaloriza la humanidad (10.II.88)
1. Jesucristo, verdadero hombre, es 'semejante a nosotros en todo excepto en el pecado'. Este ha sido el tema de la catequesis precedente. El pecado está esencialmente excluido de Aquel que, siendo verdadero hombre, es también verdadero Dios ('verus homo', pero no 'merus homo').
Toda la vida terrena de Cristo y todo el desarrollo de su misión testimonian la verdad de su absoluta impecabilidad. El mismo lanzó el reto: '¿Quién de vosotros me argüirá de pecado?' (Jn 8, 46). Hombre 'sin pecado', Jesucristo, durante toda su vida, lucha con el pecado y con todo lo que engendra el pecado, comenzando por Satanás, que es el 'padre de la mentira', en la historia del hombre 'desde el principio' (Cfr. Jn 8, 44). Esta lucha queda delineada ya al principio de la misión mesiánica de Jesús, en el momento de la tentación (Cfr. Mc 1, 13; Mt 4, 1-11; Lc 4, 1-13), y alcanza su culmen en la cruz y en la resurrección. Lucha que, finalmente, termina con la victoria.
2. Esta lucha contra el pecado y sus raíces no aleja a Jesús del hombre. Muy al contrario, lo acerca a los hombres, a cada hombre. En su vida terrena Jesús solía mostrarse particularmente cercano de quienes, a los ojos de los demás, pasaban por pecadores.. Esto lo podemos ver en muchos pasajes del Evangelio.
3. Bajo este aspecto es importante la 'comparación' que hace Jesús entre su persona misma y Juan el Bautista. Dice Jesús: 'porque vino Juan, que no comía ni bebía, y dicen: Está poseído del demonio. Vino el Hijo del hombre, comiendo y bebiendo, y dicen: Es un comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y pecadores' (Mt 11, 18-19).
Es evidente el carácter 'polémico' de estas palabras contra los que antes criticaban a Juan el Bautista, profeta solitario y asceta severo que vivía y bautizaba a orillas del Jordán, y critican a después a Jesús porque se mueve y actúa en medio de la gente. Pero resulta igualmente transparente, a la luz de estas palabras, la verdad sobre el modo de ser, de sentir, de comportarse Jesús hacia los pecadores.
4. Lo acusaban de 'ser amigo de publicanos (es decir, los recaudadores de impuestos, de mala fama, odiados y considerados no observantes: cfr. Mt 5, 46; 9, 11; 18, 17) y pecadores'. Jesús no rechaza radicalmente este juicio, cuya verdad ) aun excluida toda connivencia y toda reticencia) aparece confirmada en muchos episodios registrados por el Evangelio. Así, por ejemplo, el episodio referente al jefe de los publicanos de Jericó, Zaqueo, a cuya casa Jesús, por así decirlo, se auto-invitó: 'Zaqueo, baja pronto ) Zaqueo, siendo de pequeña estatura estaba subido sobre un árbol para ver mejor a Jesús cuando pasara) porque hoy me hospedaré en tu casa'. Y cuando el publicanos bajó lleno de alegría. y ofreció a Jesús la hospitalidad de su propia a casa, oyó que Jesús le decía: 'Hoy ha venido la salud a tu casa, por cuanto éste es también hijo de Abrahán; pues el Hijo de! hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido' (Cfr. Lc 19, 1-10). De este texto se desprende no sólo la familiaridad de Jesús con publicanos y pecadores, sino también el motivo por el que Jesús los buscara y tratara con ellos: su salvación.
5. Un acontecimiento parecido queda vinculado al nombre de Leví, hijo de Alfeo. El episodio es tanto más significativo cuanto que este hombre, que Jesús había visto 'sentado al mostrador de los impuestos', fue llamado para ser uno de los Apóstoles: 'Sígueme', le dijo Jesús. Y él, levantándose, lo siguió. Su nombre aparece en la lista de los doce como Mateo y sabernos que es el autor de uno de los Evangelios. El Evangelista Marcos dice que Jesús 'estaba sentado a la mesa en casa de éste' y que 'muchos publicanos y pecadores estaban recostados con Jesús y con sus discípulos' (Cfr. Mc 2, 13)15). También en este caso 'los escribas de la secta de los fariseos' presentaron sus quejas a los discípulos; pero Jesús les dijo: 'No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos; ni he venido yo a llamar a los justos, sino a los pecadores' (Mc 2, 17).
6. Sentarse a la mesa con otros )incluidos 'los Publicanos y los pecadores') es un modo de ser humano, que se nota en Jesús desde el principio de su actividad mesiánica. Efectivamente, una de las primeras ocasiones en que El manifestó su poder mesiánico fue durante el banquete nupcial de Caná de Galilea, al que asistió acompañado de su Madre y de sus discípulos (Cfr. Jn 2,1-12). Pero también más adelante Jesús solía aceptar las invitaciones a la mesa no sólo de los 'Publicanos', sino también de los 'fariseos', que eran sus adversarios más encarnizados. Veámoslo, por ejemplo, en Lucas: 'Le invitó un fariseo a comer con él, y entrando en su casa, se puso a la mesa' (Lc 7, 36).
7. Durante esta comida sucede un hecho que arroja todavía nueva luz sobre el comportamiento de Jesús con la pobre humanidad, formada por tantos y tantos 'pecadores', despreciados y condenados por los que se consideran 'justos'. He aquí que una mujer conocida en la ciudad como pecadora se encontraba entre los presentes y, llorando, besaba los pies de Jesús y los ungía con aceite perfumado. Se entabla entonces un coloquio entre Jesús y el amo de la casa, durante el cual establece Jesús un vínculo esencial entre la remisión de los pecados y el amor que se inspira en la fe: '...le son perdonados sus muchos pecados, porqué amó mucho Tus pecados te son perdonados... Tu fe te ha salvado, 'vete en paz!' (Cfr. Lc 7, 36-50).
8. No es el único caso de este género. Hay otro que, en cierto modo, es dramático: es el de una mujer 'sorprendida en adulterio' (Cfr. Jn 8, 1-11).También este acontecimiento (como el anterior) explica en qué sentido era Jesús 'amigo de publicanos y de pecadores'. Dijo a la mujer: 'Vete y no peques más' (Jn 8, 11). El, que era 'semejante a nosotros en todo excepto en el pecado se mostró cercano a los pecadores y pecadoras para alejar de ellos el pecado. Pero consideraba este fin mesiánico de una manera completamente 'nueva' respecto del rigor con que trataban a los 'pecadores' los que los juzgaban sobre la base de la Ley antigua. Jesús obraba con el espíritu de un amor grande hacia el hombre, en virtud de la solidaridad profunda, que nutría en Sí mismo, con quien había sido creado por Dios a su imagen y semejanza (Cfr. Gen 1, 27; 5, 1).
9. ¿En qué consiste esta solidaridad? Es la manifestación del amor que tiene su fuente en Dios mismo. El Hijo de Dios ha venido al mundo para revelar este amor. Lo revela ya por el hecho mismo de hacerse hombre: uno como nosotros. Esta unión con nosotros en la humanidad por parte de Jesucristo, verdadero hombre, es la expresión fundamental de su solidaridad con todo hombre, porque habla elocuentemente del amor con que .Dios mismo nos ha amado a todos y a cada uno. El amor es reconfirmado aquí de una manera del todo particular El que ama desea compartirlo todo con el ama. Precisamente por esto el Hijo de Dios se hace hombre. De El había predicho Isaías: 'Él tomó nuestras enfermedades y cargó con nuestras dolencias' (Mt 8,17; cf. Is 53, 4'. De esta manera, Jesús comparte con cada hijo e hija del género humano la misma condición existencial. Y en esto revela El también la dignidad esencial del hombre de cada uno y de todos. Se puede decir que la Encarnación es una 'revalorización' inefable del hombre y de la humanidad.
10. Este 'amor)solidaridad' sobresale en toda la vida y misión terrena del Hijo del hombre en relación, sobre todo, con los que sufren bajo el peso de cualquier tipo de miseria física o moral. En el vértice de su camino estará 'la entrega de su propia vida para rescate de muchos' (Cfr. Mc 10, 45): el sacrificio redentor de la cruz. Pero, a lo largo del camino, que lleva a este sacrificio supremo, la vida entera de Jesús es una manifestación multiforme de su solidaridad con el hombre, sintetizada en estas palabras: 'EL Hijo del Hombre no ha venido para ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos (Mc. 10, 45). Era niño como todo niño humano. Trabajó con sus propias manos junto a José de Nazaret, de la misma manera como trabajan los demás hombres (Cfr. Laborem Exercens, 26). Era un hijo de Israel, participaba en la cultura, tradición, esperanza y sufrimiento de su pueblo. Conoció también lo que a menudo acontece en la vida de los hombres llamados a una determinada misión: la incomprensión e incluso la traición de uno de los que El había elegido como sus Apóstoles y continuadores; y probó también por esto un profundo dolor (Cfr. Jn 13, 21).
Y cuando se acercó el momento en que 'debía dar su vida en rescate por muchos' (Mt 20, 28), se ofreció voluntariamente a Sí mismo (Cfr. Jn 10, 18), consumando así el misterio de su solidaridad en el sacrificio. EL gobernador romano, para definirlo ante los acusadores reunidos, no encontró otra palabra fuera de éstas: 'Ahí tenéis al hombre' (Jn 19, 5)
Esta palabra de un pagano, desconocedor del misterio, pero no insensible a la fascinación que se desprendía de Jesús incluso en aquel momento, lo dice todo sobre la realidad humana de Cristo: Jesús es el hombre; un hombre verdadero que, semejante a nosotros en todo menos en el pecado, se ha hecho víctima por el pecado y solidario con todos hasta la muerte de cruz.
'Se anonadó a sí mismo' (17.II.88)
1. 'Aquí tenéis al hombre' (Jn 19, 5). Hemos recordado en la catequesis anterior estas palabras que pronunció Pilato al presentar a Jesús a los sumos sacerdotes y a los guardias, después de haberlo hecho flagelar y antes de pronunciar la condena definitiva a la muerte de cruz. Jesús, llagado, coronado de espinas, vestido con un manto de púrpura, escarnecido y abofeteado por los soldados, cercano ya a la muerte, es el emblema de la humanidad sufriente.
'Aquí tenéis al hombre'. Esta expresión encierra en cierto sentido toda la verdad sobre Cristo verdadero hombre: sobre Aquel que se ha hecho 'en todo semejante a nosotros excepto en el pecado'; sobre Aquel que 'se ha unido en cierto modo con todo hombre' (Cfr. Gaudium et Spes, 22). Lo llamaron 'amigo de publicanos y pecadores'. Y justamente como víctima por el pecado se hace solidario con todos, incluso con los 'pecadores', hasta la muerte de cruz. Pero precisamente en esta condición de víctima, resalta un último aspecto de su humanidad, que debe ser aceptado y meditado profundamente ala luz del misterio de su 'despojamiento' (Kenosis). Según San Pablo, El, 'siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a !os hombres y apareciendo en su porte como hombre, y se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz' (Flp 2, 6-8).
2. El texto paulino de la Carta a los Filipenses nos introduce en el misterio de la 'Kenosis' de Cristo. Para expresar esto misterio, el Apóstol utiliza primero la palabra 'se despojó', y ésta se refiere sobre todo a la realidad de la Encarnación: 'la Palabra se hizo carne' (Jn 1,11). Dios-Hijo asumió la naturaleza humana, la humanidad, se hizo verdadero hombre, permaneciendo Dios! La verdad sobre Cristo)hombre debe considerarse siempre en relación a Dios-Hijo. Precisamente esta referencia permanente la señala el texto de Pablo. 'Se despojó de sí mismo' no significa en ningún modo que cesó de ser Dios: ¡Sería un absurdo! Por el contrario significa, como se expresa de modo perspicaz el Apóstol, que 'no retuvo ávidamente el ser 'igual a Dios', sino que 'siendo de condición divina' ('in forma Dei") (como verdadero Dios-Hijo), El asumió una naturaleza humana privada de gloria, sometida al sufrimiento y ala muerte, en la cual poder vivir la obediencia al Padre hasta el extremo sacrificio.
3. En este contexto, el hacerse semejante a los hombres comportó una renuncia voluntaria, que se extendió incluso a los 'privilegios', que El habría podido gozar como hombre. Efectivamente, asumió 'la condición de siervo'. No quiso pertenecer a las categorías de los poderosos, quiso ser como el que sirve: pues 'el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir' (Mc 10, 45).
4. De hecho vemos en los Evangelios que la vida terrena de Cristo estuvo marcada desde el comienzo con el sello de la pobreza. Esto se pone de relieve ya en la narración del nacimiento, cuando el Evangelista Lucas hace notar que 'no tenían sitio (María y José) en el alojamiento' y que Jesús fue dado a luz en un establo y acostado en un pesebre (Cfr. Lc 2, 7). Por Mateo sabemos que ya en los primeros meses de su vida experimentó la suerte del prófugo (Cfr. Mt 2, 13-15). La vida escondida en Nazaret se desarrolló en condiciones extremadamente modestas, las de una familia cuyo jefe era un carpintero (Cfr. Mt 13, 55), y en el mismo oficio trabajaba Jesús con su padre putativo (Cfr. Mc 6, 3). Cuando comenzó su enseñanza, una extrema pobreza siguió acompañándolo, como atestigua de algún modo él mismo refiriéndose a la precariedad de sus condiciones de vida, impuestas por su ministerio de evangelización. 'Las zorras tienen guaridas y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza' (Lc. 9, 58).
5. La misión mesiánica de Jesús encontró desde el principio objeciones e incomprensiones, a pesar de los 'signos' que realizaba. Estaba bajo observación y era perseguido por los que ejercían el poder y tenían influencia sobre el pueblo. Por último, fue acusado, condenado y crucificado: la mas infamante de todas las clases de penas de muerte, que se aplicaba sólo en los casos de crímenes de extrema gravedad, a los que no eran ciudadanos romanos y a los esclavos. También por esto se puede decir con el Apóstol que Cristo asumió, literalmente, la 'condición de siervo' (Flp 2, 7).
6. Con este 'despojamiento de sí mismo', que caracteriza profundamente la verdad sobre Cristo verdadero hombre, podernos decir que se restablece la verdad del hombre universal: se restablece y se 'repara'. Efectivamente, cuando leemos que el Hijo 'no retuvo ávidamente el ser igual a Dios', no podemos dejar de percibir en estas palabras una alusión a la primera y originaria tentación a la que el hombre y la mujer cedieron 'en el principio': 'seréis como dioses, conocedores del bien y del mal' (Gen 3, 5). El hombre había caído en la tentación para ser 'igual a Dios', aunque era sólo una criatura. Aquel que es Dios)Hijo, 'no retuvo ávidamente el ser igual a Dios', y al hacerse hombre se despojó de sí mismo', rehabilitando con esta opción a todo hombre, por pobre y despojado que sea. en su dignidad originaria.
7. Pero para expresar este misterio de la 'Kenosis', de Cristo, San Pablo utiliza también otra palabra: 'se humilló a sí mismo'. Esta palabra la inserta él en el contexto de la realidad de la redención. Efectivamente, escribe que Jesucristo 'se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz' (Flp 2, 8). Aquí se describe la 'Kenosis' de Cristo en su dimensión definitiva. Desde el punto de vista humano es la dimensión del despojamiento mediante la pasión y la muerte infamante. Desde el punto de vista divino es la redención que realiza el amor misericordioso del Padre por medio del Hijo que obedeció voluntariamente por amor al Padre y a los hombres a los que tenia que salvar. En ese: momento se produjo un nuevo comienzo de la gloria de Dios en la historia del hombre: la gloria de Cristo, su Hijo hecho hombre. En efecto, el texto paulino dice: 'Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el nombre, que está sobre todo nombre' (Flp 2, 9).
8. He aquí cómo comenta San Atanasio este texto de la Carta a los Filipenses: 'Esta expresión le exaltó no pretende significar que haya sido exaltada la naturaleza del Verbo: en efecto, este último ha sido y será siempre igual a Dios. Por el contrario, quiere indicar la exaltación de la naturaleza humana. Por tanto estas palabras no fueron pronunciadas sino después de la Encarnación del Verbo para que apareciese claro que términos como humillado y exaltado se refieren únicamente a la dimensión humana. Efectivamente, sólo lo que es humilde es susceptible de ser ensalzado' (Atanasio. Adversus Arianos Oratio 1, 41). Aquí añadiremos solamente que toda la naturaleza humana (toda la humanidad) humillada en la condición penosa a la que la redujo el pecado, halla en la exaltación de Cristo-hombre la fuente de su nueva gloria.
9. No podemos terminar sin hacer una última alusión al hecho de que Jesús ordinariamente habló de sí mismo como del 'Hijo del hombre' (por ejemplo, Mc 2, 10.28; 14, 67; Mt 8, 20; 16, 27; 24, 27; Lc 9, 22; 11, 30; Jn 1, 51; 8.28; 13, 31, etc.). Esta expresión, según la sensibilidad del lenguaje común de entonces, podía indicar también que El es verdadero hombre como todos los demás seres humanos y, sin duda, contiene la referencia a su real humanidad.
Sin embargo, el significado estrictamente bíblico, también en este caso, se debe establecer teniendo en cuenta el contexto histórico resultante de la tradición de Israel, expresada e influenciada por la profecía de Daniel que da origen a esa formulación de un concepto mesiánico (Cfr. Dn 7, 13)14). 'Hijo del hombre" en este contexto no significa sólo un hombre común perteneciente al género humano, sino que se refiere a un personaje que recibirá de Dios una dominación universal y que transciende cada uno de los tiempos históricos, en la era escatológica.
En la boca de Jesús y en los textos de los Evangelistas la fórmula está, por tanto, cargada de un sentido pleno que abarca lo divino y lo humano, cielo y tierra, historia y escatología, como el mismo Jesús nos hace comprender cuando, testimoniando ante Caifás que era Hijo de Dios, predice con fuerza: 'a partir de ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Padre y venir sobre las nubes del cielo' (Mt 26, 64). En el Hijo del hombre está por consiguiente inmanente el poder y la gloria de Dios. Nos hallamos nuevamente ante el único Hombre)Dios, verdadero Hombre y verdadero Dios. La catequesis nos lleva continuamente a El para creamos y, creyendo, oremos y adoremos.