Mons. Braulio Rodríguez
Plaza
Obispo de Salamanca
Lo que más nos molesta de Dios es que rompa nuestros esquemas mentales. Siempre ha sido así y de este modo acontece hoy. ¿Cómo puede ser uno rey del universo si muere en una cruz, en medio de burlas e insultos y en el más espantoso de los ridículos? ¿A quién puede impresionar un rey como Jesús? ¿No es improcedente leer un evangelio como el de este domingo para solemnizar la fiesta de Jesucristo, Rey del universo?
Evidentemente hay una tremenda ironía en el letrero que ponen en lo alto de la cruz donde muere Jesús: el famoso INRI (Jesús Nazareno, Rey de los Judíos). Una tremenda ironía porque en repetidas ocasiones a lo largo del Antiguo Testamento, para anunciar la futura salvación, se pregona para entonces la aparición de un rey justo, que traería a Israel la paz, la prosperidad y la reconciliación. Se pinta, ese tiempo mesiánico, con los rasgos de un tiempo ideal: un pueblo en paz y el Señor gobernándolo con justicia.
Lo más cercano a ese rey justo en el recuerdo de los hijos de Israel era el rey David y su época. Por eso el Mesías es un nuevo David, y los anuncios del Mesías, entendidos a la medida de la ilusiones humanas, creaban en gran parte de los judíos unas esperanzas políticas desmesuradas. Todo en Jesús, a primera vista, sorprendía y escandalizaba, al presentarse como aquel en quien se realizan las profecías mesiánicas. ¿Cómo es posible? Un galileo de porte humilde, rodeado de gente humilde, y que, si faltaba algo, se atribuye el poder de perdonar los pecados y se proclama Señor del sábado. Una arrogancia sin límites. Por ello clavaron sobre la cruz, con tono de mofa, el letrero del que habla el evangelio de esta solemnidad.
Lo que sucede es que, por una de esas paradojas que parecen gustarle a Dios, el letrero resultó ser más verdad de lo que pensaban quienes lo pusieron. Lo que sucede es que Dios a quien derrotó en la cruz de Cristo no fue ni a los asirios ni a los romanos, sino a la maldad y al pecado de los hombres. De esto no hemos caído todavía en la cuenta, tampoco en nuestro tiempo. ¡Ah! Esta victoria fue posible porque Dios ha dado la razón a Jesús en contra de quienes lo condenaron, al resucitarlo de entre los muertos. La paradoja no la entendemos sin esa resurrección, y Dios continuará rompiendo nuestros esquemas. Algo de esto debió sucederle a aquel ladrón que insultaba a Jesús; el buen ladrón, aunque no se imagina cómo será ese reinado de Jesús, sí le pide: "Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino".