Ricardo Fco. Padilla C
El sentido más hondo del compromiso con el pobre es el encuentro con Cristo. Haciéndose eco del pasaje del juicio final en Mateo: “Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era inmigrante y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, estaba enfermo y me visitasteis, estaba encarcelado y vinisteis a verme. Los justos le responderán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber, inmigrante y te recibimos, desnudo y te vestimos?” (Mt 25, 35-38).
El texto mateano es, sin duda, capital en la espiritualidad cristiana y, por consiguiente, para comprender el alcance de la opción por el pobre.
Esta percepción dio sus primeros pasos en los años previos a Medellín (1965), se afirmó en el tiempo que siguió y la acogida que le dieron las conferencias de Medellín: “el servicio a los pobres es la medida privilegiada aunque no excluyente de nuestro seguimiento de Cristo” (Ibid n.1146). Y la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano Reflexiones sobre El DOCUMENTO DE MEDELLÍN (1968) aclará: “Amor de preferencia por los pobres: Jesús se entrega por muchos, pero hay una opción (no exclusiva) por los más pequeños. La Iglesia es servidora de todos los pobres, no confundir los pobres, con el proletariado.”.
El documento de Puebla nos invita a reconocer en los rostros de los pobres “los rasgos sufrientes de Cristo, el Señor, que nos cuestiona e interpela” (n.31).
En Santo Domingo afirma que: “descubrir en los rostros sufrientes
de los pobres el rostro del Señor (cf. Mt 25,31-46) es algo que desafía a los cristianos a una profunda conversión personal y eclesial“ (n.178).
Es muy conocida la frase Juan XXIII: “la iglesia de todos y particularmente la iglesia de los pobres”.
Hoy se encuentra en diferentes pronunciamientos del episcopado latinoamericano, de Juan Pablo II, y de diversos episcopados de la Iglesia Católica.
Es así que la opción por los pobre es Magisterio de la Iglesia Universal.
El Pontificio Consejo de Justicia y Paz especifica: “Esta presencia constante no es un mero “hacer cosas”. Desde la Iglesia, y desde las diversas confesiones, debemos convertirnos en desveladores y autores de relatos de sentido que hagan la vida merecedora de ser “vivida […]La Buena Noticia de Dios no son sólo derechos y deberes, no son sólo bienes y servicios, sino propuesta de sentido y esperanza.”.
Finalizo citando la Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum Caritatis nº 88, de S.S. Benedicto XVI:
“El destino universal de los bienes y la opción preferencial por los pobres nos implica personal y socialmente. Las decisiones personales, de estilo de vida, de compartir fraterno deben estar iluminadas por la ausencia de bienes de gran parte de la humanidad. Nuestra vida personal no puede estar ajena a un mundo que muere de injusticia, hambre y opresión. Pero, también las relaciones sociales e institucionales deben estar regidas por esta opción que es “de cada cristiano como imitador de la vida de Cristo”. No existen cortafuegos para esta llamada universal de Cristo a todos los cristianos. Todos estamos implicados y complicados en la lucha por un mundo más justo y humano. Cada uno según su vocación y carisma pero todos sin excepción estamos llamados y convocados a ser “pan partido para la vida del mundo”.
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