En esta meditación trataremos de
seguir las huellas del Señor en el camino que va desde
el pretorio de Pilato hasta El lugar llamado «calavera»,
el Gólgota en hebreo(Jn 19, 17). El Vía Crucis
de nuestro Señor Jesucristo está históricamente
vinculado a los sitios que El hubo de recorrer. Pero hoy día
ha sido trasladado también a muchos otros lugares,
donde los fieles de Divino Maestro quieren seguirle en espíritu
por las calles de Jerusalén. En algunos santuarios,
como en el que recordábamos en días anteriores,
el calvario de Zebrydowska, la devoción de los fieles
a la pasión ha reconstruido el Vía Crucis con
estaciones muy alejadas entre sí. Habitualmente en
nuestras iglesias las estaciones son catorce, como en Jerusalén
entre el pretorio y la basílica del Santo Sepulcro.
Ahora nos detendremos espiritualmente en estas estaciones,
meditando en el misterio de Cristo cargando con la cruz.
I Estación: Jesús condenado a muerte
La sentencia de Pilato fue dictada bajo
la presión de los sacerdotes y de la multitud. La condena
a muerte por crucifixión debería de haber satisfecho
sus pasiones y ser respuesta al grito: «¡crucifícale!
¡crucifícale! » (Mc 15, 13 -14, etc.),.
El pretor romano pensó que podría eludir el
dictar sentencia lavándose las manos, como se había
desentendido antes de las palabras de Cristo cuando éste
identificó su reino con la verdad, con el testimonio
de la verdad (Jn 18, 38). En uno y otro caso Pilato buscaba
conservar la independencia, mantenerse en cierto modo al «margen».
Pero era sólo en apariencias. La cruz a la que fue
condenado Jesús de Nazaret (Jn 18,36-37), debía
afectar profundamente el alma del pretor Romano. Esta fue
y es una Realeza, frente a la cual no se puede permanecer
indiferente o mantenerse al margen.
El hecho de que a Jesús, Hijo de Dios, se le pregunte
por su Reino, y que por esto sea juzgado por el hombre y condenado
a muerte, constituye el principio del testimonio final de
Dios que tanto amó al mundo (cf. Jn 3,16).
También nosotros nos encontramos ante este testimonio,
y sabemos que no nos es lícito lavarnos las manos.
II Estación: Jesús carga con la cruz
Empieza la ejecución, es decir, el cumplimiento de
la sentencia. Cristo, condenado a muerte, debe cargar con
la cruz como los otros condenados que van a sufrir la misma
pena: «Fue contado entre los pecadores» (Is 53,12).
Cristo se acerca a la cruz con el cuerpo entero terriblemente
magullado y desgarrado, con la sangre que le baña el
rostro, cayéndole de la cabeza coronada de espinas.
Ecce homo! (Jn 19,5). En el se encierra toda la verdad del
Hijo del hombre predicha por los profetas, la verdad sobre
el siervo de Yavé anunciada por Isaías: «Fue
traspasado por nuestras iniquidades... y en sus llagas hemos
sido curados» (Is 53,5). Está también
presente en el una cierta consecuencia, que nos deja asombrados,
de lo que el hombre ha hecho con su Dios. Dice Pilato: «Ecce
Homo» (Jn 19,5): «¡Mirad lo que habéis
hecho de este hombre!». En esta afirmación parece
oírse otra voz, como queriendo decir: «¡Mirad
lo que habéis hecho en este hombre con vuestro Dios!».
Resulta conmovedora la semejanza, la interferencia de esta
voz que escuchamos a través de la historia con lo que
nos llega mediante el conocimiento de la fe. Ecce homo!
Jesús, «el llamado Mesías» (Mt 27,
17), carga la cruz sobre sus espaldas (Jn 19,17). Ha empezado
la ejecución.
III Estación: Jesús cae por primera vez
Jesús cae bajo la cruz. Cae al suelo. No recurre a
sus fuerzas sobrehumanas, no recurre al poder de los ángeles.
«¿Crees que no puedo rogar a mi Padre, quien
pondría a mi disposición al punto más
de doce legiones de ángeles?»(Mt 26,53). No lo
pide. Habiendo aceptado el cáliz de manos del Padre
(Mc 14,36, etc.), quiere beberlo hasta las heces. Esto es
lo que quiere. Y por esto no piensa en ninguna fuerza sobrehumana,
aunque al instante podría disponer de ellas. Pueden
sentirse dolorosamente sorprendidos los que le habían
visto cuando dominaba a las humanas dolencias, a las mutilaciones,
a las enfermedades, a la muerte misma. ¿Y ahora? ¿Esta
negado todo esto? Y, sin embargo, «nosotros esperábamos»,
dirán unos días después los discípulos
de Emaús (Lc 24,21). «Si eres hijo de Dios...»
(Mt 27,40), le provocaran todos los miembro del sanedrín.
«A otros salvó, a sí mismo no puede salvarse»
(Mc 15, 31; Mt 27,42), gritará la gente.
Y él acepta estas frases de provocación, que
parecen anular todo el sentido de su misión, de los
sermones pronunciados, de los milagros realizados. Acepta
todas estas palabras, decide no oponerse. Quiere ser ultrajado.
Quiere vacilar. Quiere caer bajo la cruz. Quiere. Es fiel
hasta el final, hasta los mínimos detalles, a esa afirmación:
«No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú»
(cf. Mc 14,36 etc.).
Dios salvará a la humanidad con las caídas de
Cristo bajo la cruz.
IV Estación: Jesús encuentra a su Madre
La Madre María se encuentra con su Hijo en el camino de la cruz. La cruz de El es su cruz, la humillación de él es la suya, suyo el oprobio público de Jesús. Es el orden humano de las cosas. Así deben sentirlo los que la rodean y lo capta su corazón: «...y una espada atravesará tu alma» (Lc 2,35). Palabras pronunciadas cuando Jesús tenía cuarenta días se cumplen en este momento. Alcanza ahora su plenitud total. Y María avanza, traspasada por esta invisible espada, hacia el calvario de su hijo, hacia su propio calvario. La devoción cristiana la ve con esta espada clavada en su corazón, y así la representa en pinturas y esculturas. ¡Madre Dolorosa!«¡Oh tú que has padecido junto con El!», repiten los fieles, íntimamente convencidos de que así justamente debe expresarse el misterio de este sufrimiento. Aunque este dolor le pertenezca y le afecte en lo más profundo en su maternidad, sin embargo, la verdad plena de este sufrimiento se expresa con la palabra «com-pasión». También ella pertenece al mismo misterio: expresa en cierto modo la unidad con el sufrimiento del Hijo.
V Estación: Simón Cireneo ayuda a Jesús
Simón de Cirene, llamado a cargar con la cruz (cf.
Mc 15,21; Lc 23, 26), no la quería llevar ciertamente.
Hubo que obligarle. Caminaba junto a Cristo bajo el mismo
peso. Le prestaba sus hombros cuando los del condenado parecían
no poder aguantar más. Estaba cerca de El: más
cerca que María o que Juan, a quien, a pesar de ser
varón, no se le pide que le ayude. le han llamado a
él, a Simón de Cirene padre de Alejandro y de
Rufo, como refiere el evangelio de Marcos (Mc 15,21). Le han
llamado, le han obligado.
¿Cuánto duro esta coacción? ¿Cuánto
tiempo camino a su lado, dando muestras de que no tenía
nada que ver con el condenado, con su culpa, con su condena?
¿Cuánto tiempo anduvo así, dividido interiormente,
con una barrera de indiferencia entre él y es hombre
que sufría? «Estaba desnudo, tuve sed, estaba
preso»(cf. Mt 25,35.36), llevaba la cruz...¿la
llevaste conmigo?...¿la has llevado conmigo verdaderamente
hasta el final? No se sabe. San Marcos refiere solamente el
nombre de los hijos del Cireneo y la tradición sostiene
que pertenecían a la comunidad de cristianos allegada
a san Pedro (cf. Rom 16,13).
VI Estación: La Verónica limpia su rostro
La tradición nos habla de la Verónica. Quizá
ella completa la historia del Cireneo. Porque lo cierto es
que -aunque, como mujer, no carga físicamente la cruz
y no se la obliga a ello- llevó sin duda está
cruz con Jesús: la llevó como podía,
como en aquel momento era posible hacerlo y como le dictaba
su corazón: limpiándole el rostro.
Este detalle, referido por la tradición, parece fácil
de explicar: en el lienzo con el que secó Su rostro
han quedado impresos los rasgos de Cristo. Puesto que estaba
cubierto todo El cubierto de sudor y sangre, muy bien podía
dejar señales y perfiles.
Pero el sentido de este hecho puede ser interpretado también
de otro modo, si se considera a la luz del sermón escatológico
de Cristo. Son muchos los que indudablemente preguntaran:
«Señor cuando hemos hecho todo esto?» Y
Jesús responderá: cuantas veces hicisteis eso
a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis»
(Mt 25,40). El salvador, en afecto, imprime su imagen sobre
todo acto de caridad, como sobre el lienzo de la Verónica.
VII Estación: Jesús cae por segunda vez
«Yo soy un gusano, no un hombre; el oprobio de los hombres
y el desecho del pueblo» (sal 22 [21],7): las palabras
del salmista-profeta encuentra su plena realización
en estas estrechas, arduas callejuelas de Jerusalén,
durante las últimas horas que preceden a la Pascua.
Ya se sabe que estas horas, antes de la fiesta, son extenuantes
y las calles están llenas de gente. En este contexto
se verifican las palabras del salmista, aunque nadie piense
en ellas. No paran mientes en ellas ciertamente todos cuantos
dan pruebas de desprecio, para los cuales este Jesús
de Nazaret que cae por segunda vez bajo la cruz se ha hecho
objeto de escarnio.
Y El lo quiere, quiere que se cumpla la profecía. Cae,
pues, exhausto por el esfuerzo. Cae por voluntad del Padre,
voluntad expresada asimismo en las palabras del profeta. Cae
por propia voluntad, porque «¿cómo se
cumplirían, sino, las escrituras?» (Mt 26,54):
«Soy un gusano y no un hombre» (Sal 22 [21], 7);
por tanto ni siquiera «Ecce Homo» (Jn 19,5); menos
aún, peor todavía.
El gusano se arrastra pegado a tierra; el hombre en cambio,
como rey de las criaturas, camina sobre ella. El gusano carcome
la madera: como el gusano, el remordimiento del pecado roe
la conciencia del hombre. Remordimiento por esta segunda caída.
VIII Estación: Jesús y las mujeres de Jerusalén
Es la llamada al arrepentimiento, al verdadero arrepentimiento,
a pesar, del mal cometido. Jesús dice a las hijas de
Jerusalén que lloran su vista: «No lloréis
por mí; llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos»
(Lc 23,28). No podemos quedarnos en la superficie del mal
hay que llegar a su raíz, a las causas, a la más
honda verdad de la conciencia.
Esto es justamente lo que lo que quiere darnos a entender
Jesús cargado con la cruz, que desde siempre «conocía
lo que en el hombre había» (Jn 2,25) y siempre
lo conoce. Por esto El debe ser en todo momento el más
cercano testigo de nuestros actos y de los juicios que sobre
ellos hacemos en nuestra conciencia. Quizá nos haga
incluso que estos juicios deben ser en todo momento ponderados,
razonables, objetivos -dice: «No lloréis»-;
pero al mismo tiempo, ligados a todo cuanto esta verdad contiene:
no los advierte porque El es que lleva la cruz.
Señor, ¡dame saber vivir y andar en la verdad!
IX Estación: Jesús y las mujeres de Jerusalén
«Se humilló, hecho obediente hasta la muerte,
y muerte de cruz» (Fil 1,8 ). Cada estación de
esta Vía es una piedra miliar de esa obediencia y de
ese anonadamiento.
Captamos el grado de este anonadamiento cuando leemos las
palabras del profeta: «Todos nosotros andábamos
errantes como ovejas, siguiendo cada uno su camino, y Yavé
cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros»
(Is 53,6).
Comprendemos el grado de este anonadamiento cuando vemos que
Jesús cae una vez más, la tercera, bajo la cruz.
Cuando pensamos en quién es el que cae, quién
yace entre el polvo del camino bao la cruz, a los pies de
gente hostil que no le ahorra humillaciones y ultrajes...
¿Quién es el que cae? ¿Quién es
Jesucristo? «Quién, existiendo en forma de Dios,
no reputó como botín codiciable ser igual a
Dios, antes se anonadó, tomando la forma de siervo
y haciéndose semejante a los hombres; y en la condición
de hombre s humilló, hecho obediente hasta la muerte,
y muerte de cruz»(Fil 2,6-8).
X Estación: Jesús, despojado de sus vestidos
Cuando Jesús despojado de sus vestidos, se encuentra
ya en el Gólgota (cf. Mc 15,24, etc.), nuestros pensamientos
se dirigen hacia su Madre: vuelven hacia atrás, al
origen de este cuerpo que ya ahora, antes de la crucifixión,
es todo El una llaga (cf. Is 52,14). El misterio de la encarnación:
El Hijo de Dios toma cuerpo en el seno de la Virgen (cf. Mt
1,23; Lc 1,26-38). El Hijo de Dios habla al Padre con las
palabras del salmista: «No te complaces tú en
el sacrificio y la ofrenda..., pero me has preparado un cuerpo»
(Sal 40 [39], 8.7; Heb 10,7). El cuerpo del hombre expresa
su alma. «Entonces dije: ‘¡Heme aquí
que vengo!’...para hacer, ¡oh Dios!, Tu voluntad»(sal
40[39],9; Heb 10,7). «Yo hago siempre lo que es de su
agrado» (Jn 8,29). Este cuerpo desnudo cumple la voluntad
del Hijo y del Padre en cada llaga, en cada estremecimiento
de dolor, en cada músculo desgarrado, en cada reguero
de sangre que corre, en todo el cansancio de sus brazos, en
los cardenales de cuello y espaldas en el terrible dolor de
las sienes. Este cuerpo cumple la voluntad del Padre cuando
es despojado de sus vestidos y tratado como objeto de suplicio,
cuando encierra en sí el inmerso dolor de la humanidad
profanada.
El cuerpo del hombre es profanado de varias maneras.
En esta estación debemos pensar en la Madre de Cristo,
porque bajo su corazón, en sus ojos, entre sus manos
el cuerpo del Hijo de Dios ha recibido una adoración
plena.
XI Estación: Jesús clavado en la cruz
«Han taladrado mis manos y mis pies y puedo contar todos
mis huesos» (Sal 22 [21], 17-18). «Puedo contar...»:
¡Qué palabras proféticas! Sabemos que
este cuerpo es un rescate. Un gran rescate es todo este cuerpo:
las manos, los pies y cada hueso. Todo el hombre en máxima
tensión: esqueleto, músculos, sistema nervioso,
cada órgano, cada célula todo en máxima
tensión. «Yo, si fuere levantado de la tierra
atraeré todos a mi»�(Jn 12,32). Palabras
que expresan la plena realidad de la crucifixión entra
todo el mundo que Jesús quiere atraer a Sí(cf.
Jn 12,32). El mundo está sometido a la gravitación
del cuerpo, que tiende por inercia hacia lo bajo.
Precisamente en esta gravitación estriba la pasión
del crucificado. «Vosotros sois de abajo, yo soy de
arriba»(Jn 8, 23). Sus palabras desde la cruz son;«Padre
perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc
23,34).
XII Estación: Jesús muere en la cruz
Jesús clavado en la cruz, inmovilizado en esta terrible
posición, invoca al Padre (c.f. Mc 15,34; Mt 27,46;
Lc 23,46). Todas las invocaciones atestiguan que el es uno
con el Padre.«Yo y el Padre somos una misma cosa»(Jn
14,9); «Mi Padre sigue obrando todavía, y por
eso oro yo también» (Jn 5,17).
He aquí el más alto, el más sublime obrar
del Hijo en unión con el Padre. Sí: en unión,
en la más profunda unión, justamente cuando
grita: Eloí, Eloí, lama sabactani?: «Dios
mío, Dios mío, porque me has abandonado?»
(Mc 15,34; Mt 27,46). Este obrar se expresa con la verticalidad
del cuerpo que pende del madero perpendicular de la cruz,
con la horizontalidad de los brazos extendidos a lo largo
del madero transversal. El hombre que mira estos brazos puede
pensar que con el esfuerzo abrazan al hombre y al mundo.
Abrazan.
He aquí el hombre. He aquí a Dios mismo. «En
El... vivimos y nos movemos y existimos» (Act 17,28).
En El: en estos brazos extendidos a lo largo del madero transversal
de la cruz.
El misterio de la redención.
XIII Estación: Jesús en brazos de su Madre
En el momento en que el cuerpo de Jesús es bajado de
la cruz y puesto en brazos de la Madre, vuelve a nuestra mente
el momento en que María acogió el saludo del
ángel Gabriel: «concebirás en tu seno
y darás a luz un hijo a quien pondrás por nombre
Jesús... Y le dará el Señor Dios el trono
de David, su padre... y su Reino no tendrá fin»
(Lc 1,31-33). María sólo dijo: «hágase
en mi según Tu palabra» (Lc 1,38), como si desde
el principio hubiera querido expresar cuanto estaba viviendo
en este momento.
En el misterio de la redención se entrelazan la gracia,
esto es, el don de Dios mismo, y el «pago » del
corazón humano. En este misterio somos enriquecidos
por un Don de lo alto (Sant 1,17)y al mismo tiempo somos comprados
con el rescate del hijo de Dios (cf. 1 Cor 6,20; 7,23; Act
20,28). Y María, que fue más enriquecida que
nadie con estos dones, es también la que paga más.
Con su corazón.
A este misterio está unida la maravillosa promesa realizada
por Simeón cuando la presentación de Jesús
en el templo: «Una espada atravesará tu alma
para que se descubran los pensamientos de muchos corazones»
También esto se cumple. ¡Cuántos corazones
humanos se abren ante el corazón de esta Madre que
tanto ha pagado! Y Jesús está de nuevo todo
él en sus brazos, como lo estaba en el portal de Belén
(cf. Lc 2,16), durante la huida a Egipto (cf. Lc 2,14),en
Nazaret (cf. Lc 2,39-40). La piedad.
XIV Estación: Entierro de Jesús
Desde el momento en que el hombre, a causa de pecado, se alejó
del árbol de la vida (cf. Gen 3), la tierra se convirtió
en un cementerio. Tantos sepulcros como hombres. Un gran planeta
de tumbas.
En las cercanías del calvario había una tumba
que pertenecía a José de Arimatea (cf. Mt 27,60).
En este sepulcro, con el consentimiento de José, depositaron
el cuerpo de Jesús una vez bajado de la cruz (cf. Mc
15,42-46, etc.). Lo depositaron apresuradamente, para que
la ceremonia acabara antes de la fiesta de Pascua (cf. Jn
19,31), que empezaba en el crepúsculo.
Entre todas las tumbas esparcidas por los continentes de nuestro
planeta, hay una en la que el Hijo de Dios, el hombre Jesucristo,
ha vencido a la muerte con la muerte. O mors! ero mors tua!:
«Muerte, ¡yo seré tu muerte!»(1.ª
antif. Laudes del Sábado Santo). El árbol de
la vida , del que el hombre fue alejado por su pecado, se
ha revelado nuevamente a los hombres en el cuerpo de Cristo.
«Si alguno come de este pan, vivirá para siempre,
y el pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo»
(Jn 6,51).
Aunque se multipliquen siempre las tumbas en nuestro planeta,
aunque crezca el cementerio en el que el hombre surgido del
polvo retorna al polvo (cf. Gen 3,19), todos los hombres que
contemplan el sepulcro de Jesucristo viven la esperanza de
Resurrección.
Recursos para el Viernes Santo:
- Vía Crucis 2015
- Meditación de las 7 Palabras
- El Ayuno y la abstinencia
- ¿Por qué la Cruz?
- Gloriémonos en la Cruz de Cristo
- La Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo
- Textos sobre la Pasión del Señor Jesús
- Exposición dogmática
- Exposición histórica
- Exposición litúrgica
- Causas físicas de su muerte
Recursos de Semana Santa:
- ¿Qué es la Semana Santa?
- Domingo de Ramos
- Jueves Santo
- Viernes Santo
- Sábado Santo
- Domingo de Resurrección
- Calendario Litúrgico
- Indulgencias Plenarias
- Portadas para facebook
- Vía Crucis 2015
- Lugares Santos de la Pasión del Señor
- Textos para reflexionar
- Historias Urbanas
- Símbolos
- Semana Santa en Familia
- Peregrinación Virtual a Tierra Santa
- La Sábana Santa
- Película: " La Pasión de Cristo"