Janua coeli
Puerta del cielo. Los fieles, llamando a María la Puerta del cielo, hablando siguiendo a los Padres de la Iglesia que le dieron es nombre. Esta cualidad le conviene tan perfectamente, que es en el dichoso momento en el que el Verbo divino se dignó encarnar en su casto seno que nos convertimos en los herederos del cielo y los coherederos de Jesucristo. Por eso, los patriarcas y los justos del Antiguo Testamento, detenidos en los limbos hasta el momento en que debían ser introducidos en el cielo por el vencedor del pecado y de la muerte, exclamaron sin cesar delante de María, según las palabras de San Agustín: “Virgen perpetua” Abre tu seno que es bermejo como una rosa, porque es tu fe la que abre y cierra los cielos”.
Stella matutina
Estrella de la mañana. Par conocer el motivo de dar a María el título de Estrella de la mañana, consideremos que al igual que las sombras de la noche huyen al momento en que esta estrella aparece y anuncia el nacimiento del sol; igualmente, María, mil veces más brillante que la aurora, apareció para anunciar el nacimiento del Sol de justicia y para dar al mundo a aquel que debía traer la luz y la verdad, y disipar las tinieblas de la idolatría y de la ignorancia que cubrían casi todo el universo antes del nacimiento de su divino Hijo
Ejemplo
San Francisco de Sales, Obispo de Ginebra, cuya rara modestia y vida ejemplar eran una imagen semejante a la de María, había recibido, desde su juventud, una prueba milagrosa de la protección de esta divina virgen, por la liberación súbita de una tentación de desesperanza espantosa. Su confianza en esta tierna Madre se redobló desde entonces, y no dejó de testimoniar su reconocimiento. Aunque encargado de dirigir una gran diócesis, ocupado de la predicación, de la dirección de almas, en la composición de las bellas obras con que enriqueció a la Iglesia, no se dispensaba de rezar diariamente el rosario. Una vez que se vio obligado a posponerlo hasta muy tarde, su vicario le hizo la observación que tenía una extrema necesidad de descanso, y que debía pasarlo para la mañana siguiente. Mi máxima, le contestó el fiel servidor de María, es no dejar nunca para el día siguiente lo que se puede hacer en el momento, y continuó su rosario hasta el final.
Recemos a menudo el rosario y la Santísima Virgen, después de nuestra muerte, nos introducirá en el cielo.
Traducido del francés por José Gálvez Krüger para ACI Prensa