Viernes 6 de Mayo de 2011
Greg Pfundstein
He estado leyendo un espléndido libro nuevo que dedica muchas páginas a alabar libros antiguos. Ten Ways to Destroy the Imagination of Your Child (Diez formas de destruir la imaginación de tu hijo) de Anthony Esolen, un profesor del Providence College, es un encantador e irónico discurso contra buena parte de lo que se ha convertido en un lugar común en el mundo moderno, algo como en la tradición de las “Cartas del diablo a su sobrino” de C.S. Lewis.
En el capítulo “Reparta aspersiones sobre lo heroico y lo patriótico”, encontramos lo siguiente que es relevante para la batalla contra el aborto: “La tarea, entonces, para nosotros que queremos destruir la imaginación parece bastante clara. Debemos matar al padre y a la madre. Aún no hemos podido matar a la madre… Hemos tenido mucho más éxito en matar al padre. En muchas de nuestras grandes ciudades, es raro encontrar a un niño que viva con su padre… Este asesinato del padre cierra al niño al mundo del significado”.
El autor prosigue luego analizando la obra de Sófocles “Edipo Rey”, en la que Edipo, que huyó a Corinto para evitar el cumplimiento de un oráculo que decía que mataría a su padre (Pólibo de Corinto, hasta donde sabe Edipo), mata a Layo de Tebas, que en realidad es el padre de Edipo. Esolen continúa: “cuando Sófocles escribió Edipo Rey, le pareció a algunos atenienses que también habían, con sus reformas democráticas radicales, asesinado a sus padres. El peligro, como Sófocles lo vio, golpeó el corazón del orden social. Ignorar la tradición –despreciar el pasado, ‘matar al padre’– es establecerse uno mismo por encima de las leyes que no tienen pasado, porque se aplican a todos los hombres, en todo lugar y en todo momento”.
Asimismo, Esolen nos da las siguientes líneas de la obra, cantadas por el coro:
Solo pido vivir, manteniendo la fe pura
De palabra y hecho que la Ley que salta al cielo,
Hecho no de barro moral, sin resentimientos, sin dormir.
Divinidad cuya subsistencia no envejece ni muere.
La batalla contra el aborto es una lucha en la que la “ley salta al cielo”. Es una lucha de la verdad contra el poder divorciado de la verdad. Aquellos que podrían alegar que existe un derecho al aborto están sosteniendo una falsa promesa, una promesa que no puede cumplirse. Al momento de la concepción, una persona humana única, viva e inmortal comienza su ser, y nada puede hacerse para revertir este hecho. Una mujer puede, con la violencia, estar de nuevo no embarazada. Pero su relación con el alma inmortal de su niño nunca podrá ser borrada. Ella no dejará de ser madre.
Estos hechos están enraizados en la naturaleza de las cosas. No son creados con voluntades humanas, tienen que ser descubiertas por la inteligencia humana. Pero este es el punto de contención. Consideren el alegato del Juez Kennedy (de la Corte Suprema de Estados Unidos) en el caso Planned Parenthood vs Casey: “En el corazón de la libertad está el derecho a definir el propio concepto de la existencia, del significado, del universo, y del misterio de la vida humana”.
Si bien puede ser cierto que cada individuo tiene el poder de definir su propio sentido de la realidad, precisamente esa definición no tiene efecto en las realidades a las que el individuo quisiera aplicársela. Entonces quienes defienden el derecho al aborto le están diciendo esta mentira a las mujeres: si no querías salir embarazada, eres libre de dispensarte de las consecuencias de tus actos. Este es el concepto de realidad que los abogados del aborto definen para ellos mismos. Pero esa no es la realidad.
Al buscar absolver a la mujer de las consecuencias de sus actos, absolvemos al hombre de las consecuencias de sus acciones y sus responsabilidades para con la mujer; absolvemos a la familia de su responsabilidad para con la mujer y el hombre; absolvemos a la comunidad de su responsabilidad para con la familia. Entonces matamos al padre y la madre matando al bebé, y nos encontramos en un mundo en el que, en nuestras principales ciudades, la mayoría de niños nacen de madres que no se benefician de la ayuda y la protección de los padres. Estas son las consecuencias de negar “que la ley golpea el cielo”.
En su capítulo final, “Negar lo trascendente, o colocar sobre la cabeza de los hombres el techo más bajo de todos”, Esolen pone al descubierto una táctica clave de aquellos que nos introducirían en su fabricado concepto de realidad: “Lo mejor es tener la palabra ‘solamente’ lista en el arsenal siempre”. Él lo pone como ejemplo de la mejor manera de deshacerse de la idea de Dios: “la idea de Dios es ‘solamente’ una proyección del padre, o de un deseo, o de una explicación pasada de moda de cosas sobre las que sabemos todo (como materia, energía, gravedad, carga eléctrica, el origen del universo, el significado del bien y del mal, la suerte, el orden, la inteligibilidad, el sentido del hombre)”.
Los ingenieros de nuestra realidad sin padres ni madres dicen que es “solamente” un montón de tejidos y muchos aún les creen. Tenemos que seguir dando argumentos en contra de esta equivocada representación de la verdad. Pero incluso más, necesitamos encontrar formas para restituir una imaginación saludable –más allá de los límites que nuestra cultura trata de imponernos– para que podamos simplemente ver lo que realmente está alrededor de nosotros.
Greg Pfundstein, es un Nuevo columnista de la Cuestión Católica. Es el director ejecutivo de la Fundación Chiaroscuro. Esta columna está adaptada de su intervención en un evento en el Thomas Aquinas College, del cual es graduado.