Miércoles 13 de Abril de 2011
Howard Kainz
Al comienzo de la Cuaresma cada año, los encargados de las homilías nos instruyen sobre el hecho que este tiempo no se trata solo de “olvidarse” de la comida, la bebida, los postres, ver TV, etc. Asumen una perspectiva más positiva, enfatizando la necesidad de ser caritativo con aquellos parientes complicados, sirviendo más a los otros, etc. Y eso es una buena idea, aunque a la sociedad orientada al placer, este “olvidarse” sea molesto y fastidioso en cuanto a la idea “de aquel cuyo tiempo ha llegado” (nuevamente).
En sus apariciones en Fátima, Nuestra Señora enfatizó que la penitencia era necesaria para prevenir futuras guerras e incluso la posible aniquilación de las naciones. Pero ¿había alguna clase específica de penitencia? En 1945, en una aparición a Lucía, la última vidente de Fátima que se convirtió en religiosa, Nuestro Señor clarificó lo que específicamente requería: “El sacrificio requerido de toda persona es el cumplimiento de sus deberes en la vida y la observancia de Mi Ley. Esta es la penitencia que busco y requiero”.
¿El cumplimiento de los deberes del estado de vida de uno? Por supuesto que esperamos que todas las personas cumplan con sus deberes de acuerdo a su estado. ¿Pero no es acaso un mandato ético básico? ¿Y qué tiene que ver entonces con la penitencia? Parece algo contrario a la intuición proponer esto como penitencia.
Sabemos ahora que los tipos dramáticos de penitencia que llenan la historia de la Iglesia y las biografías de los santos, ya no se requieren. La Iglesia ahora pide “sencillos” tipos de penitencia como ayunar algunos días, abstenerse de carne el viernes, y apoya los “pequeños sacrificios” no dramáticos recomendados por Santa Teresa de Lisieux en su “Pequeño Camino”.
De otro lado, el énfasis en los deberes del estado de vida de la visión de 1945 podría no ser, al final de cuentas, una “nueva aproximación”. Cuando los pecadores le preguntaban a Juan Bautista en el Jordán, sobre la penitencia que debían hacer, contestaba de manera similar.
- Lucas 3, 12.-13: “Los cobradores de impuestos venían a ser bautizados y le decían, ‘Maestro, ¿qué debemos hacer?’ Él les contestaba: ‘deja de cobrar más de lo que está establecido’”. En otras palabras: haz tu trabajo y cobra los impuestos, pero no aceptes sobornos ni hagas usura de tus clientes.
- Lucas 3, 14: “Los soldados le preguntaban también: ‘¿Y qué debemos hacer?’. Él les decía: ‘no practiquen la extorsión, no acusen falsamente a nadie, y vivan satisfechos con sus pagos’”. Es decir, cumple lo que tienes que hacer, pero solo usa la fuerza cuando sea necesaria, respeta a las personas, etc.
Debe notarse, sin embargo, que algunas veces hacer los deberes del estado propio de cada uno es literalmente una penitencia. Por ejemplo:
- Para la persona encarcelada por crímenes pasados, o especialmente para la persona encarcelada injustamente por crímenes que no ha cometido.
- O para la persona cuyos pecados pasados o malas opciones la han llevado a un matrimonio complicado, o a una paternidad reacia, o a un incómodo mundo laboral que uno nunca esperaba o del que uno nunca quiso ser parte.
- O para las personas talentosas o “sobre calificadas” que debido a diversas razones o falta de educación, tienes problemas a la hora de encontrar un empleo adecuado.
Pero incluso para aquellos que no están dentro de estas categorías, consejos como el de Juan el Bautista son un llamado a la penitencia. Como con los publicanos a los que Juan advertía no buscar más de lo debido, es una penitencia para todos nosotros no buscar beneficios extras, y estar satisfechos con nuestro “estado laboral”. Y como los soldados a quienes el Bautista amonestaba para que no abusaran de su autoridad y sean respetuosos, es penitencial para todos nosotros aceptar la indiferencia o la falta de respeto hacia nosotros, así como ser amables y atentos con aquellos que parecen no merecer una consideración especial.
Este significado más amplio de “penitencia” se vislumbra incluso en la narración del Génesis 3, 16-19, en el que Dios muestra su desagrado con Adán y Eva a causa de su desobediencia:
A la mujer dijo: “En gran manera multiplicaré tu dolor en el parto, con dolor darás a luz los hijos; y con todo, tu deseo será para tu marido, y él tendrá dominio sobre ti”. Al hombre dijo: “Por cuanto has escuchado la voz de tu mujer y has comido del árbol del cual te ordené, diciendo: ‘No comerás de él’, maldita será la tierra por tu causa; con trabajo comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y abrojos te producirá, y comerás de las plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado”.
En otras palabras ¡una vida penitencial! Podríamos llamar a la lista precedente de Yavé la penitencia “genérica” que heredamos del pecado original. Pero este sentido más amplio de la “penitencia” también incluye las dificultades del nacimiento para los padres (que solo es el comienzo de las dificultades de criar a los niños para que sean “imagen de Dios” en un mundo pecaminoso), así como las incesantes y frecuentes dificultades secretas de todos los que trabajan, con la mente y el cuerpo, tratando de sacar frutos de materiales inadecuados o recalcitrantes. Y, por supuesto, muchas mujeres que considerarían penitencial estar sujetas a sus maridos.
Así que podría usted estar tentado a pensar: “bueno, tengo un estado de vida, cumplo mis deberes, así que no necesito más penitencias opcionales”. Hay una cierta verdad en eso, pero para que “pasemos el examen”, imaginen que Juan el Bautista –que vivió de algarrobas y miel silvestre– tuviese que decirle lo que dijo de manera personal. Podemos estar seguros que nos pediría a nosotros hacer más de lo que, en nuestra confortable existencia moderna, consideraríamos “razonable”.