Viernes 8 de abril de 2011
James V. Schall, S. J.
En Jesús de Nazaret, el Papa Benedicto recuerda la conversación entre Pilatos y Jesús durante su juicio. “Pilatos Le pregunta: ‘¿Qué es la verdad?” (Jn. 18:38). ¿Es una pregunta que puede hacer la teoría moderna política: Pueden los políticos aceptar la verdad como una categoría estructural? ¿O debe la verdad, como algo inalcanzable, ser relegada al plano subjetivo, y reemplazada por un intento de construir al paz y la justicia usando cualquier instrumento disponible al poder?”
Aunque nuestra Declaración de Independencia (de Estados Unidos) habla de verdades “evidentes”, raramente éstas son tomadas de esa forma. Se entiende a la verdad como algo “impuesto”, como algún tipo de “dogma” para aquellos que son libres de “elegir” cualquier cosa que desee su voluntad. En ese contexto, la esencia del hombre es la “opción”, no la razón ni la naturaleza. En la práctica, la política moderna, incluida la nuestra, no está basada en la verdad, sino en su negación o imposibilidad.
Tolerancia ya no significa permitir o insistir en tener un debate pacífico entre distintas posiciones. Una intolerancia positiva se refiere a cualquier reclamo de la verdad como algo potencialmente “totalitario”. La “democracia” se construye entonces sobre el escepticismo y no sobre la verdad. La dignidad humana significa así autonomía humana. No solamente optamos sobre la vida y la muerte sino sobre la validez de estos principios fundamentales por encima de ellos mismos. De este modo el relativismo en todas sus formas rechaza la verdad.
En este contexto, no se puede resolver ningún conflicto. Quienes generan controversias no pueden entenderse mutuamente en cuanto a los términos como cada uno los comprende. Para que eso suceda se necesita un mundo común y objetivo en el que todos vivamos y que sea una base en la que todos estemos de acuerdo. En vez de eso, los conflictos ahora se deciden mediante el poder, acordando mutuamente que nada es verdad, y con indiferencia hacia las consecuencias de nuestros actos. El deseo por la verdad es una ilusión. Su espectro subvierte a la política que ha decidido vivir sin ella.
La pregunta que Benedicto hizo era si la verdad puede ser una “categoría estructural”. Es decir, ¿hay alguna diferencia pública en que algo sea verdad y algo distinto sea errado? Si decimos que sí hay diferencia, entonces estamos negando los “derechos” de quienes están “errados”. No es tanto que lo que están errados tengan sus propias nefastas consecuencias, sino más bien que esas consecuencias no pueden ser admitidas como evidencia de esa equivocación. Solo las eliminamos o las ignoramos. La “estructura” de la democracia no las permite. Viola los “derechos” y la “dignidad” de aquellos que están en el error.
De acuerdo a Sócrates, nuestra civilización está construida sobre la proposición “nunca está bien hacer lo errado”. Obviamente, si no hay distinción entre lo bueno y lo malo, el principio socrático, que también se encuentra en la Cristiandad, no tiene sentido.
“¿Qué es la verdad?”,la pregunta de Pilatos a Cristo, es perceptiva y profética. La verdad debe ser el primer tema de meditación para cualquier político. Pilatos señaló que no se puede encontrar verdad en la acusación contra Cristo. Voltear la verdad y negarla como principio general quiere decir que Pilatos se dio cuenta de que tenía que justificar la contradicción entre lo que sabía y su acción. Esta “resolución” es usualmente usada cuando alguna “teoría” es invocada para que un político cubra sus huellas.
Entonces, si decimos que el hombre es inocente, y luego nos volteamos y permitimos que lo maten, caemos en el principio vacío de que la verdad es inalcanzable. Y si es inalcanzable, no podemos estas sujetos a ella. Sin embargo Pilatos era un gobernador romano. El hombre ante él estaba allí porque los romanos tenían el poder judicial para liberar o condenar, una justicia de la que los romanos se enorgullecían. Pilatos no estaba sordo ante ella, ya que encontró que el hombre “no tenía culpa”.
¿Cómo sería una política en la que la verdad fuese una “categoría estructural”? Primero, sería una política que usaría los nombres correctamente. Lo opuesto a la verdad es la mentira. La peor cosa que puede pasarnos, Platón ya lo dijo memorablemente, es tener “una mentira en nuestras almas sobre lo que las cosas son”. Así, Platón reconocía que podemos mentirnos a nosotros mismos para poder hacer lo que nos venga en gana.
El segundo principio estructural es que la verdad no es algo que creamos simplemente para nosotros mismos. La verdad no es la conformidad de nuestras mentes con lo que queremos. En vez de eso es la conformidad de nuestras mentes a lo que es. Mucho del pensamiento moderno nos enseña que si algo está “allí afuera”, no podemos estar seguros de ello. Ciertamente, no tiene un orden que implique una fuente. Incluso más ciertamente, no podemos averiguar lo que somos o lo que debemos ser a partir de una realidad que no hayamos creado nosotros mismos.
Pero no somos la causa de nuestra propia creación. La verdad de lo que somos es para nosotros descubrir, encontrar, no nos toca darle forma a lo que ya somos. Nuestro fin consiste no en las cosas que escogemos para nosotros mismos, sino en lo que elegimos como el propósito implícito de nuestro ser. Sobre esta base, la verdad y la política se pertenecen mutuamente.