Crecer, alcanzar metas, calidad, mercado, inversión… Sin duda estos elementos resultan necesarios para conseguir uno de los fines de la Empresa: la generación de utilidades. ¿Por qué entonces, si he cumplido con ello, no alcanzo plena realización como persona? ¿Acaso he soslayado alguna otra cuestión?
La medida del éxito, sabemos, se ha caracterizado por su materialismo e inmediatez. La meta parecería ser: ganar a cualquier costo. Entonces convertimos a la persona en un medio, o peor, víctima de un rapaz utilitarismo. La praxis empresarial se empaña de un eficientismo deshumizante. Olvidamos “satisfacer las necesidades del mundo con bienes que sean realmente buenos y que realmente sirvan […] Y el principio de la creación sostenible de riqueza y su distribución justa entre los diversos grupos implicados” (La Vocación del Líder Empresarial, Pontificio Consejo Justicia y Paz, página 2). Las jornadas de trabajo se alargan. La soledad ronda la aniquilación emocional. Proclamamos que la familia es lo principal, pero actuamos inversamente. No hay éxito profesional, que justifique un fracaso familiar.
La oferta de servicios para las empresas se divulga en una gama multifacética. Consultoría especializada, seminarios, cursos, simposios, etc. Y recientemente “Desarrollo Humano” y RSE. Pero la RSE no consuma conquistas genuinas. Su marco conceptual (ideológico o filosófico) es disímil, superficial, inconsistente: filantropía, ética por consenso, autodiagnósticos, etc. Es la apoteosis de la pérdida del sentido. No provee de respuestas fundamentales. No impacta. Debilita e inhibe cuando transgrede la dignidad humana y del bien común.
Los empresarios tenemos una enorme responsabilidad social, y una innegable e inherente necesidad de trascender. Ello nos apela constantemente (rechazo de una visión univoca racionalista). Intuimos su necesidad, pero no siempre identificamos su acepción más excelsa. Consecuentemente buscamos fuera lo que ya tenemos dentro. Negamos principios que son indispensables para un desarrollo humano integral: la vida espiritual y la vinculación fraterna. Nadie es feliz a costa del bienestar de los demás, y en sentido positivo, solo somos plenamente felices cuando en el camino al éxito llevamos con nosotros a colaboradores y familia.
El éxito es un estado interior, que una vez conquistado, podemos participar a quienes nos rodean.
Empresa Responsable AC, la Norma CRESE, y el Certificado CRESE de Calidad Humana y Responsabilidad Social, desafían los paradigmas tradicionales de la RSE. Podemos incluso decir que constituyen un orden propio. Suma todos los elementos integrantes de la síntesis de la vocación personal y empresarial.
Confiamos que, durante nuestro próximo Congreso Internacional, conocerás una RSE totalmente nueva, regenerada, un medio eficaz para ser persona en sentido pleno, encontrando las correspondencias entre todos los factores para que seamos empresarios exitosos, familias robustecidas, y empresas que trascienden.