Educar es comunicar conocimientos y promover actitudes. Lo
primero significa que en toda educación hay una cierta cantidad
de enseñanza que se acumula, que se va sumando poco a poco
y hace que se vaya conociendo paulatinamente ese algo concreto.
Después viene una tarea importantísima: ¿cómo actuar frente
a todo ese caudal de conocimientos adquiridos? Son dos etapas
sucesivas, pero complementarias.
Educar
es convertir a alguien en persona más libre e independiente,
con más criterio. Ser individuo capaz de pilotar la propia
vida con arreglo a unas normas humanísticas. Por eso toda
educación positiva humaniza y libera al hombre, llenándolo
de amor.
Hay
que distinguir por tanto dos facetas en este terreno; por
un lado la información y por otro, la formación. Mientras
el primero consiste tan solo en la suma de una serie de datos,
observaciones y manifestaciones específicas, el segundo va
más allá. Trata de ofrecer unas pautas de conducta de acuerdo
con una cierta orientación humana, se preocupa de que a todo
ese saber se le saque el mejor partido, favoreciendo la construcción
de un hombre más maduro, más hecho, con más solidez... más
humano y más dueño de sí mismo.
Muchos libros sobre educación sexual no son tales, ya que
sólo cubren la parcela informativa, pretendiendo ser asépticos
en la vertiente formativa. Algo parecido puede suceder cuando
ésta se imparte de modo colectivo y termina siendo una especie
de clase de anatomía y fisiología a la vez, en donde se relata
como se realizan las relaciones sexuales, las distintas técnicas
y estilos que existen, pero no hay un fondo moral o ético
adecuado. Porque no hay educación sexual neutra. Es imposible.
Es una pieza de museo pedagógica, imposible en su esencia.
Habrá unas educaciones más cargadas de orientaciones y otras
más ligeras.
Unas en la línea de la liberación sexual o apuntando hacia
el marxismo, hacia las corrientes del psicoanálisis de Freud
o siguiendo las directrices de Jung o de Adler o del conductismo
o inspiradas en el humanismo cristiano... pero vacías de criterio
no es posible que se den, ya que a eso se le llamaría clase
de anatomía o de fisiología o de ginecología, pero en ningún
caso educación sexual. Ahí está el matiz diferencial.
Educar
es instruir, formar, guiar, sacar lo mejor que hay dentro
de una persona; irla puliendo y limando para hacerla más dueña
de sí misma. Es provechoso repasar las etimologías. Esta palabra
procede de dos derivaciones latinas: e-ducare, que significa
ir conduciendo de un sitio a otro; y e-ducere, que quiere
decir extraer, sacar hacia fuera lo que hay dentro. Una y
otra apuntan en la misma dirección. Educar es aquella operación
que se lleva a cabo con alguien y que tiende a la realización
más completa de la persona. Esto se produce mediante un progreso
gradual y ascendente. Toda educación del tipo que sea necesita
tiempo. O dicho de otro modo; es necesario que vaya asimilando
paulatinamente todo lo que de palabra y obra ha ido llegando
hasta él. Acumulación de contenidos intelectuales, afectivos
y técnicos que se aprietan en una síntesis que debe ser realizada
por el educador.
Resumiendo:
educar es promover el desarrollo de una persona para que alcance
un cierto nivel de conocimientos teóricos, que le lleven poco
a poco a una actitud práctica que le conduzca a su mayor bien
posible. Vemos que consta ésta de una dimensión teórica y
de otra práctica . Toda educación es como una labor de orfebrería:
labrar a golpe de martillo y de cincel, para sacar del material
con que se cuenta lo mejor.
La
educación debe estar presente a todo lo largo de la vida;
pero la educación integral tiene su punto de partida en la
infancia y en la adolescencia.
¿Cuáles
son los principales elementos de la educación?: podemos resumirlos
así: el primer lugar el tema específico de que se trate (hay
educación física, psicológica, artística, para el tenis, el
golf, el inglés, las artes marciales y un larguísimo etcétera);
después está la figura del educador que tendrá una enorme
trascendencia, la motivación que se ponga en juego, el amor
con que se enseñe esa materia y la disciplina que será necesaria
para que ésta se vaya consolidando y no sea flor de un día.
Enseguida entraremos en cada uno de ellos.
La educación sexual consiste en la consecución de un conocimiento
adecuado de lo que es la sexualidad, que va desde su desarrollo
hasta la culminación del encuentro físico entre un hombre
y una mujer, que apunta hacia la madurez psicológica y la
plenitud de la persona, en el marco de lo que debe ser la
dignidad humana. Ese conocimiento no descuida ningún aspecto
del hombre: va de la anatomía al plano físico, de los aspectos
psicológicos a los sociales y culturales, pasando por el terreno
espiritual y el entorno en donde ésta se desarrolla o las
etapas evolutivas que ésta va a tener. Educación plena, completa,
integral. Allí quedan convocados todos sus ingredientes. La
gran tarea del educador es proponer unos fines concretos,
haciéndolos sugerentes y atractivos, aunque en un principio
sean costosos y se presenten como una cuesta empinada. Todo
lo grande del hombre, es hijo del esfuerzo y la renuncia.
El éxito de la educación consiste en proporcionar un conocimiento
equilibrado de uno mismo y de la realidad, promoviendo una
adecuada jerarquía de valores. La educación sexual fracasa
cuando sólo es información técnica y cuando hay un claro desajuste
o una falta de armonía en lo que se enseña. No hay verdadero
progreso humano si éste no se realiza con un fondo moral.
Por tanto, una buena educación de la sexualidad se dirige
a conocer y disponer adecuadamente de la propia vida sexual,
siendo capaz de pilotarla hacia el mejor desarrollo personal.
Su meta es la integración de estas tendencias en una personalidad
cada vez más madura, de modo que todos los impulsos sexuales
se encaucen de forma ordenada y enriquecedora.
Por
delante de los problemas y en tono positivo y humano
A los niños hay que iniciarlos a medida que avanza su edad.
Son explicaciones sencillas y conformes a su psicología, pero
sin falsear la verdad. Sabiendo servirla como algo normal,
natural, positivo.
En
la adolescencia sugerimos a los padres la postura de adelantarse
y así, ir trazando unos criterios que le ayuden a comprender
lo que en esos momentos experimentan dentro de sí. Cada caso
necesitará una estrategia distinta. Siempre las formas elegantes
y prudentes le darán al tema más calidad. En esta edad hay
que huir de dos posturas negativas bastante habituales: 1)
El rechazo radical y represivo, que nos hace volver a la época
victoriana, jansenista, montanista o a un puritanismo de mal
pronóstico; en todas esas concepciones late un no querer abordar
la cuestión, un dejarla pasar de largo por diversos motivos;
2) La antropología, materialista (biologismo) reduce la visión
del hombre a lo puramente material, no admitiendo las otras
dimensiones (psicológica, espiritual y cultural); un ejemplo
sería el pansexualismo.
Educar
en y para la libertad siempre es un riesgo. Pero es una tarea
noble, que contribuye a introducirle a uno en la realidad
y que pretende en último término, desarrollar todas las estructuras
de un individuo buscando su realización integral. Dominar
y ser señor de la propia sexualidad, gobernándola con amor,
para entregarla a otra persona, a través de una donación comprometida.
Cuando no ocurre así, los impulsos sexuales van ganando terreno
según su capricho, llegando a tiranizar la conducta, marcándole
una línea obsesiva y machacona, que no libera al hombre, sino
que lo rebaja. De ahí que amor y sexualidad formen conjunto
recíproco: no se puede dar el uno sin el otro en la relación
hombre-mujer.
Por ENRIQUE ROJAS.
Catedrático de Psiquiatría Diario ABC 2003-07-10.