INTRODUCCIÓN
A sólo un año de la conclusión del Año del Rosario, surge una nueva iniciativa del Santo Padre: El Año de la Eucaristía (octubre de 2004 - octubre de 2005). Las dos iniciativas están en la misma línea. Se colocan, de hecho, en el marco de la orientación pastoral que el Papa ha dado a toda la Iglesia con la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte, colocando en el centro del empeño eclesial la contemplación del rostro de Cristo en la línea del Concilio Vaticano II y del Gran Jubileo (cf. Mane nobiscum Domine, cap. I).
En efecto, con la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, el Papa nos ha invitado a contemplar a Cristo a través de los ojos y del corazón de María. Ha llegado después la Encíclica Ecclesia de Eucharistia, que nos ha conducido a aquello que es la «fuente» y «culmen» de toda la vida cristiana, invitándonos a un renovado fervor en la celebración y en la adoración de la Eucaristía. En conexión con la Encíclica, la Instrucción Redemptionis Sacramentum ha recordado el deber de todos de asegurar una liturgia eucarística digna de tan gran Misterio.
Ahora, el Año de la Eucaristía introducido y orientado por la Carta Apostólica Mane nobiscum Domine (7 octubre de 2004), nos brinda una importante ocasión pastoral para que toda la comunidad cristiana sea posteriormente sensibilizada a hacer de este admirable Sacrificio y Sacramento, el corazón de su vida.
Para el desarrollo de este Año, el Santo Padre ha dejado la iniciativa a las Iglesias particulares. Ha pedido también a la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos que ofrezca «sugerencias y propuestas» (cf. Mane nobiscum Domine, 29), que pudieran ser útiles para quienes, como pastores y agentes de pastoral a cualquier nivel, serán llamados a dar su contribución.
De aquí el carácter de este subsidio. No pretende ser exhaustivo, sino que se limita a dar, con un carácter esencial, sugerencias de acción. A veces simplemente se mencionan ámbitos y temas que no deben ser olvidados. Un capítulo con líneas de «espiritualidad» eucarística se espera que pueda ser útil, al menos como estímulo, en el marco de las iniciativas de catequesis y formación. Es importante pues, que la Eucaristía sea acogida no solamente en los aspectos de la celebración, sino también como proyecto de vida, como fundamento de una auténtica «espiritualidad eucarística».
Mientras agradecemos al Santo Padre por este otro «regalo», confiamos el éxito de este Año a la intercesión de la Madre de Dios. En su escuela de «mujer eucarística» se reavive el «asombro» frente al Misterio del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, y toda la Iglesia viva de ella con ardor creciente.
* * * * * ** *
SUMARIO
1.
Marco de referencia
La fe en la Eucaristía
La celebración de la Eucaristía y el
culto eucarístico fuera de la Misa
La espiritualidad eucarística
María: icono de la Iglesia "eucarística"
Los santos, testimonio de vida eucarística
2.
Contextos cultuales
Domingo
Vigilia pascual y comunión pascual
Jueves Santo
Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre
de Cristo
Celebración eucarística y Liturgia
de las Horas
Adoración eucarística
Procesiones eucarísticas
Congresos eucarísticos
3.
Líneas de espiritualidad eucarística
Escucha de la Palabra
Conversión
Memoria
Sacrificio
Acción de gracias
Presencia de Cristo
Comunión y caridad
Silencio
Adoración
Gozo
Misión
4.
Iniciativas y obligaciones pastorales
Conferencias episcopales
Diócesis
Parroquias
Santuarios
Monasterios, Comunidades Religiosas, Institutos
Seminarios y Casas de formación
Asociaciones, Movimientos, Confraternidades
5.
Itinerarios culturales
Investigación histórica
Edificios, monumentos, bibliotecas
Arte, música sacra, literatura
DOCUMENTOS CITADOS Y ABREVIACIONES
Concilio
Ecuménico Vaticano II
Constitución Sacrosanctum Concilium (= SC).
Constitución Lumen Gentium.
Constitución Dei Verbum.
Libros
litúrgicos
Missale Romanum, Institutio generalis Missalis Romani, Ed. typica
tertia, Typis Vaticanis 2002 (= IGMR).
Missale Romanum, Ordo Lectionum Missae, Ed. typica altera, Libreria
Ed.Vaticana 1981.
Rituale Romanum, De sacra communione et de cultu mysterii eucharistici
extra Missam, Ed. typica, Typis Polyglottis Vaticanis, reimpressio
emendata 1974 (= De sacra communione).
Caeremoniale Episcoporum, Ed. typica, Libreria Editrice Vaticana
1984.
Rituale Romanum, De Benedictionibus, Ed. typica, Typis Polyglottis
Vaticanis 1985.
Liturgia Horarum, Institutio generalis de Liturgia Horarum, Ed.
typica altera, Libreria Ed. Vaticana 1985 (= IGLH).
Ordo initiationis christianae adultorum, Ed. typica, Typis Polyglottis
Vaticanis 1972.
Collectio Missarum de Beata Maria Virgine, Ed. typica, Libreria
Editrice Vaticana 1987.
Ordo coronandi imaginem B. Mariae Virginis, Ed. typica, Typis
Polyglottis Vaticanis 1981.
Documentos
de Juan Pablo II
Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia (17 de abril de
2003).
Carta Apostólica Mane nobiscum Domine (7 de octubre de
2004).
Carta Apostólica Dies Domini (31 de mayo de 1998).
Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte (6 de enero de
2001).
Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae (16 de octubre
de 2002).
Carta Apostólica Spiritus et Sponsa (4 de diciembre de
2003).
Quirógrafo para el centenario del Motu Proprio "Tra
le sollecitudini" sobre la música sacra (22 de noviembre
de 2003).
Exhortación Apostólica postsinodal Vita consecrata
(25 de marzo de 1996).
Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2004.
Otros
documentos
Pablo VI, Carta Encíclica Mysterium fidei (3 de septiembre
de 1965).
Pablo VI, Exhortación Apostólica Gaudete in Domino
(9 de mayo de 1975).
Código de Derecho Canónico (= CDC).
Catecismo de la Iglesia Católica, Libreria Ed. Vaticana,
1992 (= CIC).
S. Congregación de los Ritos, Instrucción Eucharisticum
mysterium (25 de mayo de 1967).
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos, Instrucción Redemptionis Sacramentum (25 de
marzo de 2004).
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos, Directorio sobre piedad popular y liturgia. Principios
y orientaciones, Ciudad del Vaticano 2002 (= Directorio piedad
popular).
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos, Carta circular sobre la preparación y la celebración
de las fiestas pascuales (16 de enero de 1988) (= Carta fiestas
pascuales).
Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las
Sociedades de Vida Apostólica, Instrucción Caminar
desde Cristo: un renovado compromiso de la vida consagrada en
el tercer milenio (19 de mayo de 2002).
S. Congregación para la Educación Católica,
Instrucción sobre la formación litúrgica
en los Seminarios (3 de junio de 1979).
1. El panorama abierto por el Año de la Eucaristía exige y promueve un trabajo de envergadura, que conjuga todas las dimensiones del vivir en Cristo en la Iglesia. La Eucaristía, de hecho, no es un «tema» entre los demás, sino que es el corazón mismo de la vida cristiana. «La celebración de la Misa, en cuanto acción de Cristo y del pueblo de Dios jerárquicamente constituido, constituye el centro de toda la vida cristiana para la Iglesia universal, para la Iglesia local y para los fieles particulares. En la Misa, de hecho, tiene lugar el culmen de la acción por la que Dios santifica al mundo en Cristo y del culto que los hombres rinden al Padre adorándolo por medio de Cristo Hijo de Dios en el Espíritu Santo. En ella, conmemora además la Iglesia a lo largo del año los misterios de la redención con el fin de hacerlos presentes en cierto modo. Todas las demás acciones sagradas y toda actividad de la vida cristiana están en estrecha relación con la Mis, derivan de ella y a ella están ordenadas» (Institutio generalis Missalis Romani = IGMR, 16).
Por lo tanto, el énfasis eucarístico que marca este Año especial se concreta y diversifica en actividades fundamentales de la vida de la Iglesia, considerada en su conjunto o en los miembros particulares. El mismo Santo Padre ha subrayado esta clave de lectura, colocando la iniciativa dentro del plan pastoral general, que ha sido propuesto a la Iglesia en términos cristológico-trinitarios en los años de preparación al Gran Jubileo, y ha ido recalcando progresivamente en los años sucesivos a partir de la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte. «El Año de la Eucaristía tiene, pues, un trasfondo que se ha ido enriqueciendo de año en año, si bien permaneciendo firmemente centrado en el tema de Cristo y la contemplación de su rostro. En cierto sentido, se propone como un año de síntesis, una especie de culminación de todo el camino recorrido» (Mane nobiscum Domine, 10).
Sobre esta base, la programación de iniciativas durante este Año debería tener en cuenta los diversos ámbitos y ofrecer estímulos de vario tipo. En este capítulo nos proponemos evocar, de modo muy sintético, algunas «perspectivas» teológico-pastorales que marcan una especie de marco de referencia para las sugerencias y propuestas que siguen.
2. Siendo «Misterio de la fe» (cf. Ecclesia de Eucharistia, cap. I), la Eucaristía se comprende a la luz de la Revelación bíblica y de la Tradición eclesial. Al mismo tiempo, la referencia a éstas últimas es necesaria para que la Eucaristía pueda expresar su característica de «misterio de la luz» (cf. Mane nobiscum Domine, cap. II), haciéndonos recorrer, de alguna forma, el "camino de fe" descrito en el pasaje evangélico de los dos «discípulos de Emaús», que el Santo Padre ha elegido como «icono» para el Año de la Eucaristía. En efecto, la Eucaristía es misterio de luz porque la misma «fracción del pan» proyecta una luz sobre el misterio de Dios-Trinidad: precisamente en el evento pascual de la muerte y resurrección de Cristo y, consecuentemente, en su "memorial" eucarístico, Dios se revela en sumo grado como Dios-Amor.
El Año de la Eucaristía, por tanto, se propone ante todo como un período de una catequesis más intensa acerca de la Eucaristía creída por la Iglesia. Tal catequesis tendrá presente:
la Sagrada
Escritura, de los textos que atañen a la "preparación"
del Misterio en el Antiguo Testamento a los textos del Nuevo Testamento
que tienen relación tanto con la institución de
la Eucaristía como con sus diferentes dimensiones (cf.
por ejemplo, los textos señalados en el Leccionario para
la misa votiva de la Santísima Eucaristía).
la Tradición: de los Padres de la Iglesia al sucesivo desarrollo
teológico-magisterial, con particular atención al
Concilio Vaticano II, incluyendo los recientes documentos del
Magisterio. Los itinerarios catequéticos elaborados por
las Iglesias particulares encontrarán, para todo esto,
un punto de referencia seguro e iluminador en el Catecismo de
la Iglesia Católica;
la mistagogía, o sea, la introducción profundizada
en el misterio celebrado a través de la explicación
de los ritos y de las plegarias del Ordo Missae y del De sacra
communione et de cultu mysterii eucharistici extra Missam;
las riquezas ofrecidas por la historia de la espiritualidad, evidenciando
en particular cómo la Eucaristía creída y
celebrada ha encontrado una expresión en la vida de los
santos (cf. Ecclesia de Eucharistia, 62);
el arte sagrado como testimonio de fe en el misterio eucarístico.
La celebración de la Eucaristía y el culto eucarístico fuera de la Misa
3. Recibida de Cristo, quien la ha instituido, la Eucaristía es celebrada por la Iglesia en la forma establecida por ella (cf. IGMR y Praenotanda al Ordo Lectionum Missae). El culto eucarístico fuera de la Misa está íntimamente unido a la celebración eucarística y ordenado a ella.
«Un objetivo concreto de este Año de la Eucaristía podría ser estudiar a fondo en cada comunidad parroquial la Ordenación general del Misal Romano. El modo más adecuado para profundizar en el misterio de la salvación realizada a través de los santos "signos" es seguir con fidelidad el proceso del Año litúrgico» (Mane nobiscum Domine, 17).
A modo de una simple indicación «temática» para los agentes pastorales, se señalan a continuación algunos aspectos sobre los que se ha invitado en este Año a «examinarse» de modo especial, con miras a una digna celebración y una adoración más ferviente del Misterio eucarístico. Además de los documentos fundamentales arriba mencionados, no dejará de servir de ayuda la reciente Instrucción Redemptionis Sacramentum. Hay que tener presentes:
los lugares
de la celebración: iglesia, altar, ambón, sede...;
la asamblea litúrgica: sentido y modalidad de su participación
"plena, consciente, activa" (cf. SC, 14);
las diferentes funciones: el sacerdote que actúa in persona
Christi, los diáconos, los demás ministerios y servicios;
la dinámica de la celebración: del pan de la Palabra
al pan de la Eucaristía (cf. Ordo Lectionum Missae, 10);
Los tiempos de la celebración eucarística: domingo,
días festivos, año litúrgico;
la relación entre la Eucaristía y los demás
sacramentos, sacramentales, exequias...
la participación interior y exterior: en particular el
respeto de los «momentos» de silencio;
el canto y la música;
la observancia de las normas litúrgicas;
la comunión de los enfermos y el viático (cf. De
sacra communione);
la adoración al Santísimo Sacramento, la oración
personal;
las procesiones eucarísticas.
Un examen de estos puntos sería especialmente aconsejable en el Año de la Eucaristía. Ciertamente, en la vida pastoral de las diversas comunidades no se puede llegar con facilidad a metas más altas, pero es necesario tender a ello. «Aunque el fruto de este Año fuera solamente avivar en todas las comunidades cristianas la celebración de la misa dominical e incrementar la adoración eucarística fuera de la misa, este Año de gracia habría conseguido un resultado significativo. No obstante, es bueno apuntar hacia arriba, sin conformarse con medidas mediocres, porque sabemos que podemos contar siempre con la ayuda de Dios» (Mane nobiscum Domine, 29).
4. En la Carta Apostólica Spiritus et Sponsa con motivo del XL aniversario de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, el Papa ha expresado el deseo de que se desarrolle en la Iglesia una «espiritualidad litúrgica». Es la perspectiva de una liturgia que nutre y orienta la existencia, plasmando el actuar del creyente como auténtico «culto espiritual» (cf. Rom 12, 1). Sin el cultivo de una «espiritualidad litúrgica», la práctica litúrgica fácilmente se reduce a «ritualismo» y vuelve vana la gracia que brota de la celebración.
Esto vale de modo especial para la Eucaristía: «La Iglesia vive de la Eucaristía». En verdad, la celebración eucarística está en función del vivir en Cristo, en la Iglesia, por la potencia del Espíritu Santo. Es necesario, por tanto, cuidar el movimiento que va de la Eucaristía celebrada a la Eucaristía vivida: del misterio creído a la vida renovada. Por esto el presente subsidio ofrece también un capítulo de líneas de espiritualidad eucarística. En este marco inicial de referencia será útil añadir algunos puntos particularmente significativos:
la Eucaristía
es culmen et fons de la vida espiritual en cuanto tal, más
allá de los variados caminos de la espiritualidad;
el regular alimento eucarístico sostiene la correspondencia
a la gracia de los diversos tipos de vocaciones y estados de vida
(ministros ordenados, esposos y padres, personas consagradas...)
e ilumina las diferentes situaciones de la existencia (alegrías
y dolores, problemas y proyectos, enfermedades y pruebas);
la caridad, la concordia, el amor fraterno son fruto de la Eucaristía
y vuelven visible la unión con Cristo realizada en el sacramento;
al mismo tiempo, el ejercicio de la caridad en estado de gracia
es la condición para que se pueda celebrar con plenitud
la Eucaristía: ella es «manantial», pero también
«epifanía» de la comunión (cf. Mane
nobiscum Domine, cap. III);
la presencia de Cristo en nosotros y entre nosotros hace brotar
el testimonio en la vida cotidiana, fomenta la construcción
de la ciudad terrena: la Eucaristía es principio y proyecto
de misión (cf. Mane nobiscum Domine, cap. IV).
María: icono de la Iglesia "eucarística"
5. «Si queremos descubrir en toda su riqueza la relación íntima que une Iglesia y Eucaristía, no podemos olvidar a María, Madre y modelo de la Iglesia». Así exhorta el cap. VI de la Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia, en la cual Juan Pablo II subraya la profunda relación que María mantiene con la Eucaristía y con la Iglesia que vive del Sacramento del Altar. El encuentro con el «Dios con nosotros y por nosotros» incluye a la Virgen María.
El Año de la Eucaristía constituye una ocasión propicia también para profundizar este aspecto del Misterio. Para vivir profundamente el sentido de la celebración eucarística y hacer que deje una huella en nuestra vida, no hay mejor manera que dejarse «educar» por María, la «mujer eucarística».
Es importante, para tal fin, recordar lo que el Papa ha dicho en Rosarium Virginis Mariae n. 15, a propósito de la «conformación con Cristo con María» Ella «nos introduce de modo natural en la vida de Cristo y nos hace como 'respirar' sus sentimientos». Por otra parte «escribe también el Papa en Ecclesia de Eucharistia» en la celebración eucarística, en cierto modo, nosotros recibimos siempre, con el memorial de la muerte de Cristo, también el don de María, que nos ha sido hecho por el Crucificado en la persona de Juan (He ahí a tu madre: Jn 19, 27): «Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don. Significa tomar con nosotros "a ejemplo de Juan" a quien una vez nos fue entregada como Madre. Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas» (Ecclesia de Eucharistia, 57).
Son temas que merecen ser objeto de especial meditación este Año (cf. Mane nobiscum Domine, 31).
Sobre la celebración de la Eucaristía en comunión con María, extendiendo las actitudes cultuales que resplandecen ejemplarmente en ella, véase Collectio Missarum de Beata Maria Virgine, Praenotanda, n. 12-18.
Los santos, testimonio de vida eucarística
6. En Novo Millennio Ineunte, n. 30, el Papa invita a enfocar todo el camino pastoral de la Iglesia hacia la «santidad». Esto puede valer de forma particular para un Año basado totalmente en la espiritualidad eucarística. La Eucaristía nos hace santos, y no puede existir santidad que no esté basada en la vida eucarística. «El que me come vivirá por mí» (Jn 6, 57).
Esta verdad es testificada por el «sensus fidei» de todo el pueblo de Dios. Sin embargo los santos son testigos privilegiados, ya que en ellos resplandece el misterio pascual de Cristo. Ha escrito Juan Pablo II en Ecclesia de Eucharistia, n. 62: «Sigamos, queridos hermanos y hermanas, la enseñanza de los Santos, grandes intérpretes de la verdadera piedad eucarística. Con ellos la teología de la Eucaristía adquiere todo el esplendor de la experiencia vivida, nos "contagia" y, por así decir, nos "enciende" ». Es algo que vale para todos los santos.
Algunos de ellos han vivido esta dimensión con especial intensidad y con especiales dones del Espíritu, enfervorizando a los hermanos con su mismo amor por la Eucaristía (cf. Mane nobiscum Domine, 31). Los ejemplos podrían ser innumerables: desde San Ignacio de Antioquía a San Ambrosio, de San Bernardo a Santo Tomás de Aquino, de San Pascual Bailón a San Alfonso María de Ligorio, de Santa Catalina de Siena a Santa Teresa de Ávila, de San Pedro Julián Eymard a San Pío de Pietrelcina, hasta los "mártires de la Eucaristía", antiguos y modernos, de San Tarcisio a San Nicolás Pieck y compañeros, a San Pedro Maldonado.
El Año de la Eucaristía ofrecerá ocasiones para redescubrir estos «testimonios», los más conocidos en la Iglesia universal y los que son más recordados en las Iglesias particulares. Es de desear que la misma investigación teológica se interese por ellos, ya que la vida de los santos es un significativo «locus theologicus»: a través de los santos «Dios nos habla» (cf. Lumen Gentium, 50) y su experiencia espiritual (cf. Dei Verbum, 8), garantizada por el discernimiento eclesial, arroja luz sobre el Misterio. Caminando a su luz y tras sus huellas será más fácil asegurar que este Año de gracia sea verdaderamente fecundo.
7. Estando en el centro de la economía sacramental, como vértice de la iniciación cristiana, la Eucaristía ilumina los demás sacramentos y es su punto de convergencia. La misma forma ritual prevé o prescribe «excepto para la penitencia» que los sacramentos sean o puedan ser insertados en la celebración de la Eucaristía (cf. Praenotanda de los diversos Ordines; Redemptionis Sacramentum, 75-76). La Liturgia de las Horas puede ser armonizada con la celebración eucarística (cf. IGLH, 93-97).
También los sacramentales, como la bendición abacial, la profesión religiosa, la consagración de las vírgenes, el conferir los ministerios instituidos o ministerios extraordinarios, las exequias, se desarrollan normalmente durante la Misa. La dedicación de la iglesia y del altar tienen lugar dentro de la celebración de la Eucaristía.
Existen también otras bendiciones que se pueden hacer durante la Misa (cf. Ordo coronandi imaginem B.M. Virginis; De Benedictionibus, 28).
Si bien es cierto que hay otras bendiciones, actos de culto o prácticas de devoción que no conviene que se inserten en la Misa (cf. De Benedictionibus, 28; De sacra communione, 83; Redemptionis Sacramentum, 75-79; Directorio piedad popular, 13, 204), es verdad también que no existe oración cristiana sin referencia a la Eucaristía, máxima plegaria de la Iglesia, indispensable para los cristianos. Las múltiples formas de oración privada, así como las diversas expresiones de piedad popular, realizan de hecho su sentido genuino al preparar para la celebración Eucarística o al extender sus efectos en la vida.
De modo indicativo se recuerdan a continuación algunos días, tiempos y formas de oración que hacen referencia a la Eucaristía.
8. El domingo es «la fiesta primordial», «el fundamento y el núcleo de todo el año litúrgico» (SC, 106). «Considerando globalmente sus significados y sus implicaciones, es como una síntesis de la vida cristiana y una condición para vivirlo bien» (Dies Domini, 81).
Es en efecto el día de Cristo Resucitado, y por tanto trae consigo la memoria de lo que es el fundamento mismo de la fe cristiana (cf. 1Cor 15, 14-19). «Aunque el domingo es el día de la resurrección, no es sólo el recuerdo de un acontecimiento pasado, sino que es celebración de la presencia viva del Resucitado en medio de los suyos. Para que esta presencia sea anunciada y vivida de manera adecuada no basta que los discípulos de Cristo oren individualmente y recuerden en su interior, en lo recóndito de su corazón, la muerte y resurrección de Cristo. (...) Por eso es importante que se reúnan, para expresar así plenamente la identidad misma de la Iglesia, la ekklesía, asamblea convocada por el Señor resucitado» (Dies Domini, 31). La celebración eucarística es, de hecho, el corazón del domingo.
El nexo entre la manifestación del Resucitado y la Eucaristía está especialmente puesto en evidencia en la narración de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35), guiados por Cristo mismo para entrar íntimamente en su misterio a través de la escucha de la Palabra y la comunión del «Pan partido» (cf. Mane nobiscum Domine). Los gestos realizados por Jesús: «Él tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio» (Lc 24,30), son los mismos que Él efectuó en la Última Cena y que incesantemente realiza, por medio del sacerdote, en nuestras eucaristías.
El carácter propio de la Misa dominical y la importancia que ésta reviste para la vida cristiana exigen que se prepare con especial cuidado, de modo que se experimente como una epifanía de la Iglesia (cf. Dies Domini, 34-36; Ecclesia de Eucharistia, 41, Novo Millennio Ineunte, 36) y se distinga como celebración alegre y melodiosa, activa y participada (cf. Dies Domini, 50-51).
Reavivar en todas las comunidades la celebración de la Eucaristía dominical debería ser la primera tarea de este Año especial. Si al menos se logra esto, junto con el incremento de la adoración eucarística fuera de la Misa, el Año de la Eucaristía habrá conseguido ya un importante fruto (cf. Mane nobiscum Domine, 23 y 29).
Vigilia pascual y comunión pascual
9. La Vigilia pascual es el corazón del año litúrgico. En ella, la celebración de la Eucaristía es el «punto culminante, porque es el sacramento pascual por excelencia, memorial del sacrificio de la cruz, presencia de Cristo resucitado, consumación de la iniciación cristiana y pregustación de la Pascua eterna» (Carta fiestas pascuales, 90).
Al recomendar no celebrar deprisa la liturgia eucarística durante la Vigilia pascual, sino tener cuidado de que todos los ritos y palabras alcancen la máxima fuerza de expresión, especialmente la comunión eucarística, momento de plena participación en el misterio celebrado en esta noche santa, es de desear —remitiendo a los ordinarios de los diferentes lugares la estimación de la oportunidad y las circunstancias, en el pleno respeto de las normas litúrgicas: cf. Redemptionis Sacramentum, n. 100-107— que se alcance la plenitud del signo eucarístico recibiendo en la Vigilia pascual la comunión bajo las especies del pan y del vino (cf. Carta fiestas pascuales, 91 y 92).
Tanto la octava de pascua como las misas dominicales del tiempo pascual son especialmente significativas para los neófitos (cf. Ordo initiationis christianae adultorum, 37-40 y 235-239). Es costumbre que los niños hagan la Primera Comunión en estos domingos (cf. Carta fiestas pascuales, 103). Se recomienda que, especialmente durante la octava de Pascua, se lleve la Santa Comunión a los enfermos (Carta fiestas pascuales, 104).
Durante el tiempo pascual, los pastores recuerden el significado del precepto de la Iglesia de recibir la Santa Comunión en este período (cf. CDC, 920), procurando que tal precepto no se perciba de modo minimalista, sino como el punto firme e imprescindible de una participación eucarística que atañe a toda la vida y se expresa regularmente al menos todos los domingos.
10. Es conocido el valor de la Misa crismal, que, según la tradición, se celebra el Jueves de la Semana Santa (por motivos pastorales puede anticiparse a otro día, pero cercano a la Pascua: cf. Caeremoniale Episcoporum, 275). Además de llamar a los presbíteros de las diferentes partes de la diócesis a concelebrar con el Obispo, se debe invitar también con insistencia a los fieles a participar en esta Misa y a recibir el sacramento de la Eucaristía durante la celebración (cf. Carta fiestas pascuales, 35).
Para recordar, sobre todo a los sacerdotes, el misterio eucarístico del Jueves Santo, desde el inicio de su pontificado, el Santo Padre Juan Pablo II ha enviado una Carta a los sacerdotes (en 2003 la Carta encíclica Ecclesia de Eucharistia).
Dado el significado especial que reviste este día (cf. Caeremoniale Epicoporum, 97), toda la atención debe dirigirse principalmente a los misterios conmemorados en la Misa «en la cena del Señor»: la institución de la Eucaristía, la institución del sacerdocio ministerial y el mandato del Señor de la caridad fraterna.
Se pueden encontrar oportunas indicaciones litúrgicas y pastorales acerca de la Misa vespertina del Jueves Santo, la procesión eucarística al término de la misma y la adoración del Santísimo Sacramento en la citada Carta circular sobre la preparación y celebración de las fiestas pascuales, n. 44-57 y en el Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, n. 141.
Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
11. Esta fiesta, «extendida en 1264 por el papa Urbano IV a toda la Iglesia latina, por una parte constituyó una respuesta de fe y de culto a doctrinas heréticas sobre el misterio de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, y por otra fue la coronación de un movimiento de ardiente devoción hacia el augusto Sacramento del altar» (Directorio piedad popular, 160).
La fiesta del Corpus Domini inspiró nuevas formas de piedad eucarística en el pueblo de Dios, mantenidas hasta hoy (cf. Directorio piedad popular, 160-163). Entre ellas la procesión, que constituye la forma tipo de las procesiones eucarísticas: extiende la celebración de la Eucaristía de modo que el pueblo cristiano «da testimonio público de fe y de piedad hacia el Santísimo Sacramento» (De sacra communione, 101; cf. CIC, 944). Por tanto, «que este año se viva con particular fervor la solemnidad del Corpus Christi con la tradicional procesión. Que la fe en Dios que, encarnándose, se hizo nuestro compañero de viaje, se proclame por doquier y particularmente por nuestras calles y en nuestras casas, como expresión de nuestro amor agradecido y fuente de inagotable bendición» (Mane nobiscum Domine, 18).
También la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús podría tener un marcado acento eucarístico.
Celebración
eucarística
y Liturgia de las Horas
12. «La Liturgia de las Horas extiende a los distintos momentos del día la alabanza y la acción de gracias, así como el recuerdo de los misterios de la salvación, las súplicas y el gusto anticipado de la gloria celeste, que se nos ofrecen en el misterio eucarístico, "centro y cumbre de toda la vida de la comunidad cristiana".
La celebración eucarística halla una preparación magnífica en la Liturgia de las Horas, ya que esta suscita y acrecienta muy bien las disposiciones que son necesarias para celebrar la Eucaristía, como la fe, la esperanza, la caridad, la devoción y el espíritu de abnegación» (IGLH, 12).
En la celebración comunitaria, cuando las circunstancias lo aconsejen, se puede hacer una unión más estrecha entre la Misa y una de las Horas del Oficio —laudes matutinas, hora media, vísperas—, según las indicaciones de la normativa vigente (cf. IGLH, 93-97).
13. La reserva del Cuerpo de Cristo para la comunión de los enfermos llevó a los fieles a la loable costumbre de recogerse en oración para adorar a Cristo realmente presente en el Sacramento conservado en el sagrario. Recomendada por la Iglesia a los Pastores y fieles, la adoración ante el Santísimo es altamente expresiva de la unión que existe entre la celebración del Sacrificio del Señor y su presencia permanente en la Hostia consagrada (cf. De sacra communione, 79-100; Ecclesia de Eucharistia, 25; Mysterium fidei; Redemptionis Sacramentum, 129-141).
El quedarse en oración junto al Señor Jesús, vivo y verdadero en el Santo Sacramento, madura la unión con Él: nos predispone a la fructuosa celebración de la Eucaristía y aumenta en nosotros las actitudes cultuales y existenciales que ella misma suscita.
Se expresa, según la tradición de la Iglesia, de diversos modos:
— la simple visita al santísimo Sacramento reservado en el sagrario: breve encuentro con Cristo, motivado por la fe en su presencia y caracterizado por la oración silenciosa;
— la adoración ante el santísimo Sacramento expuesto, según las normas litúrgicas, en la custodia o en la píxide, de forma prolongada o breve;
— la denominada Adoración perpetua, las Cuarenta Horas, u otras formas que comprometen a toda una comunidad religiosa, a una asociación eucarística o a una comunidad parroquial, y dan ocasión a numerosas expresiones de piedad eucarística (cf. Directorio piedad popular, 165).
14. Adoración y Sagrada Escritura. «Durante la exposición, las preces, cantos y lecturas, deben organizarse de manera que los fieles, atentos a la oración, se dediquen a Cristo, el Señor. Para alimentar la oración íntima, háganse lecturas de la Sagrada Escritura con homilía, o breves exhortaciones, que lleven a una mayor estima del misterio eucarístico. Conviene también que los fieles respondan con cantos a la palabra de Dios. En momentos oportunos debe guardarse un silencio sagrado» (De sacra communione, 95).
15. Adoración y Liturgia de las Horas. «Ante el Santísimo Sacramento, expuesto durante un tiempo prolongado, puede celebrarse también alguna parte de la Liturgia de las Horas, especialmente las Horas principales; por su medio las alabanzas y acciones de gracias que se tributan a Dios en la celebración de la Eucaristía se amplían a las diferentes horas del día, y las súplicas de la Iglesia se dirigen a Cristo y por él al Padre en nombre de todo el mundo» (De sacra communione, 96).
16. Adoración y Rosario. Posteriormente, la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae nos ha ayudado a superar una visión del Rosario como oración simplemente mariana, para valorar su sentido eminentemente cristológico: contemplar los misterios de Cristo con los ojos y el corazón de María, en comunión con Ella y a ejemplo suyo.
Si bien es verdad que durante la exposición del Santísimo Sacramento no se deben realizar otras prácticas devocionales en honor de la Virgen María y de los Santos (cf. Directorio piedad popular, 165), sin embargo, se comprende por qué el Magisterio no excluye el Rosario: es, en efecto, por razón de este carácter que es preciso poner en evidencia y desarrollar. Precisamente con miras al Año de la Eucaristía, el Papa ha escrito: «El Rosario mismo, considerado en su sentido profundo, bíblico y cristocéntrico, que he recomendado en la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, puede ser una ayuda adecuada para la contemplación eucarística, realizada según la escuela de María y en su compañía» (Mane nobiscum Domine 18; cf. Redemptionis Sacramentum, 137; Directorio piedad popular, 165). Por tanto, deben redescubrirse y promoverse en la práctica pastoral los elementos ofrecidos en Rosarium Virginis Mariae cap. III. La lectura de un texto bíblico, el silencio meditativo, la cláusula cristológica después del nombre de Jesús al centro del Ave Maria, el Gloria cantado, una apropiada oración conclusiva dirigida a Cristo, también en forma de letanías, favorecen la índole contemplativa propia de la oración ante al Santísimo custodiado en el sagrario o expuesto. Recitar el rosario deprisa, sin espacios para la meditación, o con una insuficiente orientación cristológica no ayuda a encontrarse con Cristo en el Sacramento del altar.
En cuanto a las letanías de la Virgen, que son un acto cultual en sí mismo no necesariamente ligado al Rosario (cf. Directorio piedad popular, 203), pueden sustituirse más oportunamente por letanías dirigidas directamente a Cristo (por ejemplo, las letanías del Corazón de Jesús, de la Sangre de Cristo).
17. Bendición eucarística. Las procesiones y adoraciones
eucarísticas se concluyen ordinariamente, cuando está
presente un sacerdote o diácono, con la bendición
con el Santísimo. Los demás ministros o personas
encargadas de la exposición, una vez terminada, reponen
el Sacramento en el sagrario (cf. De sacra communione, 91).
Ya que la bendición con el Santísimo Sacramento no es una forma de piedad eucarística en sí misma, debe ser precedida por una breve exposición, con un tiempo conveniente de oración y silencio. «Se prohíbe la exposición hecha únicamente para dar la bendición» (De sacra communione, 89).
18. La procesión eucarística por las calles de la ciudad terrena ayuda a los fieles a sentirse pueblo de Dios que camina con su Señor, proclamando la fe en el "Dios con nosotros y para nosotros" (cf. Redemptionis Sacramentum, 142-144; Directorio piedad popular, 162-163). Esto vale sobretodo para la procesión eucarística por excelencia, aquella del Corpus Christi.
Es necesario que en las procesiones se observen las normas que garantizan la dignidad y la reverencia hacia el Santísimo y regulan el desarrollo, de modo que la decoración de las calles, el homenaje de las flores, los cantos y las oraciones sean una manifestación de fe en el Señor y de alabanza a Él (cf. De sacra communione, 101-108).
19. Signo de fe y de caridad, manifestación especialmente particular del culto eucarístico, los congresos eucarísticos «se han de mirar como una statio, a la cual alguna comunidad invita a toda la Iglesia, o una Iglesia local invita a otras Iglesias de la región o de la nación, o aun de todo el mundo para profundizar juntamente el misterio de la Eucaristía bajo algún aspecto particular y venerarlo públicamente con el vínculo de la caridad y de la unidad» (De sacra communione, 109).
Para el resultado exitoso del congreso considérense las indicaciones dadas para su preparación y desarrollo en De sacra communione, nn. 110-112.
3. LÍNEAS DE ESPIRITUALIDAD EUCARÍSTICA
20. Un tratado de espiritualidad eucarística exigiría mucho más de cuanto nos proponemos ofrecer en estas páginas. En efecto, nos limitaremos a dar unas ideas, con la esperanza de que sean las Iglesias particulares las que afronten el tema, dando estímulos y contenidos más amplios para iniciativas específicas de catequesis y formación. Es importante, en efecto, que la Eucaristía sea acogida no solamente en los aspectos de la celebración, sino también como proyecto de vida; es importante que esté a la base de una auténtica «espiritualidad eucarística».
El Año de la Eucaristía es tiempo propicio para dilatar la mirada más allá de los aspectos típicamente celebrativos. Precisamente por ser el corazón de la vida cristiana, la Eucaristía no termina entre las paredes de la iglesia, sino que exige transformar la vida diaria de quien participa de ella. El sacramento del Cuerpo de Cristo se prodiga en favor de la edificación del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Las actitudes eucarísticas a las que hemos sido educados por la celebración deben ser cultivadas en la vida espiritual, teniendo en cuenta la vocación y el estado de vida de cada uno. La Eucaristía en verdad es alimento esencial para todos los creyentes en Cristo, sin distinción de edad o condición.
Las consideraciones que ofrecemos aquí trazan varias pistas de reflexión a partir de algunas expresiones de la misma liturgia tomadas del texto latino del Misal. Se quiere así subrayar cómo la espiritualidad litúrgica se caracteriza por su anclaje en los signos, ritos y palabras de la celebración y puede encontrar en ellos alimento seguro y abundante.
Verbum Domini.
Como conclusión de las lecturas de la Sagrada Escritura, la expresión Verbum Domini —Palabra de Dios— nos recuerda la importancia de lo que sale de la boca de Dios. Nos lo hace sentir no como un texto «lejano», sino que por ser inspirado, es palabra viva con la cual Dios nos interpela: nos encontramos en el contexto de un verdadero «diálogo de Dios con su pueblo, en el cual son proclamadas las maravillas de la salvación y propuestas siempre de nuevo las exigencias de la alianza» (Dies Domini, 41).
La liturgia de la Palabra es una parte constitutiva de la Eucaristía (cf. SC, 56; Dies Domini, 39-41). Nos recogemos en asamblea litúrgica para escuchar lo que el Señor quiere decirnos: a todos y a cada uno. Él habla aquí y ahora, a nosotros que lo escuchamos con fe, creyendo que Él solo tiene palabras de vida eterna, que su palabra es lámpara para nuestros pasos.
Participar en la Eucaristía quiere decir escuchar al Señor con el fin de poner en práctica cuanto nos manifiesta, nos pide, desea de nuestra vida. El fruto de la escucha de Dios que nos habla cuando en la Iglesia se leen las Sagradas Escrituras (cf. SC, 7) madura en el vivir cotidiano (cf. Mane nobiscum Domine, 13).
La actitud de escucha es el principio de la vida espiritual. Creer en Cristo es escuchar su palabra y ponerla en práctica. Es docilidad a la voz del Espíritu Santo, el Maestro interior que nos guía a la verdad completa, no solamente a la verdad del conocer sino también a la verdad del practicar.
Para escuchar al Señor en la liturgia de la Palabra, es necesario tener afinado el oído del corazón. A ello nos prepara la lectura personal de las Sagradas Escrituras, en tiempos y ocasiones programados y no dejados a eventuales recortes de tiempo. Y a fin de que lo que se ha escuchado en la celebración eucarística no desaparezca de la mente y del corazón al salir de la iglesia, es necesario encontrar modos para extender la escucha de Dios, que nos hace llegar su voz de mil maneras a través de las circunstancias de la vida cotidiana.
Agnoscamus
peccata nostra ut apti simus ad sacra mysteria celebranda.
Kyrie eleison, Christe eleison
Domine Deus, Agnus Dei, Filius Patris, qui tollis peccata mundi,
miserere nobis
Agnus Dei qui tollis peccata mundi: miserere nobis
Domine non sum dignus ut intres...
Como se ve en los textos citados, la dimensión penitencial está muy presente en la celebración eucarística. Emerge no sólo al inicio del acto penitencial, con sus variadas fórmulas de invocación de la misericordia, sino también en la súplica a Cristo en el canto del Gloria, en el canto del Agnus Dei durante la fracción del Pan, en la plegaria que dirigimos al Señor antes de participar en el convivio eucarístico.
La Eucaristía estimula a la conversión y purifica el corazón penitente, consciente de las propias miserias y deseoso del perdón de Dios, aunque sin sustituir a la confesión sacramental, única forma ordinaria, para los pecados graves, de recibir la reconciliación con Dios y con la Iglesia.
Tal actitud del espíritu debe extenderse durante nuestras jornadas, sostenida por el examen de conciencia, es decir, confrontar pensamientos, palabras, obras y omisiones con el Evangelio de Jesús.
Ver con trasparencia nuestras miserias nos libera de la autocomplacencia, nos mantiene en la verdad delante de Dios, nos lleva a confesar la misericordia del Padre que está en los cielos, nos muestra el camino que nos espera, nos conduce al sacramento de la Penitencia. Posteriormente nos abre a la alabanza y acción de gracias. Nos ayuda, finalmente, a ser benévolos con el prójimo, a compadecerlo en sus fragilidades y perdonarlo. Es preciso tomar en serio la invitación de Jesús de reconciliarnos con el hermano antes de llevar la ofrenda al altar (cf. Mt 5, 23-24), y la llamada de Pablo a examinar nuestra conciencia antes de participar en la Eucaristía (cada uno se examine a sí mismo y después coma el pan y beba el cáliz: 1Cor 11,28). Sin el cultivo de estas actitudes, se desatiende una de las dimensiones profundas de la Eucaristía.
Memores igitur, Domine, eiusdem Filii tui salutiferae passionis necnon mirabilis resurrectionis et ascensionis in caelum (Plegaria eucarística III).
«Si los cristianos celebran la Eucaristía desde los orígenes, y de forma que, en su sustancia, no ha cambiado a través de la gran diversidad de épocas y de liturgias, sucede porque sabemos que estamos sujetos al mandato del Señor, dado la víspera de su pasión: «haced esto en memoria mía» (1Co 11,24-25) » (CIC, 1356).
La Eucaristía es, en sentido específico, «memorial» de la muerte y resurrección del Señor. Celebrando la Eucaristía, la Iglesia hace memoria de Cristo, de lo que ha hecho y dicho, de su encarnación, muerte, resurrección, ascensión al cielo. En Él hace memoria de la entera historia de la salvación, prefigurada en la antigua alianza.
Hace memoria de aquello que Dios —Padre, Hijo y Espíritu Santo— ha hecho y hace por la humanidad entera, de la creación a la «recreación» en Cristo, en la espera de su retorno al fin de los tiempos para recapitular en sí todas las cosas.
El «memorial» eucarístico, pasando de la celebración a nuestras actitudes vitales, nos lleva a hacer memoria agradecida de todos los dones recibidos de Dios en Cristo. De él brota una vida distinguida por la «gratitud», por el sentido de «gratuidad» y al mismo tiempo por el sentido de «responsabilidad».
En efecto, recordar lo que Dios ha hecho y hace por nosotros, nutre el camino espiritual. La oración del Padre nuestro nos recuerda que somos hijos del Padre que está en el cielo, hermanos de Jesús, marcados por el Espíritu Santo que ha sido derramado en nuestros corazones.
Recordar los dones de la naturaleza (la vida, la salud, la familia...) mantiene viva la gratitud y el esfuerzo por valorarlos.
Recordar los dones de la gracia (bautismo y demás sacramentos; las virtudes cristianas...) mantiene vivo, junto con la gratitud, el empeño por no frustrar estos "talentos", sino más bien, hacerlos fructificar.
Hoc est Corpus meum. Hic est calix Sanguinis mei novi et aeterni testamenti.
Te igitur, clementissime Pater, per Iesum Christum, Filium tuum, Dominum nostrum, supplices rogamus ac petimus, uti accepta habeas et benedicas haec dona, haec munera, haec sancta sacrificia illibata.
Memento, Domine, ...omnium circustantium, quorum tibi fides cognita est et nota devotio, pro quibus tibi offerimus: vel qui tibi offerunt hoc sacrificium laudis.
Hanc igitur oblationem servitutis nostrae, sed et cunctae familiae tuae (Plegaria eucarística I).
Offerimus tibi, gratias referentes, hoc sacrificium vivum et sanctum (Plegaria eucarística III)
La Eucaristía es sacramento del sacrificio pascual de Cristo. Desde la encarnación en el seno de la Virgen hasta el último aliento sobre la cruz, la vida de Jesús es un holocausto incesante, una entrega perseverante a los designios del Padre. El momento culminante es el sacrifico de Cristo sobre el Calvario: «La obra de nuestra redención se efectúa cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la cruz, por medio del cual Cristo, que es nuestra Pascua, ha sido inmolado (1Cor, 5,7) » (Lumen Gentium, 3; CIC, 1364).
Este único y eterno sacrificio se hace realmente presente en el sacramento del altar. En verdad «el sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio» (CIC, 1367).
A ello la Iglesia asocia su sacrificio, para llegar a ser un solo cuerpo y un solo espíritu en Cristo, del cual es signo la comunión sacramental (cf. Ecclesia de Eucharistia, 11-16). Participar de la Eucaristía, obedecer el Evangelio que escuchamos, comer el Cuerpo y beber la Sangre del Señor quiere decir hacer de nuestra vida un sacrificio agradable a Dios: por Cristo, con Cristo y en Cristo.
Así como la acción ritual de la Eucaristía está fundada en el sacrificio ofrecido por Cristo una vez por todas en los días de su existencia terrena (cf. Heb 5, 7-9) y lo representa sacramentalmente, así también nuestra participación en la celebración debe llevar consigo el ofrecimiento de nuestra existencia. En la Eucaristía la Iglesia ofrece el sacrificio de Cristo ofreciéndose con Él. (cf. SC, 48; IGMR, 79, f; Ecclesia de Eucharistia, 13).
La dimensión sacrificial de la Eucaristía empeña la vida entera. De aquí parte la espiritualidad del sacrificio, del don de sí, de la gratuidad, de la oblación exigida por la vida cristiana.
En el pan y en el vino que llevamos al altar se significa nuestra existencia: el sufrimiento y el empeño por vivir como Cristo y según el mandamiento dado a sus discípulos.
En la comunión del Cuerpo y la Sangre de Cristo se significa nuestro «Presente» para dejar que Él piense, hable y actúe en nosotros.
La espiritualidad eucarística del sacrificio debería impregnar nuestras jornadas: el trabajo, las relaciones, las miles de cosas que hacemos, el empeño por practicar la vocación de esposos, padres, hijos; la entrega al ministerio para quien es obispo, presbítero o diácono; el testimonio de las personas consagradas; el sentido «cristiano» del dolor físico y del sufrimiento moral; la responsabilidad de construir la ciudad terrena, en las dimensiones diversas que comporta, a la luz de los valores evangélicos.
Vere dignum
et iustum est, aequum et salutare,
nos semper et ubique gratias agere.
La víspera de su pasión, la tarde en que instituyó el sacramento de su sacrificio pascual, Cristo tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a los discípulos... La acción de gracias de Jesús revive en cada una de nuestras celebraciones eucarísticas.
El término «eucaristía», en lengua griega, significa precisamente acción de gracias (cf. CIC, 1328). Es una dimensión que emerge claramente en el diálogo que introduce la Plegaria eucarística: ante la invitación del sacerdote «Demos gracias al Señor nuestro Dios», los fieles responden «Es justo y necesario». El exordio de la Plegaria eucarística se caracteriza por una fórmula que expresa el sentido de la reunión de oración: «En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Dios Padre... ».
Estas fórmulas, mientras dicen lo que cumplimos en la celebración, expresan una postura que no debería disminuir en nuestro espíritu de regenerados en Cristo: agradecer es propio de quien se siente gratuitamente amado, renovado, perdonado. Es justo y necesario dar gracias a Dios siempre (tiempo) y en todo lugar (espacio).
De aquí se irradia la espiritualidad de la acción de gracias por los dones recibidos de Dios (la vida, la salud, la familia, la vocación, el bautismo, etc).
Agradecer a Dios no sólo en las grandes ocasiones, sino «siempre»: los santos han dado gracias al Señor en la prueba, en la hora del martirio (san Cipriano ordenó a los suyos que entregaran veinticinco monedas de oro a su verdugo: Actas del martirio, 3-6, Oficio de lectura del 16 de septiembre), por la gracia de la cruz... Para quien vive el espíritu eucarístico toda circunstancia de la vida es una ocasión apropiada de agradecer a Dios (cf. Mane nobiscum Domine, 26).
Agradecer siempre y en «todo lugar»: en los ámbitos del vivir cotidiano, la casa, los puestos de trabajo, los hospitales, las escuelas...
La Eucaristía nos educa también a unirnos a la acción de gracias que sube de los creyentes extendidos por la tierra hasta Cristo, uniendo nuestro gracias al del mismo Cristo.
Dominus vobiscum.
Gloria tibi, Domine.
Laus, tibi Christe.
Mortem tuam annuntiamus, Domine, et tuam resurrectionem confitemur, donec venias
Ecce Agnus Dei... Domine, non sum dignus...
«En la celebración de la Misa se iluminan gradualmente los modos principales según los cuales Cristo está presente en su Iglesia: en primer lugar está presente en la asamblea de los fieles congregados en su nombre; está presente también en su palabra, cuando se lee y explica en la iglesia la sagrada Escritura; presente también en la persona del ministro; finalmente, sobre todo, está presente bajo las especies eucarísticas. En este Sacramento, en efecto, de modo enteramente singular, Cristo entero e íntegro, Dios y hombre, se halla presente sustancial y permanentemente. Esta presencia de Cristo bajo las especies "se dice real, no por exclusión, como si las otras no fueran reales, sino por excelencia" (Mysterium fidei, 39) » (De sacra communione, 6).
«Hace falta, en concreto, fomentar, tanto en la celebración de la Misa como en el culto eucarístico fuera de ella, la conciencia viva de la presencia real de Cristo, tratando de testimoniarla con el tono de la voz, los gestos, los movimientos y todo el modo de comportarse» (Mane nobiscum Domine, n. 18).
Signo visible de realidades invisibles, el sacramento contiene lo que significa. La Eucaristía es ante todo opus Dei: el Señor habla y obra, reza, aquí por nosotros, en virtud de la fuerza del Espíritu Santo (cf. CIC, 1373). La fe en la presencia real se expresa, por ejemplo, en los diálogos directos que dirigimos al Señor después de haber escuchado la Palabra: Gloria a ti, Señor Jesús, y antes de recibir su Cuerpo y su Sangre: Señor no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.
La celebración de la Eucaristía debería llevarnos a exclamar, como los apóstoles tras el encuentro con el Resucitado: «Hemos visto al Señor! » (Jn 20,25). La comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo es comunión con el resucitado, medicina de inmortalidad y prenda de la gloria futura.
La presencia, el calor, la luz del Dios-con-nosotros deben permanecer en nosotros y manifestarse en toda nuestra vida. Hacer comunión con Cristo, nos ayuda a «ver» los signos de su divina presencia en el mundo y a «comunicarlos» a cuantos encontramos.
Una voce dicentes.
Concede, ut, qui Corpore et Sanguine Filii tui reficimur, Spiritu eius Sancto repleti, unum corpus et unus spiritus inveniamur in Cristo (Plegaria eucarística III).
«Populo congregato»: con estas palabras inicia el Ordo Missae. El signo de la cruz al comienzo de la Misa, manifiesta que la Iglesia es el pueblo reunido en el nombre de la Trinidad.
El reunirnos todos, en un mismo lugar, para celebrar los santos misterios es responder al Padre celeste que llama a sus hijos para estrecharlos consigo por Cristo, en el amor del Espíritu Santo.
La Eucaristía no es una acción privada, sino la acción del mismo Cristo que asocia siempre a sí a la Iglesia, con un vínculo esponsal indisoluble (cf. Mane nobiscum Domine, cap. III).
En la liturgia de la Palabra escuchamos la misma Palabra divina, signo de comunión entre todos aquellos que la ponen en práctica.
En la liturgia eucarística presentamos, junto con el pan y el vino, la ofrenda de nuestra vida: es la común ofrenda de la Iglesia que en los santos misterios se dispone a hacer comunión con Cristo.
En virtud de la acción del Espíritu Santo, en la ofrenda de la Iglesia se hace presente el sacrificio de Cristo («Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia y reconoce en ella la Víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad»): una única ofrenda espiritual agradable al Padre, por Cristo, con Él y en Él. El fruto de esta asociación al «sacrificio vivo y santo» está representado por la comunión sacramental: «para que fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, y llenos del Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu» (Plegaria eucarística III).
He aquí la fuente incesante de la comunión eclesial, ilustrada por san Juan con la imagen de la vid y los sarmientos, y por san Pablo con la imagen del cuerpo. La Eucaristía hace la Iglesia (cf. Ecclesia de Eucharistia), colmándola de la caridad de Dios y espoleándola a la caridad. Al presentar, juntamente con el pan y el vino, ofertas en dinero u otros dones para los pobres, se recuerda que la Eucaristía es compromiso de ser solidarios y de compartir los bienes. Con tal propósito el Santo Padre ha hecho un insistente llamado: «¿ Por qué, pues, no hacer de este Año de la Eucaristía un tiempo en el que las comunidades diocesanas y parroquiales se comprometan especialmente a afrontar con generosidad fraterna alguna de las múltiples pobrezas de nuestro mundo? (Mane nobiscum Domine, 28).
La oración litúrgica, aunque implica individualmente a los participantes, está formulada siempre como «nosotros»: es la voz de la Esposa que alaba y suplica, una voce dicentes.
Las mismas actitudes que asumen los participantes, manifiestan la comunión entre los miembros de un único organismo. (IGMR, 32).
El saludo de la paz, antes de la comunión, (o antes de llevar las ofrendas al altar, como en el rito ambrosiano) es expresión de la comunión eclesial necesaria para hacer la comunión sacramental con Cristo. El fruto de la comunión es la edificación de la Iglesia, reflejo visible de la comunión trinitaria (cf. Ecclesia de Eucharistia, 34).
De aquí la espiritualidad de comunión (cf. Novo Millennio Ineunte, 43-45): requerida por la Eucaristía y suscitada por la celebración eucarística (cf. Mane nobiscum Domine, 20-21).
La comunión entre los esposos viene modelada, purificada, alimentada por la participación en la Eucaristía.
El ministerio de los pastores de la Iglesia y la docilidad de los fieles a su magisterio viene tonificado por la Eucaristía.
La comunión con los sufrimientos de Cristo se manifiesta en los fieles enfermos, por medio de la participación en la Eucaristía.
La reconciliación sacramental tras nuestras caídas, es coronada por la comunión eucarística.
La comunión entre muchos carismas, funciones, servicios, grupos y movimientos dentro de la Iglesia está asegurada por el santo misterio de la Eucaristía.
La comunión entre personas empeñadas en diversas actividades, servicios y asociaciones de una parroquia se manifiesta por la participación en la misma Eucaristía.
Las relaciones de paz, comprensión y concordia en la ciudad terrena son sostenidas por el sacramento de Dios con nosotros y para nosotros.
Quiesce in Domino et expecta eum (Ps 37,7).
En el ritmo celebrativo, el silencio es necesario para el recogimiento, la interiorización y la oración interior (cf. Mane nobiscum Domine, 18). No es vacío, ausencia, sino presencia, receptividad, reacción ante Dios que nos habla, aquí y ahora, y actúa en nosotros, aquí y ahora. «Descansa en el Señor y espera en él» recuerda el Salmo 37 (36),7.
En verdad, la oración con sus diversos matices ?alabanza, súplica, invocación, grito, lamento, agradecimiento- toma forma a partir del silencio.
Entre otros momentos, tiene particular importancia en la celebración de la Eucaristía el silencio después de haber escuchado la Palabra de Dios (cf. Ordo Lectionum Missae, 28; IGMR, 128, 130, 136) y, sobre todo, tras la comunión del Cuerpo y Sangre del Señor (cf. IGMR, 164).
Estos momentos de silencio, se prolongan, en cierto modo, fuera de la celebración, en recogida adoración, oración y contemplación delante del Santísimo Sacramento.
El mismo silencio de la tradición monástica, el de los tiempos de ejercicios espirituales, el de los días de retiro ¿no son, tal vez, el prolongamiento de aquellos momentos de silencio característicos de la celebración eucarística, para que pueda enraizar y dar fruto en nosotros la presencia del Señor?
Es por tanto necesario pasar de la experiencia litúrgica del silencio (cf. Carta Apostólica Spiritus et Sponsa, 13) a la espiritualidad del silencio, a la dimensión contemplativa de la vida. Si no está anclada en el silencio, la palabra puede desgastarse, transformarse en ruido, incluso en aturdimiento.
Procidebant ante sedentem in trono et adorabant vivenntem in saecula saeculorum (Ap 4,10).
La postura que tomamos durante la celebración de la Eucaristía «de pie, sentados, de rodillas» reenvía a las actitudes del corazón. Hay una gama de vibraciones en la comunidad orante.
Si el estar en pie confiesa la libertad filial que nos ha donado el Cristo pascual, que nos ha liberado de la esclavitud del pecado, el estar sentados expresa la receptividad cordial de María, que sentada a los pies de Jesús, escuchaba su palabra; y el estar de rodillas o profundamente inclinados indica el hacernos pequeños delante del Altísimo, delante del Señor (cf. Fil 2,10).
La genuflexión ante la Eucaristía, como la hacen el sacerdote y los fieles (cf. IGMR, 43), expresa la fe en la presencia real del Señor Jesús en el Sacramento del altar (CIC, 1387).
Reflejando aquí abajo, en los santos signos, la liturgia celebrada en el santuario del cielo, imitamos a los ancianos: que «se postran ante el que está sentado en el trono, adorando al que vive por los siglos de los siglos» (Ap 4,10).
Si en la celebración de la Eucaristía adoramos al Dios con nosotros y por nosotros, tal sentir del espíritu debe prolongarse y reconocerse también en todo lo que hacemos, pensamos, y obramos. La tentación, siempre insidiosa, al tratar las cosas de este mundo, es la de doblar nuestras rodillas ante los ídolos mundanos y no solamente a Dios.
Las palabras con las que Jesús contradice las sugestiones idolátricas del diablo, en el desierto, deben verificarse en nuestro hablar, pensar y actuar cotidiano: «Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él solo darás culto» (Mt 4,10).
El doblar la rodilla ante la Eucaristía, adorando al Cordero que nos permite hacer la Pascua con Él, nos educa a no postrarnos ante ídolos construidos por manos de hombre y nos sostiene en el obedecer con fidelidad, docilidad y veneración ante aquel que reconocemos como único Señor de la Iglesia y del mundo.
Et ideo,
choris angelicis sociatis,
Te aludamus in gaudio confitentes : Sanctus
Propter quod
caelestia tibi atque terrestria
Canticum novum concinunt adorando... (prefacio II de la Santísima
Eucaristía).
«Por esencia, la alegría cristiana es participación en la gloria insondable, a la vez divina y humana, que se encuentra en el corazón del Cristo glorificado» (Gaudete in Domino, II), y esta participación en la alegría del Señor «no se puede disociar de la celebración del misterio eucarístico» (ibidem, IV), de modo particular de la Eucaristía celebrada en el «dies Domini».
«El carácter festivo de la Eucaristía dominical expresa la alegría que Cristo transmite a su Iglesia por medio del don del Espíritu. La alegría es, precisamente, uno de los frutos del Espíritu Santo (cf. Rm 14,17; Gal 5, 22) » (Dies Domini, 56).
Diversos son los elementos que en la Misa subrayan la alegría del encuentro con Cristo y con los hermanos, ya sea en las palabras (piénsese en el Gloria, el prefacio), ya sea en los gestos y en el clima festivo (la acogida, los ornamentos florales y el uso del adecuado acompañamiento musical, según lo permite el tiempo litúrgico).
Una expresión de la alegría del corazón es el canto, que no es simplemente un embellecimiento exterior de la celebración eucarística (cf. IGMR, 39, Dies Domini, 50; Quirógrafo para el centenario del Motu Proprio "Tra le sollecitudini" sobre la música sacra).
La asamblea celestial, con la que se une la asamblea eucarística celebrando los sagrados misterios, canta con alegría las alabanzas del Cordero inmolado que vive para siempre, porque con Él ya no hay más luto, ni llanto, ni lamento.
Cantar la Misa y no simplemente cantar en la Misa, nos permite experimentar que el Señor Jesús vine a hacer comunión con nosotros «para que su alegría esté en nosotros y nuestra alegría sea plena» (cf. Jn 15,11; 16,24; 17,13). ?Nos colmarás de alegría, Señor, con tu presencia!
El domingo se reviste de la alegría de la celebración eucarística, enseñándonos a alegrarnos siempre en el Señor; a gustar la alegría del encuentro fraterno y de la amistad; a compartir la alegría recibida como don (cf. Dies Domini, 55-58).
Sería un contrasentido para quien participa en la Eucaristía dejarse dominar por la tristeza. La alegría cristiana no niega el sufrimiento, las preocupaciones, el dolor; sería una ingenuidad. El llanto al sembrar nos enseña a vislumbrar la alegría de la siega. El sufrimiento del Viernes Santo espera el gozo de la mañana de Pascua.
La Eucaristía educa a gozar junto con los otros, sin retener para sí mismo la alegría recibida como don. El Dios con nosotros y para nosotros pone el sello de su presencia en nuestras tristezas, en nuestros dolores, en nuestros sufrimientos. Llamándonos a entrar en comunión con Él, nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que podamos nosotros también consolar a aquellos que se encuentran en cualquier tipo de aflicción (cf. 2 Cor 1,4).
Oratio universalis
Vere Sanctus
es, Domine,
...quia per Filium tuum,...
Spiritus Sancti operante virtute,
...populum tibi congregare non desinis,
ut a solis ortu usque ad occasum
oblatio munda offeratur nomini tuo (Plegaria eucarística
III).
Benedicat vos omnipotens Deus... Ite, missa est.
Formada por creyentes de toda lengua, pueblo y nación, la Iglesia es fruto de la misión que Jesús ha confiado a los Apóstoles y recibe constantemente el mandato misionero (cf. Mt 28, 16-20). «La Iglesia recibe la fuerza espiritual necesaria para cumplir su misión perpetuando en la Eucaristía el sacrificio de la Cruz y comulgando el cuerpo y la sangre de Cristo. Así, la Eucaristía es la fuente y, al mismo tiempo, la cumbre de toda la evangelización, puesto que su objetivo es la comunión de los hombres con Cristo y, en Él, con el Padre y con el Espíritu Santo» (Ecclesia de Eucharistia, 22).
En la oración universal, en la Plegaria eucarística, en las oraciones de las misas por diversas necesidades, la intercesión de la Iglesia que celebra los santos misterios abraza el horizonte del mundo, las alegrías y tristezas de la humanidad, los sufrimientos y el grito de los pobres, el anhelo de justicia y de paz que recorre la tierra (cf. Mane nobiscum Domine, 27-28).
El rito con el que se concluye la celebración eucarística no es simplemente la comunicación del final de la acción litúrgica: la bendición, especialmente con las fórmulas solemnes que preceden a la despedida, nos recuerdan que salimos de la iglesia con el mandato de dar testimonio al mundo de que somos «cristianos». Lo recuerda Juan Pablo II: «La despedida al finalizar la Misa es una consigna que impulsa al cristiano a comprometerse en la propagación del Evangelio y en la animación cristiana de la sociedad» (Mane nobiscum Domine, 24). El capítulo IV de la Carta Apostólica Mane nobiscum Domine trata, de hecho, de la Eucaristía presentada como principio y proyecto de misión.
El encuentro con Cristo no es un talento para esconder sino para hacerlo fructificar en obras y palabras. La evangelización y el testimonio misionero parten como fuerzas centrífugas del convivio eucarístico (cf. Dies Domini, 45). La misión es llevar a Cristo, de manera creíble, a los ambientes de la vida, de trabajo, de fatiga, de sufrimiento, buscando que el espíritu del Evangelio sea levadura de la historia y "proyecto" de relaciones humanas que lleven la impronta de la solidaridad y de la paz. «¿Podría realizar la Iglesia su propia vocación sin cultivar una constante relación con la Eucaristía, sin nutrirse de este alimento que santifica, sin posarse sobre este apoyo indispensable para su acción misionera? Para evangelizar el mundo son necesarios apóstoles "expertos" en la celebración, adoración y contemplación de la Eucaristía» (Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2004, 3).
¿Cómo anunciar a Cristo sin volver, regularmente, a conocerlo en los santos misterios?
¿Cómo dar testimonio sin alimentarse de la fuente de la comunión eucarística con Él?
¿Cómo participar en la misión de la Iglesia, superando todo individualismo, sin cultivar el vínculo eucarístico que nos une con cada hermano de fe, incluso con cada hombre?
Se puede llamar a la Eucaristía con justicia el Pan de la misión: una bella figura, en este sentido, es el pan que se le da a Elías, para que continúe su misión, sin ceder ante las dificultades del camino: «con la fuerza de aquel alimento, caminó cuarenta días y cuarenta noches, hasta el Horeb, el monte del Señor» (1Re 19,8).
4. INICIATIVAS Y COMPROMISOS PASTORALES
32. No cabe duda que cada Obispo, las Conferencias de Obispos, los Superiores religiosos darán indicaciones para el desarrollo fructuoso del Año de la Eucaristía (cf. Mane nobiscum Domine, 5 y 29).
A modo orientativo se señalan algunas sugerencias y propuestas.
— Preparar oportunos subsidios —especialmente donde las diócesis no puedan hacerlos— que den realce al Año de la Eucaristía, favorezcan la reflexión de sacerdotes y fieles, afrontando aquellas problemáticas doctrinales y pastorales que se sienten con mayor urgencia en los propios países (falta de sacerdotes, pérdida de la importancia cotidiana de la Misa para algunos sacerdotes, poca asistencia a la Misa dominical, abandono del culto eucarístico...).
— Considerar el tipo y la calidad de las transmisiones televisivas y radiofónicas de la celebración eucarística (cf. Dies Domini, 54) de gran utilidad para quienes se encuentran imposibilitados a participar en la Misa (corrección de las tomas, propiedad del comentario, belleza y dignidad de la celebración para no difundir praxis discutibles, excesiva espectacularidad, etc.).
— Prestar atención también a las otras formas de oración retransmitidas por radio o televisión (favorecer adoraciones en las iglesias, evitando que los fieles se contenten con seguir la adoración teletransmitida).
— Proponer iniciativas para la apertura y la clausura del Año de la Eucaristía en cada Diócesis.
— Invitar a profundizaciones a universidades, facultades, Institutos de estudios, Seminarios.
— Promover congresos eucarísticos nacionales.
— Interesar e implicar sobre todo a los sacerdotes con iniciativas a nivel nacional.
— Cuidar la apertura solemne y la clausura oficial del Año de la Eucaristía, en las fechas establecidas por la Iglesia universal, en la fecha conveniente a cada Diócesis: se aconseja una celebración «estacional» en la catedral - o en un lugar adecuado - presidida por el Obispo; si se cree oportuno, la celebración puede comenzar en una iglesia o lugar cercano al de la celebración, al que se llega en procesión cantando las letanías de los santos (cf. Por ejemplo Caeremoniale Episcoporum, 261).
— Valorar, en ciertos días y circunstancias del año litúrgico, la "Misa estacional" presidida por el Obispo como signo visible de comunión eucarística de la Iglesia particular (cf. Mane nobiscum Domine, 22).
— Invitar a las oficinas y a las comisiones diocesanas de alguno de los sectores de la pastoral (catequesis, liturgia, arte, música sacra, escuelas, enfermos, familia, clero, vida consagrada, jóvenes, movimientos...) a promover al menos una iniciativa específica durante el año.
— Promover congresos eucarísticos (tiempos de reflexión y de oración).
— Valorar los encuentros con el clero (participación en la Misa crismal, retiros mensuales, encuentros diocesanos o vicariales, ejercicios espirituales anuales, formación permanente) para profundizar en temas eucarísticos, a nivel espiritual y pastoral.
— Dar un acento eucarístico a la Jornada mundial de oración por la santificación de los sacerdotes, en la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.
— Promover el conocimiento de santos y santas, especialmente de aquellos que tienen alguna relación con la Diócesis, que se han distinguido por el amor a la Eucaristía, han predicado sobre el Misterio o han escrito sobre el mismo.
— Conocer el patrimonio de arte diocesano con alguna referencia eucarística - pinturas, esculturas, iconografía, altares, sagrarios, vasos sagrados...- custodiado en varias iglesias y en museos diocesanos. Dirigir muestras, lecturas guiadas, publicaciones.
— Incrementar la adoración perpetua del Santísimo Sacramento, señalando para tal fin algunas iglesias y capillas adecuadas; recordar su existencia donde ya las hay, procurando que sean abiertas sobretodo en horarios en que pueda asistir el mayor número de personas (cf. Mane nobiscum Domine, 18).
— Sean especialmente invitados los jóvenes a poner el tema de la XX Jornada Mundial de la Juventud «Hemos venido a adorarle» (Mt 2,2) en relación con el Año de la Eucaristía (cf. Mane nobiscum Domine, 30). Sería muy significativo un encuentro de adoración eucarística para los jóvenes a nivel diocesano cerca del Domingo de Ramos.
— Abrir secciones de interés eucarístico en los semanarios y revistas diocesanos, en las páginas de internet, en las emisoras radio-televisivas locales.
Acoger la invitación del Santo Padre es hacer lo posible, durante este Año, para dar a la Eucaristía dominical el puesto central que le compete en la vida parroquial, con razón llamada «comunidad eucarística» (cf. SC, 42; Mane nobiscum Domine, 23; Dies Domini, 35-36; Eucharisticum mysterium, 26).
A esta luz se sugieren algunas ideas:
— Donde sea necesario, reordenar o dar una disposición estable a los lugares de la celebración (altar, ambón, presbiterio) y a la reserva de la Eucaristía (sagrario, capilla de la adoración); dotarse de los libros litúrgicos; cuidar la autenticidad y la belleza de los signos (ornamentos, vasos sagrados, decoración).
— Incrementar, o si no lo hay, instituir el grupo litúrgico parroquial. Cuidado de los ministros instituidos y de los ministros extraordinarios de la Comunión, de los ministros, de la schola cantorum, etc.
— Dar una atención especial al canto litúrgico, teniendo en cuenta las indicaciones ofrecidas en el reciente Quirógrafo de Juan Pablo II sobre la música sacra.
- Programar durante algunos periodos del año - tiempo pascual, Cuaresma - encuentros formativos específicos sobre la Eucaristía en la vida de la Iglesia y del cristiano; ocasión particularmente propicia para adultos y niños es el tiempo de preparación para la Primera Comunión.
— Tomar en mano y dar a conocer la Institutio generalis Missalis Romani (cf. Mane nobiscum Domine, 17) y los Praenotanda del Ordo Lectionum Missae; el documento De sacra communione et cultu mysterii eucarsitici extra Missam; la reciente encíclica Ecclesia de Eucharistia y la instrucción que le siguió Redemptionis Sacramentum.
— Enseñar a «estar en la iglesia»: qué se debe hacer al entrar en la iglesia, genuflexión o reverencia profunda ante el Santísimo Sacramento; clima de recogimiento; indicaciones para ayudar a una participación más interiorizada de la Misa, especialmente en algunos momentos (tiempos de silencio, oración personal después de la comunión) y para educar a la participación exterior (modo de aclamar o de pronunciar coralmente las partes comunes). Para la comunión bajo las dos especies aténganse a la normativa vigente (cf. SC, 55; IGMR, 281-287; Redemptionis Sacramentum, 100-107).
— Celebrar convenientemente el aniversario de la dedicación de la propia iglesia.
— Redescubrir la propia iglesia parroquial, conociendo el sentido de cuanto en ella habitualmente se ve: lectura guiada del altar, del ambón, del tabernáculo, iconografía, vidrieras, portales, etc. El aspecto visible de la iglesia favorece la contemplación del Invisible.
— Promover - indicando también la modalidad práctica - el culto eucarístico y la oración personal o comunitaria delante del Santísimo (cf. Mane nobiscum Domine, 18): visita, adoración del Santísimo y bendición eucarística, Cuarenta horas, procesiones eucarísticas. Valorar de forma conveniente, al concluir la Misa de la Cena del Señor el Jueves Santo, el prolongarse de la adoración eucarística (cf. Directorio piedad popular, 141).
— Proponer en circunstancias especiales iniciativas específicas (adoraciones nocturnas).
— Verificar la regularidad y la dignidad de la distribución de la comunión a los enfermos.
— Dar a conocer la enseñanza de la Iglesia sobre el Viático.
— Acompañar la vida espiritual de quienes, participando en la santa Misa, no pueden recibir la comunión por vivir en situación irregular.
El Año de la Eucaristía interpela también a los santuarios, lugares que de por sí están llamados a ofrecer a los fieles los medios de la salvación, anunciando con celo la Palabra de Dios, favoreciendo convenientemente la vida litúrgica, de modo especial con la Eucaristía y con la celebración del sacramento de la Penitencia, y cultivando formas aprobadas de piedad popular (cf. CDC, 1234, §1; Directorio piedad popular, 261-278).
Este Año tendrán un interés especial para los fieles los santuarios erigidos con motivo de algún prodigio eucarístico y de piedad eucarística.
— Siendo la celebración eucarística el fulcro de las múltiples acciones de los santuarios (evangelización, caridad, cultura), será fructuoso:
— conducir a los peregrinos - partiendo de la devoción propia de cada santuario - a un profundo encuentro con Cristo;
— cuidar que el desarrollo de la celebración eucarística sea ejemplar.
— favorecer la participación de diversos grupos en la misma celebración eucarística, debidamente articulada y atenta -si es el caso- a la diversidad de lenguas, valorando también el canto gregoriano, al menos en la melodías más fáciles, sobre todo para el Ordinario de la Misa, especialmente el Credo y la oración del Señor (cf. Directorio piedad popular, 268).
— Asegurar la posibilidad de la oración delante del Santísimo Sacramento, cuidando el recogimiento y animando los momentos de adoración comunitaria. Facilitar con una adecuada señalización el lugar del sagrario (cf. IGMR, 314-317; Redemptionis Sacramentum, 130).
— Favorecer la práctica del sacramento de la Penitencia, asegurando, según las posibilidades, la disponibilidad de confesores en horarios adecuados a la gente (Directorio piedad popular, 267).
37. Monasterios, Comunidades religiosas e Institutos
Dado el estrecho vínculo entre Eucaristía y vida consagrada (cf. Vita consecrata, 95; Congregación para los Institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, Caminar desde Cristo, 26), el Año de la Eucaristía debe resultar un estímulo más para profundizar en el corazón de la propia vocación y misión, personal y comunitariamente.
En todas las Reglas y Constituciones está prescrita o recomendada la Misa cotidiana y la devoción eucarística.
— El Año de la Eucaristía es una oportunidad para programar tiempos de reflexión y de revisión:
sobre la calidad
de la celebración eucarística en comunidad;
sobre la fidelidad a las normas litúrgicas;
sobre la herencia eucarística de la tradición del
propio Instituto como también sobre la situación
presente;
sobre la devoción eucarística personal.
— Redescubrir en la vida y en los escritos de los propios
fundadores-fundadoras la piedad eucarística practicada
y enseñada por ellos.
— Preguntarse: ¿qué testimonio de vida ofrecen las personas de vida consagrada que trabajan en parroquias, hospitales, enfermerías, instituciones educativas y escolásticas, penitenciarias, centros de espiritualidad, asilos, santuarios, monasterios?
— Verificar si se sigue la orientación dada por el Magisterio en repetidas ocasiones (cf. Dies Domini, 36) de participar en la Misa dominical en la parroquia y de adaptarse bien con la pastoral de la Iglesia diocesana en la que viven.
— Incrementar horas de adoración al Santísimo Sacramento (cf. Mane nobiscum Domine, 18).
38. Seminarios y casas de formación
El Año especial de la Eucaristía interpela a las comunidades y casas de formación en las que se preparan los futuros sacerdotes diocesanos y religiosos, además de los diáconos (cf. Mane nobiscum Domine, 30).
La participación en la mesa de la Palabra y de la Eucaristía, madura la respuesta vocacional y la abre a la misión específica que Dios confía a quienes Él mismo escoge como pastores de su pueblo (cf. Congregación para la Educación Católica, Instrucción sobre la formación litúrgica en los Seminarios, 8-27 y Apéndice 30-41).
Mientras sostiene el camino cotidiano de formación, la Eucaristía manifiesta a los seminaristas cuál es el centro de su futuro ministerio.
Anotaciones para considerar:
— Cultivar el vínculo entre formación teológica y experiencia espiritual del misterio eucarístico para una interiorización más profunda.
— Esmero en la participación interior y exterior a la celebración de la Misa.
— Conocimiento de la teología litúrgica destacada por los ritos y los textos de la celebración eucarística.
— Conocimiento también práctico de cuanto concierne al rito de la Misa y sobre todo el modo adecuado de celebrarla: función del espacio donde se celebra; el género de los diversos textos y el modo de pronunciarlos, las secuencias rituales, las partes del Misal, la normativa que regula la celebración eucarística en los días del año, las posibilidades legítimas de posibilidad de elección de fórmulas y formularios.
— Utilidad de una cierta familiaridad con la lengua latina y el canto gregoriano, para así poder orar y cantar el latín cuando hace falta, arraigándose en la tradición de la Iglesia orante.
— Incremento de la adoración eucarística, sea personal o comunitaria, en sus varias formas, incluida la exposición del Santísimo Sacramento.
— Conveniente colocación del Sagrario para favorecer la oración privada.
39. Asociaciones, Movimientos, Fraternidades
El espíritu de comunión, fraternidad, distribución que motiva la incorporación a una asociación está naturalmente ligado al misterio eucarístico.
Existen fraternidades y asociaciones explícitamente dedicadas a la Eucaristía, al Santísimo Sacramento, a la devoción eucarística.
La introducción de asociaciones, grupos y movimientos en la Iglesia, que contribuyen a su edificación y vitalidad, según sus carismas, se manifiesta con el encuentro ordinario en las misas dominicales de la parroquia (cf. Mane nobiscum Domine, 23; Dies Domini, 36).
El Año de la Eucaristía:
— Es una invitación a reflexionar, constatar, interiorizar, actualizar eventualmente los Estatutos tradicionales.
— Es una ocasión para una profundización catequético-mistagógica de la Eucaristía.
— Es un estímulo para dedicar más tiempo a la adoración eucarística, involucrando también otras a personas en un tipo de "apostolado" eucarístico.
— Es una invitación a enlazar la oración y el compromiso de caridad.
40. Este capítulo es deliberadamente esquemático, pero no por ello de escaso significado. El motivo de la parquedad es sobre todo el hecho de que, moviéndonos en un plano cultural, nos encontramos inevitablemente con situaciones diversas en tantas Iglesias particulares esparcidas por el mundo, cada una de las cuales ha sido introducida en un determinado contexto, con sus riquezas, sus peculiaridades, su historia. Corresponde a las Iglesias particulares dar cuerpo a todo lo que aquí se ha recordado con simples menciones temáticas. No es difícil comprender lo importante que es que con ocasión de este Año de la Eucaristía se acoja también la Eucaristía como estímulo para descubrir lo mucho que ha sido capaz, y sigue siendo, de influir fuertemente en la cultura humana.
Se abren espacios de investigación para las Facultades Teológicas, para las Universidades Católicas y los Institutos de estudios superiores. Se sugiere en particular a las Facultades Teológicas como pista significativa que combine la profundización de los fundamentos bíblicos y doctrinales de la Eucaristía con la profundización de la vivencia cristiana, especialmente la vivencia de los Santos.
42. Edificios, monumentos, bibliotecas
Catedrales, monasterios, santuarios y no pocas iglesias representan ya por sí mismas un «bien cultural» y a menudo se califican como centros de irradiación de cultura. En esta perspectiva, el Año de la Eucaristía puede ofrecer un estímulo que ponga a la luz la temática eucarística que destaca del patrimonio cultural y artístico, a reflexionarla, a promover su conocimiento.
Pueden hacerse exposiciones, convenios y publicaciones de varios tipos valiéndose también de la colaboración de institutos y entes eclesiásticos y no eclesiásticos (Universidades, Facultades, Centros de estudio, Círculos culturales, Editoriales).
43. Arte, música sacra, literatura
El arte sacro con temática eucarística es testimonio de la fe creída y al mismo tiempo es transmisión de la misma al pueblo de Dios. Los ejemplos podrían ser muchísimos, desde las bien conocidas pinturas que se encuentran en las catacumbas romanas hasta las numerosas realizaciones sobre este tema, hechas en Oriente y en Occidente a lo largo de los siglos pasados.
El conocimiento de la tradición permite percibir los énfasis «eucarísticos» que han inspirado las producciones artísticas en las épocas que nos han precedido y compararlas con la producción contemporánea.
Nos limitamos a evocar algunos ámbitos temáticos:
En cuanto al arte sacro:
— Altares,
sagrarios, capillas
— frescos, mosaicos, miniaturas, pinturas, esculturas, tapices,
marcos
— vasos sagrados: cálices, píxides, patenas,
custodias
— paramentos: vestiduras litúrgicas, baldaquinos,
estandartes
— manufacturas y carros para las procesiones eucarísticas
— paramentos peculiares para el monumento del Santísimo
Sacramento el Jueves Santo
Sobre la música sacra:
— misas
— himnos
— secuencias
— motetes
Sobre la literatura, el teatro, el cine:
— poesía
— narraciones
— novelas
— representaciones
— películas
— documentales
44. En todos estos ámbitos, los encargados sabrán encontrar fácilmente los trayectos apropiados, y sería un gran éxito del Año de la Eucaristía si las investigaciones realizadas nos ayudaran a tener un mayor conocimiento y una mayor distribución de tesoros que pertenecen a la herencia común del cristianismo en los diversos continentes.
A esto se refiere el Papa en la Mane nobiscum Domine cuando habla de la Eucaristía como un mayor esfuerzo por testimoniar «la presencia de Dios en el mundo». Ante las orientaciones culturales que tienden a marginar la contribución cristiana, e incluso a borrar de la memoria su contribución histórica en la tierra tradicionalmente cristiana, el Papa ha escrito: «No tengamos miedo de hablar de Dios y de llevar los signos de la fe con la frente en alto. La "cultura de la Eucaristía" promueve una cultura de diálogo, en la que encuentra fuerza y alimento. Nos equivocamos al pensar que la referencia pública de la fe pueda ir en contra de la justa autonomía del Estado y de las instituciones civiles, o bien que eso pueda alentar actitudes de intolerancia. Si históricamente no han faltado errores en esta materia también entre los creyentes, como se ha reconocido en ocasión del Gran Jubileo, eso no debe ser adeudado a las raíces cristianas, sino a la incoherencia de los cristianos respecto a sus raíces» (Mane nobiscum Domine, 26).
Un Año de gracia, de fervor, mistagógico
45. Como conclusión de estas páginas, después de tantas sugerencias y propuestas, conviene volver a lo que es más esencial, recordando que el Santo Padre, en la Carta Apostólica Mane nobiscum Domine, habla de un «Año de gracia». En efecto, todo lo que podamos hacer tendrá sentido si se ve desde la óptica del don de Dios. Las iniciativas no deberán ser más que senderos abiertos, para que la gracia, siempre dada por el Espíritu de Dios, fluya con abundancia, acogida por cada uno y por las comunidades. El fiat de la Santísima Virgen deberá marcar una vez más el fiat de toda la Iglesia, que continuamente, con el cuerpo y la Sangre de Cristo, recibe también el don de la maternidad de María: «¡He aquí tu Madre! » (cf. Ecclesia de Eucharistia, 57).
El éxito de este Año dependerá indudablemente de la profundidad de la oración. Estamos invitados a celebrar la Eucaristía, recibirla y adorarla con la fe de los Santos ¿Cómo olvidar, en este día en que la liturgia recuerda a Santa Teresa de Ávila, el fervor de la gran mística española, doctora de la Iglesia? A propósito de la comunión eucarística, ella escribe: «No hay que ir muy lejos para buscar al Señor. Hasta que el calor natural no haya consumido los accidentes del pan, el buen Jesús está en nosotros: ¡acerquémonos a Él! » (Camino de perfección, 8).
Este Año especial deberá por ello ayudarnos a encontrar a Jesús en la Eucaristía y a vivir de Él. A esto deberá tender también la catequesis «mistagógica», que el Papa pide a los Pastores como compromiso especial (cf. Mane nobiscum Domine, 17). Haciendo eco a su llamada, nos gustaría terminar con un típico fragmento de la "mistagogía" en Occidente, un trozo del De Mysteriis (n. 54) de San Ambrosio:
El Señor Jesús mismo proclama: «Esto es mi cuerpo». Antes de la bendición de las palabras celestes la palabra indica un elemento particular. Después de la consagración ya se refiere al cuerpo y la sangre de Jesús. El mismo lo llama su sangre. Antes de la consagración lo llama con otro nombre. Después de la consagración le dice sangre. Y tú dices: «Amén», es decir, «Así es». Lo que pronuncia la boca, lo afirma el espíritu. Lo que enuncia la palabra, lo siente el corazón.
En la sede de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, a 15 de octubre del 2004, memoria de Santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia.
Francis
Card. Arinze
Prefecto
Domenico
Sorrentino
Arzobispo Secretario