Sábado, 10 de abril de 2004
1. "Esta misma noche será una noche de guardia en honor del Señor... por todas las generaciones" (Ex 12,42).
En esta noche santa celebramos la vigilia Pascual, la primera, más aún, la "madre" de todas la vigilias del año litúrgico. En ella, como canta varias veces el Pregón, se recorre el camino de la humanidad, desde la creación hasta el acontecimiento culminante de la salvación, que es la muerte y resurrección de Cristo.
La luz de Aquél que "resucitó de entre los muertos: el primero de todos " (1 Co 15,20) vuelve "clara como el día" (cf. Sal 138,12) esta noche memorable, considerada justamente el "corazón" del año litúrgico. En esta noche la Iglesia entera vela y medita las etapas importantes del la intervención salvífica de Dios en el universo.
2. "Una noche de guardia en honor del Señor". Doble es el significado de la solemne Vigilia Pascual, tan rica de símbolos acompañados de una extraordinaria abundancia de textos bíblicos. Por un lado, es memoria orante de las mirabilia Dei, recordando la páginas principales de la Sagrada Escritura: la creación, el sacrificio de Isaac, el paso del Mar Rojo y la promesa de la nueva Alianza.
Por otra parte, esta vigilia sugestiva es espera confiada del pleno cumplimiento de las antiguas promesas. La memoria de la acción de Dios culmina en la resurrección de Cristo y se proyecta hacia el acontecimiento escatológico de la parusía. Vislumbramos así, en esta noche pascual, el alba del día que no se acaba, el día de Cristo resucitado, que inaugura la vida nueva, "un cielo nuevo y una tierra nueva" (2 P 3,13; cf. Is 65,17; 66,22; Ap 21,1).
3. Desde el principio, la comunidad cristiana puso la celebración del Bautismo en el contexto de la Vigilia de Pascua. Aquí también, esta noche, algunos catecúmenos, sumergidos con Jesús en su muerte, resucitarán con Él a la vida inmortal. Se renueva así el prodigio del misterioso renacimiento espiritual, operado por el Espíritu Santo, que incorpora los neófitos al pueblo de la nueva y definitiva Alianza ratificada por la muerte y resurrección de Cristo.
Saludo con particular afecto a cada uno de vosotros, queridos hermanos y hermanas, que os preparáis para recibir los sacramentos de la iniciación cristiana. Vosotros venís de Italia, de Togo y del Japón: vuestro origen pone de manifiesto la universalidad de la llamada a la salvación y la gratuidad del don de la fe. Junto con vosotros, saludo a vuestras familias, amigos y a cuantos han colaborado en vuestra preparación.
Gracias al Bautismo entraréis a formar parte de la Iglesia, que es un gran pueblo en camino, sin fronteras de raza, lengua y cultura; un pueblo llamado a la fe a partir de Abraham y destinado a ser bendición entre todas las naciones de la tierra (cf. Gn 12,1-3). Permaneced fieles a Aquél que os ha elegido y entregad a Él con generosa disponibilidad toda vuestra existencia.
4. Junto con aquéllos que dentro de poco serán bautizados, la liturgia invita a todos nosotros aquí presentes a renovar las promesas de nuestro Bautismo. El Señor nos pide que le renovemos la expresión de nuestra plena docilidad y de la total entrega al servicio del Evangelio.
¡Queridos hermanos y hermanas! Si esta misión a veces os puede parecer difícil, recordad las palabras del Resucitado: "Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). Convencidos de su presencia, no temeréis entonces ninguna dificultad ni obstáculo alguno. Su Palabra os iluminará; su Cuerpo y su Sangre serán vuestro alimento y apoyo en el camino cotidiano hacia la eternidad.
Junto a cada uno de vosotros estará siempre María, como estuvo presente entre los Apóstoles, temerosos y desorientados en el momento de la prueba. Teniendo su misma fe Ella os mostrará, más allá de la noche del mundo, la aurora gloriosa de la resurrección. Amén.