Queridos hermanos y hermanas,
Al término de esta solemne celebración eucarística, unidos por Cristo, nos dirigimos con confianza a su Madre para rezar el Ángelus. Después de haber presentado la Exhortación apostólica Africae munus, deseo confiar a la Virgen María, Nuestra Señora de África, la nueva etapa que se abre para la Iglesia en este continente, para que acompañe el porvenir de la evangelización de toda África, especialmente esta tierra de Benín.
María aceptó con júbilo la invitación del Señor para ser la Madre de Jesús. Que ella nos lleve a cumplir con la misión que Dios nos confía hoy a nosotros. María es la mujer de nuestra tierra que ha tenido el privilegio de dar a luz al Salvador del mundo. ¿Quién mejor que ella conoce el valor y la belleza de la vida humana? Que nunca cese nuestro asombro ante el don de la vida. ¿Quién mejor que ella conoce nuestras necesidades de hombres y mujeres todavía peregrinos en la tierra? A los pies de la cruz, unida a su Hijo crucificado, ella es la Madre de la esperanza. Esta esperanza nos permite afrontar lo cotidiano con la fuerza que proviene de la verdad manifestada por Jesús.
Queridos hermanos y hermanas de África, tierra hospitalaria para la Sagrada Familia, seguid cultivando los valores familiares cristianos. En un momento en que muchas familias están separadas, exiliadas y afligidas por conflictos interminables, sed los artesanos de la reconciliación y la esperanza. Que con María, la Virgen del Magnificat, permanezcáis siempre alegres. Y que esta alegría llegue al corazón de vuestras familias y vuestro país.
Con las palabras del Angelus, nos dirijimos ahora a nuestra querida Madre. Confiemos a ella las intenciones que llevamos en nuestro corazón, y pidámosle por África y el mundo entero.