Queridos hermanos,
1. Antes que todo, les aseguro que aprecio enormemente vuestros esfuerzos para informar a la Santa Sede y a mi persona, de la compleja y difícil situación que atraviesa en los últimos meses vuestro país. Confío en que vuestras discusiones aquí darán mucho fruto para el bien del pueblo católico de Estados Unidos. Habéis venido a la casa del Sucesor de Pedro, cuya tarea es confirmar a sus hermanos obispos en la fe y en el amor, y reunirlos en torno a Cristo en el servicio del Pueblo de Dios. Sus puertas están siempre abiertas para vosotros. Y más aún cuando vuestras comunidades se encuentran afligidas.
Al igual que vosotros yo también estoy profundamente apenado por el hecho de que sacerdotes y religiosos, cuya vocación es ayudar a las personas a vivir una vida santa en presencia de Dios, hayan sido causa de sufrimientos y escándalo para los jóvenes. Debido a los grandes daños provocados por sacerdotes y religiosos, la Iglesia misma es vista con desconfianza, y muchos se sienten ofendidos por la manera en que se ha percibido la actuación de los guías de la Iglesia en esta materia. El abuso que ha dado origen a esta crisis es inicuo, y justamente la sociedad lo considera un crimen: es también un pecado detestable a los ojos de Dios. Expreso a las víctimas y a sus familias, donde quiera que se encuentren, mi profundo sentimiento de solidaridad y mi pesar.
2. Es verdad que una falta generalizada de conocimiento de la naturaleza del problema y también a veces, el consejo de expertos clínicos, ha llevado a los obispos a tomar decisiones que a la luz de los hechos sucesivos se han demostrado equivocadas. Ahora os esforzáis en establecer criterios mas fiables para asegurar que esos errores no se repitan. Al mismo tiempo que reconocemos que estos criterios son indispensables, no podemos olvidar
el poder de la conversión cristiana, esa decisión radical de dejar atrás el pecado y regresar a Dios, que alcanza las profundidades del alma de una persona y puede lograr un cambio extraordinario.
Ni tampoco deberíamos olvidar el inmenso bien espiritual, humano y social que ha hecho y todavía sigue haciendo la inmensa mayoría de sacerdotes y religiosos en Estados Unidos. La Iglesia Católica en su país siempre ha promovido los valores humanos y cristianos con gran vigor y generosidad, ayudando a consolidar todo lo que es noble en el pueblo estadounidense.
Una gran obra de arte puede tener pecas, pero sigue siendo bella. Es una verdad que cualquier crítica intelectualmente honrada reconocerá. Gracias de todo corazón de parte de la Iglesia Católica y del Obispo de Roma a las comunidades católicas en Estados Unidos, a sus pastores y miembros, a los hombres y mujeres religiosos, a los maestros en las universidades y escuela católicas, a los misioneros estadounidense que trabajan en todo el mundo.
3. Abusar de los jóvenes es un síntoma grave de la crisis que afecta no solo a la Iglesia sino a toda la sociedad. Es una crisis profundamente arraigada de moralidad sexual, incluso de relaciones humanas y sus primeras víctimas son la familia y los jóvenes. Si afronta el problema de los abusos con claridad y decisión, la Iglesia ayudará a la sociedad a comprender y combatir la crisis en ella enraizada.
Debe quedar muy claro para los fieles católicos, y para la comunidad entera, que los obispos y superiores se preocupan, por encima de todo, del bien espiritual de las almas. Las personas necesitan saber que no hay lugar en el sacerdocio y en la vida religiosa para los que quieren hacer daño a los jóvenes. Deben saber que los obispos y los sacerdotes están totalmente comprometidos con la plenitud de la verdad católica en materia de moralidad
Sexual, un verdad tan esencial para la renovación del sacerdocio y el episcopado, como para la renovación del matrimonio y la vida familiar.
4. Debemos confiar en que este tiempo de prueba sirva de purificación a toda la comunidad católica, una purificación que es necesaria y urgente si la Iglesia debe predicar con mayor eficacia el Evangelio de Jesucristo en toda su fuerza liberadora.. Ahora ustedes deben garantizar que donde abundó el pecado, sobreabunda la gracia (cf. Rom 5:20). Tanto dolor, tanto sufrimiento, debe llevar a un sacerdocio más santo, a un episcopado más santo, a una Iglesia más santa.
Solo Dios es fuente de santidad. A Él, por encima de todo, debemos pedir perdón, la curación y la gracia para afrontar este desafío con valentía firme y armonía de intenciones. Como el Buen Pastor del Evangelio del último domingo, los Pastores deben ir entre sus sacerdotes y fieles como hombres que inspiran profunda confianza y los guían a aguas tranquilas (cf. Sal 22:2).
Pido a Dios que conceda a los obispos de los Estados Unidos la fortaleza para construir su respuesta a la crisis actual sobre fundamentos sólidos de fe y sobre la caridad pastoral auténtica por las víctimas, así como por los sacerdotes y por toda la comunidad católica
en vuestro país. Pido a los católicos que permanezcan unidos a sus sacerdotes y obispos, y que les apoyen con sus oraciones en este momento difícil.
¡La paz de Cristo Resucitado esté con ustedes!
Vaticano, Martes 23 de abril 2002
JUAN PABLO II