Durante la concelebración eucarística, antes de leer el mensaje del Papa, mons. Franc Rodé transmitió a los presentes el saludo y la bendición de Su Santidad, que estaba unido espiritualmente a los consagrados congregados en la basílica. He aquí sus palabras:
En la fiesta de la Presentación del Señor en el templo, día en que el Hijo de Dios engendrado en la eternidad es proclamado por el Espíritu Santo "gloria de Israel" y "luz de las naciones", nos encontramos reunidos para renovar nuestra consagración al Señor. A todos vosotros, queridos hermanos y hermanas, os transmito el saludo personal del Santo Padre, que os agradece el afecto mostrado y la fervorosa oración. En este momento el Papa está presente entre nosotros con su oración y nos envía su bendición. Escuchemos con corazón agradecido su Mensaje a los consagrados y consagradas de todo el mundo.
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Hoy se celebra la Jornada de la vida consagrada, ocasión propicia para dar gracias al Señor juntamente con aquellos que, llamados por él a la práctica de los consejos evangélicos, "los profesan fielmente, se consagran de modo particular a Dios, siguiendo a Cristo, que, virgen y pobre (cf. Mt 8, 20; Lc 9, 58), por su obediencia hasta la muerte de cruz (cf. Flp 2, 8), redimió y santificó a los hombres" (Perfectae caritatis, 1). Este año la celebración asume un significado especial, porque se cumple el 40° aniversario de la promulgación del decreto Perfectae caritatis, con el que el concilio ecuménico Vaticano II trazó las líneas fundamentales de la renovación de la vida consagrada.
Durante estos cuarenta años, siguiendo las directrices del magisterio de la Iglesia, los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica han recorrido un camino fecundo de renovación, marcado, por una parte, por el deseo de fidelidad al don recibido del Espíritu mediante los fundadores y las fundadoras, y, por otra, por el anhelo de adaptar el modo de vivir, de orar y de actuar a "las condiciones actuales, físicas y psíquicas, de los miembros y, en la medida en que lo exija el carácter de cada instituto, a las necesidades del apostolado, a las exigencias de la cultura y a las circunstancias sociales y económicas" (Perfectae caritatis, 3).
¿Cómo no dar gracias al Señor por esta oportuna "actualización" de la vida consagrada? Estoy seguro de que, también gracias a ella, se multiplicarán los frutos de santidad y actividad misionera, a condición de que las personas consagradas conserven siempre un fervor ascético y lo manifiesten en las obras apostólicas.
2. El secreto de este fervor
espiritual es la Eucaristía. Durante este año, dedicado de modo
especial a ella, quisiera exhortar a todos los religiosos y religiosas a instaurar
con Cristo una comunión cada vez más íntima mediante la
participación diaria en el sacramento que lo hace presente, en el sacrificio
que actualiza su entrega de amor en el Gólgota, en el banquete que alimenta
y sostiene al pueblo de Dios peregrino. Como afirmé en la exhortación
apostólica Vita consecrata, "por su naturaleza, la Eucaristía
ocupa el centro de la vida consagrada, personal y comunitaria" (n. 95).
Jesús se entrega como Pan "partido" y Sangre "derramada"
para que todos "tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10).
Se entrega a sí mismo por la salvación de toda la humanidad. Tomar
parte en su banquete sacrificial no sólo implica repetir el gesto realizado
por él, sino también beber su mismo cáliz y participar
en su misma inmolación. Del mismo modo que Cristo se hace "pan partido"
y "sangre derramada", todos los cristianos, y más aún
todos los consagrados y las consagradas, están llamados a dar la vida
por los hermanos, en unión con la del Redentor.
3. La Eucaristía es el manantial inagotable de la fidelidad al Evangelio, porque en este sacramento, corazón de la vida eclesial, se realizan plenamente la íntima identificación y la total configuración con Cristo, a la que los consagrados y las consagradas están llamados. "Aquí se concentran todas las formas de oración, se proclama y acoge la palabra de Dios, se nos interpela sobre la relación con Dios, con los hermanos y con todos los hombres: es el sacramento de la filiación, de la fraternidad y de la misión. La Eucaristía, sacramento de unidad con Cristo, es a la vez sacramento de la unidad eclesial y de la unidad de la comunidad de los consagrados. En definitiva, es fuente de la espiritualidad de cada uno y del instituto" (Caminar desde Cristo, 26). En la Eucaristía las personas consagradas adquieren "una mayor libertad en el ejercicio del apostolado, una irradiación más consciente, una solidaridad que se expresa con el saber estar de parte de la gente, asumiendo sus problemas para responder con una fuerte atención a los signos de los tiempos y a sus exigencias" (ib., 36).
Amadísimos hermanos
y hermanas, entremos en el misterio de la Eucaristía guiados por la santísima
Virgen y siguiendo su ejemplo. Que María, Mujer eucarística, ayude
a cuantos están llamados a una intimidad especial con Cristo a participar
asiduamente en la santa misa y les obtenga el don de una obediencia pronta,
de una pobreza fiel y de una virginidad fecunda; que los convierta en discípulos
santos de Cristo eucarístico.
Con estos sentimientos, a la vez que les aseguro un recuerdo en la oración,
de buen grado bendigo a todas las personas consagradas y a las comunidades cristianas
en las cuales están llamadas a cumplir su misión.
Vaticano, 2 de febrero de 2005
JUAN PABLO II